Cuando
me muera quiero
que me quemes, y que mis
cenizas las entierres en esa pequeña
parcela del cementerio del pueblo que de pequeños
reservamos para nuestro
perro.
¿La recuerdas?
Cerca de allí solo había monte.
A veces el viento recorría los campos
y a veces llegaba hasta
el
bosque.
A veces el viento se colaba en el cementerio
y acariciaba las tumbas.
Te recuerdo y te imagino allí rezando y mirando ese viento.
Hablando conmigo, hablando del tiempo.
Mirando esa pequeña parcela en la que solo
crecía hierba y que nadie
jamás
había pisado.