La actual crisis económica que vive la zona euro está poniendo de manifiesto la incapacidad de sus líderes para encontrar soluciones de consenso a los continuos retos que los mercados financieros les lanzan. A cada medida instrumentada en una cumbre especuladores, agencias de rating, indicadores de prima de riesgo e índices de bolsa anticipan el fracaso de las mismas. La sensación de ir por detrás de las decisiones de los inversores aniquila cualquier intento de reforma. El tiempo que imponen los mercados no se acompasa desde los despachos políticos y eso crea la sensación de falta de capacidad y descrédito a la clase política en conjunto. Unos ciudadanos confundidos y alarmados ante la magnitud del desastre que se les viene encima, han buscado culpables en sus representantes públicos. La principal crítica hacia ellos ha rebasado la barrera de su incapacidad para ubicarse en su falta de compromiso en el servicio público y sus débiles comportamientos éticos. ¡Todos son iguales!, es el mantra cívico que se ha instalado en la sociedad europea, incapaz de encontrar liderazgos capaces de poner en marcha una hoja de ruta para salir de la crisis. El deterioro de la política es creciente y los gobernantes duran menos que una bolsa de caramelos a la puerta de un colegio.
¿Qué sucede para que una generación de políticos se muestre inútil para plantear salidas? Podríamos quedarnos satisfechos con el ramplón razonamiento de su escaso nivel. Pensar que todos son presos de sus ínfimos niveles intelectuales es similar a asumir que en un mundo globalizado y en una sociedad del conocimiento, nos gobiernan los más tontos. ¡Ójala fuera tan sencillo! De ser así nos bastaría con buscar recambios más capacitados o aplicar tests de preparación a los futuros dirigentes. El origen del problema tiene más que ver con la propia complejidad del mundo que hemos construido gracias a esas cotas de desarrollo alcanzadas. Hemos roto el estatus quo mundial clásico, donde las posiciones de dominio marcaban el crecimiento y el reparto de riqueza, solo rotas por la fuerza de la violencia en guerras que establecían los cambios de hegemonía. La aparición del arma nuclear y su capacidad de destrucción masiva ha supuesto una herramienta disuasoria que obliga al hombre a la búsqueda de consensos para superar el riesgo del exterminio total. Pero ello no ha evitado el conflicto y la competencia por el uso y aprovechamiento de los recursos de la Tierra, vivimos una verdadera guerra económica que se libra a través de todopoderosos fondos y movimientos monetarios y de capitales que atacan posiciones en cualquier punto del planeta a toda velocidad. Ante este enemigo universal, sin rostro, ni identidad, pues, es más fruto del mundo que generamos que de voluntades particulares. Nadie tiene el control de la situación, como nadie tiene soluciones integrales.
La política se ha quedado obsoleta en sus métodos de toma de decisiones. De ahí que sus líderes no puedan dar respuesta a las situaciones. Los jugadores son múltiples y el tiempo ha desbordado los procedimientos. La democracia se basa en la negociación y en la libre voluntad que expresan los ciudadanos. Los parlamentos y sus debates se producen a contratiempo, cuando muchas de los planteamientos y discusiones han quedado desfasadas por los hechos. No aplicar tecnologías que favorecen la posibilidad de participación de los ciudadanos en tiempo real a la vida política, está resultando un suicidio general. De la misma forma que los gobiernos emplean sistemas de monitorización de situaciones en gestión de crisis, muy alejadas de las que emplean empresas privadas o particulares que gran capacidad inversora. Son pigmeos nadando en un oceáno de tiburones. La actual crisis de deuda pública está empobreciendo los poderes públicos, ya no solo en sus recursos propios, sino en la autoridad moral para ejercer el liderazgo que de ellas se requiere. Sería el momento de reivindicar la necesidad de aplicar las más modernas TIC’s – Tecnologías de la Información y la Comunicación – y de sistemas de prospectiva para que nuestros gobiernos tengan verdadera capacidad de anticiparse a los acontecimientos. Sin ese plus que impone el día a día, estamos pidiendo a nuestros líderes una visión imposible y nos vemos obligados a depender de personas que no son ni pitonisos, ni gurús.
Estos déficits en las decisiones gubernamentales están generando desconfianza entre los socios europeos. Afloran estereotipos cuando no somos capaces de sumar voluntades: los vagos del sur malgastan los ahorros de los laboriosos del norte, de la misma forma que los bárvaros del norte nos imponen la pobreza a los sufridos ciudadanos del sur. En vez de encontrar modelos coperativos y esquemas de colaboración estables en las decisiones de la Unión Europea, se amplia la brecha del disenso y empezamos a oir hablar de la suma cero, de las distintas velocidades, de monedas únicas para ricos y para pobres… Los Estados, cuestionados por los mercados y por sus propios ciudadanos, se refugian en la defensa de sus fronteras como animales heridos que restañan sus llagas lanzando dentelladas a sus vecinos. Por contra, si aplicáramos el sentido común nos daríamos cuenta de que cuando más necesitamos Europa y su fortaleza es en estos días de naufragio, cambiando esquemas estatales pasadas de moda por modernas estructuras supranacionales que sirvan con más eficacia esa Europa de los pueblos que sigue representando el mejor tesoro de nuestra diversidad. Y esa labor de refundación no podemos radicarla exclusivamente en nuestro líderes, en un planteamiento casi decimonónico, es tarea de todos, es una obligación de cambio de mentalidad individual, que se genere de abajo arriba, de comunidad en comunidad.
Nos gobiernan los dinosauros de la política, partidos que funcionan casi como se fundaron, cuyas decisiones internas nada tienen que ver con los intereses de la sociedad, donde importa más la lucha por el poder entre correlegionarios que el planteamiento de propuestas políticas. Ni saben de planes de calidad en la gestión, ni de organización de equipos, ni de ofertas motivacionales, todo aquello que desde hace más de una década es de aplicación en el mundo empresarial es absolutamente ajeno a la vida partidaria. De esos partidos tienen que surgir nuestros líderes, que incluso cuando son brillantes, tienen que dedicar la mayoría de sus esfuerzos a deshacerse de sus numerosos enemigos internos. Una batalla del día a día que trabaja en contra de la capacidad creativa del liderazgo, es mejor no innovar y seguir el guión establecido para llegar al poder, esperando más los errores del enemigo que buscando los aciertos propios. Los Merkel,Hollande, Cameron o Rajoy – Monti es un tecnócrata al que le han ahorrado el tránsito de la vida política – han tenido experiencias similares de mala praxis en la aplicación de su inteligencia política. Una inteligencia que no debería ser otra cosa que la capacidad de entender, asimilar, elaborar información y utilizarla para resolver problemas, la que permite elegir las mejores opciones para resolver una cuestión. Inteligente es quien sabe escoger.
Pero si nuestros líderes no cuentan con la ayuda de sistemas modernos para la toma de decisiones y están lastrados por organizaciones partidarias del prejurásico político, más grave aún es la falta de ideas. Una idea es una imagen que existe o se halla en la mente. La capacidad humana de contemplar ideas está asociada a la capacidad de razonamiento, autorreflexión, la creatividad y la habilidad de adquirir y aplicar el intelecto. Las ideas dan lugar a los conceptos que son la base de cualquier tipo de conocimiento. La política europea no genera ideas, ni conceptos y, por tanto, adolece de conocimiento. Camina sin hoja de ruta por esa falta de ideas, vengan de sensibilidades de izquierdas, de derechas, ecologístas, nacionalistas o universalistas. El desierto de las ideas se ha extendido como la sequía deforesta, pretender que alguien lidere la salida de la crisis, que no es otra cosa que el planteamiento de un nuevo mundo, la generación de un modelo alternativo de sociedad a los esquemas actualmente quebrados, es ilusorio. Mientras no nos pongamos a diseñar ideas de regeneración del contrato social entre los europeos, nuestros gobernantes seguirán mareando la perdiz en decisiones tan grandilocuentes como ineficaces. Y mientras, el deterioro de las bases sociales del Estado del bienestar será creciente y nos costará décadas y millones de jóvenes sin futuro recuperar el espacio de libertades y derechos que con tanto sufrimiento y esfuerzo llegamos a construir. Por supuesto que necesitamos líderes, pero ante todo nos faltan ideas.