
Un poeta,
uno que dijo algo en uno de mis mejores libros de poesía,
ese mismo poeta, si tuviera que haber vivido conmigo en una pecera para tortugas,
creo que me habría roto un taco de madera en la espalda,
de haberlo tenido,
claro.
Pero eso nunca pasó ni tampoco pasará.
Porque ese poeta,
ese que dijo algo en uno de mis mejores libros de poesía,
ya estaba más que muerto antes de que
yo naciera.
Y porque una pecera para tortugas no puede albergar,
ni a un poeta muerto, ni un billar, ni un taco
de madera, ni a un parguela
como yo.
