ES AHORA

Una nevera
tiene que ser blanca,
no lo digo yo, lo dice la propia

nevera.

Una nevera tiene que ser blanca,
compra tomates, yo pongo
los espárragos y la
patata cocida.

Es ahora

cuando pongo chancletas a
todos los que quieran
salir corriendo del
poema.

Es ahora

cuando salgo a la calle a comprar
droga y olvido mi
paraguas.

Es ahora

cuando dices que salir a
comprar droga sin
paraguas es

ilegal.

OTROS ASUNTOS

Cuánto de igual
me da el puto planeta
que trabajo para mi carro,
que lanzo pilas gastadas a un lago,
que vuelco cinco litros de aceite usado

por el lavabo.

Cuánto de igual
me da el puto planeta
que no reciclo el plástico,
que lo mezclo con el orgánico,
que con la edad me lavo cada vez más

las manos.

Cuánto de igual me da el puto planeta
que me importan más otros asuntos
que yo, personalmente, considero

más importantes.

GAFAS DE SOL INTACTAS

Como el sol
del atardecer baña mi poema,
como ese mismo sol baña y carga
de romanticismo el paisaje,

se agita el trigo en los bordes.

Se agita el que no ha sido recogido,
el marginado pero feliz por su

condición de marginado.

Mientras tanto tú me vigilas desde
tu ventana, pegados tus dedos en el cristal antiguo y fino,
rozando tus cabellos los visillos blancos,

finos,
antiguos,
como todos tus vestidos.

Y el sol me da de cara y se refleja en mis gafas de sol baratas,
y salgo del cruce y un coche me arrolla,

y mis gafas de sol intactas.

CERCA DE UNA VENTANA

Si hago un
cálculo muy sencillo
y no nos vemos desde la última vez
que nos vimos, si muero de repente y resulta
que ya nos conocimos antes,

qué se supone que debo pensar.

Si abro la nevera descalzo y la nevera refresca
mis pies de pato, si cojo un tomate y no
respira la carne,

qué se supone que debo temer.

No son preguntas retóricas, quiero saber
las respuestas, es una misiva que os
lanzo desde un lugar apartado
y luego quemo

cerca de una ventana.

SESTRELLA LA YEMA

Cómo se
agitan las ramas
de los árboles en esa rotonda
y en mi casa sestrella

la yema.

Te dijeron el orden,
pan rallado, huevo y pan rallado,
te dijeron el orden pero tú no hiciste

ni puto caso.

Te
queda bastante
bien la felicidad cuando gritas

y bajas la persiana
y no quieres ver

a nadie,

cuando te observas en la superficie brillante
que asoma en agosto, en agosto
celebramos una fiesta y me
lo cuentas, te peinas y

empujas un carro,

yo mientras
tanto intentaré no
pasarme con el orégano

en los espagueti.

ELEANOR

Conozco
una familia que nunca
se deja ver por los centros

comerciales.

Es una familia encerrada
en su propia casa. Bruno, el más
pequeño de todos, tiene unas zapatillas

Heelys del treinta y uno que ya no le valen.

Luego está Damián, él nunca rellena los hielos,
dice que rellenar los hielos con agua del grifo no

sirve de nada.

Un poco más a la izquierda, la de mirada tan seria es Claudia.
Claudia es muy coqueta y le gusta mucho escupir

en el plato de su madre.

¡Ay! El bueno de Cosme. Cosme nunca se queja. Cosme se puede
pegar horas enteras esperando el sonido de un reloj digital
y por las noches le gusta mucho escuchar el sonido

de la nevera.

Y la madre Clara, y el padre Benicio, que nunca salen
de la despensa, todo el día puliendo un tipo de
forma imperial, todo el día puliendo
una forma de acero a la que
todos llaman

Eleanor.

¿QUE SE QUÉ?

El otro día
me dijo la muerte
que la sombra delimita el hielo,
el otro día me dijo en un control rutinario

¿de dónde viene caballero?

Y eso me pasa por tener que rezar,
y eso me pasa por quemar

la foto de mi madre.

Luego me dijo que todo envejece,
que todos somos una enorme
bolsa de basura perfumada.

¿Quiénes? Pregunté yo.
Todos, me contestó.

El mundo gira sobre su propio eje,
antes o después la gente
se muere.

– ¿Que se qué?
– Que se muere de repente.

Pues chica, qué parca eres, si yo
me muero de repente se lo
pienso decir a todo

el mundo.

CERCA DE GUTIÉRREZ

Algo
se prepara,
algo se cocina en la calle

Mercaderes.

Un cura se toca, un cura se soba
el alzacuellos y se compra de paso un salchichón,
y piensa en el cuerpo del hombre, y siente
su pecho más negro quel sobaco de

un grillo con brillo.

Una mujer tan alta que avanza y me alcanza,
y enroscado en sus largas piernas depiladas
me ahogo, y me despido del mundo con

un grito de socorro.

Algunos niños pijos aparcan sus bicis
de madera y se toman algo en una

terraza de moda.

Y yo digo ponlo en boca de otro,
no lo digas tú, y yo digo muerto
me sobra pudor en la calle
Mercaderes, cerca de

Gutiérrez.