Cocina y política

A los amantes de la buena mesa se les torció el gesto cuando se enteraron de que pondrían por tv el reality de Esta cocina es un infierno . Un espectáculo atroz en el que se veían desparramados por todas partes los morros de Bárbara Rey y otras lindezas. Siempre ha sido un misterio el éxito de los programas de cocina en televisión. Quizá tenga un concepto muy pudoroso de mis guisos y mis desatinos culinarios. Además de no interesarle a nadie no pasarían la prueba. Esa obsesión de Arguiñano y Arzak de andar todo el rato limpiando los utensilios y pasando el trapo. Pero si algo se ha demostrado en los últimos años es la triunfal entrada de los cocineros en el mundo de la comunicación televisiva. Seguramente porque la cocina es un oficio en el que prima lo laborioso sobre el secreto, las buenas formas sobre el ocultismo. El afán de conocimiento ha hecho que nuestros cocineros sean también grandes divulgadores. Tal es la importancia que se le concede a este tema que, este año, hemos descubierto que los restaurantes también compiten. Vamos, que celebran galas con entrega de premios y todo retahíla. Este año el campeón del mundo es nada más y nada menos que El Bulli, regentado por el cocinero catalán Ferrán Adrià, para un jurado internacional formado por 560 chefs y críticos culinarios. En los primeros puestos de la lista, integrada por cincuenta establecimientos, figuraban restaurantes vascos como el donostiarra Arzak, de Juan Mari Arzak, en el puesto noveno; Mugaritz, que regenta Andoni Luis Adúriz en Rentería, en el décimo, y en el undécimo, Can Fabes, el establecimiento de Santi Santamaría en Sant Celoni en Barcelona. Lo que más impresiona en los informativos de varias cadenas y, viendo la nacionalidad de los cuatro, es que dieran la noticia como «el triunfo de la cocina española». Cocina con política.

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