Sobreviviendo

Es martes y…

«Me preguntaron cómo vivía, me preguntaron. ‘Sobreviviendo’ dije, ‘sobreviviendo’. Tengo un poema escrito más de mil veces, en él repito siempre que mientras alguien proponga muerte sobre esta tierra y se fabriquen armas para la guerra, yo pisaré estos campos sobreviviendo».

Si sigo vivo es porque todavía, aletea el roto de mi coraza. Por las pieles que cubren mi ánima fría, y el grito de rabia que recorre Gaza. Si sigo vivo y con el sueño por cumplir, es porque me rescatas cuando estoy cayendo. Por los labios que me hacen sonreír, por sentir que sigo sobreviviendo.

Si sigo vivo es porque todavía, la luz bebe en el templo de mi retina. Por las ruinas que amanecen cada día, y oscurecen la belleza cristalina. Si sigo vivo y con el sueño por soñar, es porque aprendí de ti a no salir huyendo. Por las copas que esperan para brindar, por sentir que sigo sobreviviendo.

Si sigo vivo es porque todavía, las preguntas abarrotan mis silencios. Por las cartas rebosantes de nostalgia, por la magia que armoniza un equinoccio. Si sigo vivo y con el sueño por hacer, es porque supura la esperanza en el estruendo. Por las melodías que están por nacer, por sentir que sigo sobreviviendo.

Vivos, conscientes y combativos. Vivos, porque nos sobran los motivos.

Un intruso en las Cortes

Es martes y…

«Dé la vuelta al ruedo recogiendo la ovación, que en la esquina de mi calle encuentro uno mejor. De niño pijo a sueldo fijo, un carrerón».

El pasado 13 de enero se constituyeron las nuevas Cortes Generales emanadas de la voluntad ciudadana y su eterno letargo. Los representantes del populacho hacían presencia, tanto en el Senado como en el Congreso, como si fuera el primer día de colegio. Entre tanto, un intruso se coló en la fiesta.

Las corbatas van menguando, ya cotizan a la baja. Entre rasta y rasta, tened cuenta por si sacan la navaja. No los nuevos residentes sino los de antes, los que visten fino su esqueleto de mangantes. Y aunque aparenten calma, llevan perfume de nerviosismo. Han visto temblar su silla, hecha papilla por el seísmo.

En la villa de los lobos, la desazón se propaga: «A ver si van a prohibirnos jugar al Candy Crush Saga». Y ante la que se viene y sin que sirva de consuelo: «Si quieren que les miremos, que se laven, un poco, el pelo». Y es que piojos ya hay bastantes: «No nos hagan competencia, que, aunque somos liberales, no pagamos penitencia».

El fisgón de la mañana, el intruso de la juerga. No era el hijo de Bescansa, era Gómez de la Serna.

Días de rebajas

Es martes y…

Me imagino entrando en un centro comercial, que ya es mucho imaginar, y sentirme desbordado por la cantidad de artículos y cachivaches a precios irrisorios. Supongo que es normal que en días así ocurran cosas como las que ocurren. Es la fiesta de las rebajas.

– Póngame uno de infanta en el banquillo con una pizca de fiscal agradecido.
– Del primero tengo uno, pero con el bolsillo un pelín rasgado y descosido.
– Usted tranquilo, de verdad, que no le importe. Y del segundo, ¿queda algo en buen estado?
– Sí, hijo, sí, de eso no falta en esta corte. El jefe dejó el pedido atado y bien atado.

Después de recorrer la galería entre empujones y tarjetas de crédito que no dan crédito a lo que ven, me detengo en otro mostrador que llama mi atención.

– Hola, ¿sería tan amable de atenderme? Es que ando despistado últimamente.
– Por supuesto caballero, muéstreme sus inquietudes y le ayudaré rápidamente.
– Quisiera una coalición de ideales distraídos invistiendo a lo de siempre.
– Justo hoy nos ha llegado una hecha a toda prisa que no existe quién la compre.
– Creo que me la voy a llevar, solo por ver al president aireando esa melena.
– En pelazo está mejor, pero el resto, no se engañe, es corteza de la misma leña.

Necesito huir hacia mi mismo, lejos del rebaño amaestrado. Necesito renegar del catecismo que han impuesto cuatro iluminados.

Quiero ser rey

Es martes y…

El rumor de una cabalgata que en el horizonte parece agigantarse está tambaleando los cimientos de esa infantil ilusión que vive en cada uno de nosotros, y yo, entre tanto, quiero ser rey.

Quiero ser rey y lucir capas doradas con bordados de alta esfera. Sonreír al paso de mi trono por calles abarrotadas. Transmitir el privilegio de mi sangre a mi heredera. Calcinar entre mis fieles miles de telas moradas.

Quiero ser rey y repartir por mis fronteras las migajas de mi cena. Colocar mi fina tez por las pinturas de palacio. Relucir en las monedas de un sistema que envenena. Pasear en mi aeronave y ser el amo del espacio.

Quiero ser rey y largar un ruin discurso desde el oro de mi templo. Recitar sobre igualdad, justicia y solidaridad. Mostrar mi gesto más serio como el jefe que da ejemplo, y reírme a carcajadas de tanta barbaridad (ésto, claro está, detrás de las cámaras).

Quiero ser rey y encubrir a algún cuñado con algún leve desliz. Rebosar de cava caro las fiestas de mis vecinos. Retratarme engalanado con trofeos de marfil, y aplacar cualquier revuelta con aroma jacobino.

Por cierto, me siento algo confuso, creo haberme equivocado. ¿Eran magos o majos? Es igual, yo quiero ser campechano.