Todas las mañanas besos de madera,
caricias de corcho, abrazos
de plástico quemado.
Todas las mañanas cariño seco de primera calidad.
Intentando arrancar su coche
su coche parecía que
le decía:
¡No me toques!
¡No me toques los cojones!
Entonces lo abandonó todo y caminó a la deriva.
Y le cayó encima una tormenta
eterna y sagrada.
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El viento le acariciaba la cara.
Le hacía cosquillas la lluvia en las orejas.
Caminó y caminó y llegó a un descampado.
Se tumbó cerca de un charco y fundido
en el barro se sintió la persona
más feliz del planeta
tierra.