Adiós
mi mundo, relájate.
Te veo y paso de largo.
Y vuelvo sobre mis pasos para verte
de nuevo y decirte que
me
marcho.
Ya
nunca
más me secaré
las manos con el mantel
de la mesa de la cocina
de casa de mis
padres.
Adiós
mi mundo, relájate.
Te veo y paso de largo.
Y vuelvo sobre mis pasos para verte
de nuevo y decirte que
me
marcho.
Ya
nunca
más me secaré
las manos con el mantel
de la mesa de la cocina
de casa de mis
padres.

Un poeta,
uno que dijo algo en uno de mis mejores libros de poesía,
ese mismo poeta, si tuviera que haber vivido conmigo en una pecera para tortugas,
creo que me habría roto un taco de madera en la espalda,
de haberlo tenido,
claro.
Pero eso nunca pasó ni tampoco pasará.
Porque ese poeta,
ese que dijo algo en uno de mis mejores libros de poesía,
ya estaba más que muerto antes de que
yo naciera.
Y porque una pecera para tortugas no puede albergar,
ni a un poeta muerto, ni un billar, ni un taco
de madera, ni a un parguela
como yo.

Creo que ya lo dije.
A veces lloro pensando en mi funeral.
Lloro pensando en las personas que dejaré, en las que se quedarán.
Me imagino a unas rezando.
A otras riendo.
Y a otras respirando por fin.
Pero las personas que más pena me da imaginar son
las que llorarán porque ellas saben que tarde
o temprano llegará el olvido.
Como un perro ladrando al viento,
como un perro ladrando
a la nada, siempre
llega.