Vivimos nuevos tiempos de “Realpolitik”

Si la política consiste en el arte de lo posible, parece evidente que en el arranque de este año 2014, ha derivado el axioma hacia el posibilismo más descarnado, hacia su peor forma de pragmatismo. La “Realpolitik”, esa política de la realidad basada en intereses prácticos y concretos, sin atender a la teoría o la ética como elementos “formadores de políticas” se impone sin ambages. Esa diplomacia que aboga por el avance en los intereses de un país de acuerdo a las circunstancias de su entorno y que no repara en los medios empleados para alcanzar el fin deseado, impera en las negociaciones para solventar los conflictos. En cada situación de crisis que surge se percibe la urgencia de anteponer las soluciones basadas en el utilitarismo que las que buscan el diálogo que propende hacia la justicia. Los equilibrios de fuerzas en el nuevo orden mundial impuesto por la globalización parecen abocarnos a esa suerte de política realista, que en otras épocas nos precipitó a grandes desastres y contiendas. Ejemplos como los que vivimos estos días en Ucrania o en Siria, demuestran como las potencias juegan al ajedrez diplomático de control de posiciones, olvidando el fondo de los problemas y buscando asegurar posiciones tácticas que no les compliquen en exceso la vida cotidiana. Así se están comportando EE.UU. y la Unión Europea, ante las posiciones claramente agresivas de la Rusia de Putin.

Curiosamente los orígenes de la “Realpolitik” buscaban lo contrario de lo que finalmente sucedió. El canciller alemán Otto von Bismarck acuñó el término al cumplir la petición del príncipe Klemens von Metternich de encontrar un método para equilibrar el poder entre los imperios europeos. El equilibrio de poderes debía significaba la paz, y los practicantes de la realpolitik intentaban evitar la carrera armamentística. Sin embargo, durante los primeros años del siglo XX, la realpolitik fue abandonada por no ser capaz de aportar soluciones efectivas a los problemas de fondo de las sociedades europeas y en su lugar se practicó la doctrina “Weltpolitik” y la carrera armamentística recobró su brío y abocó, juntamente con otras circunstancias, a la Primera Guerra Mundial que hoy celebra su centenario. Uno de los precursores más famosos fue Nicolás Maquiavelo, conocido por su obra “El Príncipe”. Maquiavelo sostenía que la única preocupación de un príncipe (o gobernante) debería ser la de buscar y retener el poder para así conseguir el beneficio de su Estado, proclamando que las consideraciones éticas o religiosas eran inútiles para este fin. Sostenía además Maquiavelo que el bienestar del Estado dependía de que el gobernante aprendiera a utilizar el mal para lograr el bien, asumiendo que el “príncipe” debía realizar los engaños e intrigas que fuesen necesarias para no caer en los engaños e intrigas de sus rivales. Sus ideas fueron más tarde expandidas y practicadas por el Cardenal Richelieu en su “raison d’etat durante la Guerra de los Treinta Años.

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En alemán, el término realpolitik es más frecuentemente utilizado para distinguir las políticas modestas (realistas) de las políticas exageradas. Un ejemplo histórico es el hecho que el Reino de  Prusia no hubiera anexado territorio austrohúngaro después de ganar la Guerra de las Siete Semanas en 1866, siendo éste un resultado del seguimiento de la realpolitik por el canciller Bismarck con el fin último de lograr la reunificación alemana bajo mandato prusiano. Aquí, Prusia no buscaba la clásica expansión territorial sino debilitar fatalmente a Austria, la única potencia que podía perjudicar sus planes. No resulta nada complicado realizar similitudes de lo vivido en las dos últimas décadas en el continente europeo, tras la reunificación alemana primero con la desaparición de la Unión Soviética y las guerras vividas en losBalcanes que supusieron también la desmembración del Estado Yugoslavo. Europa ha vuelto a convertirse en un escenario del tactismo, donde se ejercitan juegos de posiciones para salvaguardar intereses particulares. Ucrania es hoy el territorio de las escaramuzas, sin tener en cuenta los anhelos de los pueblos y de sus ciudadanos, las potencias se reúnen en Ginebra para reajustar sus posiciones, armar y desarmar a la población a la espera del siguiente movimiento del contrario. Los prorrusos ceden por unos meses, mientras los proeuropeos se retiran de sus posiciones simbólicas en la plaza de Maidan. La “Realpolitik” en su perverso juego de tronos.

El origen del problema de esta nociva forma de hacer política de Estados se encuentra en la falta de exigencia democrática que persiste en la comunidad internacional. La imposibilidad de la aplicación de una justicia universal que sea capaz de sentar a los gobernantes responsables de crímenes contra la humanidad acaba por imponer la política del todo vale y la ley del más fuerte. Perder los principios vuelve a sumir a Europa en intereses particulares y en la defensa de posiciones aislacionistas. Rusia y, sobre todo, su despótico presidente, VladimirPutin, es perfectamente consciente de las crisis de valores en la que se haya sumida la Unión Europea y la batalla táctica emprendida por libre por la canciller alemana, Ángela Merkel. No hay casualidades en su posicionamiento violento ante la crisis de Ucrania, como la hubo a la hora de parar los pies en la comunidad internacional a EE.UU. ante una posible intervención militar en Siria a la vista de los terribles crímenes de Estado llevados a cabo por su mandatario Bashar al-Asad. Rusia huele debilidad estratégica en las posiciones que defiende una UE sumisa a los intereses germánicos y un presidente Obama ensimismado en sus problemas interiores. Los sueños de Putin de reconstrucción imperial de la Rusia de los soviets inspiran una diplomacia con mano de hierro, perfectamente interpretada por su ministro de Exteriores, Sergei Lavrov. Y todo acompañado por un emporio comunicativo al más puro estilo norteamericano, entorno al Russia Today, el medio oficialista que difunde las virtudes rusas en el mundo y ataca certeramente las contradicciones occidentales.

Pero la nueva “Realpolitik” no entiende ya de territorios o escenarios concretos, es sobre todo, una forma de actuar, un desprecio explícito por la ética en política. Y sirva como otro ejemplo de la mala praxis que impera en las decisiones de nuestros gobernantes la actitud con que displicentemente han observado la continuidad del régimen argelino del presidente Buteflika. Tras los fracasos sonados de las llamadas “primaveras árabes”, auspiciadas por los gobiernos occidentales a bombo y platillo mediático y conclusos en revoluciones islamistas de corte radical,  la UE ha observado con acomodo de realismo político el nuevo triunfo de un jerarca en silla de ruedas, tan envejecido en sus formas como en sus ideas, pero que controla con firmeza el ejército y sus mandos militares y que ante todo, garantiza los suministros de gas a “coste razonable” a Europa a través de España.  Qué pronto nos hemos olvidado de los anhelos democráticos del pueblo argelino cuando a raíz de la crisis ucraniana lo que está en juego son las importaciones de energía a nuestro continente drogodependiente en esta materia básica. Está claro que nuestras conciencias acomodadas delante de un televisor soportan mal el dolor ajeno retransmitido en directo, pero es mucho más sensible a a una buena calefacción cuando el frío invierno europeo se instala. Es lo que tiene ser rico y no querer dejar de serlo, que todo lo demás pasa a un plano secundario.

Pudiera parecer que criticar la pragmática política va contra el interés general de las naciones y los ciudadanos para las que se aplica, pero lo que quiero advertir son las consecuencias de obrar de forma tan cortoplacista y dejando a un lado las verdaderas razones que generan los problemas y los conflictos. Esa suerte de trilerismo político solo conduce a poner parches que en verdad generan mayor insatisfacción rn los entornos afectados. Olvidar a los agentes implicados en los conflictos y obviarles a la hora de negociar soluciones ha sido durante siglos el proceder de los gobernantes en nuestra vieja Europa y la consecuencia última de tal conducta no ha sido otra que una terrible sucesión de guerras fraticidas y campos de batallas sembrados de cadáveres. Resulta absurdo que a mayor teórico grado de madurez del proyecto europeo se esté imponiendo la “Realpolitik” de sus Estados miembros. Se supone que avanzar en los grados de consenso político comunitario debería propiciar políticas hacia el exterior basadas en los principios de Estado social y de derecho que hemos impuesto como dogma en el interior. Y, sin embargo, lo que nos imponemos como norma en la Unión resulta intrascendente cuando se trata de establecer las relaciones con terceros. Frenar las desatadas ansias expansionistas de un dictador como Putin, parar el genocidio al qué está sometiendo a su pueblo Al-Asad o mandar a la jubilación política a un oligarca como Buteflika, son deberes que la UE debería imponerse de la misma magnitud que la Unión Bancaria. De otro modo, ni seremos creíbles en el mundo, ni serviremos como interlocutores fiables y, mucho más importante, los ciudadanos europeos dejaremos de creer en nosotros mismos.

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Ante las elecciones europeas convendría hablar del proyecto Europa 2.0.

Que el proyecto europeo requiere una actualización urgente lo avala el temible dato con que podemos encontrarnos la noche electoral del 25 de mayo en forma de abstención en los comicios a la Eurocámara. Si tal dato se confirma y todos los sondeos país por país así lo atestiguan, quedará claro que a los ciudadanos europeos no les atrae la idea de Europa que sus dirigentes les están vendiendo. Sobre todo en estas elecciones cuando por primera vez en la historia eligen a unos representantes que legislan el 80% de lo que nos afecta y van a nombrar al presidente de la Comisión Europea de la misma forma en que en España el Congreso de los Diputados elige al presidente del Gobierno. Por tanto, podremos medir el apego real de las sociedades europeas a la construcción común, si bien cabe decir en descargo de los previsibles malos datos de participación, que cuanto más lejano es el centro de decisión menor es siempre la participación en democracia, como sucede desde décadas en Estados Unidos, donde la elección de congresistas o del presidente tiene cuotas de voto my inferiores a las de los gobernadores, fiscal de tu Estado o sheriff del condado.

En todo caso, creo que el principal problema que tiene el proyecto europeo llevado a las urnas es su falta de credibilidad ante su población. La Unión no es creíble para los europeos porque no tiene un relato fiable y no lo es porque los gobiernos de los Estados miembros, a los que a todos se les llena la boca retóricamente de europeísmo ferviente cuando se reúnen en Bruselas, a la hora de la verdad solo velan por sus intereses particulares, convencidos de que dicha política les concede mayores réditos electorales en sus territorios. Si los europeos fuimos capaces de iniciar este camino hace ya casi 60 años se debió a un único argumento central: la paz. Dos guerras mundiales y millones de cadáveres nos precipitaron al acuerdo pacífico. Después lo económico invadió todo, un mercado inmenso en posibilidades, abierto y libre se concebía como un escenario de nuevas oportunidades. De ahí devino el euro como la necesidad de uso de una moneda común en dicho espacio y, por precipitación de su uso y de la crisis financiera internacional, hemos parido con forces una unión bancaria. Queda y vendrá inexorablemente o se derrumbará todo el edificio común, un proceso de armonización fiscal que equipare las economías y las personas en derechos y deberes.

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Y hasta aquí la Europa que más o menos pudieron concebir nuestros padres fundadores, los AdenauerSchumanDe Gasperi, Spaak, Spinelli o Monet. Pero bien entrado el siglo XXI y en plena sociedad globalizada, Europa necesita de una versión 2.0. de su entramado institucional y, ante todo, de su relato hacia los europeos y el resto del mundo. Un mundo que nos observa sorprendido, pues, pese a todas nuestras contradicciones y la falta de una clara idea común, ve que cada vez son más las personas integradas en la Unión y mayor el nivel de interrelación y de comercio. De la misma forma que al contemplarnos no se aclaran si somos una verdadera unidad en el destino o simplemente una unión temporal de Estados que se ponen de acuerdo en lo mínimo que les interesa. Ésta es la primera gran cuestión por dilucidar, el del modelo de organización institucional común entre los socios. ¿Qué somos y qué queremos ser como europeos? ¿Alemanes, franceses, italianos o españoles que nos beneficiamos de una joint venture más o menos ventajosa o ciudadanos europeos que vivimos en distintos territorios, con distintas historias y culturas, pero con una identidad común que anteponemos a cualquier otra? Este es el problema porque a los europeos nunca nos han querido poner en ese brete de elegir si somos más europeos que nacionales.

El principal problema para avanzar en ese concepto de identidad europea no es otro que los grandes Estados nación que han dado forma a la Unión y ahora la tienen rehén de sus contradicciones. AlemaniaFranciaReino UnidoItalia o España son culpables de su prevalencia como pretendidas potencias europeas. Algo que se podría resolver fácilmente si la Europa de los pueblos pudiera ser una realidad. Y me baso en un paradigma sociológico, es mucho más fácil poner de acuerdo a muchas comunidades pequeñas, que a cuatro o cinco grandes. Como es mejor la competencia en mercados de pymes que en fórmulas de oligopolio. Mucho mejor nos iría en Europa si tuviéramos 28 dinamarcas, que 4 francias. Pues en ese modelo de sociedades sería verdaderamente aplicable el modelo federal que reina en EE.UU., donde los desequilibrios entre los Estados son mucho menores que en Europa. La realidad más cercana se administra mejor, pero además tiene más capacidad para la negociación y el pacto porque no pretende la imposición o conquista, sino la búsqueda de acuerdos de asociación que fortalecen sus posiciones.

La otra gran cuestión a dilucidar es la de los recursos económicos que estamos dispuestos a poner en común para el desarrollo del proyecto europeo. El presupuesto actual de la Unión en 2013 alcanzó la cifra de los 150.900 millones de euros, suma elevada en términos absolutos, pero que apenas representa el 1% de la riqueza que generan al año los países de la UE. Es decir, sin ambigüedades nuestra Unión nos importa un 1% de lo que nos interesa nuestra realidad nacional, regional o local. Exiguo margen de gestión le quedan, pues, a las instituciones europeas para dirigir los destinos de los europeos hacia destinos tan ambiciosos como el empleo, la sostenibilidad medioambiental, la innovación o la política de seguridad y exterior. Si no estamos dispuestos a ser contribuidores netos y no meros receptores de ayudas para la construcción de un espacio común diverso y plural, pero enriquecedor para todos, el mundo no creerá nuestro afán de construcción. Con esa ridícula aportación que realizan los Estados para la tarea común, además soterradamente introducen la especie de que se despilfarra en los gastos generales de funcionamiento, es decir, en la burocracia de las instituciones, especialmente de la Comisión Europea. Un organismo integrado por 34.000 funcionarios que unidos a los del resto de las instituciones apenas llega a los 55.000 efectivos para una población de 500 millones de habitantes. Y debe decirse que su ratio de efectividad versus coste es muy superior al de cualquier administración de los Estados miembros que requieren aparatos muy superiores y que no decrecen pese a que sus competencias van siendo cedidas paulatinamente a Bruselas.

Pero en el fondo, lo que está poniendo en tela de juicio a esta Europa en versión vieja, es su modelo de democracia y de sociedad. Ambos elementos determinantes de la convivencia están cambiando a toda velocidad y, sin embargo, nuestros dirigentes no son capaces de dar respuesta a los retos que dicha evolución provoca. La participación política de los ciudadanos es claramente insatisfactoria y produce, junto a una corrupción endémica del sistema, un descrédito de la actuación de los políticos. Vivimos una era digital donde todo fluye a gran velocidad menos las propuestas y reacciones de los políticos. Son ellos los que nos tienen prisioneros en una versión 1.0. de Europa que ya no funciona. Son ellos los que tienen aprensión al cambio y a escuchar nuestras opiniones. Prefieren desconocer nuestras demandas y vivir de ofertas obsoletas aunque los problemas se acumulen a su alrededor. Ven cómo se deteriora su imagen y el de las instituciones que representan y, sin embargo, no hacen nada real por cambiarlas. Se han convertido una vez más en el ancien régime, el antiguo régimen que pretende sacralizar estructuras de funcionamiento que solo proporcionan ya desigualdad e injusticia. La crisis económica les ha puesto contra la espada y la pared, pero pretenden sortearla como si nada hubiera ocurrido, sin darse cuenta de que una vez más se quiera o no, más cruenta o más pacífica, las revoluciones acaban por certificar el cambio. Si fueran responsables y por su propio bien pondrían ya en marcha la versión 2.0. de una Europa basada en el Estado del bienestar que nos hace más comunes y que regenere la democracia participativa como vértice de la convivencia de nuestras sociedades. Si la abstención en las elecciones del 25 de mayo supera el 60% la suerte estará echada.

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De como el austericidio condenó a Europa a la deflación

na nueva preocupación asola Europa: la deflación. La pesadilla que viene representando la crisis económica para los ciudadanos en este largo lustro parece haberse instalado en un círculo vicioso. Pero no debería sorprendernos, ni puede decirse que no haya habido avisos precisos y claros de autoridades intelectuales de los riesgos a los que nos conducían las medidas tomadas para atajar los desequilibrios presupuestarios públicos en la zona euro. Tampoco nos han servido los ejemplos que la historia puso a disposición, por ejemplo, el de la gran depresión norteamericana de la década de los 20 del siglo pasado. El empeño tozudo de la ortodoxia del Bundesbank y la dirección política monolítica de la Canciller Merkel bajo el dogma de la austeridad a cualquier precio, nos pone a todos ahora al borde del encefalograma plano. Pero lo más grave es que no se articulen soluciones, pese al alto coste en sacrificios sociales que sus medidas unidireccionales nos han producido. Pareciera que hasta que no acusen los bolsillos de la población alemana las consecuencias de la recesión y actual estancamiento causado, el BCE seguirá mirando al tendido sin inmutarse. La rueda del crecimiento está bajo mínimos, no se mueve nada en el continente y, sin embargo, los incentivos públicos ni están, ni se les espera.

Conviene hacer un ligero recorrido de lo sucedido hasta llegar aquí. Un día nos despertamos con el estallido de la burbuja en los entornos del mundo financiero de Wall Street. Resultó que todo era falso, que habían montado una inmensa estafa piramidal en la que habían sido capaces de trincar a los más avezados banqueros. Eso precipitó una crisis internacional de entidades pilladas con pasivos tóxicos de todo tipo. En vez de poner a cada uno en su sitio y especialmente a los responsables del timo en la cárcel, la decisión de nuestros gobernantes consistió en salvaguardar los depósitos de los comunes mortales garantizando las reservas y beneficios de los susodichos banqueros implicados. Acudimos al rescate de sus trampas con lo mejor de nuestros recursos públicos, poniendo en serio riesgo la sostenibilidad del sistema de cobertura social sobre el que descansa la convivencia y, en gran medida, la capacidad de consumo de las sociedades europeas. Ello provocó de forma casi inmediata el desajuste desproporcionado de las cuentas públicas de nuestros Estados. Familias superfluamente endeudadas y presupuestos públicos deficitarios en exceso sirvieron de señuelo a las políticas de austeridad y ajuste dictadas desde Berlín bajo el amparo de la troika comunitaria y del FMI. Las economías periféricas fueron rescatadas o pseudorescatada, como en el caso de España. Casi embargadas para poder pagar los intereses de sus deuda y con nula capacidad de maniobra. Cierre de empresas, colapso del crédito a las pymes, caída del consumo, e incremento del desempleo, especialmente juvenil, nos situaron durante más de un año en recesión. Todos menos Alemania, que al igual que diseñó el euro a su imagen y semejanza y que blindó el BCE con su vacuna antiinflacionista, ahora cobraba la deuda a la que había inducido a bancos y Estados europeos en la época expansiva de principios del siglo XXI. Y aquí estamos ahora, tratando de salir del estancamiento, balbuceando décimas de crecimiento, cuando la economía alemana empieza a tener claros signos de parón, sobre todo, porque aquellos que deberíamos estar comprando sus productos no tenemos un euro para demandarlos.

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Así nos ha despertado el nuevo episodio de pesadilla, así nos ha desvelado la deflación del sueño de la recuperación. Es justo precisar que ni en Europa ni en España puede hablarse propiamente de deflación —un descenso continuado de los precios y expectativas de que seguirán cayendo—, sino de desinflación, es decir, de desaceleración coyuntural (por el momento) de los precios. Pero la desinflación también tiene contraindicaciones para una fase de crecimiento y para la estabilidad financiera de una zona monetaria. Esa es la razón por la cual el objetivo de inflación que marcan los bancos centrales tiene que ser controlado, tanto para evitar una espiral inflacionista como para impedir que la tasa se desplome y congele las expectativas de consumo. El Banco Central Europeo (BCE) tiene fijado el objetivo de inflación en el 2% y desde octubre de 2013 el indicador no excede del 1%. Una situación incómoda para todos los agentes económicos y financieros. La deflación tiene consecuencias incluso más peligrosas que la inflación. Preserva el poder adquisitivo de las rentas, pero a cambio aumenta el valor de las deudas y acrecienta el coste relativo de los intereses. Perjudica considerablemente a los agentes más endeudados (sean individuos, familias o Estados) y esa es la razón por la cual resultaría muy dañina (la propia desinflación ya lo es) para países como España, Italia o los que actualmente están en trámite de rescate. Además, frena el crecimiento; los consumidores retrasan sus decisiones de compra a la espera de precios de bienes y servicios más bajos. El resultado es una trampa para las rentas y el empleo de la que resulta difícil salir.

Resulta paradójico contemplar como los pirómanos nos alertan de los riesgos del fuego. Aquellos que incendiaron con medidas de austericidio Europa, ahora claman por los riesgos de deflación. El comisario de Economía, Rehn o la directora del FMI, Lagarde, se declaran preocupados por las bajas tasas de inflación en Europa y claman por medidas no convencionales para salir de la situación. ¿Y qué cabe hacer? Las opiniones se agrupan en torno a dos propuestas. La primera, monetarista, sugiere bajar los tipos de interés y aportar fondos a las entidades financieras para fomentar el crédito a familias y empresas. La segunda, de corte keynesiano, propone incrementar el gasto público para dinamizar la economía. Normalmente, la opción más adecuada dependerá de cada situación y consistirá en una combinación de ambas propuestas. Por ejemplo, durante la Gran Depresión la Reserva Federal disminuyó los tipos de interés hasta el 0,5% a principios de 1930. Sin embargo, en estas condiciones las familias preferían atesorar su dinero en casa ya que la rentabilidad que ofrecían las entidades financieras era muy reducida (trampa de liquidez). Al no disponer de recursos de clientes, los bancos no podían conceder préstamos para la actividad productiva. Por ello, fue la política de estímulo a través del gasto público acometida por el presidente Roosevelt en el marco del New Deal. la herramienta que permitió superar la crisis. En realidad nada de lo que el gobierno hacía tenía consecuencias importantes en la economía, ya que a causa de la crisis los mercados extranjeros se volvieron más proteccionistas. En consecuencia, el exceso de oferta de bienes y servicios estadounidense no podía ser colocado. La crisis se superó cuando finalizó la Guerra mundial, al permitir una gran expansión de su economía por medio de los préstamos a los países europeos en conflicto. Esto a su vez, aumentó la demanda de sus productos debido a que Europa había perdido gran parte de su matriz productiva, la cual fue reemplazada por losEstados Unidos.

La actual situación europea vuelve a dar la razón a Keynes. Con libre circulación de capitales, un tipo de cambio fijo resulta imposible de mantener (el sistema monetario europeo lo mostró suficientemente) pero no digamos una unión monetaria. El intento de sustituir la devaluación de la moneda por la deflación interna, amén de producir graves injusticias, suele resultar baldío. Y es que la bajada de precios únicamente puede tener alguna efectividad de cara a recuperar la competitividad en la medida en que el resto de los países no apliquen la misma política. Necesitamos incentivos públicos, inversión pública que vuelva a situar en las decisiones públicas el centro de actuación y, sobre todo, como elemento regenerador de la confianza. No sirve solo ya bajar los tipos al 0% o darle a la maquina de hacer billetes para prestarlos a los bancos, eso no haría ya más que engordar a los especuladores que sin esfuerzo alguno inversor hacen un buen negocio prestando en condiciones de usura. Se requiere recuperar la autoridad de las decisiones públicas para alejar del panorama a los buitres que merodean activos y a empresas en busca de gangas por todo Europa.

Debemos ser conscientes de que en lo que dura la crisis, el volumen de los fondos de inversión en todo el mundo ha crecido un 35% y suponen ya el 70% del PIB mundial. Para que nos hagamos una idea, el mayor fondo mundial, de curioso nombre, Black Rock, tiene una valoración de tres veces el PIB de España. Parece evidente que a estos fondos, de procedencia anónima e incontrolable en plena globalización de capitales, les ha ido muy bien en la crisis. Se han convertido en los verdaderos gobernantes del nuevo orden. Han acosado a través de sus presiones en los mercados a Estados y empresas multinacionales. Invierten, desinvierten y especulan con una facilidad que hace una década no podíamos vislumbrar. Para ellos la deflación es un estado natural al que nos han llevado para abaratar sus movimientos, pero incluso para ellos, que se pare la rueda es malo porque la inactividad a medio y largo plazo es sinónimo de pobreza. Necesitan actividad para colocar sus fondos y por eso hay que aprovechar ahora para poner límites a ese poder desproporcionado que han adquirido. Es el momento de volver a incentivar la economía productiva, la innovación en sostenibilidad y reducir al entorno que le corresponde a las herramientas de financiación. El valor que se antepone al precio, no está en el dinero, que no es sino un medio convencional para fijar las condiciones del intercambio. El valor reside en las personas y las personas nos organizamos en la cosa pública que nos representa. Recuperar el valor de lo público como eje de la recuperación es la única posibilidad que tenemos para salir de una vez de la crisis. Empecemos por combatir la deflación con decisión y firmeza. Demos un toque de atención desde Europa al mundo demostrando que nuestro marco de convivencia está por encima de los billones de billones de dólares de los fondos de inversión. A Japón le está costando más de 20 años salir de la crisis, salir de la recesión y de deflación por no emprender políticas de estímulo públicas. Ahora se han decidido a hacerlo con su programa “Abenomics” o de las tres flechas, con cuantiosas inyecciones de liquidez. Han pasado las primeras pruebas con éxito. ¿Por qué no seguirles con la misma decisión?

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¿De qué nos sirve una Unión Bancaria si no armonizamos la fiscalidad europea?

Tras casi 17 horas consecutivas de negociación, Eurocámara y Consejo Europeo acordaron la creación de un Mecanismo Único de Resolución (MUR), el segundo pilar de la unión bancaria y el proceso más ambicioso de integración europea tras la introducción del euro. Ha costado años desde el inicio de la crisis con la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008 que los europeos alcancemos un acuerdo para rescatar nuestras entidades financieras y con ello nuestra moneda el euro. Así de lento caminamos porque los intereses de algunos países,Alemania a la cabeza y los beneficios de los principales banqueros nos han impuesto los sacrificios para la teórica recuperación que dicen vivimos. Pero todos estos años de ardua negociación nos están poniendo a las puertas de una auténtica política monetaria común y de convertir al BCE en el supervisor al estilo de la Reserva Federal de EE.UU. que precisamos. No pondré pegas a un paso ansiado y necesario, pero si me gustaría advertir de que finalmente estamos construyendo una Unión Bancaria, como ya sucedió con el euro, a la medida de Alemania y, en segundo lugar, que mientras no se avance en políticas que posibiliten la armonización fiscal en la zona euro, seguiremos cojos, sino paralíticos, en la defensa de un espacio económico común.

El MUR permitirá liquidar bancos problemáticos de la zona euro desde una autoridad central y financiar las operaciones con un fondo de 55.000 millones de euros aportados gradualmente por las propias entidades. El acuerdo final respeta muchas de las líneas rojas trazadas por Alemania, como el veto a una red de seguridad pública que financie al fondo si se queda sin dinero, pero a cambio, cede en un punto clave: la mutualización de riesgos, aunque progresiva, se concentrará en los primeros años.

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Conviene reseñar los detalles principales de este trascendental paso:

1) La banca aportará los 55.000 millones de euros en 8 años, frente a los 10 propuestos inicialmente por el Consejo Europeo. Según los cálculos del Ministerio de Economía, a España le corresponderá un 15% de esa cantidad, unos 8.200 millones de euros.

2) La mutualización de riesgos de ese fondo se concentrará en los primeros años: 40% en el primer año y 20% más en el segundo. A partir del tercer año, se sumará un 6,7% anual durante 6 años. El fondo estará 100% mutualizado en ocho años.

3) Tanto el BCE como el Consejo de Resolución del MUR (su cúpula directiva) podrán decidir que un banco está a punto de quebrar e iniciar el proceso que podría acabar en liquidación de la entidad.

4) La Comisión Europea diseñará los planes de liquidación de los bancos problemáticos y el Consejo solo participará a petición de la propia Comisión. Sin embargo, en caso de discrepancia entre la Comisión y el Consejo de Resolución, la última palabra la tendrá el Consejo. Además, la mayoría de decisiones importantes se adoptarán por el Consejo de Resolución al completo (que incluye las autoridades de resolución nacionales), por lo que los Gobiernos conservan mucha influencia en todo el proceso.

5) La decisión de liquidar una entidad podrá realizarse en un fin de semana.

6) Durante la fase de transición, el MUR, concretamente su Fondo Único de Resolución, podrá pedir prestado en el mercado, aunque sin respaldo público paneuropeo. Para la fase permanente, los Gobiernos estudiarán un mecanismo de apoyo común.

7) Afectará a unos 300 bancos de la zona euro (aproximadamente el 80% del volumen total de capital bancario): los que operan en varios países y los que el BCE supervisará directamente.

Además de una batalla por la supremacía germánica de la Europa unida, en este acto de la tragicomedia que supone la construcción europea, se han enfrentado dos poderes institucionales, el Consejo, es decir, los jefes de Gobierno de los Estados y el Parlamento. De momento es evidente que son las naciones las que siguen marcando el paso de las reformas, pero es evidente que los representantes directos de la soberanía popular europea en esta última legislatura, al amparo de las atribuciones reforzadas que les concede el Tratado de Lisboa, se han empoderado y han plantado cara al Consejo así como a la Comisión Europea. Y esto no es más que un avance de lo que viene. El 25 de mayo los europeos votamos una Eurocámara que elegirá, salvo que los jefes de Gobierno decidan saltarse a la torera la decisión democrática de los ciudadanos de los 28 Estados miembros, cosa que no preveo, al próximo presidente de la Comisión Europea y posteriormente a todos y cada uno de su comisarios. Nacerá, por tanto, ese Parlamento y esa Comisión tendrán mayor legitimidad para contrarrestar el peso omnímodo del Consejo en estos años de la crisis. Merkel lo sabe y por eso está tratando de pisar el acelerador ante lo que puede ser una verdadera rebelión contra sus decisiones.

Pero la reflexión de fondo que quería dejaros tiene más que ver con la necesidad y urgencia de avanzar en la armonización fiscal en Europa que en el progreso que se ha producido en Bruselas entorno a la Unión Bancaria. El euro ha sido el mejor aliado de Alemania para realizar un perverso juego entre sus exportaciones a los demás miembros de la UE y cederles crédito para que pudieran comprar sus productos. Ese vaso comunicante en la balanza de pagos, entre la de cuenta corriente y la de cuenta de capital, les ha permitido no solo afianzar su liderazgo comercial, sino ser la única economía que no se ha visto brutalmente sacudida por el desempleo y que, para colmo, ha reducido su endeudamiento hasta niveles mínimos cuando venían de las mayores tasas de su historia fruto de la reunificación y el alto coste de inversiones que supuso en la Alemania del Este. El euro, pues, ahora lo comprobamos sin lugar a dudas es un excelente invento alemán para los alemanes. Lo cual no quiere decir que no lo sea o pueda ser para el resto de los europeos. Y sin duda ese es el punto crítico, la evolución de las políticas económicas europeas una vez de vaya consolidando la Unión Bancaria ahora esbozada. La única fórmula que les queda a los gobiernos para tratar de paliar sus déficits de competitividad, una vez que la devaluación monetaria no es posible, es la herramienta fiscal. Con ella vienen jugando unos y otros para hacerse dumping en un espacio que debería armonizar los tributos fundamentales. Ahora resulta más trascendental que nunca buscar un reequilibrio entre ricos y pobres de la Unión más allá de situaciones macroeconómicas de cada uno de los Estados. Se requiere una política fiscal que salte fronteras y busque el fomento del empleo y que redistribuya la riqueza. Todo lo demás seguirá siendo un modelo hegemónico de unos sobre otros, de los países del Norte sobre los del Sur, de los ricos sobre los pobres, en el fondo una Europa basada cada día más en las desigualdades.

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Ucrania escenario de guerra fría: ¿a qué espera la Unión Europea para ser mayor?

Ucrania se desangra ente divisiones políticas, enfrentamientos sociales y bancarrota económica. Rusia aprovecha la circunstancia tratando de recomponer sus fronteras sobre su sueño imperial zarista o de los soviets. Mientras EE.UU.ensimismado en su recuperación económica y la revolución interior de su sistema energético y productivo, recurre a la dialéctica a su VI Flota para afianzar un nuevo episodio posmoderno de guerra fría. Y mientras la Unión Europea, que tiró la piedra y escondió la mano en la plaza de Maidán en Kiev, como si fuera mayor de edad en el contexto mundial, ahora se arruga recordando que es un simple adolescente jugando a ser adulto. El tablero de ajedrez se agita porque las piezas se exasperan, sufren y mueren a tiros en plena hambruna. Jugar con el dolor ajeno puede tener un riesgo incontrolable, la situación puede írsele de las manos a los directores de este drama si la población sometida el extremo de tensión decide buscarse por su cuenta la solución al conflicto. Al fin y al cabo, la mayoría de ellos, sean ucranianos, crimeos, rusos o tártaros, tiene muy poco que perder en una guerra sin cuartel por las calles de pueblos y ciudades. Cada día hablan más las armas y menos las voces con sentido común. Cada vez se oyen más disparos y el chirriar a muerte de las cadenas de los carros de combate. El tiempo para la paz se va perdiendo y la diplomacia europea incapaz de hablar como la Unión que dice ser.

La verdad es que me debatía el último mes en cuándo era el momento más adecuado para escribir este post, si cuando se iniciaron las protestas proeuropeas en la plaza de la Independencia, cuando se depuso al presidenteYanukovich, cuando se liberó a Timoshenko… pero tenía la sensación de que los sucesos vividos en la capital de la madre Rus, no eran más que la antesala de una crisis de dimensiones considerablemente mayores. Se daban todas las condiciones para la tormenta perfecta: Ucrania para los rusos es el corazón de la patria, el origen nacional; por su suelo pasa el 80% del gas que los europeos importamos de la Federación Rusa; Crimea es una república autónoma con diferentes identidades históricamente enfrentadas y su puerto de Sebastopol es la base estratégica de la flota rusa en el mar Negro, actualmente bajo arriendo del gobierno ucraniano. Y como telón de fondo de este auténtico polvorín, la economía ucraniana se encuentra sumida en una profunda crisis envuelta en un sistema de corrupción extendido. En este clima propicio al conflicto social, la Unión Europea con su propuesta de acuerdo de libre comercio representa para muchos ciudadanos la esperanza en un horizonte lleno de perspectivas que podría contribuir a la ansiada modernización industrial del país. Sin embargo, no podemos olvidar que caso de concretarse la asociación con la UE, Ucrania tendría que someterse a una urgente actualización de su tejido productivo para ajustarse a las 350 regulaciones europeas que, a tenor de algunos expertos, serían difíciles de asumir por el país en estos momentos. Además, la integración podría inundar el mercado interno ucraniano de productos europeos, especialmente alemanes, la principal impulsora de los acuerdos con Kiev. Estos argumentos los utilizaMoscú como pantalla propagandística. Dicen que asociarse con la Unión Europea significa ser excluido de los beneficios que actualmente Ucrania recibe de Rusia, relacionados no solo con el gas, sino con los privilegios arancelarios que perdería. Hoy Ucrania está al 50% de caer en bancarrota. Si Rusia, por ejemplo, impone la tarifa arancelaria acordada por la Organización Mundial de Comercio, Ucrania podría perder un 1,7% de su PIB y para nosotros supondría un daño muy serio porque muchas empresas ucranianas mantienen relación con Rusia.

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Por ello, siendo realistas la aplicación de un acuerdo con la UE requeriría al menos de un periodo de transición de al menos 4 años y un paquete de ayudas económicas que Yanukovich cifró en 160.000 millones de euros. En septiembre los cálculos rozaban entre 3.000 y 5.000 millones de euros, pero la crisis empeora por días por lo que se hace difícil de calcular la cuantía de ayudas que la UE debería poner encima de la mesa para incorporar Ucrania a su zona de influencia. Un plan que en las actuales circunstancias económicas que vive la Unión Europea parece imposible de alcanzar un consenso. A favor de la acción se sitúan a la cabeza la canciller alemana, Ángela Merkel y cuenta con el claro apoyo de el premier británico, David Cameron y de forma más tibia, del presidente francés, François Hollande. Para el resto, inmerso en los aún leves indicios de recuperación económica, la crisis de Ucrania representa un palo en la rueda del movimiento incercial necesario para lograr la salida de la crisis. España o Italia, más allá de llamamientos a la necesidad de diálogo y apoyo a las fuerzas proeuropeas, difícilmente apoyarían una intervención económica basada en un plan de ayudas cuantiosas. Y sin dinero, la realidad es que los llamamientos de la UE al acercamiento de Ucrania, no son más que trampas para una población acuciada por un futuro mejor. En el fondo, lo único que hemos logrado con nuestra diplomacia democrática es provocar un escenario de práctica ruptura del país. Y lo que es peor, despertar al oso ruso y sus ambiciones territoriales bajo el demagógico pretexto de defender a las minorías rusas que pueblan Ucrania.

En Washington, el presidente Obama asiste una vez más a las consecuencias de la debilidad política de Europa. Las intolerables declaraciones de Victoria Nuland, la secretaria de Estado adjunta para Europa despreciando a la UE en el conflicto de Ucrania, son sin embargo muy explícitas del cansancio y hartazgo que produce al otro lado del Atlántico nuestra capacidad para provocar conflictos y nuestra inoperancia a la hora de resolverlos. La administración Obama está inmersa, como lo hiciera su antecesor Roosevelt antes de que estallara la II Guerra Mundial, en un programa de recuperación económica profundo, que ha revisado sus políticas energéticas de forma radical, perdiendo dependencia paulatina del petróleo y sus exportaciones provenientes del Golfo Pérsico. La explotación mediante fracking de hidrocarburos no convencionales, como el gas de lutita o de esquisto ha supuesto una bajada de precios de los combustibles sostenida y con ello un aumento de la competitividad de EE.UU. que ha mejorado un 20%. A diferencia de la UE, la mayoría de las fuentes de energía que precisa EE.UU. están en su territorio. Con ello cambia radicalmente el papel de gendarme que durante décadas ha venido jugando la potencia norteamericana en el mundo. La diplomacia activa impera, como sucediera en la crisis de Siria y se elude a toda costa el conflicto que genera cuantiosos costes militares en una economía que lucha por reducir su desorbitado déficit público. A nada de esto es ajeno el Kremlin y mucho menos su líder, Vladimir Putin. Ya midió las fuerzas de su antagonista cuando Obama llamó a derrocar al presidente sirio, Bashar al-Asad y se apuntó una victoria clara al impedirlo. Ahora la crisis toca a sus territorios más sensibles, cuando además el terrorismo amenaza a sus regiones en poder convertirse en una seria amenaza a su orden establecido. La intervención en Ucrania es un alimento imprescindible para reforzar sus discurso de orgullo ruso y empoderamiento nacionalista. Un fácil manera de tapar las vergüenzas de una economía aun subdesarrollada, incapaz de generar progreso para su población.

De reojo observa el conflicto, el cuarto gigante mundial, China. Los nuevos mandatarios chinos bastante tienen con tratar de sostener el crecimiento económico, sin que se dispare su deuda, controlando las anhelos desmedidos de su población, los movimientos terroristas que empiezan a actuar en su suelo y las denuncias continuas de corrupción de su sistema político que la prensa internacional desvela un día si y otro también. Necesitan un mundo en paz y silencioso para poder seguir su programa de reformas y de capitalismo colectivizado. Cualquier perturbación frena su ritmo, que aunque lento, debe ser continuo. De ahí que pese a que formalmente apoyan la posición rusa, sus llamamientos al entendimiento son claros y en esta ocasión no serían aliados naturales de Rusia en caso de intervención militar. A todos los agentes implicados, pues, les incomoda el conflicto, salvo a Rusia que ve posibilidades de sacar tajada de una partición de Ucrania y a la UE que sin arriesgar nada también ve beneficios en ese caso. Son China y EE.UU. los menos favorables a aceptar que el continente vuelva a convertirse en territorio de conflicto y repartos interesados de tierras y personas.

La Unión Europea hace bien en defender en el entorno de sus fronteras el establecimiento de democracias sólidas y fundamentadas en economías competitivas. Está en el adn de su fundación abogar por ello, pero también lo está y por ello recibió el premio Nobel de la paz, garantizar a las personas su seguridad y una forma digna de vida más allá de sus bunker de miembros Estado. Si quiere jugar ese papel en el mundo, tiene que actuar con decisión y con intenciones claras. Lo demás es utilizar a las ciudadanos como conejillos de indias de sus experimentos políticos. Los peores fantasmas de nuestra historia vuelven a pasearse por las pantallas de los televisores. Soldados armados hasta los dientes, convoyes de carros de combate, flotas movilizadas… y de fondo declaraciones de líderes políticos amparadas en razones espúreas. Toca ser inteligentes que es sinónimo en este caso, de no entrar al trapo de las provocaciones de un líder dictatorial necesitado de gestas épicas como es Putin. Toca dialogar con el aliado lógico en esta batalla diplomática que es EE.UU. y toca poner a China a nuestro favor, haciéndole ver que una Ucrania en libertad y progreso, es su mejor compañero de viaje. Toca en suma, trabajar unidos como potencia europea, sin anteponer intereses particulares cortoplacistas y defendiendo ante todo la suerte de los 46 millones de ucranianos que hoy ven es riesgo sus vidas. Estamos ante otra hora histórica para el futuro creíble de la Unión Europea.

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El alto precio de la Europa corrupta: 120.000 millones de euros al año

Me pregunto qué sistema es este que obliga a salvajes recortes de protección social para aquellos que pagan y cotizan a sus haciendas y seguridades sociales durante toda su vida y no es capaz de erradicar la lacra de la corrupción entre sus dirigentes. Se reducen becas, se recortan prestaciones sanitarias,  se desahucian familias y se congelan pensiones mientras la prolija actividad de los corruptos nos supone anualmente la increíble cantidad de 120.000 millones de euros al año, una cifra similar al presupuesto anual de la UE. Mejor no sumarle la cuantía estimada de fraude fiscal que se registra en los Estados o miembros e incluso el papel de paraísos fiscales que algunos de ellos juegan. Porque si nos diera un día por hacer la cuenta de lo que entre unas cosas y otras se defrauda al Estado del Bienestar caeríamos en la realidad de quiénes son los verdaderos depredadores de nuestro gran ecosistema de convivencia solidaria y pacífica.

La corrupción sigue siendo un reto para Europa y lo que es más grave, aunque no a todos por igual, afecta a todos los Estados miembros. La pasada semana la comisaria de Asuntos de Interior, la sueca Cecilia Malmström presentó el primerInforme sobre la lucha contra la corrupción en la UE. Con una conclusión rotunda: los Estados miembros han adoptado muchas iniciativas en estos últimos años, pero los resultados son desiguales y debe hacerse más para prevenir y castigar la corrupción.

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El Informe muestra que la naturaleza y el nivel de corrupción, así como la eficacia de las medidas adoptadas para combatirla, varían de un Estado miembro a otro. También pone de manifiesto que la corrupción merece mayor atención en todos los Estados miembros. Y así lo indican los resultados de una encuestaEurobarómetro sobre la actitud de los europeos en relación con la corrupción. La encuesta muestra que tres cuartas partes de los europeos (76 %) creen que la corrupción está muy extendida, y más de la mitad (56 %) cree que el nivel de corrupción en su país ha aumentado durante los tres últimos años. Uno de cada doce europeos (8 %) afirma que ha vivido o presenciado un caso de corrupción en el último año. La gran pregunta es, ¿cuántos de ellos lo han denunciado? Porque no olvidemos que no hay corruptos sin corruptores

“La corrupción mina la confianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas y en el Estado de Derecho, daña la economía europea y priva a los Estados de unos ingresos fiscales muy necesario”, decía Malmström poniendo simplemente de manifiesto lo obvio. Se supone que la UE pretende servir de ejemplo de actitudes democráticas y de fiscalización de la vida pública en el mundo, esa es una de nuestras principales señas de identidad y, sin embargo, no somos capaces de controlar efectivamente el correcto uso de los recursos de todos. Algo falla en esencia, como si el exceso de peso y poder de la tecnócrata burocracia de los Estados y de Bruselas fuera cómplice de los múltiples intereses lucrativos ilegales que se mueven en el continente. Y en esta situación, ¿qué político es capaz de poner la cara con dignidad para pedir el voto en las cercanas ya elecciones europeas?

Respecto a España la Comisión Europea señala que aunque ya existe en gran medida un marco jurídico de lucha contra la corrupción, y la legislación se ha aplicado con buenos resultados en materia de investigación de las prácticas corruptas, el informe sigue mostrando”una serie de insuficiencias”, eufemismo tecnócrata, pues, pese a no establecer una clasificación de corruptos, el informe implícitamente sitúa a España entre los Estados con más corrupción. Un reto especial lo constituye la corrupción política y los deficientes controles y equilibrios, especialmente en lo relativo al gasto público y a los mecanismos de control a escala autonómica y local. En su informe la Comisión Europea sugiere desarrollar estrategias de lucha contra la corrupción adaptadas a las necesidades de las administraciones autonómica y local, proseguir con las reformas en curso y la aplicación de las nuevas normas en lo tocante a la financiación de los partidos políticos, e instaurar códigos generales de conducta para los cargos electos, con instrumentos adecuados de responsabilización. La Comisión también propone seguir insistiendo en la lucha contra las irregularidades que se producen en los procedimientos de contratación pública a escala autonómica y local.

Tal vez sólo estemos reescribiendo una página de nuestra historia. Aquella que bajo la grandeza de las conquistas de las legiones romanas y de su derecho oculta una realidad de corrupción de la vida pública, basada en tráfico de influencias, amiguismo, sobornos y extorsiones generalizadas. Roma instituyó la corrupción como parte intrínseca de su forma de Gobierno, consagrando así la injusticia hacia su pueblo gobernado. Se supone que 2000 años después nuestro contrato social debería haber evolucionado hacia formas de gobierno y de administración pública más éticas y justas. Si no somos capaces de demostrarnos, los unos a los otros, gobernadores y ciudadanos, que la limpieza de actos es la base de nuestro sistema, perderemos la confianza en nosotros mismos, cuestionaremos nuestras instituciones y como ya sucediera al imperio romano, seremos presa fácil de bárbaros extrafronteras, de los que por desgracia también hoy tenemos claros ejemplos que vienen del Este.

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Catalunya ¿quo vadis?

El anuncio esta semana por parte de los partidos políticos catalanes que apoyan la celebración de la consulta soberanista en Cataluña, revestida de carácter institucional, supone un hito sustancial en el camino emprendido por dichas fuerzas políticas hacia la independencia de su país. Negar la trascendencia del acto celebrado en la Generalitat, además de un gesto avestruz, resulta un desprecio a la voluntad popular de todos aquellos millones de catalanes que han depositado su confianza en formaciones como CiUERCIC o CUP – la suma de votos de todos ellos en las últimas elecciones catalanas de 2012 se acercó al 60% -. Pero además, por primera vez se expresa la determinación de realizar un referéndum con un planteamiento en forma de pregunta, en este caso dos, a la que los catalanes deberían responder. Nunca antes se había llegado tan lejos en las aspiraciones de soberanía plena de un territorio en la moderna democracia española, ni siquiera el plan Ibarretxe, cuyo recorrido quedó abortado en su trámite en el Congreso de los Diputados alcanzó este estadio. La propuesta liderada por el president Artur Mas se enfrenta ahora en los teóricos nueve meses que le separan del plazo dado para la consulta, le 9 de noviembre de 2014, a la realidad de un recorrido incierto cuyas claves y futuribles conviene analizar si nos importa algo el destino de Cataluña, de España y de la propia Unión Europea que afronta ese mismo año otro referéndum de autodeterminación en Escocia.

Lo primero que convendría a todas las partes para afrontar un proceso que de momento ha cumplido escrupulosamente la legalidad democrática sería desdramatizar el contexto y la situación. El ejemplo de la negociación llevada a cabo en el Reino Unido entre el primer ministro David Cameron y el primer ministro escocés Alex Salmond, debería suponer una hoja ruta válida para sentar las bases de un entendimiento entre fuerzas que plantean propuestas diferentes a una sociedad. Lo cual no quiere decir en absoluto que los casos sean equiparables, ni que el resultado necesariamente deba ser el mismo, lo replicable es nada más y nada menos que el nivel democrático mostrado en el Reino Unido. El respeto a la diferencia de opinión es la base sobre la que se sustenta la capacidad de diálogo y de negociación. Nadie negocia con alguien a quien no respeta y ese es uno de los problemas principales que está jugando en el proceso desatado en Cataluña versus España. La pertenencia a una comunidad es algo que depende del día a día y que se conjuga con los aspectos identitarios de una sociedad. Negar a Cataluña su cultura identitaria es negar la historia, pero más aún, es negar la realidad de un pueblo que se expresa en lengua propia y que piensa y siente en catalán. Pero durante más de tres décadas, con notables altibajos pero con soluciones posibilistas, ambas partes, nacionalistas catalanes y gobiernos españoles, lograron un estatus de integración y convivencia válido. Yo diría que el punto de partida político de la ruptura institucional proviene de la sentencia del Tribunal Constitucional, anulando artículos del Estatut de Cataluña, aprobado por el Parlament catalán y por las Cortes españolas y refrendado por los catalanes en consulta legal. Las aspiraciones de la mayoría del pueblo catalán se vieron cercenadas por una decisión que en nada respondía a la soberanía popular, sino a unos pocos intérpretes de la misma. Consumado dicho desaguisado, la crisis económica puso el resto. El descontento con el trato fiscal recibido por Cataluña por parte del Estado ha sido creciente a medida que las cifras del desempleo crecían y las cuentas públicas se veían recortadas por imperativo de Bruselas. Son estos dos motivos los principales para entender que el nacionalismo catalán moderado de Convergencia i Unió abandere en la actualidad un proceso secesionista.

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Antes de reflexionar sobre los márgenes que aun quedan de diálogo entre España y Cataluña para evitar el choque de trenes entre dos sociedades cada día más distantes, conviene tratar de prever el recorrido real que la propuesta de consulta puede tener. Lo realizado esta semana es una mera declaración de intenciones políticas que ahora deberá expresarse en una ley que aprobará el Parlament de Cataluña. Este será el primer paso legal para formalizar el referéndum. Dicha ley se amparará en la ley de consultas populares ya aprobada por el propio Parlament. Con casi total seguridad este será el momento en que el Gobierno español presentará ante el Tribunal Constitucional un recurso de inconstitucionalidad sobre la consulta amparándose en el artículo 2 de la Constitución que reza: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. Parece, pues, obvio que el Tribunal Constitucional o bien como mínimo dejará en suspenso la consulta hasta su resolución o la declarará ilegal. Muy probablemente antes o después de este entreacto, el Govern catalán se habrá visto reforzado en su estabilidad aunque sea como mero gesto, con la incorporación de ERC. Fortalecer la base nacionalista de la Generalitat es una forma de presentar ante la sociedad catalana un voluntad definida. Este paso, sin embargo, podría chocar con la dirección de Unió, el grupo democristiano muy alejado de las tesis políticas y del modelo de sociedad defendido por Esquerra. Será, pues, un paso que deberá medir muy mucho Artur Mas.

Lo que si parece evidente es que si Madrid veta legalmente la consulta, más allá de manifestaciones y protestas internacionales, los dirigentes de CiU ya han dejado muy claro, como sucedió con el plan Ibarretxe, que no se plantean realizar una consulta ilegal, por lo que estarían abocados a un adelanto electoral coincidiendo previsiblemente con la fecha fijada para el referéndum. Serían por tanto unas elecciones plebiscitarias, donde las fuerzas nacionalistas acudirían con un único punto en su programa electoral, el de la independencia e incluso podrían plantearse hacerlo con una lista única para dejar más patente el apoyo a su propuesta. De ganar su opción, el nuevo gobierno emprendería una acción política centrada exclusivamente en la puesta en práctica de la independencia y ahí si se podrían llevar a cabo medidas de mayor insumisión hacia el Estado español. Esta fase, pues, incrementa sustancialmente el conflicto entre las dos entidades ejecutivas. Así las cosas, el plazo para buscar un nuevo encaje de Cataluña en el Estado español es el mismo con consulta que sin ella, siempre y cuando las fuerzas nacionalistas mantengan la mayoría clara que actualmente en las encuestas tienen. Es en ese sentido de las mayorías donde se está jugando la realidad del partido. De ahí que la pregunta planteada en el referéndum sea doble, primero si se quiere que Cataluña sea un Estado y después, que lo sea independiente. De esta forma se deja abierta la puerta a la fórmula de Estado asociado o de Estado federal, la famosa tercera vía que plantean los socialistas catalanes del PSC. Por su parte Madrid, puede poner encima de la mesa mejoras en el planteamiento fiscal presupuestario para conceder parte de los 9.000 millones de euros en que estima la Generalitat el maltrato a Cataluña. Y con toda seguridad, seguirá echando el resto en el argumento principal para cambiar los porcentajes actuales sobre la base de una hipotética salida de la UE de una Cataluña independiente. Las declaraciones realizadas por el presidente del Consejo Europeo en Madrid el mismo día del anuncio de la consulta dejan poco lugar a dudas respecto a la interpretación de los Tratados Europeos. Es evidente que un Estado que se desmembra de un Estado miembro se sale de la UE y debe solicitar su incorporación. Y además el proceso de integración requiere la unanimidad de los miembros actuales. Este es el reto más complejo al que se enfrentan los moderados nacionalistas catalanes que desde sus orígenes han sido políticos de marcado carácter europeísta. Pensar que Cataluña no es Europa resulta verdaderamente surrealista.

No serán tampoco pocas las presiones que desde el empresariado catalán se producirán hacia los líderes de CiU a medida que los plazos se acerquen a las decisiones definitivas. El dinero no tiene corazón, ni sentimientos y solo busca oportunidades y seguridad. El temor a la inestabilidad institucional amedrenta y esa baza será seguro debidamente utilizada por Madrid y por las instituciones europeas, que se encuentran muy incómodas con lo que sucede en Escocia y en Cataluña. Todo ello deberá ser tenido muy en cuenta por Artur Mas y su compañero de partida actual, Oriol Jonqueras, el líder de ERC y que actualmente supera en las encuestas a CiU. En el fondo también están compitiendo por el liderazgo de un espacio político y eso puede llevarles a cometer errores estratégicos de fondo. Para que triunfe la vía moderada de CiU necesitan que el Gobierno español de hilo a la cometa y emprenda un proceso negociador que les permita ofrecer algo a los catalanes descontentos. Pero Jonquera también sabe que la situación económica, especialmente en una Cataluña empobrecida, está para pocas bromas y tiene que evitar llevar a su país a una vía muerta. La realidad, pues, es muy compleja tanto internamente en Cataluña como lo es en una España que parece apuntar síntomas de recuperación económica y a la que el proceso independentista catalán solo puede granjearle inconvenientes. Explorar las vías intermedias parece lo más deseado por la mayoría de fuerzas políticas pero el problema principal es la “venta” en una España acostumbrada al café para todos que se implantó a raíz del referéndum de autonomía de Andalucía en 1981. Cualquier proyecto de Estado asimétrico o de asociación con los territorios más identitarios de la península provoca tremendos temores en los partidos mayoritarios PP y PSOE que además se encuentran a la baja en ambos casos y con la presión ultraespañolista de UPyD y la más federalista de Izquierda Unida.

Es evidente que al igual que dos personas no discuten si una no quiere, resulta imposible retener a alguien bajo el mismo techo contra su voluntad, salvo por la fuerza y ese no es el caso de las democracias europeas. España tiene un problema guste o no reconocerlo con Cataluña, como lo tiene con Euskadi. El encaje constitucional ya no satisface a una mayoría de la población en estos países que constituyen una realidad plurinacional en un Estado que no es capaz de dar respuesta a sus anhelos. A eso le pueden poner todos los epítetos más gruesos y hasta los insultos más descarados desde Madrid, pero la tierra seguirá siendo redonda. Convendría, pues, que al igual que requerimos de un nuevo modelo de economía social para salir definitivamente de esta crisis estructural, nos pusiéramos todos a buscar fórmulas inteligentes para encontrar un modelo de convivencia territorial, que probablemente debería incluir toda la península, invitando al proceso a Portugal, ¿por qué no?, que sea válido para respetar sentimientos e identidades diversas y haga de la colaboración la base de la prosperidad de nuestros pueblos. No es tan difícil si existe generosidad y altura de miras por todas las partes implicadas, de otra forma el proyecto español estará abocado al fracaso. Pero de igual forma, los líderes nacionalistas de los territorios afectados deben ser conscientes de las posibilidades que el entorno europeo que nos hemos dado nos concede y no llevar a sus pueblos a aventuras sin objetivos o metas claras. El camino del soberanismo se recorre día a día, es un proceso continuo y evolutivo y no finalista que se consigue con un himno o una bandera. Deberían reflexionar para qué quieren un Estado propio y, sobre todo, el tipo de sociedad de quieren para sus ciudadanos, y en eso seguro que nos podemos encontrar en el marco europeo.

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Hablemos de elecciones europeas o de cómo centrar el debate en Europa

Conviene advertir a tiempo a los ciudadanos europeos de lo mucho que se juegan en los próximos comicios europeos de mayo de 2014. De otra forma podemos encontrarnos a la vuelta de seis meses con la desagradable sorpresa de hacer depender las decisiones más importantes para el futuro de Europa de una insoportable retahíla de minorías populistas. Es mucho lo que nos jugamos en esas elecciones como para permitir que una escasa participación y el creciente euroescepticismo se hagan con el poder en la eurocámara. De ahí que resulte fundamental fomentar el debate sobre la Unión, sobre los problemas que la crisis económica nos ha deparado, de la falta de liderazgos, de los nuevos retos de la construcción europea o del papel a jugar por la UE en el escenario internacional. Necesitamos grandes debates de los que surjan grandes ideas para afrontar una legislatura que puede resultar decisiva en la suerte del proyecto europeísta. Aunque mucho me temo que en el caso español, las cuitas patrias centradas en el ventilador de la corrupción invadirá todo en los escasos quince días que hablaremos de Europa. Si no somos capaces de hacer una adecuada traducción de los problemas nacionales en el contexto global de la Unión, el resultado electoral puede abocarnos al fracaso general.

Para poner en dimensión real la trascendencia de las elecciones europeas de mayo, baste con decir que los eurodiputados por primera vez en la historia de la UE serán los responsables de elegir al presidente o presidenta de la Comisión Europea. Es decir, que el jefe del Ejecutivo comunitario ya no será monodependiente de los presidentes de gobierno de los Estados miembros, sino de los representantes electos del debate europeo. Esta grado de autonomía conferirá a la Comisión un carácter diferenciador, como lo hará al propio Parlamento que será el único capaz de cesar al colegio de comisarios. Qué comportamiento tendrán ambas instituciones a raíz del juego que les transfirió elTratado de Lisboa, es una absoluta incógnita y en gran medida dependerá como es obvio de la configuración política de los grupos que conformen la nueva eurocámara. Lo cierto es que si no ejercemos nuestro derecho al voto difícilmente podremos seguir recurriendo a la cantinela de la falta de representatividad del gobierno de Bruselas. Por ello va a resultar de gran trascendencia la configuración de las listas electorales. Hasta ahora el Parlamento Europeo se había convertido en una suerte de cementerio de elefantes políticos o el último destino de políticos de recorrido nacional a los que se les daba un premio postrero en forma de suculenta retribución y escasa responsabilidad. La última legislatura con la mayoría reforzada en muchas de las decisiones decisivas de la UE, han convertido al Parlamento europeo en un escenario de creciente relevancia.

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Indudablemente, de la composición de esas listas electorales y de la importancia de sus líderes va a depender en gran medida la trascendencia del debate. En este sentido, los dos grupos que conforman el bipartidismo europeo y nacional en la mayoría de los Estados miembros, el Popular y el Socialista, han tocado a rebato a sus formaciones estatales para que concedan la máxima trascendencia a las elecciones europeas. Se trataría de no perder el control de la eurocámara en unos comicios en los que está en juego la gobernabilidad del día a día de la Unión. De la misma forma, será fundamenta la nominación de los posibles candidatos a presidente de la Comisión. Una primera cuestión que se pondrá encima de la mesa es el nivel político de los mismos. Lo lógico es que se trate de personalidades que están ejerciendo actualmente su labor en las instituciones de Bruselas y que no tienen porqué ser eurodiputados. Teniendo en cuenta la existencia del Consejo Europeo, no parecería lógico que se busquen grandes pesos pesados de la política de los Estados, algo que ha sido la costumbre cuando los que elegían al presidente de la Comisión eran los presidentes de Gobierno. De ahí la elección para el cargo de ex primeros ministros como JacquesSanter, Romano Prodi o José Manuel Barroso en ocasiones anteriores.

Entre los nombres de los candidatos que se escuchan en los corrillos políticos de Bruselas destacan los de el alemán Martin Schultz, el actual presidente socialdemócrata del Parlamento Europeo; el francés Michel Barnier, comisario del Mercado Interior o el de la luxemburguesa Viviane Reding, vicepresidente de la Comisión y titular de Justicia. A ellos pueden añadirse una pléyade de personajes y personajillos de todos los colores y condiciones, en función de la representación que alcancen las minorías de bloqueo en la eurocámara. En este sentido, los últimos sondeos hablan de que los partidos verdes, de ultraderecha y ultraizquierda y movimientos antisistema y antieuropeistas, pueden alcanzar sumando todos sus escaños más del 30% del total, convirtiéndose así en una especie de bisagra múltiple para las políticas europeas. No obstante, no parece que puedan condicionar la elección del presidente de la Comisión y de su colegio de comisarios, ya que para dicha trascendente decisión si fuera necesario se acudiría a un acuerdo estilo gran coalición entre el Grupo Popular y el Grupo Socialista en lo que podría ser el inicio de una intensa labor de colaboración en la legislatura. No sería, pues, de extrañar que unos pobres resultados de las dos grandes formaciones políticas europeas obligue al acuerdo entre ambas en los temas fundamentales para minorar el protagonismo de las posiciones más radicales.

Respecto a los temas que pueden situar el debate europeo en el centro de la atención ciudadana, no cabe duda que si algo preocupa a los europeos con mayores o menores niveles de incidencia, es el empleo juvenil. En un continente cuya principal enfermedad consiste en padecer una demografía envejecida, el futuro incierto de unos jóvenes cada día con más dificultades para encontrar empleo debe convertirse en el foco de propuestas en las elecciones europeas. Si fuéramos capaces de convencer a nuestros jóvenes de que Europa es la oportunidad y no el problema, habríamos ganado de golpe el desafío que los euroescépticos lanzan hoy día a la Unión.  El desempleo juvenil en la Europa de los 28 gira en torno al 15% para menores de 35 años y se incrementa hasta un 22% para menores de 25. EspañaGrecia y Croacia se sitúan claramente por encima de la media superando en el caso de España el 52%. Otro dato destacable es que el 19% de los jóvenes desempleados llevan entre 1 y 2 años en paro. Asimismo,  la tasa de emancipación en Europa de jóvenes entre 25 y 34 es del 74%. Francia y Bélgica tienen las tasas más elevadas, mientras queEslovenia, Grecia, MaltaPortugalItalia y España se sitúan muy por debajo de la media, en el caso de España del 64%. No sé si necesitamos más ratios alarmantes para darnos cuenta de que vivimos en una auténtica emergencia social que precisan medidas de inmediato para conceder el derecho de un futuro digno en nuestro espacio común a los jóvenes.

Vivimos los europeo la paradoja de haber sido capaces de crear el mayor mercado interior comercial y de consumo del mundo, con más de 500 millones de personas y una moneda única para buena parte de ellos y, por contra, capaz de condenar a sus jóvenes al desempleo. Esta es la triste realidad del fracaso de un proyecto que si no es capaz de poner en marcha herramientas de fomento del empleo, perderá su identidad en menos de una década. No podemos convertirnos en el museo de mayores privilegiados del mundo occidental. Eso nos relega a un segundo plano y, en el fondo, a renunciar a los derechos que hemos enarbolado siempre como hecho diferencial europeo. Toda nuestra arquitectura social depende de que seamos capaces de garantizar un futuro digno a nuestros hijos. Las próximas elecciones europeas son el mejor escenario para centrar el debate de la creación de empleo. Antes que más o menos competitivos, más o menos innovadores y más o menos formados, debemos evitar perder generaciones de jóvenes abocados hoy a la frustración y el desencanto. Está claro que nuestros líderes nacionales no son capaces de resolver el problema, tal vez la suma de ideas y voluntades en el espacio común, sea la única salida que tenemos aún para paliar este drama continental. Aprovechemos las elecciones europeas para abrir un gran debate sobre el empleo juvenil, pero no dejemos la labor exclusivamente en manos de la clase política, contribuyamos todos empezando por los medios de comunicación, las redes sociales y las conversaciones privadas. La labor es de todos si queremos tener futuro.

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Europa dice adiós a la recesión pero no sabe dar la bienvenida a la recuperación

El Consejo Europeo de otoño ha visualizado una especie de stand by en la política comunitaria. Por una lado ha servido para oficializar la salida de la recesión de la zona euro, a la vez que los jefes de gobierno de los 28 daban claras muestras de ser hoy por hoy incapaces de poner en marcha un plan de recuperación que introduzca a la UE de nuevo en la senda del crecimiento económico sostenido. Tal vez por ello han dedicado su doble jornada en Bruselas a cuchichear sobre los chismorreos que el espionaje desleal de EE.UU. para con su aliados puede contener. Merkel, la única líder europea que ha superado la revalida de las urnas de la crisis en las recientes elecciones alemanas, se ha encargado de interpretar el papel de la indignada oficial. Dado que no tenemos nada que ofrecer a nuestros ciudadanos, aunque todos somos conscientes de la existencia de la “inteligencia cloaquera” de los Estados, nos hacemos los ofendidos para pasar página hasta que se nos ocurra algo que hacer con los millones de parados que Europa acumula. En todo caso, ha quedado evidenciado que el calendario 2014 marca parón en la construcción europea. Primero porque todo está pendiente del nuevo examen a las entidades bancarias para saber si el sistema financiero europeo está definitivamente sano y, en segundo lugar, porque las elecciones europeas del próximo mayo se acercan con un mar de incógnitas a su alrededor.

En la antesala del Consejo Europeo nos encontramos con las voces y los sus ecos de diversos entusiastas de la supuesta recuperación económica. EmilioBotín, presidente del Banco Santander hablaba desde Nueva York del “momento fantástico que vive España, porque todo el mundo tiene interés de invertir en España y llega dinero de todas partes”. Es evidente que el banquero ve la realidad desde su particular prisma de rico muy rico, de forma muy similar a cuando en 2009 ante los primeros síntomas de la crisis, la definió como “un catarro pasajero como el pasan los niños”. Lo que para Botín es inversión, para muchos otros no es más que especulación y buitreo sobre activos a precio de saldos. Es una cuestión de apreciación de la realidad o lo que es lo mismo de como le va el baile a cada uno. A unos pocos esta crisis les ha servido para enriquecerse más aun de lo que lo estaban antes de producirse y a muchos para empobrecerse, ensanchándose la brecha de desigualdad. Conviene recordar que el propio Botín hace escasos cinco años se vio afectado por la bancarrota de Lehman Brothers, hasta septiembre de 2008 el cuarto mayor banco de inversión de Estados Unidos, y el fraude de más de 50.000 millones de dólares de BernardMadoff han sido “dos de los máximos exponentes” de la crisis financiera, según laCNMV. La quiebra de Lehman Brothers tuvo un “importante” alcance en España, al afectar a más de 11.000 clientes por un importe total de 1.148 millones de euros. La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) ha revelado los datos ofrecidos por 20 entidades de crédito sobre el impacto de la quiebra del gigante financiero estadounidense. El 75% del importe total fue comercializado por cinco entidades y se refería a 314 emisiones. Los inversores afectados presentaron 733 reclamaciones entre septiembre y diciembre de 2008. Además, el hundimiento del banco de inversión afectó a 459 instituciones de inversión colectiva (IIC) que tenían inversiones por 300 millones de euros en deuda y acciones de la entidad, un 0,13% del patrimonio gestionado. El hundimiento del banco se sumó a la estafa de Madoff en los resultados del Santander. El agujero de más de 400 millones de euros provocado en Banif, la filial bancaria para grandes patrimonios del Santander, hizo que la entidad saliese al rescate ofreciendo a sus clientes acciones preferentes. No hace falta añadir la suerte que han corrido muchos de los inversores de estas tipo de vehículos financieros.

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Pero a la par que nuestro principal banquero y el propio Banco de España confirmaban que dejábamos atrás la recesión macroeconómica, Cáritas se encargaba de aportar la otra cara de la realidad. Su informe del Observatorio de la Realidad Social pegado al terreno nos dejaba las siguientes conclusiones: 1.- Nuestro modelo económico se caracteriza por el comportamiento “contracíclico” de la desigualdad en la renta, que aumenta en etapas de recesión, pero que no reduce las diferencias cuando se registra expansión económica. 2. En los últimos años se ha producido un descenso de la renta media, lo que supone un proceso de empobrecimiento de nuestra sociedad, que afecta especialmente a las personas y familias más vulnerables. 3. Lapobreza severa (con menos de 307 € al mes) alcanza ya a 3 millones de personas, el doble de los que estaban en esta situación antes de la crisis. 4.Asistimos al aumento de la cronicidad, constatado en el incremento de los parados de larga duración, especialmente el grupo de mayores de 50 años, y en el hecho de que una de cada tres personas atendidas en Cáritas lleva más de tres años demandando ayuda. Esta situación afecta también a las relaciones sociales y al horizonte vital de las personas. 5. Se incrementa la desigualdad en España, con el valor más elevado de toda Europa: el 20% de la población más rica concentra 7,5 más riqueza que el 20% más pobre. 6. Está tendencia corre el riesgo de verse incrementada por el elevado nivel de desempleo; la pérdida de capacidad adquisitiva de la población (descenso de la renta media desde 2007 en torno a un 4% y aumento de los precios en torno al 10%); y el debilitamiento de las políticas sociales y el recorte progresivo de derechos. 7. Existen necesidades básicas (alimentación, gastos relativos a la vivienda, ropa y calzado…) que no están cubiertas desde nuestro modelo de bienestar. 8.Aquellas personas cuya situación les impide cubrir por sus propios medios estas necesidades, se ven obligadas a acudir a la familia o a entidades sociales de carácter privado en busca de ayuda. 9. Asistimos al riesgo dedesbordamiento de la función protectora de la red familiar, que sigue siendo la primera estrategia de supervivencia para hacer frente al impacto de la crisis. 10. La desprotección social de las personas y familias más vulnerables está agravada al restringirse las condiciones de acceso a derechos como la sanidad, la educación, los servicios sociales y la dependencia. 11. Diversos cambios en las políticas sociales tienen consecuencias negativas directas sobre las personas más vulnerables, como el cambio en el sistema de prestaciones sanitarias y grado de cobertura, la modificación de los requerimientos administrativos para el acceso a las prestaciones, o la difícil adaptación de los servicios sociales a las nuevas realidades que ofrece la coyuntura de crisis. 12. Aunque los primeros efectos de la crisis económica se amortiguaron por las prestaciones por desempleo y el apoyo de las familias, el agotamiento de las ayudas económicas, la prolongación de las situaciones de desempleo, las políticas de ajuste y sus recortes, unido a las dificultades en las familias, han creado un caldo de cultivo para la irrupción de una segunda oleada de empobrecimiento y exclusión social con efectos más intensos. 13.Desde que se inició la crisis, Cáritas ha triplicado tanto el número de personas atendidas, hasta alcanzar la cifra de 1.300.914 personas en el año 2012, como el volumen de recursos destinados a ayudas económicas directas a las familias, que fueron de 44 millones de euros el año pasado.14. Respecto al perfil de las personas acompañadas en Cáritas, lasmujeres siguen siendo el rostro más visible de las situaciones de pobreza y exclusión. Se registra, además, un elevado número de desempleados, que han pasado de ser “recientes” –al inicio de la crisis– a ser de larga duración en este momento de consolidación de la estructura, así como los casos de parejas jóvenes (de entre 20 y 40 años de edad) con hijos, la mujeres solas con familiares a su cargo, las personas donde la intensidad laboral del hogar es muy baja y los ciudadanos extracomunitarios.

Ante una realidad tan tremenda y descarnada la UE se ha dado un respiro en su incansable trabajo en pro de la estabilidad de los que más tienen. Agotada en su ingente tarea de asegurar el sistema que nos ha metido en esta injusta crisis, una vez que ha garantizado los beneficios de la banca, ha decidido tomarse un descanso antes de ponerse a pensar en el problema diario de millones de familias que no tiene dinero para llegar a final de mes. Son los mismos gobernantes que se enfrentan asustados al vaticinio de las elecciones europeas, cuyos sondeos predicen un incremento desorbitado de las opciones antieuropistas, encabezados por partidos de ultraderecha, xenófobos, antisistemas y fuertemente localistas. La ruptura del bipartidismo europeo que rige el continente desde el final de la II Guerra Mundial podría producirse en menos de 8 meses y lo puede hacer en los comicios de más trascendencia desde el Tratado de Roma. La eurocámara que elegiremos en mayo será la responsable directa a su vez de nombrar al presidente de la Comisión Europea y a todo el colegio de comisarios. Curiosa paradoja de la democracia que puede conceder a las minorías de bloqueo el privilegio de decidir el futuro de la Unión. Sin un plan específico y urgente de reactivación de la actividad económica y de fomento del empleo desde presupuestos públicos, resultará muy difícil convencer a los europeos de que lo que hemos logrado entorno a la UE es algo más que lo que fue la Europa de los mercaderes y hoy lo es de los banqueros. Y en ese escenario nadie puede negarle a los ciudadanos su sagrado derecho de elegir la seguridad del voto en aquellos que dicen defender sus intereses particulares con más firmeza y cercanía. El proyecto europeo no puede seguir sosteniéndose en el vértigo de los riesgos de ruptura del pasado y en la utopía ilusoria de los padres de Europa. Debe recuperar su capacidad pragmática de conceder bienestar a las personas por integrarse en un proyecto colectivo. Ha de ser capaz de demostrar que sumando ganamos todos y tiene que empezar por ayudar a los que más lo están necesitando dentro y en los límites de sus fronteras. Tragedias como las de Lampedusa e informes como el de Cáritas son torpedos en la línea de flotación de la Unión Europea.

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Aniversario de la caída de Lehman Brothers: un lustro de crisis, el paisaje después de la tormenta

Podemos decir que en la moderna Historia económica mundial, la fecha oficial del inicio de la recesión que algunos denominan ya la II Gran Depresión, es la del 15 de septiembre de 2008, día de la caída de Lehman Brothers. La quiebra del cuarto banco de inversión más importante, por aquel entonces, de EE.UU.ocasionó una serie de consecuencias que aún hoy lastran las economías de occidente y condicionan la eclosión de las emergentes. El efecto cascada que produjo ha secado prácticamente durante cinco años los mercados internacionales y ha obligado a los principales bancos centrales (BCE, Banco de Inglaterra, Reserva Federal…) a bajar tipos de interés hasta niveles históricos. La falta de liquidez del sistema que ha afectado, sobre todo, a las pequeñas y medianas empresas incapaces de acceder al crédito y forzadas en muchos casos al cierre y desaparición. La consiguiente consecuencia obvia ha sido la del empleo. Primero en Estados Unidos y después en Europa, especialmente en países del sur con una estructura económica poca diversificada y centrada en la vivienda, decenas de millones de trabajadores han perdido su empleo. Y para construir la tormenta perfecta, mientras los Estados, empezando de nuevo por el origen de la crisis EE.UU. y después el conjunto de la UE se han visto forzados a inyectar ingentes cantidades de dólares y euros para salvar entidades y, en el fondo, un modelo financiero inviable. El incremento de déficit público por esa causa y la consiguiente deuda contraída por los Estados, ha obligado posteriormente a unas políticas severas de ajustes presupuestarios que de nuevo han incidido negativamente en los consumos internos y, finalmente, en la destrucción de empleo. Resumen del resumen: el huracán Lehman nos ha puesto ante el espejo de una sociedad ficticia, que vivía de la mentira de una ingeniería financiera y la producción y el consumo por encima de las necesidades reales y de la sostenibilidad ambiental del planeta.

Veamos, pues, si hemos aprendido algo tras el paso del tsunami. Para ello conviene analizar la situación de los tres grandes actores de la economía mundial: EE.UU., la UE y su Eurozona y las principales economía emergentes con China a la cabeza. En Estados Unidos estos cinco años han servido para poner de manifiesto que la hasta ahora siempre dinámica economía estadounidense, capaz de meternos en una crisis galopante de la noche a la mañana y de sacarnos de ella con el mismo vigor, se encuentra estancada y sin recursos reales de recuperación. Los intentos de la Administración Obama, que no fue causante de la quiebra pero que ha gobernado los intentos de salida de la crisis, se han limitado a tímidas políticas keynesianas que si bien han servido para frenar la caída del empleo, no han supuesto el impulso suficiente para generar niveles de crecimiento significativos. A cambio el endeudamiento público de Washington bordea alarmantemente el abismo de la quiebra encorsetado como está por los límites fiscales impuestos por un política impositiva injusta y cicatera. Mientras su sistema financiero convencional tampoco es que goce de buena salud. Renqueante tras las intervenciones de la Reserva Federal para salvar algunas de sus piezas, trata aún de recobrar su capacidad crediticia pero la realidad es que no tiene la pujanza de décadas anteriores.

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Por su parte, Europa primero trato de salvar sus bancos del contagio de lassubprime norteamericanas y cuando comprobó que tenía la toxicidad de inversiones en activos inútiles dentro de su propio territorio, tiró de la chequera pública para defender a los impositores europeos, en un intento que más bien significó evitar la bancarrota de banqueros de dudosa conducta los más y algunos de ellos delincuentes descarados. Después vino el propósito de enmienda de tanto despilfarro de la peor manera posible, de la mano de la germánica doctrina oficial de la austeridad. Los obligados ajustes presupuestarios han conducido a rescates archimillonarios de Estados europeos – GreciaIrlandaPortugalChiprey el de España financieramente encubierto – con condiciones leoninas de cumplimiento y devolución. Los Gobiernos obligados a recortar sus cuentas desde Bruselas con la mano de hierro por detrás de la canciller Merkel, solo encontraron una salida del laberinto: reducir el gasto público, cercenando el Estado del bienestar y las prestaciones sociales a sus ciudadanos. Mientras las familias veían perder su poder adquisitivo y muchos de ellos sus empleos, perdían a la par derechos en asuntos  trascendentales para su vida cotidiana como la educación, la sanidad o el cuidado de sus mayores. Una sociedad deprimida por pérdida de capacidad de consumo y unas pymes sin crédito nos precipitó al abismo de la recesión. Sin crecimiento y sin capacidad de crear empleo la UE en el último año ha tratado de reconducir la situación pariendo una Unión Bancaria que no acaba de ponerse en marcha y hablando más que haciendo de políticas de creación de empleo. De momento lo que tenemos es el anuncio de la salida de la crisis para el 2014 pero sin que ello suponga nuevos puestos de trabajo ni recuperación de los derechos perdidos. ¿De qué recuperación nos están hablando entonces, de la macro y de las grandes empresas? La calle tendrá que seguir esperando.

Para las potencias emergentes esta crisis ha significado el frenazo a sus aspiraciones. Si China, Brasil o Turquía venían creciendo antes de la crisis a niveles de dos dígitos, ahora tienen que contentarse con una reducción cercana al 50% de dichos valores. Sus exportaciones se están frenando, los precios de las materias primas que tienen que importar suben y sus ciudadanos cada día están más endeudados en una carrera tan humana como irresponsable por el consumo desmedido. Si pretendíamos tener una economía mundial globalizada y liberalizada en sus normas de comercio que hicieran posible que los países menos desarrollados se aprovecharan de las nuevas condiciones abiertas de los mercados, me temo que el sueño se puede convertir en pesadilla. Las dudas sobre el futuro de las economías emergentes se ciñen sobre una población ansiosa de salir de la pobreza que paga ahora las malas praxis y el despilfarro de los ricos del mundo que les imponen ahora un parón en sus ilusiones. En el limbo de la nada desde hace casi una década, Japón lucha por volver al escenario internacional y, por primera vez, habla de crecimiento. Pero su pulso aún es demasiado leve para ser relevante en los mercados.

Un lustro después de la quiebra de Lehman, muchas son las cosas que han cambiado en el panorama financiero mundial. Sin ir más lejos, la situación del propio banco de inversión, que el pasado marzo anunció su salida de la bancarrota y en abril ya comenzó a pagar a sus acreedores. La entidad tiene que afrontar demandas por un valor de más de 65.000 millones de dólares. Pero la realidad es que los gobernantes del mundo en su G20, reunidos el pasado fin de semana en San Petesburgo, son incapaces de darle un cambio de rumbo a un mundo en crisis que como siempre sigue empeñado en guerras y conflictos en el Oriente Medio con el oro negro como telón de fondo. El petroleo sigue condicionando buena parte de las decisiones económicas como única fuente de energía, mientras las alternativas nos siguen costando mucho más de lo que producen o la nuclear nos produce cada década un desastre natural de dimensiones incalculables. La humanidad no aprende de sus errores y sus gobernantes menos, pues, no iban a ser una especie aparte. No aprendemos de los errores y lo más que hacemos es poner parches y cataplasmas a las situaciones. Nos mentimos a nosotros mismos para seguir adelante con el mismo sistema que nos llevó a la ruina.

En el fondo, seguimos hundidos en la miseria de una crisis de inteligencia filosófica, de visión del mundo y de la vida. Sin reflexión sobre lo que somos y sobre nuestra existencia, resultará imposible articular respuestas a los problemas de convivencia justa en un planeta de recursos agotables que se enfrenta a su propia degradación por mal uso medioambiental. Necesitamos urgentemente voces e ideas rupturistas, que nos provoquen nuevos enfoques, nuevos caminos por recorrer. No podemos seguir dando vueltas sobre los mismos planteamientos caducos de una sociedad global donde los jóvenes no tienen esperanza de vivir una vida mejor. El egoísmo de unos pocos cada vez más viejos no puede imponerse al resto de la población deseosa de encontrar salidas. Hoy reinan a sus anchas los fondos buitres de dudosa procedencia, los capitales de riesgo de árabes que discriminan a la mujer, de chinos que desprecian los derechos humanos y de rusos que trafican con todo lo que se mueve. Mientras el Estado de derecho y la democracia languidece sin recursos materiales para hacerles frente y, sobre todo, sin revoluciones pacíficas de las ideas que llevarse a la boca. Hoy el hombre cada vez es más el lobo para el hombre y cada vez menos bueno por naturaleza. Hoy Hobbes está derrotando a Rousseau sin que nadie haga nada por cambiar el signo de los tiempos. ¡Viva Lehman Brothers!

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