Cataluña o la dificultad de surfear un tsunami

Algunos se empeñaron en presentar la elecciones anticipadas en Cataluña como una especie de prereferéndum del referéndum sobre el derecho a decidir de los catalanes. Demasiado rebuscado para una sociedad que está harta de que la utilicen políticamente para intereses particulares muy alejados de los problemas cotidianos de los comunes mortales. Pero el caso es que el órdago montado entorno a la manifestación de la Diada del pasado septiembre provocó un tsunami social de imprevisibles consecuencias que ha derivado en un enloquecido mapa político a la vuelta de los comicios. Siete fuerzas políticas en un Parlament mucho más fragmentado que el saliente de las elecciones de 2010, donde resulta difícil realizar análisis certeros de lo que la sociedad catalana demanda de sus políticos y mucho más complejo aún extraer conclusiones del camino a seguir por unos y otros partidos. Está claro que eso de subirse a la ola en el momento en que ésta te permite surfearla y llegar en pie a las arenas de la playa, en política no es tan fácil como alguno quiso creer. Supongo que Mas de uno estará pensando que la improvisación no es buena consejera cuando lo que se le está planteando a un pueblo es su independencia mientras tiene serias dificultades para llegar a fin de meses y los servicios sociales básicos, léase educación o sanidad, ven en riesgo su viabilidad a base de recortes.

Todo adelanto electoral, se quiera o no, es una crónica de un fracaso porque el mandato de los electores es conformar mayorías que hagan posible la gobernabilidad el tiempo para el que han sido elegidos. Este es el primero de los errores cometidos por el president Mas cuando convocó los comicios a mitad de legislatura, sin aparentes motivos capaces de ser comprendidos por la ciudadanía. La necesidad de un pacto fiscal que garantice la financiación de Cataluña en el Estado español no era argumento suficiente, toda vez queConvergencia i Unió había logrado la aprobación de sus presupuestos en Cataluña con los votos del Partido Popular y, además, en los 30 años de democracia esa reivindicación ha sido una y otra vez aparcada por CiU a cambio de mejoras en la cuantía de la financiación desde Madrid. Se trataba, pues, de encontrar objetivos de más amplio calado capaces de movilizar a Cataluña hacia una mayoría absoluta de Artur Mas. La gran manifestación de la Diada convenció al president de la necesidad de un salto cualitativo en la oferta electoral nacionalista. La independencia ya no era solo un credo futurista de los convergentes sino que se convertía en el adn existencial. Liderar un proceso social que se creía mayoritario se convirtió en el centro de todas las miradas y en el escenario de todas las batallas. El plebiscito nacionalistas/constitucionalistas estaba servido y no era la primera vez que ocurría en el Estado español, pues, elPNV ya vivió similar circunstancia con el lehendakari Ibarretxe y su frustrado plan de asociación con España.

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Mas acudía a las urnas alentado por unas encuestas tan erróneas que su responsable ha dimitido al amanecer del día después de las elecciones, seguro de mejorar el resultado de 2010 que aunque no alcanzara la mayoría absoluta le permitiría gobernar otros cuatro años de manera holgada y formular la propuestas independentistas sin las prisas ni las presiones de Esquerra Republicana. La táctica se imponía a la estrategia y las necesidades eran más que las virtudes. Por medio una campaña durísima contra su persona con todo tipo de insultos y descréditos incluidas tremendas acusaciones en la cloaquera prensa madrileña de cuentas en Suiza y Liechtenstein de él, su familia y de la del ex president JordiPujol. A nadie debiera sorprenderle este tipo de juego sucio cuando lo que está hipotéticamente en juego es la escisión de una parte de un Estado. Que España defendería su posición inamovible de una, grande y libre para los que se sientan exclusivamente españoles es algo que tendría que haber tenido más que calculado CiU cuando tomo el decidido camino independentista. De otra forma, tal vez el problema es que ni estaba trazada adecuadamente la hoja de ruta, ni las consecuencias de su fracaso en algún punto y cuando alguien pisa el acelerador en una cuestión tan sensible no basta con tener plan B,, ni siquiera plan C.

Es difícil saber qué motivos han llevado a los catalanes a castigar a CiU y especialmente a Artur Mas tan severamente, pero yo me atrevo a apuntar cuatro cuestiones:

1.- La credibilidad de la oferta independentista de Mas y CiU era menor por ser la marca blanda nacionalista que la de ERC de siempre defensora de esta vía rápida. Por tanto, puestos a ser independientes muchos debieron pensar que apoyando a Esquerra lo serían más rápido.

2. Los tremendos recortes del govern de Mas en materias de amplio calado social pasan la misma factura que a todos los gobiernos que los han llevado a cabo y han pasado por las urnas. En otras palabras, la apuesta por la independencia no sirve de bálsamo milagroso para perder la memoria de los derechos atacados.

3.- El portazo dado con contundentes declaraciones de los miembros de la Comisión Europea, con su presidente Barroso al frente, a los afanes de Mas de ser Estado de la UE, han dejado en evidencia la falta de un trabajo previo clave ante las instituciones europeas al modo que lo han venido haciendo en los últimos años los mandatarios escoceses dirigidos por Alex Salmond. El temor a quedarse fuera, en tierra de nadie, también ha supuesto un duro revés para los intereses del president.

4.- La dura campaña de desprestigio ha podido calar por que en los entornos de CiU la corrupción ha estado presente en sucesivos y diversos casos de financiación ilegal y enriquecimiento personal ilícito en buena parte de su historia. Llovía sobre mojado y hacia falta poco que demostrar para que la siembra de rumores se convirtiera en una media verdad.

Sea como fuere, lo importante ahora es tratar de vislumbrar el incierto futuro que depara la política catalana. Hay que empezar por decir que con este resultado realmente no ha ganado nadie. Mal hace Madrid pensando que se ha frenado el afán independentista cuando según como quiera hacer uno los números pero en el menor de los casos el apoyo a la independencia de las fuerzas del nuevo Parlament superaría el 70%. Pírrica victoria creer que con esos ratios se ha frenado la voluntad popular que una y otra vez le está diciendo a España que quiere marcharse. La trampa permanente, unas veces recurriendo al Tribunal Constitucional para replantear un Estatut votado por los catalanes o al Congreso de los Diputados para dar portazo a cualquier propuesta de pacto fiscal, está totalmente agotada y de seguir en ese empeño lo único que está logrando el gobierno central es acelerar la suma de voluntades independentistas. Pero también hacen mal los más radicales nacionalistas catalanes en alardear de estos resultados. Deberían recordar que gobernaron durante ocho años en Cataluña en un govern tripartito presidido por el PSC – Partido de los Socialistas de Cataluña – y acompañados por ICV – Iniciativa per Catalunya y los Verdes – y la escasez de logros hacia la independencia fue manifiesta, así como su balance de gestión económica poco edificante.

Con un PSC en caída libre, con guerras internas y asolado por la corrupción, el único socio que le queda Artur Mas es ERC que seguro tratará de controlar el camino independentistas de CiU desde fuera del gobierno y que asumirá el liderazgo de la oposición catalana contra las políticas de ajuste que Mas pretende seguir llevando a cabo. Más que un amigo, pues, pueden convertirse de la noche al día en el peor enemigo. Claro que la otra opción todavía suena peor, ya que consistiría en acudir con el rabo entre las piernas a Moncloa para rogar al presidente Rajoy apoyo en el Parlament como ya sucediera en la legislatura anterior. El descrédito sería supino y Mas habría firmado su sentencia de muerte política. Por tanto, a Convergencia i Unió solo le queda la opción de aceptar el apoyo en la investidura de ERC y tratar de gobernar a duras penas, haciendo equilibrios que se antojan imposibles entre fuerzas antagónicas que pretenderán a cada paso debilitar al president Mas para provocar su definitiva caída. De fracasar el intento, mucho me temo que podríamos estar en la antesala de unas nuevas elecciones anticipadas en breve plazo con un candidato convergente nuevo como último recurso para tratar de salir del laberinto en que ellos mismos se han metido y han metido a Cataluña.

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La identidad del ladrillo: compre una casa para ser español

La ocurrencia la define el diccionario de la lengua española como la idea inesperada, pensamiento original o el dicho o hecho gracioso e ingenioso de una persona. Expresado así no parece semánticamente contener maldad alguna el término, pero lo cierto es que las más de las veces el ocurrente no tiene la más mínima gracia y el problema es que por tener una oportunidad ante los focos mediáticos, son muchos los protagonistas políticos que se lanzan a provocar titulares agarrados férreamente a la feliz ocurrencia. Y como en todo, aquello que si cae mal a la audiencia dan en llamar “globo sonda”, tiene su graduación y es más o menos perdonable según la trascendencia del hecho que aborda la ocurrencia de turno. Esta vez ha tocado sobre un tema fundamental, que afecta a los derechos básicos de la persona, su identidad o en términos más prosaicos, su nacionalidad. Ha sido el Secretario de Estado de Comercio, Jaime García-Legaz, el encargado de largar la propuesta “original”, como suele ser tradicional en un desayuno informativo de esos que a base de croissant y horario temprano, nadie pregunta y todos escuchan boquiabiertos con la legaña puesta. En un intento por dar salida al ingente stock de viviendas hechas y por hacer sin comprador que asola la economía española, este audaz e intrépido libre pensador propone al mundo mundial que por la compra de un piso se le conceda la nacionalidad, eso sí siempre que se rasque el bolsillo al menos con 160.000 euros.
En una palabra, lo que está estudiando el gobierno Rajoy es la compra de derechos, una especie de subasta de pisos con DNI en primera línea de costa. Eso sí para que no parezca raro esto de vender la dignidad, se nos pone como edificantes ejemplos de nuestro entorno, los casos de Irlanda y Portugal, rescatados ambos y que también han compartido la miseria humana de considerar patriota a cualquier  ciudadano que ponga sus dineros en su suelo o arcas. La oferta de adquisición de nacionalidad a cambio de ladrillo va dirigida según palabras del propio ocurrente a ciudadanos chinos y rusos deseosos de adquirir en propiedad una vivienda en las cálidad costas españolas, pero que sin permiso de residencia y por qué no ya nacionalidad en toda regla, se ven privados de disfrutar debidamente de su inversión realizada. Pobres, pobres no parecen los destinatarios de la ocurrencia, porque los millones de pobres en China y en Rusiabastante tienen con pensar en sobrevivir a la hambruna y la miseria como para pensar en el pisito en Benidorm. Parece evidente, salvo para el peor ciego que es el que no quiere ver, que la oferta tiene a sus demandantes en fondos de inversión de dudosa procedencia en países cuando menos cuestionados por su escaso respeto a los derechos humanos. Al menos el presidente español podría haber tenido la deferencia de ofrecerle la ganga inmobiliaria a la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, presente en la rueda de prensa de Moncloa donde Rajoy ratificó estar estudiando la ocurrencia.

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El Partido Popular que tiene entre sus credos la defensa a ultranza de la unidad nacional de la España indivisible, nos propone convertir la península en una peculiar “Tierra de patriotas”, una suerte de reinvención identitaria más basada en la creencia y el compromiso con la ferralla y el encofrado, que en valores democráticos y cívicos. Una especie de libre versión moderna de la conquista del Oeste y de los pioneros de Estados Unidos o el nacimiento de la nación australiana y neocelandesa a manos de delincuentes deportados de las islas británicas. Como las mejores películas de vaqueros o de la mafia siciliana reinando en Chicago. Claro que tampoco es novedad esta faceta del PP de renovar su credo nacional, pues, ellos de la mano del ex presidente Aznar extinguieron el servicio militar obligatorio y apostaron por un Ejército profesional de inmigrantes mercenarios de bajo coste. Está claro que para algunos el inmigrante, antes que una persona con sus derechos, es un recurso que según su renta per cápita puede alcanzar la nacionalidad en un día o se le niega la asistencia sanitaria más básica. Dígame cuanto dinero tiene en su cuenta corriente y le diré cuántos derechos tiene.
Lo que repele aún más de la medida es que la Unión Europea, ese espacio ejemplar que debería ser de respeto de los derechos de las personas, esté mirando a otro lado cuando legislaciones de sus Estados miembros conceden privilegios a golpe de talonario. Cuando el derecho de asilo se está denegando en algunos países europeos a personas de huyen de tragedias de todo tipo, bien sean bélicas o por hambruna, alguien en Bruselas tendría que alzar la voz de la dignidad contra políticas que tras la búsqueda de inversiones, lo que hacen es especular con la miseria humana y nos cuelan de rondón el concepto como destino solo para ricos. Cabe destacar que ciudadano europeo es toda persona que ostente la nacionalidad de un Estado miembro de la Unión Europea. La ciudadanía de la Unión fue creada por el Tratado de Maastricht en 1992 y los ciudadanos de la Unión son titulares de los derechos y sujetos de los deberes previstos en el Tratado. La importancia de la ciudadanía de la Unión radica en el hecho de que sus ciudadanos gozan de derechos auténticos al amparo del Derecho Comunitario Europeo. Los derechos principales que confiere la ciudadanía con arreglo a la Parte 2 del Tratado CE son los siguientes: Derecho a circular y residir libremente en el territorio de los Estados miembros; Derecho de sufragio activo y pasivo en las elecciones al Parlamento Europeo y municipales del Estado miembro en el que resida; Derecho a la protección de las autoridades diplomáticas y consulares; Derecho de petición ante el Parlamento Europeo; y Derecho a dirigirse al Defensor del Pueblo.
Si en la política actual preocupa la falta de ideas, más debería preocupar la industria de la ocurrencia, en este caso fruto de la “Factoría FAES“, la Fundación vinculada al PP cuyo máximo impulsor fue José María Aznar, tratando de remedar el modelo alemán de la Konrad Adenauer. De sus filas han salido buena parte de los actuales dirigentes de nivel medio del Gobierno Rajoy, expertos en fabricar conceptos ocurrentes que la mayoría de las veces al trasladarse a la realidad suelen quedar en meras cortinas de humo o falsos debates. La necesidad de aportar ideas a los problemas que la sociedad debe afrontar debería ser tomado con más rigor por aquellos que están llamados tarde o temprano o ejercer responsabilidades de dirección de un Estado.
Parece que España ha optado por inducir a sus jóvenes mejor formados a coger la maleta de la emigración, a la par que abre las puertas de par en par a la nueva versión de la inmigración ilegal. Mientras la inmigración del hambre muere en pateras en el Estrecho, les ponemos pisos de 120 metros cuadrados y terrazas con vistas a ese mar de la tragedia a nuevos ricos de lejanas tierras. Hemos inventado el ciclo de exportar supuestos talentos e importar presuntos delincuentes. Lo alucinante del caso es que a los ocurrentes no se les caiga la cara de vergüenza de salir a contarlo. Y luego se extrañan de que millones de ciudadanos en CataluñaEuskadi, Galicia y Canarias quieran perder esta nacionalidad española de mercenarios.

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De huelgas generales

Es muy probable que haya más de 40 millones de razones para secundar la convocatoria de una huelga general en España y en buena parte de los países de las Unión Europea. Cuarenta millones de quejas en forma de paro, de aquellos que desde hace cinco años sufren, sin conocer aún el motivo, el desmantelamiento de derechos básicos a base de recortes y que han visto caer su poder adquisitivo año a año a manos de una crisis que empezó siendo financiera y hoy parece sistémica. Lo que si es seguro es que hay al menos 5.778.100 razones, la de los parados de la última encuesta de población activa en España que salvo el gesto de manifestarse no pueden hacer huelga porque carecen de un puesto de trabajo y lo que es peor, de esperanzas a corto de encontrarlo. Pero que el personal tenga un cabreo mayúsculo y que se suba por la paredes ante las políticas que aplica el gobierno al dictado de las consignas de la canciller Ángela Merkel, no quiere decir que entienda que la huelga general es el mejor cauce de presión para sus quejas. Sobre todo, si a base de convocarlas los sindicatos pierden fuelle y la sociedad se agota en clamar sin recibir respuesta alguna.

El primer problema con que se encuentran las organizaciones sindicales que llaman a un paro general es poner cara al adversario. En principio se tira del recurso fácil de convertir al gobierno en el centro de la protesta. Razones de índole política seguro que no sobran dados los sacrificios a que está obligando a los ciudadanos. Pero la realidad es que el conjunto de la queja social es mucho más amplio, se extiende a otros estamentos que en una huelga general se parapetan tras los rostros del Ejecutivo. La clase política entera está puesta en tela de juicio por la calle, según la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) se han convertido en el tercer problema para los españoles, después del paro y los temas de índole económico domésticos. Los grandes partidos sufren un desgaste cada vez mayor por su incapacidad para buscar respuestas a la crisis y, especialmente, por aceptar sumisos las recetas monolíticas de Bruselas. Y no es menor la percepción de enemigo que la gente ha desarrollado de la banca. Primero como perceptores de cuantiosos fondos de ayudas públicas que en nada ha revertido en la situación de pymes y familias en forma de crédito fluido. Pero más recientemente el rostro helado de las entidades financieras ha agriado el panorama con un aluvión de desahucios y miles de personas sin techo fruto de su intransigencia ante la extrema necesidad. El enemigo, por tanto, es el sistema y una huelga no canaliza adecuadamente el descontento general porque el mensaje no llega a todos sus destinatarios correctamente.

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La segunda grave dificultad a la que se enfrentan los sindicalistas es su paulatina pérdida de credibilidad. Aquellos sindicatos de clase que fueron perdiendo su sentido tras los procesos de reconversión industrial de la década de los 80, dieron paso en los 90 a sumisas organizaciones adaptadas a los tiempos de bonanza y adaptadas a los nuevos tiempos de la formación continua como única fórmula de financiación y de ser cautivos de los gobiernos de turno. Su independencia y capacidad de acción fueron mermando a la vez que su liderazgo social desaparecía. Fueron perdiendo sector a sector su verdadera representatividad a base de negociaciones con la patronal y fotos con los gobiernos. Demasiado salón y poca calle, demasiada imagen en los medios y poca actividad entre los trabajadores. Sus cuadros más funcionariales que nunca perdieron el pulso de las fábricas, de los servicios, para refugiarse en la función pública y en los transportes como último bastión para tratar de demostrar su fuerza. Pero la realidad es que cuando la crisis se les echó encima y se quisieron recuperar el tiempo perdido, muchos ya no creían en ellos y el riesgo de convocar movilizaciones sin ser secundados por una mayoría se acrecentó gravemente.

Ahora que los líderes sindicales son conscientes de que o se ponen a la cabeza de la manifestación o pasarán a los libros de historia y a las salas de los museos, tratan de demostrar desesperadamente que siguen vivos y palían la falta de respresentatividad y de movilización antes aludida con imágenes mediáticas de impacto ligadas a los movimientos sociales de los indignados que llevan meses tomando la calle. Su batalla es colarse en la agenda de los medios, en un titular de periódico, en una crónica de radio o en corte de informativo de televisión. Viven de la imagen y eso les fuerza endémicamente a sobreactuar buscando extraños y muchas veces incómodos compañeros de viaje en grupos antisistema y tribus urbanas diversas. Una desubiación demasiado obvia para el común de los mortales que les pasa factura a cada nueva huelga convocada. En la misma encuesta del CIS antes citada, los españoles se mostraban dispuestos a manifestarse en las calles ante lo que consideran una injusticia del sistema para con ellos, pero la huelga ocupaba espacios muy poco relevantes entre sus voluntades. De la misma forma que pertenecer a una organización sindical para una inmensa mayoría no tiene ya sentido.

Nadie es capaz de articular nuevas formas de presión ante tanto sinsentido. Nadie le pega donde le duele al responsable y culpable de tanta atrocidad que lleva a millones de personas a vivir en la miseria y a cientos de miles a quedarse sin hogar. La gente se suicida desde los balcones y se tira a las vías del tren desesperadas sin una brizna de luz que les ampare el futuro. Mientras las protestas caen en saco roto, la política es inútil en el servicio para que fue creada: el arte de hacer posible lo necesario. No se presentan alternativas sean reformistas o revolucionarias, desde dentro o desde fuera del sistema. Las ideas brillan por su ausencia porque nadie las valora, nadie escucha y todo el mundo prefiere seguir al colectivo en sus fallos. Más vale acompañado aunque por camino equivocado que la soledad del individuo que busca soluciones.

Así las cosas, asistimos al ritual de la huelga general como una rutina de normalidad en el contexto actual de la crisis. Todo es absolutamente previsible en la liturgia de enfrentamiento entre piquetes y fuerzas del orden, el número de detenidos clásico cercano al centenar, la silicona en las puertas de unas cuantas entidades bancarias, los servicios mínimos que se cumplen y las valoraciones de seguimiento que rondan el 90% para los sindicatos y el 10% para el gobierno. ¡Y viva la objetividad! Al día siguiente unos recogen sus banderas rojas y otros se quitan los escudos antidisturbios y vuelven al día a día como si tal cosa. El gobierno a sus ajustes, los sindicatos a sus fondos de formación y la gente, la que como diría el poeta cantautor Serrat, la que siempre está detrás, seguirá a lo suyo a lo que nadie se ocupa, porque:

Detrás de los himnos y de las banderas.
Detrás de la hoguera de la Inquisición.
Detrás de las cifras y de los rascacielos.
Detrás de los anuncios de neón.

Detrás, está la gente
con sus pequeños temas,
sus pequeños problemas
y sus pequeños amores.

Con sus pequeños sueldos,
sus pequeñas campañas,
sus pequeñas hazañas
y sus pequeños errores.

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Desahucios: el falso dilema entre ser justos y cumplir la ley

Según un informe elaborado por vocales del Consejo General del Poder Judicial, en los últimos cuatro año son 350.000 los desahucios producidos por la crisis económica. Si queremos que nos abrume más aún esta cifra podemos calcular que ya son 517 los desahucios de media al día o lo que es lo mismoalgo más de 21 cada hora o que cada 167 segundos hay una familia en España que tiene que abandonar su vivienda. Esta es la cruda realidad del rostro helado de una situación económica que primero nos dejó a millones de trabajadores en paro, que ha situado a una de cada cinco personas bajo el umbral de la pobreza y que ahora les convierte día a día en una legión de homeless sin esperanza en la vida. Podemos tratar de negar la realidad o podemos mirar hacia otro lado cuando lo que vemos no nos gusta, pero el cerco de la miseria se está cerrando entorno a nosotros sin que seamos capaces entre todos de aportar soluciones solidarias inteligentes. Hace tiempo que cuando supimos que venían mal dadas, la mayoría optó por tirarse al monte, por sacralizar las posiciones individuales del sálvese quien pueda y poner tierra de por medio con el problema ajeno. Ahora que las calles empiezan a recordarnos página a página el drama de Los Miserables, solo nos falta un Víctor Hugo contemporáneo que nos reedite el clásico dilema de la ley entre la justicia y honestidad. Tal vez por ahí debiéramos a empezar a recuperar la ética de nuestra sociedad venida a menos.

Que el problema proviene de los felices años del ladrillo resulta una obviedad. Que la responsabilidad de la situación es compartida entre todos los actores que hicieron posible aquella juerga, ya no hace falta repetirlo. Que en última instancia el desahuciado no puede apelar al engaño como único argumento para justificar su irresponsabilidad de llevar una vida por encima de sus posibilidades, también es reseñable. Que durante la última década anterior a la crisis todos fuimos partícipes de una cadena de errores compartidos con tal de vivir mejor, es la única verdad. De ahí que acuda al término honestidad para tratar de dilucidar en primera instancia cómo salir del entuerto en que nos hallamos inmersos. La honestidad es una cualidad humana que consiste en actuar de acuerdo a como se piensa y se siente. En su sentido más evidente, la honestidad puede entenderse como el simple respeto a la verdad en relación con el mundo, los hechos y las personas; en otros sentidos, la honestidad también implica la relación entre el sujeto y los demás, y del sujeto consigo mismo. Dado que las intenciones se relacionan estrechamente con la justicia y se relacionan con los conceptos de “honestidad” y “deshonestidad”, existe una confusión muy extendida acerca del verdadero sentido del término. Así, no siempre somos conscientes del grado de honestidad o deshonestidad de nuestros actos. El autoengaño hace que perdamos la perspectiva con respecto a la honestidad de los propios actos, obviando todas aquellas visiones que pudieran alterar nuestra decisión. Por eso convendría preguntarnos, ¿qué grado de engaño hemos admitido todos en la circunstancia que nos rodea? ¿Hemos sido honestos en nuestro trabajo, lo hemos sido socialmente con la realidad que conocemos? Ya sé que suena a religión maniqueísta pero nada más lejos de mi intención convertir el doloroso tema de los desahucios en un juicio moral, simplemente trato de que busquemos una solución justa que inspire la imprescindible reforma de la rígida ley hipotecaria que hoy día nos rige.

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Dos son los bienes a preservar en la actual circunstancia provocada por los desahucios en masa: el primero y, por supuesto, más importante, el drama humano que acarrea y el necesario auxilio a las familias afectadas. Cualquier otro planteamiento está fuera del Estado social de derecho que nos hemos dado y, por tanto, es automáticamente denunciable. Pero el segundo, imprescindible para la supervivencia del sistema de convivencia consiste en salvaguardar el funcionamiento de las entidades financieras que si bien es cierto que han contado con ingentes cantidades de dinero público para sanear sus balances, también lo es el hecho de la necesidad de garantizar los ahorros a las familias y los créditos a las empresas. Si de la noche a la mañana decidiéramos cambiar las reglas del juego por el que se suscribieron cientos de miles de hipotecas y condonáramos dichas deudas con bancos y cajas, el sistema entraría de forma automática en quiebra técnica por lo que conviene meditar la reforma de una ley que tiene aspectos y derivadas muy complejas. El comportamiento de las distintas entidades afectadas denota una forma de enfrentarse al problema. Mientras algunas han aplicado tratamientos jurídicos estrictos sin meditar en las consecuencias sociales de su decisión y el impacto en su propia imagen corporativa, otras se han adelantado tratando de instrumentar soluciones al mismo. Además, debería quedar claro que los desahucios de bancos rescatados no son equiparables a los de entidades que han afrontado la crisis sin necesidad de ayudas públicas. En todo caso, estamos ante la necesidad de un plan de contingencia que realoje a las miles de familias que se están quedando sin hogar. En estas circunstancias la primera demanda de los afectados es de información y de capacidad de negociación con sus acreedores, las iniciativas de arbitraje y mediación por parte de la Administración deberían estar ya en funcionamiento en las distintas Comunidades Autónomas que son las competentes al efecto.

El realojo cuando se ha producido el tremendo trance del desahucio pasa a ser la segunda necesidad perentoria. Dado el parque de vivienda construido en España que actualmente no encuentra comprador, difícilmente sería explicable a esta sociedad que no seamos capaces de emplear estos pisos vacíos para reubicar a familias sin techo. La fórmula del alquiler social combinado con la dación en pago parece hoy por hoy la solución más sensata. Es evidente que estamos hablando de soluciones transitorias, pero gracias a ellas podemos resolver dramas inmediatos que requieren pronta actuación. La mayoría de las familias que no pueden hacer frente a hipotecas cuya cuantía se fijó en tiempos de bonanza pueden disponer de rentas básicas para pagar alquileres de pisos que aunque mermen su calidad de vida resuelven la emergencia que supone verse en la calle y arriesgarse a la desestructuración de una familia. En poner en marcha estas herramientas de urgencia deben implicarse sin pausa alguna las Administraciones local, autonómica y central y las entidades financieras, la mayoría de las cuales son acreedoras de las hipotecas de los desahucios, propietarios de los pisos en venta y los únicos capaces de poner en le mercado nuevas promociones de vivienda.

Si queremos de una vez por todas trabajar en soluciones al problema creado por el sector inmobiliario en España deberíamos partir por reconocer el enorme desajuste que existe entre la demanda y la oferta del mismo. El problema no lo suponen los pisos vacíos que pueden ir absorbiéndose anualmente por la incorporación habitual de demandantes de vivienda nueva. El agujero negro de nuestra economía que lastra los balances de los bancos no es otro que el suelo con el que se han cargado y que ni siquiera está en disposición de ser promocionado. Con cinco millones y medio de parados y una crisis de confianza endémica en nuestras posibilidades de crecimiento parece imposible reactivar la venta de pisos, por lo que el alquiler se ha convertido en la única fórmula de colocación de activos inmobiliarios. Si la vivienda de protección oficial está perdiendo a pasos agigantados su posición ante la caída del precio medio de la vivienda, es el momento de que su lugar de promoción social lo ocupe el alquiler con nuevas fórmulas y precios asequibles a las situaciones de inestabilidad económica que viven las familias medias españolas. El obstáculo principal para dinamizar el alquiler es que en nuestro país sus propietarios se encuentran totalmente atomizados, no existen empresas profesionales que intermedien adecuadamente entre los buscadores y los propietarios, por los precios oscilan de manera arbitraria. Promocionar el alquiler es ya una necesidad para navegar los peores años de la crisis.

Cambiar la cultura de la propiedad por la cultura del alquiler nos acercaría a una forma de vivir a la europea. En Europa el ratio proporcional de ambas formas de uso de una vivienda es de 60 a 40 por ciento a favor de la propiedad, mientras en España es de 85 a 15 por ciento. Tenemos un 25% menos de viviendas en alquiler que en los países de nuestro entorno. Ese lastre genético por el que nos vemos obligados desde muy jóvenes a invertir nuestro futuro en la hipoteca de un piso, en un mundo globalizado y en movilidad, es un lastre para el desarrollo de nuestra sociedad. El disfrute de una vivienda tiene más que ver con la capacidad que en cada momento tenemos de pagar por su uso que por la propiedad de un activo cuyo valor ya no está claro que mejore con el tiempo. La enfermedad del ser humano de acumular pertenencias en vida para transmitirlas a nuestros descendientes ha generado la mayor parte de los conflictos sociales, bien haríamos, pues, en poner más interés en la creación de riqueza y en generar en nuestros entornos felicidad vital que en atesorar herencias para cuando ya no estemos aquí. Un piso por muy hogar que llegue a ser, no es más que el derecho de todo ser humano a vivir dignamente, poco sentido tiene que pretendamos convertirlo en un valor eterno acumulable de generación en generación. El único bien y es inmaterial que vale la pena transmitirlo cuidadosamente de unos a otros es el conocimiento y tiene muy poco que ver con el suelo, el hormigón o el ladrillo. El problema de un desahucio, por lo tanto, no está en lo que perdemos como pertenencia, sino en la vulneración de un derecho básico que estamos entre todos obligados a preservar.

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De las horas más difíciles del socialismo español

Cuando uno escribe siempre llega un día que si se quiere ser honesto con uno mismo toca desnudarse. Es un instante complejo de mirada extraña y figura ante el espejo que siempre habríamos deseado no tener que pasar. Se vive como una confesión sin cura y sin confesionario, en el anonimato de unas palabras sobre un papel en blanco pero la penitencia de hacer públicas las intimidades es más dolorosa que el peor de los via crucis. No tengo nada de lo que sentirme culpable, más bien todo lo contrario tengo mucho de lo que enorgullecerme, pero es como quien se despoja de algo que considera parte de su identidad que jamás reveló públicamente. Y a ello voy: nací en un hogar que por historia y convicción militó en el Partido Socialista Obrero Español y que sufrió en carne viva la guerra civil, la posguerra y las consecuencias de una dictadura para quien no estuvo en el bando victorioso. Con todo no me educaron en la venganza ni en el odio al enemigo, tuve la inmensa fortuna de acudir a las clases de profesores que lo fueron de laInstitución Libre de Enseñanza al amparo de la noble personalidad de Josefina Aldecoa. Liberado de los principios fundamentales del Movimiento,  del “Cara al sol”, de la confesión y comunión diaria, crecí entre libros de literatura prohibida y los poetas del 27. Una libertad que sigo atesorando y que probablemente haya fraguado una terca personalidad independiente. Por eso hoy me duele en las entrañas la deriva onerosa que está tomando el Partido Socialista en España y que en el peor de los momentos dibuja el escenario más patético de defensa de los derechos de los más débiles.

Vivimos una crisis dura, no solo por los azotes de pérdida de bienestar que supone, sino porque no somos capaces de ponerle rostro y combatirla. Pareciera como que el enemigo sabe darnos la espalda cada vez que tratamos de acercarnos a él para exigirle responsabilidades. Torna y muda a toda velocidad y siempre logra controlar la situación para hacernos parecer guiñoles a su antojo. Los pirómanos que incendiaron nuestras casas se nos muestran como solidarios bomberos pero cobrando la cuota de servicio para apagar las llamas que ellos prendieron. Todo sucedió en un mundo gobernado por tesis liberales de mercado y de capitales, de sociedad de consumo bien educada que pedía crédito al límite de sus posibilidades y, por supuesto, muchas veces por debajo de los lógicamente asumible. Pero había que seguir el ritmo infernal del crecimiento que nos marcaba la banca, las inmobiliarias y la industria del automóvil. Vivir para pagar, sin poder vivir y a la postre sin poder pagar. Nuestra izquierda, aquella que nuestros padres construyeron a girones de dolor, a tiros en trincheras, miró complaciente la festividad del santo empréstito y dio por bienvenida la juerga de los pobres enriquecidos de la noche a la mañana. Sindicatos y partidos del puño y la rosa cayeron en la trama oficial del todo vale y a la vuelta de unas décadas envueltos en corrupción y anquilosados por aparatos comprometidos con el establishment fueron perdiendo discurso, credibilidad y, lo más importante, dosis de ética para plantar cara.  Y así llegó la crisis con sus ERE’s y sus ajustes que no son sino la regresión a tiempos pretéritos cuando el trabajo era un don de gracia divina concedida por el empresario y no un derecho del ser humano.

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Así las cosas no es de extrañar que la sociedad haya dado la espalda a la política, porque realmente a quien se la ha dado es a la izquierda democrática, aquella de la que esperaba más cuando los actores de la crisis se pusieron al mando y reclamaron el cese ordenado de tanto despilfarro en forma de cobertura social para el pueblo. Esperábamos que estuvieran allí para defendernos aun cuando no supieran cómo hacerlo, esperábamos su gesto, su compostura, su compañía. Pero los compañeros a los que esperábamos nos volvieron la espalda y comulgaron con las razones oficiales, aceptaron los despidos, callaron ante los desaucios y levantaron tímidamente la voz cuando nos empezaron a despojar de derechos de educación o salud. Para entonces ya eran cómplices del drama y por eso en nada les sorprende que la gente no les vote, que les devuelva la espalda en forma de castigo en las urnas. Y uno pensaba que llegados a este punto llegaría la reacción, que alguien en su sano juicio o garante de unos principios o con el mínimo de coraje vital, trataría de enfrentarse a aquellos que han secuestrado la voluntad de unas ideas. Las siglas no representan nada si la acción no las acompaña y si no se sirve al pueblo para el que se dice servir.

En dos elecciones autonómicas, Galicia y País Vasco, el PSOE ha perdido cerca de medio millón de votos, pero ya lo hizo anteriormente hace un año en los comicios generales y en Andalucía y Asturias pese a mantener a duras penas unos gobiernos partitocráticos. De ser la opción mayoritariamente empática de los españoles ha pasado a ser la menos creída por ellos. Ha derrochado toda la honradez de más 125 años de historia. El Partido Socialista se fundó clandestinamente en Madrid, el 2 de mayo de 1879, en torno a un núcleo de intelectuales y obreros, fundamentalmente tipógrafos, encabezados por PabloIglesias. El primer programa del nuevo partido político fue aprobado en una asamblea de 40 personas, el 20 de julio de ese mismo año. El PSOE fue así uno de los primeros partidos socialistas que se fundaron en Europa, como expresión de los afanes e intereses de las nuevas clases trabajadoras nacidas de la revolución industrial. De aquellos ideales apenas quedan rastros y la traición continua lo ha convertido en una opción que como mucho aspira a la alternancia incapaz de construir un proyecto sólido de alternativa al modelo de sociedad en crisis que vivimos.

Andan ahora los socialistas españoles esperando la siguiente derrota para medir el grado de catástrofe que sufren y el nivel de cambio que deben aplicar en su aparato. Todo interno, todo endogámico mientras fuera la gente sufre y la tenaz política germánica europea que sodomiza al gobierno español nos hace más pobre de por vida y de por generaciones venideras. Y ellos mientras se retan unos a otros: el secretario general Rubalcaba se siente unánimemente respaldado y reta a los disidentes que se atrevan a que le echen de la madrileña sede de Ferraz. Pero en los mentideros del partido no hay dirigente que no clame por su decapitación seguros como están de que no existe futuro alguno en su dirección. Todos tienen miedo, el miedo al miedo, el pánico a perder no se sabe qué, a no estar en una lista a tener que verse las caras con la calle y la vida sin siglas que te amparen. Nadie tiene un gramo de dignidad para salirse del frío cálculo de los equilibrios de poder del partido y de los tiempos entre congresos ordinarios, conferencias políticas y elecciones varias. Por esperar solo esperan el fallo del contrario, el siguiente traspiés del Gobierno Rajoy para ocupar sin esfuerzo de nuevo La Moncloa y volver a traicionar la fe de sus votantes. Así cuatrienio a cuatrienio y tratar de pillar viento a favor económico para sufear la siguiente ola de crecimiento sin tener que generar una nueva teoría de reparto de la riqueza.

Así devanean los socialistas españoles en plena crisis y es normal que muchos ciudadanos radicalicen sus posturas de izquierdas y voten nuevas opciones como las que representan desde la atomizada versión de Izquierda Unida o las múltiples versiones nacionalistas como lo son los casos de Alternativa Galega de Esquerda de Xosé Manuel Beiras o la propia EH Bildu de la Izquierda Abertzale vasca. Se van por el sumidero como una bañera que un día estuvo llena de agua, pero en la que alguien se olvidó de poner el tapón. Pierden elección tras elección y se miran de reojo sin saber que hacer salvo cuidarse de la puñalada de su enemigo interior. Se desangran en cada titular de periódico en una frase vacua, incapaz de aportar una luz de esperanza a unos ciudadanos cada día más angustiados por la crisis. No necesitan reformarse, no les vale ya con regenerarse, solo les sirve una refundación porque ya no les vale ni la marca, ni el logo, ni los rostros que se ponen junto a él. Todo debería ser nuevo si de verdad quieren recuperar la credibilidad porque lo primero que deben demostrar es que quieren ser útiles a la sociedad, que quieren servir de algo a aquellos que un día creyeron en ellos y a otros que nunca lo harían. Seguramente hacen más falta que nunca o al menos tanto como cuando sus fundadores tuvieron el valor de alzarse contra la injusticia que les rodeaba. Pero si no son capaces de darse cuenta de volver a la vida y reconocer lo que en la calle es un problema puede que dejen de interesarnos y tal y como siempre evoluciona el ecosistema, se conviertan en especie extinguida y les sustituya otra más preparada para el mundo que vivimos. Su suerte aún es suya y la decisión de todos nosotros.

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Consejo Europeo de otoño o la monótona crónica del IV Reich

La verdad es que desfilar al paso de la oca marcado por la inflexible jefa del regimiento, día tras día, semana tras semana y Consejo Europeo tras Consejo Europeo, ya cansa. Levantar la pierna hasta la altura del ombligo y mantener el equilibrio unos segundos para realizar el cansino movimiento mecánicamente, ya duele. Escuchar cómo marca el ritmo en perfecto alemán, eins, zwei, eins, zwei, auf der linken Siete, auf der rechten Siete, ya agota. Que pase revista mirando el brillo de las botas de sus exhaustos soldaditos Estados miembros, repase la abotonadura de los raídos uniformes de países con déficti y nos caiga su sempiterna bronca por no hacer los deberes de austeridad, ya aburre. Pero lo que resulta verdaderamente insoportable es que la Canciller Merkel reduzca la concepción de construcción europea a los intereses de unos cuantos millones de alemanes cortoplacistas y, sobre todo, que no tenga ni idea a que charca conduce a su sumiso ejército de ocas tristes y desconsoladas. Si al menos supiéramos que el IV Reich nos ofrece la tierra prometida y que Merkel es capaz de lograr que las aguas del Rhin se abran en dos para encontrar el maná después de esta horrible travesía del desierto que está resultando la crisis del euro, podríamos plantearnos si debemos escucharla, pero el monólogo que ha impuesto en las instituciones europeas cada vez convence a menos y empieza a granjearse las fobias antigermánicas de muchos.

El Consejo Europeo de otoño celebrado esta semana en Bruselas ha vuelto a certificar la crónica de unas conclusiones anunciadas: se hace lo que dice Alemania y si se decide lo que no quiere Alemania, entonces se retrasa su cumplimiento o ni siquiera se cumple. Bajo el pacato argumento del que paga manda, Merkel nos quiere hacer creer que todo el proyecto de construcción europea de más de 50 años recientemente premiado con el Nobel de la Paz, se reduce a la contribución actual de sus sufridos súbditos germanos para cubrir las coyunturales deudas de algunos Estados de la Unión Europea. Se le olvida a la líder teutona que este invento de unirnos para no matarnos tiene su origen en el holocausto por ellos provocado de la mano de unos dementes gobernantes nazis. Se le olvida que en un sano ejercicio de reconciliación europea todos aplaudimos la caída del muro, ese disparate de la humanidad. Se le olvida que durante los años de sacrificio para lograr una reunificación de las dos alemanias todos miramos para otra parte cuando ellos incumplían sistemáticamente todos los criterios de convergencia para poder instaurar el euro. Se le olvida para colmo, que el endeudamiento de países como Grecia o España se debe en gran medida a la intervención de los bancos alemanes alentando la fiesta consumista, en el caso español del ladrillo, porque les producían notables beneficios en sus balances. Y se le olvida todo esto porque le conviene ahora aprovecharse de las miserias de otros y al sentirse fuerte sacando tajada del empobrecimiento de millones de personas en Europa, prima el egoísmo cicatero de unos pocos sobre el interés general de 500 millones de habitantes.

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Pero me temo que de nada sirve tratar de hacer recordar a quien no tiene memoria y a quien saca ventaja del olvido. Más práctico sería que tratáramos de adaptarnos a la circunstancia de modo realista y ver la mejor forma de salir de esta situación airosamente. Que Alemania crea empleo cuando los demás lo destruimos o que paga su deuda a seis puntos menos de interés que nosotros no es más que el resultado de cuatro años de crisis donde el poderoso ha impuesto sus normas a los demás. La pregunta es bien simple: ¿es posible lograr un cambio de fuerzas en el conjunto de la Unión sin hacer peligrar su integridad? Si somos capaces de unir esfuerzos sin romper los vínculos de nuestras instituciones para torcer el actual rumbo marcado desde Berlín aún tenemos la oportunidad de hacer posible por más décadas el sueño europeo. No podemos permanecer estáticos como inválidos quejándonos sistemáticamente de las decisiones germánicas convirtiendo la UE en una suerte de juicio maniqueo de buenos y malos. Resulta tan pueril culpar de todo lo que nos sucede a Alemania, por más que su política cicatera sea perjudicial, como pensar que la Unión es un mundo idílico ajeno a intereses nacionales. Necesitamos reaccionar tenemos que movernos y rápido, no podemos acudir a una cumbre más con la crónica de la derrota escrita en ella.

España ha perdido las dos batallas que planteaba en este Consejo. La imposibilidad de aplicar la recapitalización directa de la banca española supone de facto aumentar el déficit público si queremos que el crédito vuelva a fluir en la economía productiva, o eso, o dejamos caer a un 30% de las entidades financieras. “No va a haber ninguna recapitalización directa retroactiva”, dijo tajante Merkel y con ello condenaba a los españoles a nuevos sacrificios. ¿Cuántas nuevas humillaciones puede soportar la dignidad de los ciudadanos griegos, portugueses, españoles y pasado mañana italianos o franceses? De la segunda derrota ni se habló, pues, si no podemos rescatar a la banca sin condiciones adicionales, es preferible aparcar para más adelante la opción de flexibilizar los plazos de cumplimiento de reducción del déficit público impuestos por Bruselas. De momento Rajoy vuelve de la cumbre con 40.000 millones menos o con un punto más de déficit, si lo queremos medir en meros datos cuantitativos. Pero lo más importante es que vuelve a España dejando la sensación a sus ciudadanos de su debilidad, de su incapacidad para ser comprendido y ayudado.

Condenados a dedicar todos nuestros esfuerzos a pagar la deuda contraída, el camino del empobrecimiento y de la venta de nuestros activos parece irreversible. Una senda por la que ya han transitado otros Estados miembros y por el que podrían acabar la mayoría de los países de la Unión. Esa reflexión que ya es bastante unánime, a la vista de las declaraciones previas al Consejo del presidente Hollande y los silencios expresivos del primer ministro Monti, debe conducir a posturas comunes, a alianzas inteligentes para cambiar el rumbo de las políticas europeas. España e Italia, ambas al borde del precipicio, suman más de 100 millones de habitantes hartos de perder calidad de vida culpados de pecados que nunca cometieron. El apoyo secundario – pues nadie puede pensar en la ruptura del eje franco-alemán que dota de solidez a la Unión – de Francia a una iniciativa de mayor integración económica y política supondría el espaldarazo definitivo para que desde el Parlamento Europeo y la Comisión se pongan en marcha medidas de reactivación de Europa por las que clama el mundo entero. Por más que Alemania parece hacer oídos sordos a todos, la rueda se ha parado en la UE, la actividad se viene abajo y ello está produciendo el efecto consabido en una economía mundial globalizada. China se frena a la misma velocidad con que puso en marcha su desenfrenado crecimiento sobre todo porque Europa no compra sus productos. Estados Unidos, más allá de su proceso electoral coyuntural, mira cada vez con más preocupación nuestras broncas internas y ha lanzado severas críticas a la política blindada de Merkel de austeridad, recortes y ajustes. El mundo pide ya a Europa que reaccione y si aunque Alemania no nos siga en primera instancia, tenemos la obligación de ser responsables en conjunto de nuestro protagonismo universal.

La Unión Europea es una realidad mucho más fuerte de lo que perciben sus ciudadanos, la fuerza de su unidad se construye cada día mediante normativas que nos obligan a trabajar juntos. El entramado construido es ya una amalgama de intereses cruzados, de movimiento continuo de mercancías, capitales y personas imparable. Nos jugamos demasiado como para ponerlo en riesgo plantándonos inopinadamente ante Alemania y romper el espacio que tanto nos ha costado construir. Actuar con la sutileza que la situación precisa supone negociar y dialogar entre todos, algo que requiere más diplomacia discreta, paso a paso en cada mesa en cada tema. Europa no puede seguir siendo un monótono desfile al paso que marca Alemania, pero evitarlo es cuestión de ser responsables cada uno de nuestras políticas y de colaborar sinceramente para cambiar su actitud. Si nos limitamos a las grandes declaraciones, las apariciones en medios de comunicación de los líderes reprochando a Merkel su comportamiento y después nos los mismos jefes de gobierno vuelven a sus países con el rabo entre las piernas, la credibilidad de la Unión ante sus ciudadanos se vendrá abajo, más aún de lo por los suelos que ya se encuentra. Sigue habiendo una oportunidad de disolver el IV Reich basta con reaccionar a tiempo.

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Un premio Nobel para la paz europeista

Es evidente que con la concesión del Premio Nobel de la Paz a la Unión Europeala polémica está servida. Nos hemos acostumbrado a mirar los acontecimientos con cultura digital, de forma on line, sin perspectiva histórica y con miopía de futuro. Si lo que la academia Nobel premia es la situación puntual que viven las instituciones europeas podemos establecer un rico debate sobre la buena o mala salud de las mismas y sobre los problemas que sin duda afronta la Unión y los Estados que la forman. Y en ese caso deberíamos empezar por reconocer que la crisis que nos afecta es global y que no se trata de una dolencia endogámica o intrínsecamente europea. Pero el jurado del Nobel no se ha fijado en el punto concreto en que se encuentra el proyecto de construcción europea, sino en el propio proyecto en sí y en el valor como garante de paz que ha tenido en el continente durante más de cincuenta años. Seis décadas ininterrumpidas de cese de la violencia bélica en un territorio que históricamente ha protagonizado las más cruentas y numerosas guerras de la humanidad. De ahí que las primeras críticas recibidas por el Nobel europeo resulten profundamente injustas cuando se compraran con el concedido al presidente estadounidense Barak Obama, pues, se contrapone la labor colectiva de los europeos durante 50 años con el de una persona en tres años. De la misma forma que escuchar en boca del presidente checo, Václav Klaus, reputado euroescéptico o al también Nobel de la paz, LechWalesa, su decepción con el galardón, resulta paradójico dado que difícilmente la libertad en sus países alcanzada tras la caída del Muro de Berlín serían posible sin la contribución realizada por una Europa unida.

Para cualquier persona en su sano juicio debería ser motivo de satisfacción que los pueblos europeos que generaron tragedias tan terribles como las guerras imperiales del Renacimiento, las confrontaciones napoleónicas y las dos guerras mundiales, hayamos convertido la práctica totalidad del espacio continental en un área de comercio común, donde las personas, los capitales y las ideas fluyen en libertad y defendido por derechos comunitarios. Los europeos le guste a quien le guste y le pese a quien le pese, hemos borrado siglos de enfrentamiento por décadas de paz y prosperidad. Nada tiene que ver la forma en que estamos encarando la actual crisis económica en como lo hemos venido haciendo en nuestro tiempo pretérito. La cooperación, el diálogo y la negociación se han impuesto a la fuerza de las armas. El vértigo de la guerra, el miedo a la muerte extendiéndose una vez más por los viejos campos de batalla, unió a los padres fundadores de la Europa del Tratado de Roma. De ese vértigo fue naciendo la conciencia de que juntos somos más fuertes y unidos se defiende mejor nuestro modelo de sociedad, sean cuales sean las dificultades que nos proponga la globalización. Es ya muy fuerte el entramado de intereses y el tejido institucional creado paso a paso lentamente a base del famoso acerbo comunitario como para tirarlo por la borda y volver al abismo de las fronteras irreconciliables.

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Muchas han sido las personas que han participado en la construcción de las Comunidades Europeas, primero, y de la Unión Europea (UE), después, a partir de la llamada Declaración Schuman de 1950. Muchas de estas personas han jugado un papel destacado en la vida de sus propios países de origen, papel que incluso puede ser más significativo que el que han representado en el seno de la Unión. Muchos, pues, son merecedores personalmente del Nobel de la paz, aunque normalmente se conoce como “Padres de Europa” a AdenauerMonnet,Schuman y Gasperi, la Comisión Europea oficialmente considera como tales a Konrad Adenauer, Jean Monet, Winston Churchill, Robert Schuman, Alcide de Gasperi, Paul-Henri Spaak, Walter Hallstein y Altiero Spinelli. Una historia que se alumbra en Roma el 25 de marzo de 1957 con la firma de los Tratados de la Comunidad Económica Europea (CEE) y de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (CEEA o Euratom). Ambos tratados fueron firmados por la República Federal de AlemaniaBélgicaFranciaItaliaLuxemburgo, y los Países Bajos, los Estados fundadores. El tratado estableció, entre otras cosas la Unión Aduanera: la CEE fue conocida popularmente como el “Mercado Común”. Se acordó un periodo transitorio de 12 años, en el que deberían desaparecer totalmente las barreras arancelarias entre los Estados miembros. Y la Política Agrícola Común (PAC): esta medida estableció la libre circulación de los productos agrícolas dentro de la CEE, así como la adopción de políticas proteccionistas, que permitieron a los agricultores europeos evitar la competencia de productos procedentes de terceros países. Ello se consiguió mediante la subvención a los precios agrícolas. Desde entonces la PAC ha concentrado buena parte del presupuesto comunitario. Este tratado estableció la prohibición de monopolios, la concesión de algunos privilegios comerciales a las regiones ultraperiféricas, así como algunas políticas comunes en transportes.

La actual Unión Europea ha vivido seis ampliaciones consecutivas en su ya larga historia. La primera supuso la incorporación de IrlandaReino Unido y Dinamarca. La segunda de Grecia, la tercera de España y Portugal, la cuarta de Suecia,Austria y Finlandia y la quinta fue la más amplia de MaltaChipre y ocho países del Este, EstoniaLetoniaLituaniaPoloniaHungríaRepública Checa,Eslovaquia y Eslovenia. Y, por último, la sexta la de los vecinos Rumanía yBulgaria. En total 27 países miembros, que serán uno más el próximo mes de enero con la integración de Croacia. Desde el punto de vista jurídico, el proceso de unión europea ha vivido desde el Tratado de Roma cinco grandes reformas y otros tantos nuevos tratados que constituyen la ley de leyes para sus Estados miembros. En 1986 se aprueba el Acta Única Europea cuya finalidad fue reformar las instituciones para preparar la adhesión de España y Portugal, y agilizar la toma de decisiones para preparar la llegada del mercado único. Los principales cambios fueron la ampliación de la votación por mayoría cualificada en el Consejo (para hacer más difícil el veto de las propuestas legislativas por un único país) y creación de los procedimientos de cooperación y dictamen conforme, que dan más peso al Parlamento. En 1992 entra en vigor el Tratado de Maastricht, cuyo objetivo fue la implantación  la Unión Monetaria Europea e introducir elementos de unión política (ciudadanía, políticas comunes de asuntos exteriores y de interior). Significó el establecimiento de la Unión Europea e introducción del procedimiento de codecisión, dando más protagonismo al Parlamento en la toma de decisiones. Nuevas formas de cooperación entre los gobiernos de la UE, por ejemplo en materia de defensa y de justicia e interior. En 1997 se reforman los tratados por el acuerdo de Amsterdam en materias menores y en 2001 el Tratado de Niza viene a facilitar la toma de decisiones después de la incorporación de numerosos países y, finalmente, en 2007 el Tratado de Lisboa vigente en la actualidad pone el énfasis en hacer la UE más democrática, más eficiente y mejor capacitada para abordar, con una sola voz, los problemas mundiales, como el cambio climático y aumenta las competencias del Parlamento Europeo, establece el cambio de los procedimientos de voto en el Consejo, la iniciativa ciudadana, el carácter permanente del puesto de Presidente del Consejo Europeo, el nuevo puesto de Alto Representante para Asuntos Exteriores y el nuevo servicio diplomático de la UE.

Un camino proceloso repleto de tira y aflojas, de marchas adelante y parones que ha conformado una realidad interna y externa protagonista se quiera o no en el escenario mundial. Porque a las incorporaciones de Estados y poblaciones hasta sumar los 500 millones de personas actuales y un marco legal de compleja regulación y basada en la transferencia de soberanía, hay que añadir la existencia de una moneda única, el euro, vigente en 17 Estados miembros y la creación de un Banco Central Europeo que ya actúa como autoridad monetaria del eurogrupo y que avanza en su funcionamiento como reserva federal al estilo de la de losEstados Unidos. En 50 años la Europa que camina unida ha logrado establecer normas comunes comerciales, de movilidad laboral, de capitales, de moneda única y, recientemente, está poniendo en marcha la diplomacia más ambiciosa y voluminosa del mundo. Negar los problemas y dificultades que hoy acechan a la UE sería vivir al margen de la realidad. A cada paso que damos se producen nuevos retos y mayores inconvenientes. Mantener la riqueza de la diversidad en un espacio que cada vez ensancha más supone la obligación de reinventarnos desde el convencimiento de que juntos podemos seguir siendo un referente mundial.

La memoria humana es tan débil que por supervivencia pronto olvida el drama y la tragedia. Para poner en valor lo que los europeos hemos logrado en estas seis últimas décadas bien valdría reproducir machaconamente la desolación producida en Europa por las dictaduras fascistas y por los regímenes comunistas. La democracia y el Estados social de derecho desde una visión humanista basada en nuestra mejor historia, ha dado fruto en la época más próspera y pacífica que hemos conocido en nuestro continente. El premio que ahora todos recibidos es un acicate y un impulso para los que aún creemos en el proyecto europeista frente a las veleidades populistas y ultras de quienes quieren volver a la defensa de intereses particulares que fomentan el enfrentamiento egoísta. Hay que ser muy estúpido o muy malintencionado para defender que la Europa deHitlerMussolini y Stalin es mejor que la que vivimos hoy de la mano de nuestros gobernantes, por mucho que los actuales puedan errar. Sus errores que sin duda los tienen, son parte de nuestro derecho a equivocarnos juntos y con la enorme capacidad de reconvenirlo en las próximas elecciones. Tenemos problemas económicos, de falta de integración política, de credibilidad internacional, de respeto a minorías, de defensa de derechos humanos en el mundo…, pero seguimos siendo una isla modélica en la humanidad de libertades y calidad de vida. El Nobel de la paz no es más que una llamada de atención a no perder lo que hemos alcanzado, a no dejar de ser referente para el mundo. Nuestra obligación más que nunca es colaborar en la resolución de los problemas mundiales desde la vanguardia de la innovación y la investigación o convertirnos una vez más en el escenario del conflicto. Elegir entre Europa como dilema o como solución. El europeismo ahora premiado además de un bello anhelo es ya un repertorio de hechos incuestionables que nos garantizan vivir en paz.

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Para los que no creen la viabilidad de los pequeños Estados el ejemplo de Chile

Entre el 26 y el 29 de noviembre la Fundación EULAC (Unión Europea América Latina Caribe) ha promovido la celebración de una cumbre de editores de medios de las dos regiones para discutir sobre los problemas de comunicación y de percepción mutua que existen entre las dos opiniones públicas de uno y otro lado del Atlántico. Bajo el título “Invertir en conocernos”, directores de prensa, radio y televisión de los 27 miembros de la UE y de los países que integran CELAC(Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) se reunirán en el viejo y solemne edificio del viejo Senado de Santiago de Chile, que escuchó como último presidente rindiendo cuentas de su gestión a Salvador Allende. La reunión de la Fundación es preparatoria de la Cumbre Unión Europea – CELAC de jefes de Estado y de Gobierno que tendrá lugar también en Santiago el próximo mes de enero y, por tanto, sus conclusiones serán entregadas al Gobierno de Chile para que las incorpore a la agenda de temas a tratar por los altos mandatarios. Parece un hecho relevante que por vez primera los políticos reciban las recomendaciones de los periodistas para que los ciudadanos nos entendamos mejor y seamos capaces de entender las diversas sensibilidades de unos y otros. Como organizador del Congreso, he tenido la oportunidad esta semana de entablar contacto con medios de comunicación, empresarios y el gobierno chileno, una ocasión para tomar el pulso a este pequeño país austral de prestigio internacional bien ganado que crece económicamente de forma sólida. Todo un ejemplo desde lo pequeño pero fuertemente identitario de viabilidad racional.

Para los chilenos las teóricas dificultades de su compleja y estrecha extensión y su poca población respecto a sus vecinos, se ha convertido en el auténtico reto de superación nacional. En poco más de una franja litoral y andina de 4200 kilómetros cuadrados, sus 16 millones de habitantes alcanzan índices de calidad de vida, crecimiento económico, desarrollo humano, globalización y PIB per cápita, que se encuentran entre los más altos de América Latina. Sin ir más lejos, el viernes anunció su crecimiento interanual agosto/agosto que se situó en 6,3% de crecimiento, eso si como me aclaró el presidente de la Cámara de Comercio, en septiembre bajará porque los chilenos tuvieron un puente festivo – alguna vez descansan -. Y es que en América Latina a Chile la llaman el Japón o la Alemanialatina, pero la salvedad es que la potencia nipona tiene 127.000 millones de habitantes y la germánica 82 millones. Desde las tremendas crisis que vivió en los 70 y los 80, fruto de la crisis del petróleo y de los precios de los minerales y, sobre todo, del incremento de los tipos de interés internacionales que provocó una insostenible hiperinflación, Chile se ha convertido en una economía estable que ha crecido en los últimos treinta años por encima del 4%. Es el país latinoamericano con un porcentaje mayor de clase media, es más, en 2010 Chile fue clasificado como un país de renta media-alta por el Banco Mundial. En 2011, el PIB en su valor nominal fue de 248.602 millones de dólares y el PIB per cápita  de 17.076 dólares.

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La tasa de desempleo en Chile es del 6,4% de la población activa, baste recordar que en España es del 25% y la media europea del 11%. La escasa desigualdad de género, cuyo índice en Chile fue de 0,374 en 2011, también incide como variable en el dinamismo de la economía chilena. Chile se ha convertido en plataforma de inversiones extranjeras para otros países de América Latina y muchas empresas han comenzado a instalar sus sedes corporativas en Santiago. También tiene una importante presencia en inversiones en el sector servicios en Latinoamérica. Según datos de 2009, tanto la capitalización bursátil del país, también llamada valor de mercado, que llegó a más de 209.475 millones de dólares, como la inversión extranjera directa, que alcanzó una cifra de más de 12.701 millones de dólares, se encontraban entre las más altas de América Latina.  Tras años aislado, el país se ha convertido en un mercado abierto al mundo. Chile ha suscrito diversos tipos de tratados comerciales —acuerdos de asociación estratégica, tratados de libre comercio, acuerdos de complementación económica y acuerdos de alcance parcial con 58 países, que representan el 60% de la población mundial. Sus principales socios comerciales son la Unión Europea, Estados UnidosCorea del SurChina y el Acuerdo P4 (Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica -. Asimismo, está integrado a diversos foros económicos, como la APEC, y es miembro asociado tanto de laComunidad Andina como del Mercosur. En 2010, Chile se convirtió en el primer miembro pleno de la OCDE en Sudamérica y el segundo en América Latinadebido al reconocimiento en los avances económicos de las últimas décadas, al desarrollo social y a la fuerte reestructuración institucional. Esa increíble actividad de relaciones internacionales de la mano de una diplomacia preparada e inteligente es una de las claves del éxito del país.

La inversión pública lejos de mantenerse en escasos niveles ha venido creciendo de mano de gobiernos neoliberales como socialistas, situando el déficit público en la actualidad en un 9,2% del PIB. Cabe preguntarse desde Europa porque nosotros tenemos que mantener tasas de déficit por debajo del 3% con más del 11% de paro y la actividad estancada y los chilenos pueden gastar más, endeudarse más, para crecer al 6% y crear empleo sostenido. Otra de las claves que explican la buena marcha de Chile es su composición demográfica. Aunque el Estado no hace clasificaciones étnicas de su población y, más bien, la considera un grupo étnicamente homogéneo, existen fuentes que consideran que el grueso de la población chilena pertenece a dos grandes grupos étnicos, criollos y mestizos, que juntos constituyen el 95,4% de la población. Solo un 4% se declara indígena de la etnia mapuche. También ha sido un país que ha recibido escasa población inmigrante, con tasa de migración de 0,35 migrantes por cada mil habitantes y una de las más bajas de Latinoamérica en 2012. Sin embargo, se ha convertido en una tema de fuerte debate la entrada de peruanos en el territorio chileno en busca de empleo dado el fuerte crecimiento del país austral. 250.00 peruanos, con un alto porcentaje de mujeres se instalaron en Chile el pasado año, una cifra inusual para un país que ni emigra, ni recibe inmigrantes. El problema fundamental es que la clase media chilena, formada en buenas universidades públicas y privadas no admite empleo de baja capacitación que están siendo demandados y cuyos destinatarios últimos están siendo los emigrantes. El crecimiento de la población se ha reducido en los últimos años, empieza Chile a sufrir una de las enfermedades endémicas de los países más desarrollados, la baja natalidad. Por contra y fruto de la calidad de vida imperante en el país, la esperanza de vida de los chilenos fue la más alta de Sudamérica en 2011. En 2009, esta era de 78,4 años: 75,7 para los hombres y 81,2 para las mujeres.

Con todos los claroscuros que se le puede poner a la circunstancia económica y social de Chile, la realidad es que respecto a su entorno latinoamericano, en las tres últimas décadas se ha convertido en un referente de estabilidad y progreso. Baste un dato para entender la capacidad de los chilenos para salir adelante en la adversidad. El 25 de marzo de 2012 sufrió un terremoto de más de siete grados en la escala Richter, que no fue sino una réplica del terrible sismo que sufrieron solo dos años antes en marzo de 2010. La preparación del país para estas tragedias en su construcción y el dispositivo de emergencias nacional evito muchos víctimas humanas, pero los daños materiales en ambos casos fueron cuantiosos y, sin embargo, tras caer en 2012 el crecimiento al -1% ese mismo país devastado creció en 2011 un 6% y va camino de hacerlo en esos parámetros en 2012. La reconstrucción se convirtió en un objetivo nacional y solo año y medio después de dos tragedias de esa naturaleza el país funciona a pleno rendimiento.

Lejanos los días del intento de revolución democrática socialista de SalvadorAllende, en la memoria histórica de las víctimas la brutal dictadura del generalPinochet, Chile trabaja no sin críticas y contestación a las políticas de este o el anterior gobierno, pero entorno a un referente de país común, fuertemente liberalizado, pero con el papel de lo público muy presente y abierto a las relaciones internacionales. Sobre estas bases sustenta Chile su crecimiento desde el convencimiento que ser pequeño lejos de ser un problema puede convertirse en una virtud. Ese elogio de lo pequeño que hoy se pone en duda en Europa y más en España, que sacraliza la globalización con una mirada pacata como si ser global fuera sinónimo de ser grande, tiene en Chile un ejemplo a seguir.

Paseando por el barrio de La Bellavista en Santiago, a los pies del Cerro San Cristóbal desde el que se divisa la urbe a los pies de los todopoderosos Andes, me topé con La Chascona, la casa santiagueña de Pablo Neruda. Y recordé sus versos de poeta universal, pero de profunda alma chilena de su Cántico general, “El pueblo victorioso”:

“Está mi corazón en esta lucha.
Mi pueblo vencerá. Todos los pueblos
vencerán, uno a uno.
Estos dolores
se exprimirán como pañuelos hasta
estrujar tantas lagrimas vertidas
en socavones del desierto, en tumbas,
en escalones del martirio humano.
Pero está cerca el tiempo victorioso
que sirva el odio para que no tiemblen
las manos del castigo,
que la hora
llegue a su horario en el instante puro,
y el pueblo llene las calles vacías
con sus frescas y firmes dimensiones.

Aquí está mi ternura para entonces.
La conocéis. No tengo otra bandera.

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Jóvenes en paro: la oportunidad de moverse en la Unión Europea

Esta Europa que se engendró para los comerciantes y que ahora sacraliza las finanzas, no será una verdadera unión de personas hasta que sea capaz de que todos la percibamos como un todo en todas aquellas facetas de nuestra vida cotidiana. Lo demás seguirá siendo una superestructura política de mayor o menor utilidad según la circunstancia. Y que duda cabe que el factor determinante principal que nos condiciona gran parte de las decisiones personales es el lugar del puesto de trabajo. De ahí que la movilidad del mercado laboral europeo resulte trascendental para que caminemos hacia el sueño europeísta. Las instituciones de la Unión llevan décadas fomentando con grandes inversiones la formación en movilidad de los estudiantes universitarios entre los distintos Estados miembros con distintos programas entre los que ha destacado el de becas Erasmus. No cabe duda que gracias a iniciativas de esta naturaleza los jóvenes se sienten más europeos que hace 20 años. Sin embargo, en la inmensa mayoría de los casos el intento se ha quedado en un viaje oxigenante fuera del hogar paterno pero con la idea premeditada de vuelta a casa para concluir los estudios y buscar trabajo en el país de origen.  Son los menos los que cogen la maleta y los libros con la firme determinación de desarrollar su vida profesional en el espacio común europeo.

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España se acerca a los cinco millones de parados registrados y de ellos, el porcentaje más cuantioso y a la larga dramático lo protagonizan los jóvenes de 18 a 30 años. Casi la mitad de ellos no encuentran trabajo en suelo español. Al otro lado del Pirineo esa realidad que nos pertenece a todos de Estados unidos en un espacio común les ofrece más de medio millón de ofertas de trabajo vacantes. Así lo expresa el boletín trimestral de la Movilidad Laboral Europea que elabora la Comisión Europea, así de cruda es la realidad del desajuste entre la oferta y la demanda del mercado del trabajo en la UE. Por tanto, parece evidente que tenemos todos la obligación de corregir esos desajustes promoviendo la movilidad entre regiones y países europeos. Y lo primero que deberíamos hacer es conocer o poner en conocimiento – porque la responsabilidad es tanto de los que ofrecen o buscan empleo como de las administraciones que deben difundir las herramientas que existen – la existencia de EURES, la base datos de ofertas o bolsa de empleo de la UE  (http://ec.europa.eu/eures/) que desde enero de 2008 a finales de enero de 2012 ha ofrecido 6,77 millones de ofertas de empleo. Un portal que arroja datos muy esclarecedores de lo que demanda el mercado de trabajo europeo:

– La demanda de profesionales y empleados en la UE se mantiene sin cambios, estable, en los últimos tres años.

– Las oportunidades de trabajo de dependientes en tiendas y grandes superficies han subido paulatinamente.

– La demanda de licenciados, directivos y mandos intermedios ha bajado levemente en los últimos cuatro años.

– Las ofertas en agricultura y pesca apenas significaron el 1% sobre el total.

– Las ofertas de trabajos manuales y sin formación siguen representando un 7% del total, aunque disminuyen año a año.

En todo caso la distribución por ofertas de empleo y cualificación se reparte en: un 21% de técnicos (FP), 16% dependientes de tiendas y grandes superficies, 10,4% profesiones liberales, 7,1% licenciados titulados superiores.

Si queremos acercarnos a saber qué países son los más demandantes en volumen destaca el Reino Unido que solicita 28.700 dependientes, 27.000 profesionales de finanzas y comerciales, 26.500 trabajadores del sector servicios, 26.300 vendedores, 26.100 trabajadores de servicios en la calle y 19.000 trabajadores de sanidad. Alemania por su parte necesita 26.900 técnicos electricistas y electrónicos, 24.150 ingenieros, 21.100 técnicos de maquinaria, 18.130 dependientes, 18.100 trabajadores de la construcción o 11.700 trabajadores de sanidad. En Francia desciende sustancialmente la oferta de empleos, pero demandan 5.260 dependientes de hostelería, 4.000 licenciados en económicas y comerciales, 3.800 mandos intermedios de diversos sectores. Y así un rosario de ofertas de trabajo por los 27 países de la UE sin cubrir a fecha de hoy.

El problema de la movilidad en el ámbito europeo es tan palmario que solo un 0,1% de la población activa de la UE ha cambiado de país de residencia de un Estado miembro a otro desde el 2000. Si lo comparamos con la movilidad enEstados Unidos nos damos claramente cuenta de lo que nos falta por recorrer para parecernos a un espacio laboral como el suyo. Allí la movilidad entre Estados se sitúa en la última década en un 12% de su población sobre un universo total equiparable en los dos bloques. ¿Qué nos hace a los europeos tan inmóviles, tan apegados al terruño que nos ve nacer? Para empezar está la barrera del idioma, un californiano seguirá teniendo el mismo idioma en Nueva York, cambiando sólo el acento regional. En cambio un español que desee irse a Polonia tendrá que enfrentarse a un idioma nuevo en muchas situaciones – aún que sea bilingüe con el inglés -. También está el cambio institucional, la dificultad de transferir prestaciones de la Seguridad Social, que aunque legalmente es posible sigue resultando burocráticamente muy farragoso, en suma, el cambio de funcionar de las cosas, de lo doméstico, de la rutina diaria. En suma la falta de lo común entre los países europeos. Y, por supuesto, el sistema educativo con universidades locales que condicionan una vida de vecindario que aboca a la búsqueda de puesto de trabajo a la puerta de casa.

Como muchas otras veces pongo de manifiesto, esos impenitentes tecnócratas de Bruselas que pueblan la Comisión y el Consejo Europeo hacen muchas más cosas que las que ese tópico que hemos difundido de ellos pregona. Así han establecido claramente como meta que para alcanzar el objetivo de Europa 2020 de aumentar la tasa de empleo general de los 20 a los 64 años hasta el 75 %, es primordial reducir el alto nivel de desempleo juvenil que asola la Unión. Por otra parte, los jóvenes precisan más apoyo en la transición entre la educación y el trabajo a través de medidas activas del mercado laboral o medidas sociales. Paralelamente, deberán  adoptarse incentivadoras para que los empleadores contraten a principiantes. Debe prestarse especial atención a los jóvenes en situación de riesgo, para facilitar su reinserción en los itinerarios formativos y educativos o para entrar en el mercado laboral. Para fomentar el desarrollo de políticas en este ámbito, la Comisión se ha comprometido a establecer un seguimiento sistemático de la situación de los jóvenes que ni estudian, ni trabajan. Asimismo, ha puesto en marcha un diálogo entre servicios públicos de empleo europeos. Pero también el trabajo por cuenta propia y el espíritu empresarial constituyen valiosas oportunidades para reducir el desempleo juvenil y luchar contra la exclusión social. Por tanto, es fundamental que las instituciones educativas, con el apoyo de los sectores público y privado, promuevan una mentalidad y unas actitudes empresariales. Los jóvenes deben disponer de más oportunidades y apoyos para crear una empresa o trabajar por cuenta propia. En este sentido, la Comisión fomenta una mayor utilización del nuevo Instrumento Europeo de Microfinanciación Progress, destinado a apoyar a jóvenes empresarios potenciales.

La prosperidad de Europa depende del futuro de sus jóvenes, 100 millones de proyectos en ciernes, la quinta parte de nuestra población pero la que debe soportar la carga de hacer viable que un continente envejecido siga viviendo en el espacio democrático y social más grande del mundo. No dejemos ese reto solo en manos de unos pocos que nos gobiernan, empecemos todos por movernos y hacer moverse a nuestros jóvenes en ese enorme mercado de potencialidades.

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La España Ni-ni avanza mientras Europa pone la prioridad en la educación

El informe de la OCDE “Panorama de la Educación 2012″ no puede resultar más desolador: España es el país de Europa con más jóvenes que ni estudian, ni trabajan. Este titular que suena más bien a epitafio generacional es el resultado más desolador de la crisis económica que nos azota desde hace cinco años… ¿o no? Como en la mayoría de los ratios de nuestra actividad en los últimos años, el fracaso educativo en el conjunto del Estado español se ha visto tuneado por el muro de ladrillo de la bonanza económica. Las inversiones realizadas para mejorar la educación de nuestros niños y jóvenes se han dilapidado en reformas legislativas yuxtapuestas, más basadas en criterios ideológicos que en sistema de evaluación de la calidad en las aulas. La peor de las políticas, la partidista, se ha instalado en la organización de los programas educativos y en la selección de los recursos humanos del profesorado. El fracaso escolar hasta hace unos años quedaba absorbido por la burbuja inmobiliaria que daba empleo a generaciones mal formadas capaces de consumir sin sentido común para saber que algún día serían enterrados en el desahucio de una hipoteca bancaria. Pero el debate de las aulas, de los colegios o de la universidad, ha aburrido siempre a una España ágrafa por naturaleza, donde al maestro y al profesor se le sitúa a la cola del éxito social. Este desprestigio de la educación, más que gradual está en nuestro adn – por supuesto con enormes diferencias territoriales en toda la península – y lastra las capacidades para la investigación y la innovación, que no son sino el resultado de la buena educación.

Es evidente que la crisis ha agudizado la situación, pues, a quiénes más desafecta el desempleo es a los jóvenes – el 51% de 18 a 25 años mo encuentra trabajo – y mucho más a aquellos que no tienen estudios. El 23,7% de los españoles de entre 15 y 29 años ni estudia, ni trabaja y España es también el país con mayor tasa de desempleados entre los diplomados de educación universitaria, y el segundo entre los que han superado estudios de secundaria superior y postsecundaria no universitaria. Los más afectados por la falta de oportunidades laborales son sobre todo los mayores de 25 años, ya que entre estos el paro alcanza el 28,6%, 8,6 puntos por encima de la media de la OCDE, seguidos por los jóvenes de entre 20 y 24 años, donde es del 27,4%. En total, independientemente de la edad y del nivel de estudios, el estudio destaca que el tamaño de la población Ni-ni en España casi dobla la media de la OCDE. Pero los jóvenes no son los únicos afectados por una “mala educación”, ya que la tasa de paro creció del 9% en 2007 al 24,7% en 2010 entre los españoles que se quedaron al nivel de la educación secundaria inferior, cuando en el caso de los diplomados con educación superior aumentó de forma algo menos importante, del 4,8% al 10,4%.

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Ante este drama que asola el futuro de nuestros jóvenes, los gobiernos españoles, primero de Rodríguez Zapatero y aún en mayor medida el actual de Mariano Rajoy, han respondido corriendo en sentido opuesto a la recomendaciones de las instituciones de la Unión Europea, reduciendo la inversión en Educación, en Investigación y en Innovación, hasta límites denunciados por los colectivos científicos y de profesorado en todos los ámbitos. Justo lo contrario de lo que el Informe conjunto de 2012 del Consejo y la Comisión sobre la aplicación del marco estratégico para la cooperación europea en el ámbito de la educación y formación solicita de los Estados miembros. “Frente a la peor crisis económica y financiera de su historia, la Unión Europea se ha visto obligada a adoptar nuevas medidas y ha acordado la Estrategia Europa 2020 para un crecimiento inteligente, sostenible e integrador. La educación y la formación son parte esencial de esa estrategia, en particular de las de las Directrices Integradas, de los programas nacionales de reforma de los Estados miembros y de las recomendaciones específicas por país destinadas a orientar a los Estados miembros en sus reformas. Uno de los cinco objetivos principales de la Estrategia Europa 2020 se refiere a la tasa de abandono escolar y a la de personas con estudios superiores o equivalentes completos”, señala el informe taxativamente. Y todo ello con el único objetivo de poner el acento simultáneamente en reformas que impulsen el crecimiento a corto plazo y en un modelo de crecimiento adecuado a medio plazo. Es preciso modernizar los sistemas de educación y formación para aumentar su eficacia y calidad y dotar a las personas de las capacidades y competencias que necesitan en el mercado de trabajo, lo que aumentará su confianza para superar los retos actuales y futuros, contribuirá a aumentar la competitividad de Europa y generará crecimiento y empleo.

Actualmente, todas las partidas de los presupuestos públicos, incluidas las de educación y formación, están sometidas a examen. La mayoría de los Estados miembros tienen dificultades para mantener los actuales niveles de gasto, y aún más para aumentarlos.Sin embargo, los estudios muestran que una mejora del nivel educativo puede tener enormes beneficios a largo plazo y generar crecimiento y empleo en la Unión Europea. Por ejemplo, alcanzar el objetivo de referencia de reducir a menos de un 15 % la tasa de alumnos con un nivel insuficiente en materias básicas de aquí a 2020 podría suponer unas enormes ganancias económicas globales a largo plazo para la Unión Europea. De la misma forma es crucial alcanzar el objetivo de la Estrategia Europa 2020 de reducir a menos de un 10 % de aquí a 2020 la tasa de jóvenes de entre 18 y 24 años que abandona prematuramente la enseñanza y la formación. España vuelve a ser un caso sangrante en esta materia, pues, actualmente registra porcentajes del 28% de abandono muy lejano del 15% de la media de la UE. Una mayor oferta de educación y formación profesional de alta calidad, adaptada a las necesidades de los jóvenes, por ejemplo en forma de aprendizaje mixto que vincule la FP con la enseñanza secundaria general, puede contribuir a reducir el abandono escolar. Esta opción ofrece un itinerario educativo diferente que, para algunos estudiantes, puede resultar más estimulante. Una de las propuestas que realiza, en este sentido, la Comisión Europea consiste en eforzar la cooperación con los padres y las comunidades locales. La cooperación entre los centros educativos y las empresas, las actividades extracu­rriculares y extraescolares y las «garantías juveniles» constituyen posibles formas de participación de los diferentes agentes locales.

Pero Europa no puede quedarse anclada en el objetivo de la educación primaria, secundaria y universitaria, debemos convertirnos en el gran continente de la formación permanente. Para salir reforzada de la crisis, Europa debe generar un crecimiento económico basado en el conocimiento y la innovación. La educación terciaria o equivalente, puede ser un potente motor de ese crecimiento: forma el personal altamente cualificado que Europa precisa para avanzar en la investigación y el desarrollo y aporta a las personas las capacidades y las cualificaciones que necesitan en la economía del conocimiento. En la Estrategia Europa 2020 se ha establecido el objetivo principal de aumentar hasta el 40 % la propor­ción de personas de 30 a 34 años que han obtenido un título de educación terciaria o equivalente de aquí a 2020. En 2010, la tasa media de titulaciones de educación terciaria en ese grupo de edad era del 33,6 %. Y estos conceptos no pueden aplicarse en los Estados europeos como estrategias desagregadas, debemos sacar la rentabilidad del espacio común europeo poniendo en valor el concepto de movilidad durante el aprendizaje. La movilidad consolida los cimientos europeos del futuro crecimiento basado en el conocimiento y de la capacidad de innovar y competir a nivel internacional. Por otro lado, aumenta la empleabilidad de las personas, contribuye a su desarrollo personal y es valorada por los empleadores. Sin embargo, las actuales tasas de movilidad no se corresponden con los beneficios que esta aporta. En torno a un 10-15 % de los titulados de educación superior cursa parte de sus estudios en el extranjero, que es donde la movilidad aporta el valor añadido más reconocido, mientras que solo lo hace un 3 % de los titulados de FP.

En estos días que millones de niños y jóvenes europeos vuelven a las aulas deberíamos cambiar nuestra mentalidad de aparcacoches o de consumo educativo, por el que enviamos a nuestros hijos a aquellos centros que menos nos molestan o nos garantizan títulos y certificados sin contraste de calidad alguno. Deberíamos ser conscientes de una vez de lo que nos jugamos en la formación del recurso humano del mañana como mejor herramienta para solucionar los problemas del presente. Cada euro que dejamos de invertir en una educación adecuada y con la evaluación pertinente, es una oportunidad perdida para luchar contra el cáncer, una década más de dependencia del petróleo, una pérdida de miles de puestos de trabajo y, sobre todo, la consagración de una injusticia social al no dar la oportunidad equitativa al individuo de formarse en libertad. Nos jugamos tanto en la educación que es incomprensible que actuemos al hablar y decidir sobre ella de una forma tan frívola como lo hemos venido haciendo en las últimas décadas. Podemos fallar en casi todo, podemos replantearnos casi todo, pero no cabe duda que concebir la educación como un gasto corriente y no como una inversión nos aboca al camino del empobrecimiento sistemático de la sociedad. Y esto no es solo de responsabilidad de los líderes políticos, lo es de cada uno de nosotros al no permitirlo.

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