La desconocida número dos era dulce,
de cuello rizado castaño
y mejillas de fresa.
Tenía un pelo en el brazo,
grueso como la pata de un insecto.
Le olía el ombligo a mortadela,
o al menos eso decía ella.
Soy una novela incompleta,
una novela con defecto de fábrica.
Dijo un día.
No soy como el agua que cae del cielo
sin que se sepa exactamente
por qué.
Hay razones.