El nuevo presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, ha optado por volver a la senda de lo previsible, a riesgo de ser tachado de aburrido por los medios de comunicación, apuesta por “valores seguros”, por evitar las ocurrencias de su antecesor José Luis Rodríguez Zapatero y por un equipo a su alrededor de veteranos con conocimiento de la administración pública. Si tuviera que añadir algún calificativo para el nuevo gobierno diría que hay muchos amigos en él y amigos del jefe, Dicho esto conviene analizar los primeros gestos del nuevo líder del Ejecutivo tanto en su debate de investidura, es decir, por lo que de momento nos ha hecho saber en el Parlamento de sus intenciones políticas y también por la personalidad y carteras ocupadas por los nuevos ministros. De momento es evidente que Rajoy ha logrado sus dos primeros objetivos: que no hayan existido filtraciones, lo que no evita las quinielas, pero él ha sido quien ha anunciado los nuevos cargos y, lo que es mucho más importante, el verdadero gestor económico es él, pues no ha nombrado un todopoderoso vicepresidente de Economía, sino un ministro de Economía y Competitividad y otro de Hacienda, preservándose él como presidente el control de la Comisión delegada de Asuntos Económicos.
Si empezamos por tratar de discernir las medidas que emprenderá el gobierno del PP debemos de encontrar rastros de intenciones en el discurso pronunciado por Rajoy en su debate de investidura del pasado lunes y martes en el Congreso de los Diputados. Y hablo de una auténtica labor de prospección porque de las palabras de entonces candidato popular, apenas pudimos extraer alguna consecuencia de sus intenciones. Habló el ya presidente del gobierno de compromisos de austeridad en la línea de lo impuesto desde Bruselas según el dictado de la Canciller alemana Angela Merkel. Luego buenas palabras en un discurso bien estructurado del que no se puede decir nada negativo porque fue un repertorio de sentido común sin descubrir las medidas concretas que está obligado a tomar este gobierno. Disciplina presupuestaria, reforma financiera y reforma laboral, esas son las tres premisas generales sobre las que manifestó que pivotará la acción de gobierno. Cifró las necesidades de recorte en 16.500 millones de euros para poder cumplir los objetivos de déficit impuestos por la Comisión Europea pero no definió a qué partidas de los Presupuestos Generales afectará. Por contra, se comprometió a la actualización del valor de las pensiones, es decir, a efectuar una subida de las mismas en enero para compensar el incremento de los precios durante el 2011.
Asimismo, anunció que el Gobierno tiene la intención de redimensionar el sector público elevando a cero la renovación de puestos de trabajo en la función pública e iniciando un proceso de simplificación y reducción de los gastos de la administración”, gastos de alquileres, racionalización de medios, etc. Dentro de las novedades el discurso de Rajoy destaca su voluntad de afrontar una reforma del calendario laboral, con la adecuación de los festivos en pro de la eficiencia y la competitividad, y la eliminación de las prejubilaciones, salvo casos excepcionales. Rajoy también tiene previsto acometer una reforma educativa donde se promoverá un bachillerato de tres años y un bilingüismo español-inglés. ”Promoveremos un bachillerato de tres años, con el objetivo de mejorar la preparación de los futuros universitarios y elevar el nivel cultural medio de España”, dijo Rajoy en la presentación de las líneas generales de su programa de Gobierno, que el próximo viernes tiene previsto celebrar su primer Consejo de Ministros. Pero probablemente lo que más ha llamado la atención de su primer gran discurso como presidente es su declaración de intenciones de decir la verdad, en sus propias palabras, “llamar al pan pan y al vino vino”. Se ve que Rajoy a aprendido la lección de su antecesor, Rodríguez Zapatero que perdió toda su credibilidad empeñado en negar la cruda realidad de la crisis económica. Prefiere el mandatario conservador generar pocas expectativas, partir de una realidad reconocida muy dura para poner pies en el suelo y poner en valor los logros de mejora si se producen. En resumen, reformas, austeridad pero poca concreción en las dolorosas medidas que deberá llevar a cabo para equilibrar las cuentas públicas y con ello reducir la presión sobre la deuda del Estado. Tan solo un anuncio sutil pero que encierra toda una política: el gobierno aprobará una Ley de Servicios Básicos de Sanidad o lo que es lo mismo, una reducción de prestaciones que afectará a todas las Comunidades Autónomas competentes en materia sanitaria.
Veinticuatro horas más tarde y rodeado de un mutismo total, Rajoy lograba dar la primicia de los componentes de sus gobierno justo cuando lo tenía previsto, tras cumplir con el trámite de cumplimentar al Rey. Aunque finalmente las sorpresas hayan sido mínimas dado que se ha rodeado de un equipo gubernamental de confianza, bregado, con experiencia, muy en la línea del propio Rajoy, un registrador de la propiedad – que fue el opositor más joven en su promoción – y que lleva 30 años en política. Un auténtico profesional de la cosa pública, que empezó en la vida municipal en Pontevedra, que después se convirtió en presidente de la Diputación y conselleiro de la Xunta de Galicia. De ahí directo al Congreso de los Diputados y en los gobiernos de José María Aznar ministro de Administraciones Públicas, Interior y Educación y vicepresidente primero del Gobierno y ministro portavoz y de presidencia. Todo un recorrido por la política en todos sus niveles, que culmina ahora con la presidencia de un Ejecutivo con 13 ministros. Alejado de las prácticas zapateristas de paridad, el suyo tiene solo 4 mujeres, pero en puestos claves. La vicepresidenta, Soraya Saénz de Santamaria, la ministra de Fomento, Ana Pastor, la de Trabajo Fátima Báñez y la de Sanidad, Ana Mato. Pocas pero muy relevantes.
En todo caso, lo más relevante es que Rajoy afronta la crisis cogiendo el timón de la gestión económica. Nombra dos ministros para tal tarea, Luis de Guindos – ex presidente para España y Portugal de Lehman Brothers ya fue Secretario de Estado de Economía – en la cartera de Economía y Competitividad – curiosa manía de los presidentes de poner adjetivos a los ministerios tratando de convertir deseos en órdenes oficiales – y Cristóbal Montoro, que repite al frente del nuevamente desgajado ministerio de Hacienda. Es claro que Rajoy no ha querido depositar toda la responsabilidad en un super ministro económico, ha preferido diluirlo en dos responsables contrastados, lo justo en brillantez y notoriedad. el uno para hacer política económica y el otro para cuadrar las cuentas del Estado vía ingresos. Por encima de ellos él mismo con los poderes presidenciales y con el único handicap de tener que templar gaitas entre dos posibles gallos de su gabinete. Junto a ellos un nutrido grupo de viejos roqueros del PP. Alberto Ruíz Gallardón, el hasta ahora alcalde de Madrid uno de los políticos más votados y valorados del Estado, que se hará cargo de la compleja tarea de reformar la anquilosada y politizada administración de Justicia. Jorge Fernández Díaz, colaborador de Rajoy desde hace más de 20 años, asume la responsabilidad de Interior, en una situación de crisis social y económica que requiere mucho tiento en la utilización de las fuerzas de seguridad del Estado y que debe gestionar el proceso de paz abierto tras el anuncio de ETA del abandono de las armas. MiguelArias Cañete, otro “pata negra” fundador del partido que también repite cartera, al volver a ser – igual que con Aznar – ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente – curioso que un presidente gallego olvide la Pesca y la Mar -. Cañete se enfrenta a la reforma europea de la Política Agrícola Comunitaria de oscuras perspectivas para el campo español.
Capítulo aparte merece el nombramiento de un auténtico veterano de la política europea, José María García Margallo como ministro de Exteriores. Eurodiputado de convicciones europeistas tiene una sólida base de conocimiento del acervo comunitario, el principal terreno de juego actual de la política. Completan el Ejecutivo un personaje muy relevante de gran cercanía al presidente, el canario Juan Carlos Soria, ministro de Industria, Energía y Turismo, una cartera de enorme trascendencia y dos independientes, Pedro Morenés, un especialista del ámbito militar para Defensa y el sociólogo José Ignacio Wert, nuevo ministro de Educación, Cultura y Deporte, mano derecha del principal estratega del PP, PedroArriola. En suma, un gobierno sin sobresalientes, pero notable, que por supuesto no sabemos si será suficiente para salir de la aguda crisis que asola España, que no ilusiona pero tampoco cometerá errores de bulto. Que tratará de instalarse en la normalidad para generar confianza, en la rutina fácil del hombre tranquilo que siempre quiere ser Rajoy. Pero que tal vez puesto a poner pero, huele demasiado a naftalina, a tiempos aznarianos, con mucho ex en sus filas. Seguramente será porque Rajoy ha nombrado los ministros que hubiera nombrado hace ocho años, cuando los atentados del 11 M le apartaron de Moncloa. Veremos si este regreso al pasado es la receta ideal para un tiempo tan cambiante como el que vivimos.