Una nueva Comisión, ¿para una nueva Europa?

La nueva Comisión Europea Juncker 1, sucesora de la Barroso 2, está a escasas semanas de tomar posesión. A partir del 1 de noviembre este órganismo que es una especie de injerto de Ejecutivo y de Legislativo de la UE, cambiará de titulares y deberá enfrentarse a una agenda interna y externa repleta de retos y problemas. El equilibrio inestable diseñado por el veterano político luxemburgués es auténtico encaje de bolillos para contentar a los Estados miembros y las familias políticas que componen desde mayo el nuevo Europarlamento. Pero por si fuera poco, la nueva Comisión por deseo de su presidente tendrá una alta complejidad de interdependencias entre depsrtamentos, lo que obligará a mayores niveles de coordinación por parte de los vicepresidentes, hasta ahora mero apellido de una cartera de contenido específico. Nada de esto debería sorprendernos teniendo en cuenta que a raíz de la plena entrada en vigor del Tratado de Lisboa, se ha producido una auténtico sismo en el terreno de los equilibrios de poder de las instituciones europeas.  La otrara todopoderosa Comisión, en el último período ha perdido su capacidad normativa casi omnímoda a manos de un Parlamento empoderado, que ejercer cada día más su poder de codecisión. Y ante este nuevo reparto de papeles y urgidos por una crisis económica interminable, el Consejo Europeo, el hogar de los jefes de Gobierno, ha apretado el acelerador de la mano firme de la Canciller, Ángela Merkel.

De ahí que Juncker, uno de los políticos europeos con más arrugas en su rostro a base de reuniones comunitarias, haya optado por alambicar los procesos y horizontalizar las decisiones. Prefiere ir más lento, pero más seguro. No en vano es el primer presidente de la Comisión salido de las urnas, pues, los jefes de Gobierno de los Estados miembros no les quedó más remedio que avalarle como el candidato más votado y, por tanto, el que ccontaría con mayoría suficiente en el Parlamento. Como tampoco olvida que son los eurodioutados los que pueden cesarle en el cargo a él y a todo el colegio de comisarios. Y una buena representación del grandilocuente poder que pretende ejercer la Eurocámara lo han representado los hearings o exámenes que cada uno de los aspirantes a comisarios han pasado ante las comisiones del Parlamento y si no que se lo digan al español Miguel AriasCañete obligado a pasar un duro trago al responder a las preguntas de la izquierda europea. Un ejercicio que debería servir para tomar conciencia de la seriedad institucional que rodea a la Unión. Se trata de un caso único en la práctica parlamentaria, hacer pasar a los miembros de un gobierno un exhaustivo control con declaraciones de incompatibilidad previas, de descripción del planteamiento político con que se encara el cargo y un duro repertorio de preguntas ligadas a los curriculas personales y declaraciones realizadas con poco acierto. Es uno de esos ejercicios que debería ayudar a recuperar la credibilidad de la clase política y a tener más fe en conjunto en el proyecto europeo en el que todos estamos embarcados.

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Parece, pues, evidente que las instituciones europeas han entrado en un proceso de furiosa competencia por ocupar el espacio que consideran natural. Y las personas que ostentan cargos no resultan intrascendentes en este momento de relevo histórico en Bruselas. El Parlamento lo sigue presidiendo el socialdemócrata alemán Martin Schulz, convencido europeista que sin duda dará imagen a una eurocámara crecida y repleta de eurodiputados con deseo de protagonismo. La Comisión de la mano de un veterano de la política europea,  Jean Claude Juncker, que no terminará sus días de actividad sin pena ni gloria. Y en el Consejo la única incógnita por despejar, la del polaco Donald Tusk, una apuesta descarada de Merkel, sin experiencia internacional y algo lego en idiomas. No se lo han puesto fácil para defender la posición del Consejo ante dos políticos conchabados en llevar adelante el proyecto europeo pese al presidente de Gobierno que le pese. Si el Consejo se duerme ensimismado en sus asuntos y calendarios electorales patrios y la Comisión y el Parlamento deciden pisar el acelerador, podemos encontrarnos con la grata sorpresa de una Europa que cabalgue sola a lomos de comisarios y eurodiputados.

A expensas de la última palabra del Parlamento, la nueva Comisión tendrá siete vicepresidentes, seis además de la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad (Federica Mogherini), cada uno de los cuales dirigirá un equipo de proyecto. Dirigirán y coordinarán el trabajo de un determinado número de comisarios cuya composición podrá cambiar en función de las necesidades y de que se desarrollen nuevos proyectos con el paso del tiempo. Estos equipos de proyecto reflejarán las Directrices políticas. He aquí algunos ejemplos de esas composiciones: «Empleo, Crecimiento, Investigación y Competencia», «Mercado único digital» o «Unión de la Energía». Con ello se asegurará una interacción dinámica de todos los miembros de la Comisión, eliminando cotos y abandonando estructuras estáticas. Los vicepresidentes actuarán como auténticos adjuntos del Presidente.

Un Vicepresidente primero (Frans Timmermans) será la mano derecha del Presidente. Por primera vez habrá un comisario consagrado a que haya un programa para legislar mejor, que garantice que cada propuesta de la Comisión sea verdaderamente necesaria, es decir que los objetivos no puedan alcanzarse por los Estados miembros. El Vicepresidente primero desempeñará asimismo una labor de control, defendiendo la Carta de los Derechos Fundamentales y el Estado de Derecho en todas las actividades de la Comisión. La nueva cartera de Mercado Interior, Industria, Iniciativa empresarial y Pymes (encomendada a ElžbietaBieńkowska) será la sala de máquinas de la economía real. También por primera vez se incluye específicamente a las pequeñas y medianas empresas, la columna vertebral de nuestra economía. La nueva cartera de Asuntos Económicos y Financieros, Fiscalidad y Aduanas (a cuyo frente estará Pierre Moscovici) velará por que las políticas fiscal y aduanera de la Unión sean parte integrante de una Unión Económica y Monetaria profunda y auténtica y contribuyan al buen funcionamiento del marco de la gobernanza económica general de la UE. Se ha creado una cartera de Consumidores importante. La Política de los Consumidores ya no estará repartida entre varias carteras y ocupará un lugar prominente en la de Justicia, Consumidores e Igualdad de Género (Věra Jourová). Como el Presidente electo anunció en el discurso que pronunció ante el Parlamento Europeo el 15 de julio pasado, habrá una cartera específica dedicada a la Migración (atribuida a Dimitris Avramopoulos) que dé prioridad a la elaboración de una nueva política de migración para abordar decididamente la migración irregular y lograr, al mismo tiempo, que Europa sea un destino atractivo para los grandes talentos. Se han reestructurado y racionalizado algunas carteras. En este sentido cabe destacar que se han juntado en una sola Medio Ambiente y Asuntos Marítimos y Pesca (al frente del cual estará KarmenuVella) con el fin de reflejar la doble lógica del Crecimiento «azul» y «verde»: las políticas de conservación del medio ambiente y del medio marítimo también pueden y deben desempeñar un papel fundamental a la hora de crear empleos, preservar recursos, estimular el crecimiento y fomentar la inversión. Proteger el medio ambiente y mantener nuestra competitividad tienen que ir de la mano, pues en ambos casos de lo que se trata es de que el futuro sea sostenible. Esa misma lógica se ha aplicado al decidir crear una cartera de Acción por el Clima y Política de Energía (encomendada a Miguel Arias Cañete). Reforzar la proporción de las energías renovables no solo es una cuestión que debe abordar una política de cambio climático responsable; también es un imperativo de la política industrial si Europa quiere disponer de energía asequible a medio plazo. Estas dos nuevas carteras contribuirán al equipo del proyecto «Unión de la Energía» dirigido y coordinado por Alenka Bratušek. La cartera de Política Europea de Vecindad y Negociaciones para la Ampliación (confiada a Johannes Hahn), junto con una política de vecindad reforzada, se centra en la continuación de las negociaciones para la ampliación a la par que se reconoce que no habrá nuevas adhesiones a la Unión Europa durante los próximos cinco años, tal como estableció el Presidente electo Juncker en sus Orientaciones políticas. La nueva cartera de Estabilidad Financiera, Servicios Financieros y Unión de los Mercados de Capital (atribuida a Jonathan Hill) centrará los conocimientos técnicos y la responsabilidad en un solo punto, una Dirección General de nueva creación, y garantizará que la Comisión siga estando vigilante y activa en lo que atañe a la aplicación de las nuevas normas de supervisión y liquidación de bancos.

Está claro que nos enfrentamos a un nuevo escenario europeo y que por todos los motivos reseñados estamos ante un nuevo modelo de Comisión, donde no solo han cambiado las personas. Nos queda por saber si ambos, personas y modelo, están a la altura de las circunstancias. La agenda de la UE interna y externa es abrumadora y ha quedado patente que el funcionamiento institucional de la última década ha dejado mucho que desear. De nada valdrá haber acercado el Parlamento a los europeos si los nuevos comisarios no comprenden la alta tarea a la que se enfrentan. Europa necesita esta nueva Comisión para crear una nueva Europa. No son cargos de mero trámite, les corresponde poner a la Unión al galope de la innovación,  defender la imagen de defensa de los derechos humanos en el mundo, ampliar la base de igualdad y equidad de la ciudadanía, recuperar el crédito de la política y, sobre todo, crear empleo en todo el espacio común. Ingente tarea por delante que requiere visión de la misión encomendada. Suerte comisarios porque nos va Europa en ello.

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Nace una nueva Europa: 25M el veredicto ciudadano

Europa ha hablado y lo ha hecho de forma similar en cuantía de votos a como lo hizo hace 5 años. La gran diferencia es que esta vez lo ha hecho con las consecuencias plenas de la aplicación del Tratado de Lisboa y, por tanto, para conformar un Parlamento Europeo con competencias reforzadas y que deberá elegir al nuevo presidente de la Comisión. El resultado extraído de las urnas es de mayor calado y relevancia para el futuro de la Unión que se enfrenta a la necesidad de poner rumbo al crecimiento y la creación de empleo en un mundo globalizado y con las fronteras al Este en pleno conflicto con Rusia y el reto de la inmigración llegando en oleadas continuas por el Mediterráneo. Los 751 mujeres y hombres elegidos tienen la enorme responsabilidad de marcar en gran medida el rumbo del resto de los europeos, eso si los jefes de Gobierno no hacen una lectura torticera del Tratado y hacen caso omiso de los resultados.

De los datos que la llamada a la urnas en toda la Unión nos deja, se pueden hacer multitud de análisis, al tratarse de una cita electoral compleja que afecta nada menos que a 28 Estados miembros. Para eso hará falta sosiego y distancia de la noche electoral, pero en caliente si debemos realizar lecturas inmediatas del escenario que se nos dibuja en Bruselas. La participación no se ha desplomado, es prácticamente igual que hace 5 años. Los ciudadanos de los grandes Estados saben que Bruselas importa mucho y los de los pequeños que su peso no es importante. De ahí que el voto en AlemaniaFranciaItalia o España haya crecido. Está claro que el proyecto europeo madura y consolida niveles de votación similares cada comicio y que lo son respecto a elecciones como los de las presidenciales de Estados Unidos o de su Congreso y Senado. El nuevo votante joven se incorpora con fuerza, mientras son los de más edad los que menos participan.

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El PPE aguanta pese a su fuerte caída, sobre todo, favorecido por el mal resultado de los socialistas, especialmente en Francia y en España. Suben los partidos de extrema derecha, con el caso paradigmático de Francia y el Frente Nacional. Sin embargo, no podrán formar grupo al ser necesario 25 escaños y 7 países como mínimo para lograrlo. En la práctica, los ultras no tendrán peso específico en la Eurocámara. El resultado deja muy abierta la nominación a candidato que deben debatir el próximo martes los jefes de gobierno. La Izquierda más Verdes yLiberales suman un total de 354 eurodiputados a los que podría unirse el voto de no inscritos para alcanzar los 376 necesarios para nominar a Schulz. Por el contrario, Junker cuenta con los 212 eurodiputados del Grupo Popular, con una diferencia sobre los socialistas de 18 escaños, el más votado en toda Europa y lo que podría conferirle la opción de ser presidente de la Comisión EuropeaMerkelseguro que así lo pedirá a sus homólogos.

En España, frente a lo que auguraban las encuestas, la participación ha subido respecto a los comicios de 2014. Ello se ha debido al incremento de voto enCataluña y País Vasco y de los jóvenes votantes en todo el Estado. Significa que el electorado que más se ha movilizado es el nacionalismo radical y los jóvenes “antisistema” que castigan fuertemente a los partidos tradicionales. Se ha producido un claro desplome de los partidos mayoritarios PP y PSOE con caídas de más del 15% en cada caso, en escaños 8 y 9 respectivamente y más de 12 millones de votos. Este fenómeno es extrapolable al conjunto de la UE, pues, los porcentajes de los grupos son muy similares en España y en el total de la UE. Por tanto, es claro que el mapa político español, al menos en unas elecciones europeas, empieza a comportarse de forma similar a como lo hace el resto de los grandes Estados miembros. Los partidos que se benefician de la caída del bipartidismo tradicional, no son los que les seguían a nivel nacional, es decir, IU yUPyD, sino por un lado, el nacionalismo radical y las ofertas más novedosas y “antisistema”. En Cataluña ERC, en el País Vasco y NavarraBildu y en el resto de España, Podemos, principalmente, la gran sorpresa de las elecciones.

La lectura de las elecciones europeas en clave de política nacional induce claramente a error, pues, la circunscripción única y no establecerse límite del 5% para obtener representación, convierte a los comicios europeos en un escenario muy propicio a las pequeñas formaciones políticas. En todo caso, si se puede señalar el fuerte desgaste de PP y PSOE, mayor en este último, dado que al PP se le une el desgaste de la acción de Gobierno. De hecho, junto a la CDU de Ángela Merkel, el PP y Mariano Rajoy y Renzi y el Partido Demócrata en Italia, son los únicos partidos y presidentes que ganan las elecciones europeas en sus países. Del mismo modo IU y UPyD no son capaces de ser vistos como alternativas creíbles a los dos grandes partidos, aunque su distribución de voto en todo el Estado les beneficiaría en unos comicios generales. Ante las próximas elecciones autonómicas y municipales, es evidente, que se abre un escenario de fuerte fragmentación de voto local y difícil gobernabilidad en muchos casos.

Cataluña ha tenido protagonismo propio en estas elecciones. El fortísimo incremento de la participación respecto a las anteriores elecciones europeas significa que se ha votado en clave plebiscitaria, siendo los votantes nacionalistas los que se han movilizado especialmente, dada la trascendencia de la Unión Europea y su posición institucional ante la consulta independentista que pretenden. El gran triunfador de las elecciones es ERC que incluso llevaba en el nombre de su coalición electoral “El derecho a decidir”. Ha logrado el “sorpasso” a CIU, lo que significa que desde el punto de vista del proceso soberanista, ya dirige la mayoría social independentista. Sin embargo, el hecho de que CiU haya perdido las elecciones supone un revés de su electorado que tiene dos vertientes. Por un lado los votantes que se han podido sumar al voto que consideran más útil de ERC para la independencia y, por otro, los más moderados que no están de acuerdo con la deriva independentista de Artur Mas. En estas circunstancias, es obvio que CiU no convocará elecciones en Cataluña una vez el Estado no permita la celebración de la consulta. Es más previsible que se una a ERC para realizar una declaración de independencia en el Parlament de Cataluña. Respecto al PSCsu descalabro alcanza al 50% de los votos y el PP al 30%. Por el contrario, sigue creciendo Ciutatans y se estanca ICV. Los datos cantan, el voto favorable a la consulta suma el doble (1.500.000 votos) que el de los constitucionalistas (750.000 votos).

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25 M: La Europa por la que votamos, I’m an european voter

La noche del 25 de mayo conoceremos a los 751 mujeres y hombres sobre los que va a recaer la responsabilidad de representar a más de 500 millones de personas en un Parlamento europeo que se convertirá en el centro mayor de poder de la historia de Europa. No exagero y los que tienen la paciencia de leerme sabéis que no es mi estilo, cuando concedo tal relevancia a la Eurocámara resultado de los comicios próximos. El Tratado de Lisboa, es decir, los entonces jefes de Gobierno de los Estados miembros, dieron un paso de gigante para dotar de credibilidad democrática a las instituciones europeas. Así el nuevo Parlamento Europeo tendrá la potestad de proponer al candidato a presidente de la Comisión Europea, como ya lo tenía de cesarle, y examinará una vez más uno por uno, a todos los miembros del Colegio de Comisarios. Solo este dato serviría para justificar la certera campaña institucional del Parlamento Europeo, que bajo el lema “Acción, reacción, decisión. Utiliza tu poder. Tú puedes decidir quién dirige Europa”, nos llama a votar. Bueno mejor preciso, nos llama a votar en 28 de los 29 países de la Unión, porque en España, una democracia joven y de calidad cuestionable, somos más papistas que el Papa y por ley la Junta Electoral Central prohíbe a las instituciones convocantes a unas elecciones pedir el voto. Se supone que tal apelación es una discriminación a la abstención. Es decir, que preferimos primar la no participación, sacralizamos a los antisistema, en vez de promocionar el derecho a decidir y la implicación de los ciudadanos en la política. Muy moderno y luego hablamos del descrédito de la política y el incremento de la abstención, cuando institucionalmente la primamos. Seguramente algo tendrá que ver en ello el acomodo de los grandes partidos al bipartidismo con esta situación.

En todo caso, de lo que se trata ante la jornada del 25M es de reflexionar sobre lo mucho que nos jugamos con nuestro voto. Esto es, la Europa por la que vamos a votar. Y me gustaría empezar por un dato económico que creo define la esencia del proyecto europeo. Todos sabemos que la Unión Europea es un gigante por cifras en el contexto mundial. Representa el 20% del PIB mundial, es el líder en transacciones comerciales y, sin embargo, solo suma un 7% de la población del mundo. Somos comparativamente un espacio rico que hasta la fecha ha estado en vanguardia de la historia. Pero lo más notable a mi entender es que esa escasa masa demográfica, no solo es capaz de producir y comerciar a gran escala, sino que comparativamente con el resto del planeta, protagoniza nada menos que el 50% del gasto social que se produce en el mundo. Ese es el verdadero rostro de Europa, el de su preocupación social, el marco solidario de convivencia. Aquello precisamente por lo que más somos cuestionados por nuestro gran aliado y competidor, Estados Unidos. Aquello de lo que adolecen aún por desgracia los gigantes emergentes como China, BrasilIndia o Turquía. Aquello que nos diferencia radicalmente de sociedades que no respetan los derechos humanos o los valores fundamentales de la democracia, como ocurre hoy en día en Rusia o Estados bajo la ley de la Sharia. Un elemento esencial de nuestro ser europeo que precisamente se ha puesto en tela de juicio a lo largo de la crisis económica que nos azota ante las políticas de recortes que han afectado seriamente en algunos países miembros a la cobertura de las prestaciones sociales y de los servicios públicos. Los nuevos eurodiputados tendrán una responsabilidad capital en mantener y dotar de contenido real a ese espacio social común.

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Si estos dos motivos enunciados no fueran suficientes para movilizarnos al voto, os pido que reflexionéis sobre el número y trascendencia de las decisiones que se toman en la Eurocámara. La legislación producida por el Parlamento Europeo supone un 80% del total de la que durante una legislatura se lleva a cabo en el Parlamento de un Estado miembro. Traducido a la realidad significa que 8 de cada 10 leyes aprobadas por los diputados españoles son mera transposición de directivas europeas que de una u otra forma han sido debatidas y decididas en el Parlamento Europeo. Y las materias sobre las que legisla nos afectan en todos los capítulos de nuestra vida, tan sensibles como la educación, la salud, el medio ambiente, la normas de competencia, etcétera, etcétera, etcétera. En la legislatura que ahora ha concluido el Parlamento Europeo  ha celebrado 260 días de Pleno; 2.162 horas de Pleno; se han emitido 20.696 votos; se ha formulado 57.238 preguntas escritas; se han adoptado 16.390 enmiendas y se han rechazado 18.449; se han adoptado 2.583 informes y se han aprobado 952 leyes.

Seis son las competencias y responsabilidades que el Tratado confiere a los eurodiputados:

1. Procedimiento de nombramiento de la Comisión Europea. Esta será la primera vez que los Estados miembros de la UE deban tener en cuenta los resultados de las elecciones europeas antes de elegir un candidato a presidente de la Comisión. El procedimiento será el siguiente: teniendo en cuenta los resultados de las elecciones europeas, los Jefes de Estado o de Gobierno de los Estados miembros proponen un candidato a presidente de la Comisión. El candidato presenta sus directrices políticas (en un manifiesto) al Parlamento. El candidato debe ser aprobado por mayoría absoluta de diputados al PE (376 de 751); si resulta aprobado, se le considera «elegido» por el Parlamento; si no resulta aprobado, los Estados miembros deberán presentar un nuevo candidato. El presidente electo y los gobiernos nacionales de la UE acuerdan conjuntamente una lista de candidatos para el resto de carteras de la Comisión (uno de cada país). Los candidatos se someten a audiencias de confirmación en el Parlamento (que no son un mero trámite, ya que el Parlamento ha rechazado en el pasado a candidatos que no consideraba aptos). El presidente y el resto de comisarios, como organismo, son sometidos entonces a una votación única de aprobación por parte del Parlamento, que requiere una mayoría simple (mayoría de votos emitidos). Si el Parlamento da su aprobación, la nueva Comisión queda formalmente nombrada por los Jefes de Estado o de Gobierno de la Unión Europea.

2. Competencias legislativas. Los eurodiputados son los legisladores de la Unión Europea: sin su aportación y su aprobación no es posible hacer realidad la mayoría de leyes de la UE. El Tratado de Lisboa de 2009 concedió un verdadero poder al Parlamento sobre ámbitos políticos cruciales, como la agricultura y las libertades civiles, en los que previamente tenía tan solo un papel consultivo.

3. Competencias presupuestarias. Las políticas europeas en ámbitos como la agricultura, el desarrollo regional, la energía, el transporte, el medio ambiente, la ayuda al desarrollo y la investigación científica reciben fondos de la Unión Europea. El presupuesto a largo plazo de la Unión Europea debe ser aprobado por los gobiernos nacionales y el Parlamento Europeo. Cada año, ambas entidades deciden conjuntamente cómo se gastará el presupuesto anual.

4. Control democrático y competencias de supervisión. Una función básica de cualquier parlamento es la supervisión o la fiscalización de otros poderes, con el fin de garantizar la responsabilidad democrática. Entre ellas se encuentra la de las instituciones de la UE, incluido el BCE.

5. Política exterior y derechos humanos. La Alta Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) es responsable ante el Parlamento, que tiene derecho a ser informado y consultado sobre sus políticas y puede utilizar las competencias presupuestarias para definir su tamaño y alcance.

6. Peticiones. El Parlamento Europeo lidera la promoción de la transparencia, la apertura y el acceso del público a las instituciones y organismos europeos. Todos los ciudadanos de la UE tienen derecho a presentar peticiones ante el PE sobre cuestiones relativas al medio ambiente, conflictos con las autoridades aduaneras, transferencias de derechos de pensión y otros asuntos, siempre que entren en la esfera de competencias de la Unión Europea. El público también puede acudir al Defensor del Pueblo Europeo —una figura independiente designada por el Parlamento—, encargado de investigar denuncias sobre mala gestión o abuso de poder cometidos por una institución de la UE.

Supongo que a la vista de estos datos e informaciones seguirá habiendo gente que considere al Parlamento Europeo una cámara inútil, un cementerio de elefantes políticos donde no se decide nada. Porque cambiar los estereotipos resulta siempre complicado. Los ciudadanos tiene todo el derecho a exigir responsabilidades a los políticos que les representan en el cumplimiento de sus funciones y en la defensa de sus derechos. Pero cada día más deberíamos reflexionar sobre el derecho que se tiene cuando no se respeta el valor de las instituciones democráticas, ni a las personas que por libre designación a través del voto trabajan en ellas. Antes de exigir deberíamos exigirnos a nosotros mismos el mínimo esfuerzo de la participación. La libertad que cada cual tiene ante una jornada electoral, en algunos países se extiende a la de quedarse en casa sin ejercer tu derecho, pero en otros no menos democráticas se considera una obligación ciudadana. No entro en esta discusión, pero considero que el voto en blanco supone la mejor manera de realizar una crítica constructiva en el caso de que ninguna de las ofertas electorales satisfaga tus anhelos políticos. Yo me declaro votante europeo, I’m an european voter. Y lo soy porque soy consciente de lo mucho que nos jugamos en las elecciones europeas, lo importante que ha resultado la Unión Europea para la paz y de la necesidad de preservar este espacio único de libertades y solidaridad. Te animo a que tú también lo seas. Ayudemos a hacer posible el suelo de Víctor Hugo en su famoso discurso en el Congreso de la Paz el 21 de agosto 1849: “Llegará un día en que todas las naciones del continente, sin perder sus cualidades distintivas y su gloriosa individualidad, se fusionarán en estrecha colaboración dentro de una unidad superior y constituirán la fraternidad europea “.

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¿De qué nos sirve una Unión Bancaria si no armonizamos la fiscalidad europea?

Tras casi 17 horas consecutivas de negociación, Eurocámara y Consejo Europeo acordaron la creación de un Mecanismo Único de Resolución (MUR), el segundo pilar de la unión bancaria y el proceso más ambicioso de integración europea tras la introducción del euro. Ha costado años desde el inicio de la crisis con la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008 que los europeos alcancemos un acuerdo para rescatar nuestras entidades financieras y con ello nuestra moneda el euro. Así de lento caminamos porque los intereses de algunos países,Alemania a la cabeza y los beneficios de los principales banqueros nos han impuesto los sacrificios para la teórica recuperación que dicen vivimos. Pero todos estos años de ardua negociación nos están poniendo a las puertas de una auténtica política monetaria común y de convertir al BCE en el supervisor al estilo de la Reserva Federal de EE.UU. que precisamos. No pondré pegas a un paso ansiado y necesario, pero si me gustaría advertir de que finalmente estamos construyendo una Unión Bancaria, como ya sucedió con el euro, a la medida de Alemania y, en segundo lugar, que mientras no se avance en políticas que posibiliten la armonización fiscal en la zona euro, seguiremos cojos, sino paralíticos, en la defensa de un espacio económico común.

El MUR permitirá liquidar bancos problemáticos de la zona euro desde una autoridad central y financiar las operaciones con un fondo de 55.000 millones de euros aportados gradualmente por las propias entidades. El acuerdo final respeta muchas de las líneas rojas trazadas por Alemania, como el veto a una red de seguridad pública que financie al fondo si se queda sin dinero, pero a cambio, cede en un punto clave: la mutualización de riesgos, aunque progresiva, se concentrará en los primeros años.

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Conviene reseñar los detalles principales de este trascendental paso:

1) La banca aportará los 55.000 millones de euros en 8 años, frente a los 10 propuestos inicialmente por el Consejo Europeo. Según los cálculos del Ministerio de Economía, a España le corresponderá un 15% de esa cantidad, unos 8.200 millones de euros.

2) La mutualización de riesgos de ese fondo se concentrará en los primeros años: 40% en el primer año y 20% más en el segundo. A partir del tercer año, se sumará un 6,7% anual durante 6 años. El fondo estará 100% mutualizado en ocho años.

3) Tanto el BCE como el Consejo de Resolución del MUR (su cúpula directiva) podrán decidir que un banco está a punto de quebrar e iniciar el proceso que podría acabar en liquidación de la entidad.

4) La Comisión Europea diseñará los planes de liquidación de los bancos problemáticos y el Consejo solo participará a petición de la propia Comisión. Sin embargo, en caso de discrepancia entre la Comisión y el Consejo de Resolución, la última palabra la tendrá el Consejo. Además, la mayoría de decisiones importantes se adoptarán por el Consejo de Resolución al completo (que incluye las autoridades de resolución nacionales), por lo que los Gobiernos conservan mucha influencia en todo el proceso.

5) La decisión de liquidar una entidad podrá realizarse en un fin de semana.

6) Durante la fase de transición, el MUR, concretamente su Fondo Único de Resolución, podrá pedir prestado en el mercado, aunque sin respaldo público paneuropeo. Para la fase permanente, los Gobiernos estudiarán un mecanismo de apoyo común.

7) Afectará a unos 300 bancos de la zona euro (aproximadamente el 80% del volumen total de capital bancario): los que operan en varios países y los que el BCE supervisará directamente.

Además de una batalla por la supremacía germánica de la Europa unida, en este acto de la tragicomedia que supone la construcción europea, se han enfrentado dos poderes institucionales, el Consejo, es decir, los jefes de Gobierno de los Estados y el Parlamento. De momento es evidente que son las naciones las que siguen marcando el paso de las reformas, pero es evidente que los representantes directos de la soberanía popular europea en esta última legislatura, al amparo de las atribuciones reforzadas que les concede el Tratado de Lisboa, se han empoderado y han plantado cara al Consejo así como a la Comisión Europea. Y esto no es más que un avance de lo que viene. El 25 de mayo los europeos votamos una Eurocámara que elegirá, salvo que los jefes de Gobierno decidan saltarse a la torera la decisión democrática de los ciudadanos de los 28 Estados miembros, cosa que no preveo, al próximo presidente de la Comisión Europea y posteriormente a todos y cada uno de su comisarios. Nacerá, por tanto, ese Parlamento y esa Comisión tendrán mayor legitimidad para contrarrestar el peso omnímodo del Consejo en estos años de la crisis. Merkel lo sabe y por eso está tratando de pisar el acelerador ante lo que puede ser una verdadera rebelión contra sus decisiones.

Pero la reflexión de fondo que quería dejaros tiene más que ver con la necesidad y urgencia de avanzar en la armonización fiscal en Europa que en el progreso que se ha producido en Bruselas entorno a la Unión Bancaria. El euro ha sido el mejor aliado de Alemania para realizar un perverso juego entre sus exportaciones a los demás miembros de la UE y cederles crédito para que pudieran comprar sus productos. Ese vaso comunicante en la balanza de pagos, entre la de cuenta corriente y la de cuenta de capital, les ha permitido no solo afianzar su liderazgo comercial, sino ser la única economía que no se ha visto brutalmente sacudida por el desempleo y que, para colmo, ha reducido su endeudamiento hasta niveles mínimos cuando venían de las mayores tasas de su historia fruto de la reunificación y el alto coste de inversiones que supuso en la Alemania del Este. El euro, pues, ahora lo comprobamos sin lugar a dudas es un excelente invento alemán para los alemanes. Lo cual no quiere decir que no lo sea o pueda ser para el resto de los europeos. Y sin duda ese es el punto crítico, la evolución de las políticas económicas europeas una vez de vaya consolidando la Unión Bancaria ahora esbozada. La única fórmula que les queda a los gobiernos para tratar de paliar sus déficits de competitividad, una vez que la devaluación monetaria no es posible, es la herramienta fiscal. Con ella vienen jugando unos y otros para hacerse dumping en un espacio que debería armonizar los tributos fundamentales. Ahora resulta más trascendental que nunca buscar un reequilibrio entre ricos y pobres de la Unión más allá de situaciones macroeconómicas de cada uno de los Estados. Se requiere una política fiscal que salte fronteras y busque el fomento del empleo y que redistribuya la riqueza. Todo lo demás seguirá siendo un modelo hegemónico de unos sobre otros, de los países del Norte sobre los del Sur, de los ricos sobre los pobres, en el fondo una Europa basada cada día más en las desigualdades.

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Hablemos de elecciones europeas o de cómo centrar el debate en Europa

Conviene advertir a tiempo a los ciudadanos europeos de lo mucho que se juegan en los próximos comicios europeos de mayo de 2014. De otra forma podemos encontrarnos a la vuelta de seis meses con la desagradable sorpresa de hacer depender las decisiones más importantes para el futuro de Europa de una insoportable retahíla de minorías populistas. Es mucho lo que nos jugamos en esas elecciones como para permitir que una escasa participación y el creciente euroescepticismo se hagan con el poder en la eurocámara. De ahí que resulte fundamental fomentar el debate sobre la Unión, sobre los problemas que la crisis económica nos ha deparado, de la falta de liderazgos, de los nuevos retos de la construcción europea o del papel a jugar por la UE en el escenario internacional. Necesitamos grandes debates de los que surjan grandes ideas para afrontar una legislatura que puede resultar decisiva en la suerte del proyecto europeísta. Aunque mucho me temo que en el caso español, las cuitas patrias centradas en el ventilador de la corrupción invadirá todo en los escasos quince días que hablaremos de Europa. Si no somos capaces de hacer una adecuada traducción de los problemas nacionales en el contexto global de la Unión, el resultado electoral puede abocarnos al fracaso general.

Para poner en dimensión real la trascendencia de las elecciones europeas de mayo, baste con decir que los eurodiputados por primera vez en la historia de la UE serán los responsables de elegir al presidente o presidenta de la Comisión Europea. Es decir, que el jefe del Ejecutivo comunitario ya no será monodependiente de los presidentes de gobierno de los Estados miembros, sino de los representantes electos del debate europeo. Esta grado de autonomía conferirá a la Comisión un carácter diferenciador, como lo hará al propio Parlamento que será el único capaz de cesar al colegio de comisarios. Qué comportamiento tendrán ambas instituciones a raíz del juego que les transfirió elTratado de Lisboa, es una absoluta incógnita y en gran medida dependerá como es obvio de la configuración política de los grupos que conformen la nueva eurocámara. Lo cierto es que si no ejercemos nuestro derecho al voto difícilmente podremos seguir recurriendo a la cantinela de la falta de representatividad del gobierno de Bruselas. Por ello va a resultar de gran trascendencia la configuración de las listas electorales. Hasta ahora el Parlamento Europeo se había convertido en una suerte de cementerio de elefantes políticos o el último destino de políticos de recorrido nacional a los que se les daba un premio postrero en forma de suculenta retribución y escasa responsabilidad. La última legislatura con la mayoría reforzada en muchas de las decisiones decisivas de la UE, han convertido al Parlamento europeo en un escenario de creciente relevancia.

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Indudablemente, de la composición de esas listas electorales y de la importancia de sus líderes va a depender en gran medida la trascendencia del debate. En este sentido, los dos grupos que conforman el bipartidismo europeo y nacional en la mayoría de los Estados miembros, el Popular y el Socialista, han tocado a rebato a sus formaciones estatales para que concedan la máxima trascendencia a las elecciones europeas. Se trataría de no perder el control de la eurocámara en unos comicios en los que está en juego la gobernabilidad del día a día de la Unión. De la misma forma, será fundamenta la nominación de los posibles candidatos a presidente de la Comisión. Una primera cuestión que se pondrá encima de la mesa es el nivel político de los mismos. Lo lógico es que se trate de personalidades que están ejerciendo actualmente su labor en las instituciones de Bruselas y que no tienen porqué ser eurodiputados. Teniendo en cuenta la existencia del Consejo Europeo, no parecería lógico que se busquen grandes pesos pesados de la política de los Estados, algo que ha sido la costumbre cuando los que elegían al presidente de la Comisión eran los presidentes de Gobierno. De ahí la elección para el cargo de ex primeros ministros como JacquesSanter, Romano Prodi o José Manuel Barroso en ocasiones anteriores.

Entre los nombres de los candidatos que se escuchan en los corrillos políticos de Bruselas destacan los de el alemán Martin Schultz, el actual presidente socialdemócrata del Parlamento Europeo; el francés Michel Barnier, comisario del Mercado Interior o el de la luxemburguesa Viviane Reding, vicepresidente de la Comisión y titular de Justicia. A ellos pueden añadirse una pléyade de personajes y personajillos de todos los colores y condiciones, en función de la representación que alcancen las minorías de bloqueo en la eurocámara. En este sentido, los últimos sondeos hablan de que los partidos verdes, de ultraderecha y ultraizquierda y movimientos antisistema y antieuropeistas, pueden alcanzar sumando todos sus escaños más del 30% del total, convirtiéndose así en una especie de bisagra múltiple para las políticas europeas. No obstante, no parece que puedan condicionar la elección del presidente de la Comisión y de su colegio de comisarios, ya que para dicha trascendente decisión si fuera necesario se acudiría a un acuerdo estilo gran coalición entre el Grupo Popular y el Grupo Socialista en lo que podría ser el inicio de una intensa labor de colaboración en la legislatura. No sería, pues, de extrañar que unos pobres resultados de las dos grandes formaciones políticas europeas obligue al acuerdo entre ambas en los temas fundamentales para minorar el protagonismo de las posiciones más radicales.

Respecto a los temas que pueden situar el debate europeo en el centro de la atención ciudadana, no cabe duda que si algo preocupa a los europeos con mayores o menores niveles de incidencia, es el empleo juvenil. En un continente cuya principal enfermedad consiste en padecer una demografía envejecida, el futuro incierto de unos jóvenes cada día con más dificultades para encontrar empleo debe convertirse en el foco de propuestas en las elecciones europeas. Si fuéramos capaces de convencer a nuestros jóvenes de que Europa es la oportunidad y no el problema, habríamos ganado de golpe el desafío que los euroescépticos lanzan hoy día a la Unión.  El desempleo juvenil en la Europa de los 28 gira en torno al 15% para menores de 35 años y se incrementa hasta un 22% para menores de 25. EspañaGrecia y Croacia se sitúan claramente por encima de la media superando en el caso de España el 52%. Otro dato destacable es que el 19% de los jóvenes desempleados llevan entre 1 y 2 años en paro. Asimismo,  la tasa de emancipación en Europa de jóvenes entre 25 y 34 es del 74%. Francia y Bélgica tienen las tasas más elevadas, mientras queEslovenia, Grecia, MaltaPortugalItalia y España se sitúan muy por debajo de la media, en el caso de España del 64%. No sé si necesitamos más ratios alarmantes para darnos cuenta de que vivimos en una auténtica emergencia social que precisan medidas de inmediato para conceder el derecho de un futuro digno en nuestro espacio común a los jóvenes.

Vivimos los europeo la paradoja de haber sido capaces de crear el mayor mercado interior comercial y de consumo del mundo, con más de 500 millones de personas y una moneda única para buena parte de ellos y, por contra, capaz de condenar a sus jóvenes al desempleo. Esta es la triste realidad del fracaso de un proyecto que si no es capaz de poner en marcha herramientas de fomento del empleo, perderá su identidad en menos de una década. No podemos convertirnos en el museo de mayores privilegiados del mundo occidental. Eso nos relega a un segundo plano y, en el fondo, a renunciar a los derechos que hemos enarbolado siempre como hecho diferencial europeo. Toda nuestra arquitectura social depende de que seamos capaces de garantizar un futuro digno a nuestros hijos. Las próximas elecciones europeas son el mejor escenario para centrar el debate de la creación de empleo. Antes que más o menos competitivos, más o menos innovadores y más o menos formados, debemos evitar perder generaciones de jóvenes abocados hoy a la frustración y el desencanto. Está claro que nuestros líderes nacionales no son capaces de resolver el problema, tal vez la suma de ideas y voluntades en el espacio común, sea la única salida que tenemos aún para paliar este drama continental. Aprovechemos las elecciones europeas para abrir un gran debate sobre el empleo juvenil, pero no dejemos la labor exclusivamente en manos de la clase política, contribuyamos todos empezando por los medios de comunicación, las redes sociales y las conversaciones privadas. La labor es de todos si queremos tener futuro.

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La UE ante la reválida: las tareas europeas del nuevo curso político

El curso político que arranca en septiembre podría definirse como decisivo para la suerte del proyecto europeo. La Unión se enfrenta a retos de enorme trascendencia y a hitos institucionales únicos hasta ahora. Podríamos calificar estos próximos 12 meses de auténtica reválida de Europa. Un examen que tiene cuestiones muy diversas desde las incógnitas económicas a las propiamente organizativas y de funcionamiento de los 28. La agenda de asuntos propios es descomunal, pero las obligaciones de protagonismo en la comunidad internacional no son menores y esa posición global todavía complica más el recorrido inmediato de la UE. Seguramente a la vuelta del verano de 2014 tendremos que hablar de una nueva Europa y el rostro que nos presente dependerá mucho de su capacidad para hacer las tareas que tiene por delante, de manera que puede salir plenamente fortalecida o incluso pueda resquebrajarse como en nuestras peores pesadillas de la historia del siglo XX. Esa suerte repleta de incógnitas a las que nos enfrentamos no es responsabilidad única de nuestros representantes políticos, la obligación individual de cada europeo es absoluta, sobre todo, teniendo en cuenta la relevancia de las elecciones europeas del próximo mes de mayo. Por ello un análisis somero de los temas clave que debemos acometer resulta más necesario que nunca.

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La propia Comisión Europea a principios de año establecía su agenda de prioridades que sigue estando vigente. Consideraba que en su programa de trabajo debía poner el crecimiento de la economía y del empleo en la prioridad principal. Para ello señalaba los siguientes objetivos:

  • Hacia una auténtica unión económica y monetaria.
  • Crecer para crear empleo.
  • Más competitividad a través del mercado único y la política industrial.
  • Conectarse para competir, una relación colaborativa entre las empresas europeas.
  • La inclusión social y la excelencia en los servicios públicos.
  • Aprovechar mejor los recursos comunes de Europa para competir mejor dentro y fuera de ella.
  • Construir una Europa segura y protegida.
  • Promover la presencia de Europa como actor global.

Más allá de lo ambicioso del plan y de lo genérico de los objetivos, a la vuelta de estos primeros ocho meses del 2013, la realidad nos habla de los primeros indicios de la salida de la recesión en la eurozona y del frenazo a la destrucción de empleo. Los déficits públicos también parece que empiezan a estar controlados y salvo el caso muy reducido de Grecia, no parece que los rescates financieros vayan a ser los protagonistas a futuro. La proyección de las previsiones macroeconómicas de la Comisión nos hablan de lenta recuperación, con niveles de creación de empleo muy bajos. Por tanto, el primer gran reto al que nos enfrentamos es al de ser capaces de generar políticas de fomento del empleo o lo que es lo mismo, generar mayores niveles de demanda interna e incrementar las exportaciones de nuestros productos y servicios. Lo que verdaderamente está en juego en el diseño de la salida de la crisis es el paisaje final de la misma. Si queremos mantener nuestro actual sistema de bienestar social, base del proyecto europeo, debemos ser capaces de sostener los servicios públicos y de protección en base a una fiscalidad adecuada que no drene las posibilidades de inversión de las empresas, ni de consumo de las personas. La cuestión se centra en trabajar mejor, no más, sino con más productividad, un esquema de rentabilidad que depende hoy en día, sobre todo, de la innovación y el conocimiento de los mercados que de los costes laborales y las horas hombre. Son las empresas y los trabajadores los que más pueden hacer por mejorar las ratios de productividad de la Unión Europea, por lo que de nada vale refugiarse en la crítica fácil a los políticos para esconder las vergüenzas propias de cada cual. A la política sí le podemos exigir las condiciones de inversión en la creación del clima favorable para ese círculo de excelencia que precisamos.

La consolidación definitiva de la unión bancaria supondrá la real fusión de la economía de la UE. El día en que el Banco Central Europeo funcione como verdadero banco y reserva de la zona euro el proyecto europeo será prácticamente incuestionable, como sucedió en su día con el Banco y la Reserva Federal de los Estados Unidos de América. Quedan escasos meses para que ese sueño común sea una realidad y la supervisión de las entidades financieras sea total y única por parte del banco emisor. La posibilidad de emitir deuda común con la garantía euro y de más de 500 millones de habitantes cambiará radicalmente los planteamientos de los mercado internacionales y consolidará definitivamente el euro. Salvo accidente imprevisto de última hora, el tren de la unión bancaria tiene ya plazo de llegada a su destino. Todo el complejo entramado técnico monetario deberá estar concluido y puesto en marcha antes de las elecciones europeas de mayo de 2014. El Consejo Europeo de primeros de dicho mes, deberá botar definitivamente este buque insignia de la Unión. Alemania que ha sido el principal enemigo y dilatador de este objetivo, una vez pasados sus comicios de octubre, debería allanar el camino hasta la meta fijada.

Desde el punto de vista organizativo y de funcionamiento institucional, dos son los grandes retos de la UE en este curso: el programa marco Horizon 2020 y el despliegue del Servicio de Europeo de Acción Exterior (SEAE). Nos enfrentamos a un nuevo plan financiero plurianual que abarcará desde enero de 2014 y hasta diciembre de 2019. Seis años con una nueva definición conceptual de las ayudas europeas. Europa ha puesto sus objetivos prioritarios en la investigación, la innovación y la sostenibilidad energética. El resto de ayudas se concederán a los Estados o regiones objetivo 1, es decir, con niveles de desarrollo por debajo de la media europea. El motor básico de la UE será la gestión del conocimiento y la gestión eficaz de los recursos medioambientales y energéticos. Además, pasarán a ser las empresas y universidades, y no las administraciones, las principales protagonistas de la recepción de ayudas a proyectos. Este cambio total de mentalidad, sin duda, requiere de un periodo de formación acelerado para conocer las nuevas vías de financiación y para montar redes de contactos en distintos países de la UE para acudir a las licitaciones de ayudas. Esa colaboración es otro de los principales objetivos que se persigue con el nuevo programa marco y de la voluntad de las empresas dependerá su éxito o fracaso. Respecto al SEAE, más allá de la dificultades burocráticas que su despliegue significa, el verdadero reto consiste en dotar a la Unión de un verdadero servicio diplomático global. A finales de año deberá haberse completado su primera fase y habrá que evaluar sus resultados y revisar los presupuestos a futuro. Además en 2014 los Estados miembros podrán decidir los servicios que quieren les realice el SEAE e incluso de que delegaciones diplomáticas piensan prescindir para ser representados por el Servicio, en aquellos países que no sean de relevancia especial para ellos.

Pero sin duda, el momento de máxima trascendencia del calendario del curso político europeo, vendrá marcado por la fecha de las elecciones europeas, 25 de mayo de 2014. El Parlamento que todos los europeos con derecho a voto elegiremos tendrá una enorme trascendencia concedida por el Tratado de Lisboa. Esos eurodiputados tendrán la tremenda responsabilidad de elegir al presidente la Comisión Europea, que ya no será nombrado por los gobiernos de los Estados miembros. Y será ese político electo quien presentará su equipo de gobierno al propio Parlamento Europeo para su aprobación uno a uno. Este cambio en la fórmula de designación acerca claramente Europa a la elección directa de sus gobernantes, por lo que la evolución del funcionamiento de sus instituciones este cambio tendrá un peso garantizado. Ese o esa presidenta de la Comisión, es evidente que tendrá que tener muy en cuenta la voluntad de los líderes de los gobiernos nacionales, expresada en el Consejo Europeo, pero seguro que tendrá más presente aún que quien le nombra y le cesa son los eurodiputados. A la vista de las encuestas que se manejan, el tradicional bipartidismo europeo – centroderecha / socialdemócraras – parece cercano a romperse con múltiples minorías desde la ultra izquierda y ultra derecha a verdes y movimientos euroescépticos o nacionalistas. Ese panorama hace aún más difícil prever las condiciones del rodaje de la nueva eurocámara y sus responsabilidades reforzadas.

La realidad es que la agenda detallada no hace sino cargar la prueba del europeismo en los ciudadanos. Bien sea como trabajadores, empresarios o votantes, este curso estamos más obligados que nunca a expresar la Europa que queremos. De nada sirve que construyamos una superestructura política en Bruselas, si no aprovechamos el ser más para ser mejores. La exigencia a nuestros gobernantes debe tener la contrapartida de la exigencia propia de los deberes como ciudadanos europeos. Los mimbres están puestos, las instituciones y las políticas generales europeas están básicamente enfocadas para acometer la reválida de Europa. Ahora toca ponerse a la tarea individual y presionar como nunca a esos políticos que viven de su ombliguismo localisla para construir una Unión más sólida y con más protagonismo en la escena mundial. Cómo salir de la crisis y la fisonomía futura de Europa dependen en gran medida de lo que suceda en este próximo curso. Los ciudadanos convivimos a base de derechos pero también de obligaciones y ahora tenemos la obligación de informarnos, formarnos, debatir, trabajar y votar, pensando más en Europa.

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Europa sale de la recesión… y ¿quién se ocupa del paisaje después de la batalla?

Los datos de crecimiento del PIB de la eurozona hechos públicos por la Comisión Europea hace unos días, han sorprendido y despertado el optimismo de encontrarnos ante una posible senda de salida de la crisis. La zona euro ha sido capaz de crecer un 0,3 % en el segundo trimestre respecto al trimestre anterior han sido impulsados por unas cifras mejores de lo esperado en Alemania (+0,7 %) y Francia (+0,5 %). El eje franco alemán, núcleo real de cohesión de la construcción europea, tira de la economía europea como debería tirar del proyecto en común. Los 17 países que comparten el euro han necesitado siete trimestres para volver a crecer, con una subida del Producto Interior Bruto del 0,3 por ciento ajustado estacionalmente en los tres meses hasta junio, según los datos de la agencia de estadísticas Eurostat. Confirmando el retrato diferenciado de la recuperación, España cayó un 0,1 por ciento, mientras que Italia y Holanda lo hicieron en un 0,2 por ciento. En cambio, la rescatada Portugal tuvo un crecimiento del 1,1 por ciento, la cifra más elevada de los 17 en el trimestre. Es evidente, pues, que la Unión es más un agregado estadístico que una realidad homogénea, la falta de una política económica europea se sigue poniendo de manifiesto.

La primera conclusión de estas “buenas noticias” no es otra que la Eurozona afronta un camino desigual e inestable hacia la recuperación, marcado por un paro en cifras récord y las medidas de austeridad en los países de la periferia, que necesitan acelerar las reformas aumentar el crecimiento y crear nuevos empleos. Curiosamente el principal motor del crecimiento europeo reside en la balanza comercial, es decir, en la capacidad de los Estados europeos de exportar sus bienes y servicios entre ellos y fuera de la región. Ese dinamismo se ha convertido en nuestra principal fortaleza, en lo que sin duda no es sino una reacción de supervivencia o de “sálvese quien pueda” durante los duros años de crisis económica que venimos padeciendo. Sin embargo, faltan muchas cosas por solucionar para declarar que la crisis ha sido definitivamente superada en la Eurozona. La primera y principal es el desempleo, que actualmente se sitúa en el 12,1%, su máximo histórico y con niveles por encima del 25% en España y Grecia. Además, la banca sigue siendo motivo de preocupación, ya que no ha limpiado totalmente su balance y el crédito sigue en caída. Tampoco se ha completado la prometida reforma de la regulación bancaria, al que le faltan cerca de ocho meses para entrar en vigor.

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En todo caso, la realidad parece confirmar las tesis de los que nos alejamos hace un par de años de las apologías del fin del euro. Los apocalípticos antieuropeístas se frotaban las manos ante los ataques despiadados de los mercado de deuda pública a la moneda común y profetizaban a los cuatro vientos su inminente fallecimiento y tras él de las instituciones europeas. Nada de eso ha sucedido y a escasos 12 meses de dichas profecías melodramáticas, nos encontramos con un panorama internacional bien distinto. Es China y alguna de las economías emergentes que les venían acompañando en crecimientos de dos dígitos, quienes se están ralentizando, mientras EE.UU. y la UE vuelven a recuperar crecimientos y creación de empleo, aunque sea aún tímida e inestable. A su manera titubeante y desesperadamente lenta pero Europa ha hecho los deberes y camina hacia una verdadera unión monetaria y financiera. El mero anuncio de inicios de negociaciones de un acuerdo comercial con Estados Unidos, ha disparado las hipótesis de un maridaje profundo entre las dos potencias económicas mundiales, de la Reserva Federal y el BCE y, por tanto, de una convivencia pacífica y complementario euro/dólar. A Europa le quedan unos meses de indefinición hasta que se celebren las elecciones alemanas y lleguen los trascendentales comicios europeos – de los que saldrá un Parlamento que elegirá al presidente de la Comisión – para que veamos su auténtica capacidad de hacer política con mayúsculas y funcionar ante el mundo como una entidad común. Pero las condiciones para que esa realidad sea efectiva están puestas: moneda común, Banco Central convertida en autoridad bancaria, un Parlamento Europeo que elige al Ejecutivo y el SEAE – Servicio Europeo de Acción Exterior – un auténtico servicio diplomático desplegado por el mundo.

Por eso, ahora más que nunca ha llegado el momento de abrir un profundo debate sobre la Europa que queremos. Ahora que se vislumbra la salida de la crisis y que las herramientas políticas puestas en marcha con el Tratado de Lisboa pueden cobrar validez plena. Lo primero que deberíamos definir es el modelo social y de servicio público que Europa debe ofrecer a sus ciudadanos. Si somos el espacio común democrático más amplio del mundo a la hora de defender derechos humanos, debemos establecer un completo catálogo de prestaciones de los mismos. La crisis ha socavado profundamente los cimientos de cobertura social de nuestros países. Conceptos que están en el adn del proyecto europeo como la igualdad y la solidaridad, en la práctica, se están poniendo en cuestión. Tanto el nuevo Parlamento Europeo como la Comisión por él elegida, deben convertirse en garantes de la carta de derechos ciudadanos que son la única esencia válida de nuestra Unión. Somos europeos para vivir en paz, ser libres, regirnos democráticamente y componer un conjunto que defiende derechos que nos hacen iguales. Esa es la justicia que la UE preconiza y que tiene la obligación de reforzar ahora que las cifras macroeconómicas parecen ponerse en positivo. El rearme social de Europa es imprescindible para recuperar la demanda interna y con ello el empleo, especialmente, de nuestros jóvenes. El paisaje después de la batalla que ha supuesto la crisis no puede dejarnos indiferentes. Muchos han sufrido el acoso e impacto del paro y de la pérdida de renta efectiva. Muchos han perdido la posibilidad real de ejercer sus derechos con una sanidad o una educación gratuita e igualitaria. Son muchas las consecuencias de una crisis especulativa y financiera que casi se lleva por delante la economía productiva de las pequeñas y medianas empresas europeas. El esfuerzo no puede haber sido en balde. Tenemos la obligación de rediseñar nuestro modelo social, tenemos que recuperar el nivel de ingresos públicos que garanticen las prestaciones y que doten de capacidad inversora a la UE. No podemos permitir que nuestra capacidad investigadora e innovadora se retraiga porque en el conocimiento y su gestión sigue estando la base del hecho diferencial competitivo de nuestra economía.

Pero no es lo único que requiere ser reformulado en el entramado institucional de nuestra vieja Europa. Es evidente, que durante las últimas décadas la cohesión social y territorial no ha funcionado con los criterios de convergencia que pretendíamos. La crisis nos ha hecho mucho más dispares, los ricos son más ricos que los pobres hoy, y eso sucede en el interior de nuestros Estados, de nuestras regiones, entre unos Estados y otros y entre unas regiones y otras. El mapa de las desigualdades se ha desatado norte/sur, centro/periferia, pero también ciudad/rural o emigración/inmigración. La crisis ha convulsionado nuestra realidad de tal manera que necesitamos apartar el polvo que aún puebla las ruinas de nuestras calles para ver qué ha quedado en pie y qué requiere de una profunda reconstrucción. Nada, salvo nuestros principios, será igual después de esta batalla por la supervivencia de la idea de Europa que estamos librando. Los modelos de colaboración público privados o los sistemas de fiscalidad basados en uso y disfrute de servicios y no solo en los niveles de renta, tendrán que ponerse sobre la mesa si queremos afianzar la sostenibilidad del sistema. El debate que precisamos es de abajo a arriba, debe partir desde la municipalidad, nuestras comunidades más cercanas, para elevarse a las regiones y países para inundar Bruselas de propuestas. La Europa de los pueblos es la única que puede ser capaz de regenerar el proyecto europeo desde bases reales y sólidas. Lo demás son estructuras decimonónicas, caducas y que navegan contracorriente de la Europa necesaria.

La recuperación económica está llegando sin dirección alguna, por la mera fuerza inercial de los agentes económicos que se mueven buscando salida a sus productos y servicios. La política lo único que nos ha aportado es falta de criterio y de perspectivas de futuro. Los recortes y ajustes de lo público como única receta no son los causantes, por mucho que quieran plantearlo así sus promotores, de la salida de la recesión, sino la decisión individual de empresarios y trabajadores, de familias y personas, de salir de esta encrucijada. Si seguimos así, sin aportar vías colectivas y soluciones colaborativas, ese paisaje de después de la batalla del que hablo, nos mostrará un rostro más crudo que el que hoy vivimos. La posguerra a veces lo único que aporta es el silencio de las balas, pero deja el terrible rumor del hambre y la venganza. Si no somos capaces de poner en marcha un verdadero plan de reconstrucción de nuestras infraestructuras sociales, el riesgo de que impere el egoísmo como ética ejemplarizante será máximo. Necesitamos que la cohesión territorial sea una realidad poniendo un mayor énfasis en la reducción de las disparidades regionales relativas a las principales fuentes del crecimiento en el marco de construcción en Europa de una Sociedad del Conocimiento Competitiva a escala global, pero fuertemente cohesionada a escala interna. Todo ello sin perder de vista las diferentes especificidades territoriales y estructurales existentes. Lo diverso nos sigue haciendo rico si lo sabemos poner en común.

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