
El ciego no puede ver
que tú eres ciego
y no le ves.
Me han salido tres arrugas en la mejilla derecha.
Cuarenta canas en la patilla izquierda.
Ayer me tiré un pedo y me cagué.
Hoy en la calle me he resbalado y me he caído al suelo.
Casi me parto el brazo.
Me voy a comprar un bastón.
Me voy a comprar una alfombrilla antideslizante para la bañera.
Es más, voy a quitar la bañera y poner un plato de ducha.
Me voy a comprar un móvil con teclas grandes.
Me hago viejo en dos días.
Me voy a mirar obras y a dar de comer
a las palomas.
De pequeños mirábamos el sol hasta quedarnos ciegos.
Luego cerrábamos los ojos y llorábamos.
Los
chicles de fresa,
los chicles de menta,
todos los chicles formaban parte del suelo de la plaza de nuestro pueblo.
No podíamos matar animales muertos.
Los perros atropellados ya estaban muertos cuando llegábamos.
Nadie nos hacía ni caso y eso nos brindaba cierta libertad.
Éramos como un pelo del bigote de un calvo.
Corriendo,
dándome prisa por llegar a ninguna parte.
Las tiendas de ropa cerradas.
Corriendo,
dándome prisa por llegar a ninguna parte.
Noto la mirada intensa de un búho de madera.
En el suelo tres palomas comen de una bola de helado.
Más adelante, una cuarta y despistada paloma
picotea una potada seca pegada
en la base de un
árbol.
Dicen que ser punk es actitud.
Pues a eso me aferro.
Actitud punk.
Y eso es mi hermano.
Iñigo es un punk transparente.
Una especie de mole punk.
Dice las cosas.
No se corta.
Escribe.
Trabaja sin rechistar.
Se caga en lo que nadie se ha cagado.
Por ahora.
Y todos se molestan.
Existe a pesar de lo que piensen los demás.
Es mi hermano.
Quiero a mi hermano a pesar de que
a veces haga cosas extrañas.
Una lista:
– Tragarse una moneda.
– Morder un árbol.
– Chupar el suelo.
– Quemar un billete de cincuenta euros.
Perdón.
Eso ya lo dije en otro poema.
A veces me repito y me olvido de
todas las razones por las
cuáles le quiero
tanto.
Ando yo
como esa paloma bonita
que anda por la calle sin ser yo tan
bonito.
Así ando yo por la vida.
Llego a casa y entro en la cocina.
Entro en la cocina y abro la nevera.
Abro la nevera y se precipita en el suelo un bote de
kétchup.
Un perro con bufanda se acerca y chupa el suelo.
Un perro con bufanda se acerca y chupa el kétchup.
Es el perro de mi vecino.
Mi vecino grita con fuerza su nombre.
Digo que grita con fuerza el nombre de su perro.
También grita con fuerza que me he dejado abierta la puerta
de casa.
Y de pronto recuerdo con placer inmenso
una excursión que hice hace tiempo
con mis padres a Chillida Leku.
Dos semanas después lo cerraron
y ha estado cerrado
hasta hoy.