Pienso.
Vivir en una ciudad
que reúna más de un millón de habitantes
no es lo mismo que vivir en un pueblo que reúna
menos de doscientos mil
habitantes.
La mente cambia, fluctúa, se retuerce
en la ciudad y no tanto
en el pueblo.
En el pueblo empiezas y acabas, pero
permanecer en el pueblo
te diluye
como se diluye una gota de ponzoña en un charco de ponzoña.
Digo.
Prefiero ser un charco de ponzoña en la ciudad
que ser una gota de ponzoña
en un charco de ponzoña
en el pueblo.
Y acto seguido me convierto en un charco de ponzoña de pueblo.