¿Cuál es el siguiente paso a la indignación? Reforma o ruptura

En 2008, fue la gota que colmó el vaso, la mecha que prendió la llama y el detonante de la crisis financiera de la que hoy seguimos sufriendo las consecuencias. Bueno, no todos. Ahora nos anuncian a bombo y platillo que la quebrada Lehman Brothers ha salido de su ruina. La bancarrota de 639.000 millones de dólares de la entidad, que dio inicio al desastroso ciclo financiero internacional que ha provocado una recesión en cadena, oficialmente ha concluido y el banco está listo para empezar a devolver los 65.000 millones dólares a sus acreedores y para volver a operar, esperemos que bajo normas de actuación más éticas y decorosas. Pero la realidad 2 años y medio después no es otra que un mundo en franca recesión, sin modelo económico global de futuro y, en el caso de Europa, sumidos en un proceso de rescate de varios países, inmersos en recortes presupuestarios y con alto riesgo de desmontaje del Estado del bienestar del que venimos disfrutando en los últimos 50 años.

Y todo empezó en Wall Street, todos nuestros actuales males surgieron como de la nada de una pesadilla de ingeniería financiera basada en el timo de la estampita. Tan vulgar como real, tan burda la trampa como descomunales sus consecuencias. Se desencadenó la tormenta, nos llevó a todos por delante y para cuando quisimos darnos cuenta, el mundo ya no era como nos lo habían hecho creer y además éramos culpables de no se sabe qué. Tardamos bastante en indignarnos porque el susto nos atenazó un tiempo, la indignación trató de manifestarse y se quedó en un ridículo gesto fotográfico de concentraciones hacia la nada. Sin propuesta alguna y sin capacidad de quemar los nuevos palacios de invierno – las bolsas -, la protesta se fue diluyendo dejando constancia de su impotencia y del triunfo del sistema que aunque caduco sigue reinando. De la confusión pasamos al pánico, de ahí a la indignación y ahora vivimos un insípido periodo de anonadamiento. Con la boca abierta al sol y dando vueltas sobre nosotros mismos, tratamos de encontrar un nuevo rumbo en un mundo que cada día es menos colectivo y más individualista, que ha apostado por el sálvese quien pueda y abandona a toda velocidad las fórmulas de soluciones solidarias a los problemas.

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La democracia para lo único que nos ha servido en este extraño periodo de la humanidad es para oficializar los cambios de gobierno. Uno tras otro han ido cayendo de distintos colores, de derechas o de izquierdas porque hacía mucho tiempo que salvo a sus siglas habían apostatado de sus ideologías y de plantear propuestas de cambio a la sociedad. Basados en la alternancia y no en la alternativa, hemos visto ser deglutidos por la crisis a George Bush, Gordon Brown, Silvio Berlusconi, Yorgos Papandreu, José Luis Rodríguez Zapatero y, de seguir así las cosas, pronto engrosarán la lista Nicolás Sarkozy y Angela Merkel. Dado que el único derecho que le queda al empobrecido ciudadano es introducir la papeleta en la urna, castiga al gobernante y busca en su oponente una oportunidad a ciegas para salir de la crisis, todo ello convenientemente revestido de una notable desidia y falta de credibilidad de la clase política.

La política se ha instaurado en el centro ideológico, lo que en palabras de un notable ministro franquista no es más que un punto en el infinito – lo decía uno que sentía un claro desprecio por las opiniones de los demás -. Pero la realidad es que por centrarse han perdido su perfil y sus aristas diferenciadoras, se han profesionalizado las bases de los partidos y funcionarizado sus programas o propuestas. Todo un compendio de males que han contribuido al gobierno de los mercados y a la incapacidad para controlarlos desde normas sociales basadas en el bien general. Lo liberal se ha ido imponiendo como sin querer, porque además ser liberal se ha convertido en una suerte de poder decir un día una cosa y al día siguiente lo contrario con solución de continuidad. De tal forma que quien contraviene su norma es un peligroso antisistema que sabe dios a dónde pretende llevarnos. La voz única se ha ido imponiendo como la única política posible ocupando un enorme espacio social de una sociedad anestesiada antes y ahora aturdida por la crudeza de la crisis.

Todos los gobiernos al darse cuenta de su absoluta incapacidad para solventar la situación con un mínimo éxito han tratado de encontrar un culpable a que responsabilizar de los males. El déficit, las agencias de rating, los derrochadores países del Sur en Europa y en España las Comunidades Autónomas esos monstruos de dos cabezas que duplican gastos y derrochan lo que no tenemos para honra y gloria de unos pequeños virreyes políticos. Explicación simplona a problemas de fondo de un modelo de sociedad, pero que se compran fácilmeTeante por una sociedad que necesita un malo de la película para lanzar contra él todos sus enfados cotidianos fruto de la caída real de sus ingresos. Y en esta política huidiza que no afronta seriamente los problemas y que frivoliza con titulares fáciles, está alimentando los neopopulismos en los extremos de los arcos parlamentarios. Surgió el Tea Party y en Europa la extrema derecha, como reverdecen posiciones comunistas nostálgicas del colectivismo. Aún no han sido capaces de alcanzar gobiernos, porque ni lo pretenden, es una extrema desvergonzada, que solo quiere condicionar, ser la llave de las políticas sin pretender cambiar el mundo como lo intentaron pese a que nos causaran no pocos dramas, el nazismo, el fascismo o el comunismo.

Sería lógico suponer que esta crisis que ya dura mucho – cuatro años a la velocidad que se mueve nuestro mundo globalizado se asemeja a una década de las de antes – debe provocar pronto un nuevo estado de ánimo entre nosotros. La indignación suele dar paso a la rebeldía y esa sensación motriz tiene dos caminos para expresarse: la reforma o la ruptura. Europa no puede seguir tratando de avanzar a base de planes de actuación o eleva la categoría de sus políticas o el cortoplacismo nos hundirá. O plantea reformas en profundidad del modelo de sociedad que tenemos hoy o llegará la ruptura, porque ya llamar revolución a los cambios radicales suena a película romántica. De una forma o de otra, más o menos cruentamente, más o menos ordenadamente, tiene que surgir una o varios voces de liderazgo que nos lleven al otro lado del río, donde nada será como hasta ahora. El momento peonza por agotamiento está llegando a su fin, toca definir un rumbo y un destino, incluso aunque no sepamos siquiera en qué consiste a ciencia cierta lo que proponemos. Dicho lisa y llanamente, necesitamos ya una nueva utopía.

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