
Huele que apesta,
el verano cuando se acerca.
¿Cómo no pude saber desde niño
que la vida era muy corta y que por lo tanto
debía vivir cada segundo como si fuera un regalo?
Porque no lo era.
La vida no era corta entonces.
Los veranos eran infinitos
y el resto del año una
vida entera.
Yo era un
castillo de naipes, eso es verdad.
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Mi muerte sólo existía en un plano lejano.
Pensaba en ella pero desde
otra
dimensión.
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Ahora me quejo, me quejo y me quejo.
Y cada vez que me quejo alguien farfulla entre las sombras:
Es lo que hay.
Cada segundo de mi vida es un regalo, lo digo en serio.
Vivir es una profesión bonita,
es una bonita profesión.
Ayer a mediodía me paró una desconocida por la calle
y mientras se rascaba una teta
me dijo:
Yo, que casi estudio para delineante, no supe qué contestar.
Me quedé como congelado, mirando un rizo rojo que le colgaba del ojo.
Me dijo sin venir a cuento.
Yo, que casi estudio para delineante, no supe qué contestar.
Me quedé como congelado, mirando un rizo rojo que le colgaba del ojo.
Mamá León y Tomillitos, “El fraile rebelde” lo apodaron.
Sescapó de su convento en Campo de Criptana
y deambuló por toda Europa entre
pitos y flautas.
En todo ese tiempo escribió tres versos
que siempre transportó
en papel arrugado dentro un puño.
Volviendo a España, en el sur de Francia,
un grupo de salteadores le robó todas sus pertenencias,
incluido el poema.
Entre los ladrones había uno con especial sensibilidad.
Éste, cuando leyó el poema que Mamá León y Tomillitos
transportaba arrugado y sudado dentro
de un puño,
se quedó maravillado.
Lo enmarcó y conservó
en su casa hasta que murió y sus bienes fueron subastados.
Hoy en día el poema deambula entre Francia y España.
Lo vi hace poco en un mercadillo de segunda mano en Guéthary.
Lo memoricé y ahora lo transcribo para vuestro deleite.
El poema dice así:
Mi nueva contraseña de Apple.
Comedmeloshuevos123
Sin separar y la primera en mayúscula.
Puedes perder la cabeza en la Ciudad Condal.
Por hambre o por drogas.
Qué mas dará.
O adaptarte.
O estudiar delincuencia.
O escuchar cómo deletrea un japonés J-A-M-Ó-N-I-B-É-R-I-C-O.
Todo vale si te adaptas.
O si delinques.
O si…
Bueno.
Si no lo haces puedes perder la cabeza en la Ciudad Condal.
Por hambre o por drogas.
Qué mas dará.
Hay una mosca durmiendo
en la pared de mi
cocina.
A trescientos ochenta y cuatro mil cuatrocientos kilómetros,
en un cielo nocturno de primavera que todo lo alberga,
brilla despejada, la luna.
Su reflejo ilumina una carretilla oxidada,
en el suelo de la calle,
volcada.
De un oscuro portal sale un hombre con mochila negra.
Sale de su casa a horas intempestivas
para un encuentro sexual
casual.
¡Ñam, ñam!
Hay una mosca durmiendo en la pared de mi cocina.
Espera.
No duerme.
Me observa de reojo.
Se hace la mosquita muerta.
Soy un viejo decrépito sentado en un banco,
haciendo tiempo,
mirando su reloj de pulsera
cada cinco minutos.
Soy un adolescente cabreado con el mundo,
lanzando sillas de plástico a una
piscina vacía,
sin pensar en nada ni en nadie.
Soy un adulto alienado, loco, demente,
recién levantado,
tomándome mi tiempo con la seda dental,
delante del espejo.
Y veo
en mi reflejo de adulto alienado,
al adolescente cabreado y
al
viejo decrépito.
Los dos me hacen muecas, como avisándome
de algo chungo que se acerca,
algo que no puedo ni
ver
ni oler.