El debate de la Unión o de … ¿la desunión?

La pasada semana se celebraba en Estrasburgo, en la sesión plenaria del Parlamento Europeo, el debate sobre el Estado de la Unión. Correspondió al presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, trazar en su discurso el marco de situación en que nos hallamos y la estrategia para afrontar los principales a los que se enfrenta la Europa unida. Intervención de altura, a la altura de las circunstancias de este veteranísimo político con el que, más allá de diferencias de planteamiento ideológico, realizó una radiografía exacta de los malos que padece nuestra convaleciente Unión. Enfrentados al espejo de nuestra identidad de tierra de asilo, el discurso vino en pleno drama de miles de hombre, mujeres y niños que huyen de su segura muerte en la guerra de Siria. La Europa de los derechos y libertades políticas, la cuna de la sagrada defensa de los refugiados, mostraba en Hungría el peor rostro de la insolidaridad, cerrando fronteras a seres humanos desprotegidos.

Juncker clamó por ellos con rotundidad:”Si fueran ustedes, con sus hijos en brazos, los que vieran cómo el mundo se deshace, no habría muro que no fueran a subir, no habría mar que no fueran a atravesar o frontera que cruzar para huir de la guerra o del Estado Islámico. Debemos acoger a los refugiados en la UE“. Un esfuerzo de generosidad que apenas representará el 0,11% de la población europea. ¡Qué Europa pretendemos ser si no somos capaces de aceptar tan nimio sacrificio? Juncker hablaba con la legitimidad y el respaldo que le da ser el primer presidente de la Comisión elegido por el Parlamento que todos hemos votado. Investido de ese nuevo aura nos recordó que “los europeos no podemos olvidar lo importante que es el derecho al asilo, uno de los valores más importantes que existen. A pesar de nuestra fragilidad, de nuestra propia percepción de debilidad, hoy es Europa la que buscan como lugar para el refugio y el exilio. Europa es, con mucho, el lugar más estable y rico del mundo. Los que critican la construcción europea, la UE, deben admitir que es un lugar de paz y prosperidad. Tenemos los medios para acoger a los que huyen de la guerra y la opresión”.

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Hablaba el presidente con la sensibilidad que la crisis humanitaria requiere, no con el cálculo del político de Estado metido en su pequeño bunker creyendo que puede aislarse del mundo envuelto en sus alambradas. Anunció la cifra de 120.000 nuevos refugiados repartidos entre los Estado de la UE, más los 40.000 que esperan desde mayo en Grecia e Italia su reubicación urgente. A la vez anunció la puesta en marcha de un fondo fiduciario de emergencia para cooperación en África de 1.800 millones de euros. Cargaba así toda la prueba y responsabilidad sobre los Estados para poner fin al drama en las fronteras y no acabar con el sueño del tratado de Schengen, volviendo a establecer controles fronterizos intracomunitarios.

Pero Juncker también habló de nuestra otra gran crisis, la interna, la del euro que ha tenido su más dura expresión en Grecia. No la dio por finiquitada, como nadie con dos dedos de frente puede darla por acabada. Y estableció correctamente los anhelos que debe tener la UE cifrados en el nivel más próximo posible al pleno empleo como objetivo último de recuperación. Para ello volvió a confiar en su plan Juncker de inversión de 310.000 millones de euros, al más claro estilo keynesiano. Pero como si estuviera ya de vuelta de todo, dijo más, habló de la necesidad de un salario mínimo interporfesional igual en todos los Estados de la UE para acabar con el dumping social que produce la desigualdad laboral en el espacio común. En esa misma línea de profundizar en las estructuras de una política económica de la UE, se refirió a la necesidad de la armonización fiscal, reclamando una Hacienda y un Tesoro común en la zona euro. De igual forma que una sola voz ante organizaciones como el FMI o el Banco Mundial.

Nadie puede decir que lo que sucede en Europa es culpa de sus instituciones de la Unión, ni de la Comisión que habló claro de las prioridades por boca de su presidente, ni del Parlamento, que salvo las minorías muy minoritarias de ultraderecha, populares, socialdemócratas, liberales y radicales de izquierdas aplaudieron buena parte del discurso de Juncker. Ahora todos sabemos que son los gobiernos de los Estados los que entorpecen y dificultan la puesta en marcha de políticas europeas, los que cada día ponen trabas a la construcción europea. Pero no seamos hipócritas, esos gobiernos no han caído del cielo, son fruto de las legítimas decisiones de alemanes, holandeses, letones, españoles, portugueses… en las urnas. Esa esquizofrenia europea que nos lleva a votar gobiernos que traicionan la lealtad europeísta que nadie niega en sus discursos formales. Queremos ser una cosa y la contraria, sin hacer un esfuerzo o sacrificio común, sin compartir responsabilidades. Seguimos siendo el niño mal criado que no quiere reconocer la realidad de las dificultades.

Como dijo Juncker nos falta más Unión y nos falta más Europa. Estamos en el momento que debemos demostrar al mundo nuestra capacidad de estar unidos, de ser honestos y de ser solidarios. Lo decía en días difíciles para Europa, como lo son para él que acaba de perder a su madre y su padre está gravemente enfermo hospitalizado. Uno de los políticos más pragmáticos que ha conocido la Europa contemporánea, una auténtico profesional de la política comunitaria, tiró de sentimiento y de pasión en su discurso, de lo que más adolece la tecnocracia de Bruselas. Para recordarnos que si queremos seguir siendo europeos, no podemos olvidar la piedra angular de nuestro sentido de ser, la libertad sin fronteras.

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La Unión Europea al rescate de los jóvenes ninis

Hay días y propuestas que llegan desde Bruselas que me reconcilian con el espíritu europeísta y demuestran la fuerza que la unidad y la colaboración tienen cuando las instituciones funcionan. La Comisión Europea por boca de su titular de Empleo, Laszlo Andor, ha lanzado un grito de apoyo en forma de propuesta a los millones de jóvenes que en el espacio europeo – el más desarrollado del mundo – ni estudian, ni trabajan. No alcanzo a imaginar un drama superior para una sociedad que la de arruinar su futuro, la misma forma de fracasar que condenar a sus jóvenes a no tener esperanzas de progreso. Frente a la monótona cantinela de no tener otra política, que lo único que esconde es la incapacidad para proponer ideas y propuestas para solucionar problemas, la Comisión ha alzado su voz para establecer un ambicioso programa de medidas de “garantía juvenil”. Es evidente que la competencia de estas políticas residen en los Estados miembros y que pese a que el comisario se ha comprometido a dotar el plan de fondos de ayudas, la voluntad de ponerlo en marcha de establecer los imprescindibles mecanismos de colaboración residen en los gobiernos nacionales. Pero al menos ahora sabemos que Europa quiere luchar contra esta lacra y se retratarán aquellos políticos en sus países que permanezcan varados al pairo ante tan tremendo problema.

El desafío no es fácil, la magnitud del drama se ha acrecentado en la última década, no solo en cuantía sino también en la extensión de los países afectados. Aproximadamente siete millones y medio de jóvenes de entre 15 y 24 años ni trabajan, ni estudian, ni siguen ninguna formación. Debido a la crisis económica es mucho más difícil encontrar empleo. La proporción de jóvenes parados es de más de uno de cada cinco y, en Grecia y España, de más de uno de cada dos. En toda Europa, aproximadamente el 30% de los jóvenes en paro están sin trabajo desde hace más de doce meses. En 2011 eran 1,6 millones, cuando en 2008 habían sido 900.000. El coste de no integrar en el mercado laboral a la generación nini supone una pérdida semanal de 3.000 millones de euros. En total, 153.000 millones por año o el 1,2% del PIB europeo, 15.700 millones solo en España, el 1,47% de su PIB. Y esto además de los costes estructurales del desempleo para la economía y del aumento del riesgo de exclusión y de pobreza resulta humanamente inaceptable. Para ayudarles, la Comisión propone un paquete de medidas, entre ellas una recomendación para que los países de la UE introduzcan un programa de garantía de empleo y formación para jóvenes de hasta 25 años. Con estos programas, los países de la UE garantizarían que todos los jóvenes tuvieran una oferta de trabajo, un aprendizaje o un periodo de prácticas en un plazo de cuatro meses desde que acabasen los estudios oficiales o se quedaran en paro. La Comisión apoyaría los programas nacionales ofreciendo financiación de la UE y creando redes de intercambio de ideas sobre las mejores maneras de dar empleo o formación a los jóvenes.

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Frente a los que proclaman muchas veces la inutilidad de este tipo de programas públicos o su vertiente meramente utópica, Bruselas ha puesto de ejemplo países que ya los han implementado con éxito. Finlandia y Austria ya tienen programas de garantía de este tipo. Tales programas supondrían un gasto de dinero del contribuyente –unos 21.000 millones de euros–, pero que no llega ni con mucho al coste que representa dejar a los jóvenes en el paro. En el caso finlandés, con una tasa de paro juvenil del 18,9%, el 83,5% de los jóvenes que buscaron empleo en 2011 lo encontraron dentro de los tres meses posteriores a su inscripción en la oficina del paro gracias precisamente a una garantía que será relanzada a comienzos de 2013, para que tanto los menores de 25 años como los licenciados recientes menores de 30 reciban una oferta en un plazo de 90 días. Según las previsiones del gobierno de Helsinki, entre 2013 y 2016 destinarán a este objetivo 60 millones anuales. No es el único modelo en el que se ha fijado Bruselas para hacer sus recomendaciones. En el caso de Austria, con un desempleo juvenil que roza el 10%, el sistema cuenta con dos herramientas para dar salidas a los trabajadores menores de 25 años. La primera, una garantía de formación para aprendices de hasta 18 años que no han encontrado empresa para que puedan seguir formándose en centros financiados por el gobierno, y, la segunda, una garantía de empleo y formación destinada a jóvenes de entre 19 y 24 años inscritos en la oficina del paro a quienes se ofrece trabajo en empresas privadas. Mientras tanto, en países como Dinamarca, que dedican un 40% del fondo social europeo a los jóvenes, no existe una garantía pero sí se reconoce el derecho de los menores de 30 años a ser entrevistados en una oficina de empleo en un plazo máximo de un mes tras enrolarse en la lista del paro. Es evidente que poner la prioridad en las políticas activas de empleo y, sobre todo, hacerlo en el ámbito juvenil lo primero que requiere es voluntad real, un deseo que se expresa en medidas y que cada caso requiere su propia especificidad.

La UE está trabajando para reducir el desempleo juvenil y de aumentar la tasa de empleo en línea con el más amplio objetivo de la UE de lograr una tasa de empleo del 75% para la población en edad de trabajar (20-64 años). Las acciones clave que ha puesto en marcha son muy variadas y de muy diversa índole:

– Juventud en Movimiento es un conjunto amplio de iniciativas políticas en materia de educación y empleo para los jóvenes en Europa.

– Iniciativa Juvenil de Oportunidades incluye acciones para reducir el desempleo juvenil.

– Tu primer trabajo EURES tiene como objetivo ayudar a los jóvenes para cubrir puestos de trabajo en toda la UE.

– Paquete de Empleo de los Jóvenes es el seguimiento de las acciones en materia de juventud establecidos en el más amplio paquete de empleo e incluye: Una propuesta a los Estados miembros a establecer una “garantía de juventud”; una segunda fase de consulta de los interlocutores sociales de la UE para la evaluación de la calidad para las prácticas; el anuncio de una Alianza Europea de Aprendizaje y las maneras de reducir los obstáculos a la movilidad de los jóvenes; programa de convalidaciones de título de la UE.

– Panorama es una herramienta de información en toda la UE sobre recopilación de las necesidades de cualificación, la previsión y la evolución del mercado de trabajo.

A la vista de tan amplio plan y de la última llamada de atención lanzada por el comisario europeo de Empleo, lo primero que tendríamos que preguntarnos es por el grado de conocimiento que los europeos y, en especial los jóvenes, tienen de estos programas, de estas ideas puestas en marcha para resolver su problema de falta de trabajo. ¿Por qué se silencian en los países miembros de la Unión estas iniciativas en vez de promocionarlas y potenciarlas? La segunda pregunta tiene que ver con el escaso grado de colaboración entre los propios socios de la UE para colaborar más a la creación de ese espacio común de trabajo que debería representar Europa para sus ciudadanos. Pero de la misma forma deberíamos preguntarnos todos nosotros, sin acudir exclusivamente a las responsabilidades que sin duda tienen nuestros representantes políticos, qué hacemos por hacer valer nuestros derechos como europeos y porqué no hacemos pleno uso de los mismos para demandar empleo o formación en otros Estados de la Unión.

Sentirse europeo es ante todo sentirse libre en movilidad para trabajar o colaborar en su conjunto y si no pensamos ya en esos términos no culpemos a nadie, sino a nosotros mismos, del fracaso de la idea de Europa. En la práctica de nuestra vida diaria, más allá del uso del euro y de no tener que pasar fronteras – y eso solo en los países de la zona euro y del espacio Schengen – seguimos siendo más alemanes, franceses o españoles que europeos. En una palabra, estamos pagando el precio de una Europa con estructuras políticas y administrativas muy caras, sin sacar rentabilidades suficientes a la unidad. Nuestros jóvenes no pueden esperar más a a ser verdaderos europeos, hay que ayudarles ya, no podemos esperar a que pase la crisis y la economía se recupere. Cuanto más tiempo permanezcan los jóvenes sin empleo ni experiencia laboral mayor será el riesgo de que estén apartados del mercado de trabajo cuando la economía vuelva a crecer. Pero, lo que es peor, menos creerán en Europa y más calarán los postulados aislacionistas y xenófobos.

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