Nana de quebranto

Es martes y…

«Ahora que la vida nos arranca nuestra manta, y nos susurra al oído el final de su canción. Ahora que la noche es un rumor de risa ajena, que se aleja por la calle y nos congela el corazón».

Ahora, que los dedos tiemblan como un grillo herido, y que tras los cristales amanece en Si menor. Ahora que oscurece más oscuro en nuestro nido, y se escuchan los recuerdos en un saxo tenor.

Ahora, que supuran las astillas del invierno, que un escalofrío trepa este silencio fugaz. Ahora que la tinta emborrona este cuaderno, y repite las palabras que ya no quieren jugar.

Ahora, que los ojos se derriten como mares, y naufragan en su intento de querer disimular. Ahora, que hay un nuevo sol alumbrando en los altares, y deslumbra cada sombra con su mágico arrullar.

Ahora, traes la fuerza que se intuye entre las nubes, y el eco de tu garganta resuena en este momento. Ahora, que entre las estrellas brilla el rumor de que subes, la dulzura de una nana retumba en el firmamento.

Mestizaje

Es martes y…

«Los nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada, que no son aunque sean, que no hablan idiomas sino dialectos, que no profesan religiones sino supersticiones, que no hacen arte sino artesanía, que no tienen cara sino brazos, que no tienen nombre sino número. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata».

En una época del año de máximo esplendor multicolor, donde los campos parecen arcoíris y el cielo un elegante pavo real, la torpeza sigue infectando cerebros a ritmo de pandemia. Seguimos permitiéndonos el lujo de estimar el valor de una persona por el matiz que adorna su piel, la profundidad que albergan sus bolsillos o el dios al que dedica sus oraciones.

Las armas se han declarado en eterna huelga de hambre. Cada proyectil suplica clemencia por caridad. El insulto en blanco y negro cae al suelo por calambres. Los alambres de vergüenza se han hundido en el mar. Los que cubren tus sueños de pesadillas, los que hacen que repitan la sonata, los que fomentan el golpe y la aguadilla, viven muy lejos de la patera y muy cerca de la corbata.

Mientras, a escasos milímetros de nuestros ojos, en el mismo umbral de nuestro hogar, el respeto duerme entre despojos, cubierto por un racismo irracional.

Vuelve la vida

Es martes y…

Apareces para derretir la cera que todavía duerme en las pestañas de la creación. Espantas los demonios que sigilosamente se camuflan en la niebla. Apadrinas el mágico parto que anuncia la mutación. Eres el motor que pone en marcha el marchitar de la candela.

Vuelves, sabiendo que volverás a huir cuando el calor te mate. Mueres, porque no hay vida que en tu vientre no resucite. Resucitas, aunque el frío quiera, para siempre, amarte. Amas, como ama quien sabe que no tiene escondite.

Quisiera quererte como la alergia a mis ojos rojos. Quisiera, pero no puedo, olvidar tus arañazos. Quisiera que fueras el último de los desalojos. Quisiera que fueras el primero de los flechazos.

Cúrame los charcos de la acera. Cúrame como si fuera eterno. Cúrame como si en ti creyera. «Primavera ven, y cúrame el invierno».

Cuestión de principios

Es martes y…

«El mundo está destinando cinco veces menos dinero a la cura del mal de Alzheimer que a los estímulos para la sexualidad masculina y a la silicona para la belleza femenina. Osea, que, de aquí a unos años, vamos a tener viejas de tetas enormes y viejos de penes duros, pero ninguno conseguirá recordar para que sirven».

Detrás de estas palabras se esconde la triste agonía que padece el ser humano y su decadente escala de principios. Nos hemos entregado, como especie, a la irracionalidad más absoluta, esclavizando nuestra materia gris por expreso deseo.

Presos del marketing y la publicidad extenuante, nos hemos lanzado a imaginar el deseo de poseer en lugar de poseer el deseo de imaginar. Nuestra capacidad de análisis y reflexión ha decidido, voluntariamente, engrosar las listas del INEM, teniendo la absoluta certeza de que jamás saldrá de allí.

El bombardeo mediático de tarugos, torpes y viceversa en un mundo «vip» de princesas y «princesos», ha terminado por estallar en nuestro propio raciocinio. Siervos de la propaganda y de la inmediatez edulcorante, ¡unámonos en común exterminio!

Compro la esencia de un sentimiento, el calor que da un abrazo a la intemperie. No quiero cortes ni pegamento, porque la auténtica belleza viene de serie.

El lento despertar

Es martes y…

«Mientras el pueblo parece que sufre amnesia y vuelve a votar a su verdugo. Por ello, hay que quitarle la anestesia, porque solo el pueblo salva al pueblo, os lo aseguro».

Primera cita electoral del año y primer sofoco de perplejidad. Bien es cierto que el terreno no era el más propicio para que la vieja cantinela dejara de sonar. Aun así, la nueva melodía, todavía, no ha tintineado con la suficiente energía. A tiempo estamos de construir un amplificador mayor que, para futuros conciertos, nos despierte de este sesteo inducido.

En una tierra tan bruscamente golpeada por la maléfica gestión gubernamental vuelven a ganar los de siempre. El diagnóstico es evidente y la ecuación se antoja irresoluble. Sumidos en un síndrome de Estocolmo preocupante, el secuestrador ha vuelto a salir a la palestra mostrando el símbolo de la victoria. Por lo visto, paro, desigualdad y corrupción son la mejor arma electoral en un suelo demasiado acostumbrado a sufrir.

Ni son lo que eran, ni volverán a serlo. Rosa con espinas, puño con dinero. Bandidos en tierra fértil, precariedad por encargo. Porque el voto solo es útil cuando sirve para algo.

Busco un lugar

Es martes y…

«Yo, aquí, sigo en mi trinchera, corazón, tirando piedras contra la última frontera, la que separa el mar del cielo del color de tus maneras».

Ando en busca y captura de una tierra donde las promesas se cumplan, donde las aduanas no reciban a balazos, y donde el océano no devore vidas en macabra rutina. Seguramente, esté pidiendo demasiado. Seguramente, esté muy lejos del lodazal donde el hombre lleva siglos embarrado.

Busco un lugar, lejos de tarjetas, de pitos y cornetas, y de tristes gaviotas que gobiernan contra todos. Busco un lugar, cerca de poetas, de rosas y violetas, y de cuentas secretas donde no se esconda oro. Busco un lugar, lejos del amago, de sobres y prepagos, y del silencio amargo del último día de guerra. Busco un lugar, pegado como un tango, de amigos y de tragos, y del mágico arrullar de una noche en luna llena.

Mientras conserve incorruptible el ánimo de caminar y la ingenuidad aplastante de ver ese quimérico hogar. Mientras tanto, gastaré la suela que empleo para volar, en la búsqueda definitiva, en busca de ese lugar.

El derecho de soñar

Es martes y…

– «¿Para qué sirve la utopía?
– La utopía está en el horizonte y sé muy bien que nunca la alcanzaré. Si yo camino diez pasos, ella se alejará diez pasos. Cuanto más la busque menos la encontraré, porque ella se va alejando a medida que yo me acerco.
– Entonces, ¿para qué sirve la utopía?
– Pues sirve para eso, para caminar».

Todavía no nos lo han robado todo, hay algo de lo que seguimos siendo dueños. Todavía no han localizado el modo de gravar, con un impuesto, nuestros sueños. Todavía no se han apagado las luces que se iluminan cuando cierro los ojos. Todavía soy el sucio carcelero que mantiene preso a mis antojos.

Sueño con escapar del laberinto que no me deja ser libre. Sueño con amanecer después de haber soñado lo imposible. Sueño con mudar de piel y que mi cuerpo sea transparente. Sentirme del mismo color de la gente donde me encuentre. Sueño con un instante en silencio, escuchar el grito de una hormiga. Sueño con la dulce musicalidad que transmite una voz amiga.

Es el último hilo de la última cuerda que mantiene en pie el reto de no morir. Es el grato chivato que nos recuerda la fascinante casualidad de vivir.

Uno de los nuestros

Es martes y…

«No me voy, estoy llegando. Me iré con el último aliento y donde esté, estaré por ti. Estaré contigo porque es la forma superior de estar con la vida. Gracias, querido pueblo».

El último discurso de José Mujica, como presidente del gobierno uruguayo, ha sido una nueva demostración de integridad y gratitud. Tan lejos de la norma que rodea la soberbia del alto mando, se marcha con la extraña sensación de que al mundo le impresiona la sencillez.

Voz de profundidad oceánica ha hecho de cada plática un poemario de vida, un alegato de sensatez. Liviano de equipaje echó a volar en busca de la felicidad elemental, apartada del rapaz consumismo que administra el planeta y abrazada al afecto más sincero. Cuando se gobierna desde el amor y a pie de calle se convierte en obligatoria la fraternidad y la empatía, se desnuda la emoción y se despejan las nubes que oscurecen cada día.

Entre el sombrío y amargo crepitar. Entre el debate converso a caja de truenos. Entre sus gritos es grato comprobar que, todavía, existen algunos hombres buenos.

El presente urgente

Es martes y…

Ya no existe el dolor, se difuminaron los gritos del sur. Ya cambiamos el color del pálido contraste de Ben-Hur.

Hemos vuelto a obedecer a lo inminente, al vaivén de usureros y caraduras. Hemos obviado el silencio ausente, sumisos al embargo de su empuñadura. Hemos bebido del vaso de anestesia, que adormece nuestro lado afectivo. Somos portadores del virus de amnesia, somos almas en estado vegetativo.

Cabeceamos frente a su destello de luz, nuestro cuello es el brazo de un gato chino. Pongamos flores ante el ataúd donde ha caído nuestro raciocinio. Bendito plasma divino que sofocas nuestra sed, bendito parpadeo de incesante noticiario. Gracias por crear en mí una nube que no deja ver, gracias por conciliar mi sueño diario.

El ébola voló hacia tierras lejanas y, con él, el rumor que aletea en mis ventanas. El ébola voló hacia tierras extrañas y, con él, se llevó el eco de mis entrañas.

La hora del carnaval

Es martes y…

Puntual a su cita anual aparece entre las sombras. Tan perenne como la muerte, tan fugaz como la vida. Es la hora del carnaval, de «mujeros» y de «hombras». Es la hora de mostrar cada mirada escondida.

Apenas deja un leve rastro de lo que la apariencia refleja durante el resto de los días. Por un instante, sin que nadie aniquile de un vistazo, cubrimos el frágil vestido de nuestra desnudez. Convertimos en naturalidad la locura transitoria que, de formalidad, aplasta nuestra rutina.

Nos ofrece el peculiar privilegio del escapismo, la sutil venganza del desvarío. Nos transporta al delicado filo del abismo donde amanece cada escalofrío. Somos fieles seguidores de su proclama incendiaria, luz que ilumina un rostro desconocido. Somos el cerrojo que protege su morada, aquello que siempre quisimos haber sido.

Carnaval de fuego. Carnaval de hielo. Carnaval misterio. Carnaval, te quiero.