Cumbres borrascosas

Es martes y…

Esta semana se celebra en París la Cumbre del Clima en búsqueda de un acuerdo global contra el cambio climático, que, por lo visto, anda perdido. Este cónclave con tintes circenses se marca el objetivo de poner solución a un mundo devorado. El caviar no faltará, el remedio quizá sí.

Desde hace mucho tiempo, somos la única especie que no aporta nada al enriquecimiento integral del planeta. Eso sí, en reuniones para mostrar nuestra preocupación por el devenir del globo somos los campeones absolutos. El resto de seres vivos que colman el planeta andan despistados ante tanto baile de máscaras y ante tanta careta desvergonzada.

Puestos a demostrar bajeza, desde este sangrante primer mundo, hemos aceptado disminuir nuestras emisiones de dióxido de carbono derrochando ingenio. Distribuiremos nuestros malos humos por países en desarrollo, y así podremos cumplir con nuestras míseras autoimposiciones de indigencia sostenible. Total, solo nos queda por saquearles el cielo.

Cumbre de pajarracos, de cenas elegantes, de papeles mojados, de futuro sofocante. Cumbre de majestades, de honorables presidentes, de padres de tempestades, de ruinas de medio ambiente.

La chica de la curva

Es martes y…

Da miedo, mucho miedo. Ya no podemos salir a la calle sin un escudo antipánico ni coger el coche sin un detector de canguelo. Misión cumplida, enhorabuena señores del poder. Ahora, somos los mismos pero no somos los de antes. Ahora, huele, nuestro imaginario, la pólvora en cada turbante.

El eterno dilema de defensa o libertad se ha venido abajo. La línea que equilibraba el fin de la primera y el principio de la segunda se ha quebrado por completo. Todo vale contra el mal, muros más altos, aviones más grandes y balas más pesadas. Contra la barbarie más barbarie. Contra el terror, miedo que lo justifique. Ésto es la guerra, y en la guerra todo vale.

Basta un minuto de telediario para ver fantasmas por las esquinas y hacer un guión de Hitchcock de una simple ducha. Basta un poco de periodista cínico, otro poco de historia adulterada y una migaja de voluntad propia para fijar el punto de mira. Basta con dejarnos arrastrar por fábulas pavorosas para dejar, simplemente, de ser nosotros mismos. Basta, con todo ello, para pasar a formar parte del coro de histeria colectiva.

Démosle la vuelta al calcetín, a todo lo que nos perturba. Que los cuentos de terror pongan su fin, enamorados de la chica de la curva.

Claro

Es martes y…

«Que las persianas corrijan la aurora, que gane el quiero la guerra del puedo. Que los que esperan no cuenten las horas, que los que matan se mueran de miedo».

Supongo que el resto de seres vivos del planeta asistirán perplejos a esta catarata de idioteces extraordinaria. Debatirán entre ellos si somos los mismos que levantamos las pirámides, compusimos la Quinta Sinfonía y esculpimos el David, o, si por el contrario, somos un reflejo borroso de todo ello.

La irracionalidad lo ha empapado todo de ira desbocada. Nuestro raciocinio ha amanecido desnudo y sin qué ponerse. No nos queda voz que silencie esta emboscada, ni lágrimas a ríos que logren detenerse. Los muertos siempre los ha puesto el pueblo. El mismo que resiste, con fulgor, la barricada. El mismo que, en silencio, se congela en frío duelo. El mismo que se ha calentado de esperanza alada. Quizá no quede mucho por decir. Quizá, solamente, algún gesto que educara, no clasificar la sangre por el DNI y no pintarnos más banderas en la cara.

Obviamente ya sabéis de lo que hablo, del presente más abominable, de la imposición a golpe de disparo. Obviamente hablo de Damasco, de Raqqa, de Ramalah, de Chibok y de Beirut. ¡Ah! Y de París también, claro.

Declaración unilateral

Es martes y…

Tras una dura campaña electoral y unas reñidas votaciones, he resultado vencedor en las elecciones entre mi ego y yo. Por minoría absoluta. Así que, fiel a mi programa, haré y desharé a mi antojo sin cumplir nada de lo prometido. Declararé de forma unilateral la independencia de La Tierra en forma de República Universal de Personas Libres.

Prometo hacer una Constitución sin adornos de mercadillo, sin coronas de hojalata ni espejitos de princesa. Prometo empaquetar los medallones de gatillo, los aviones de batalla y los políticos de Endesa.

Prometo construir puentes en acero inoxidable. Abolir cada resquicio con aroma de frontera. Prometo respetar la palabra del que hable y enjuiciar los juicios firmados en la trinchera.

Prometo sonreír cuando berreen los voceros. Replicar su tinta sucia con poemas de Machado. Prometo desenterrar el término extranjero, y renombrarlo, para siempre, como hermano de otro lado.

Ésta es mi propuesta de nuevo Estado. Solo es un boceto, futuro papel mojado.

Soy yo

Es martes y…

Llegué cuando la nada lo era todo, cuando el pasado no fingía y la soledad era rutina. Fui moldeando los alféizares de mi castillo con peones de estraperlo, sin acordes de juglar, a riesgo de caer presa de mi misma. Convertí un pequeño paso en un eterno inabarcable y el destello de mi voz en un eco sin respuesta. Ahora, camino sin una sombra que me alcance, como un alud de luz sin un muro que lo contenga.

Hay quien dirá que se me fue de las manos, yo digo que soy humo que nunca tendrá dueño. Tan segura estoy de la victoria que, en mi propio abismo, solo siento el vértigo de los demás.

Soy yo, la que otorga y reafirma,
la que quita y discrimina,
la que funde tus certezas en un solo de temor.

Soy yo, la que abruma e hipnotiza,
la que alumbra y acaricia,
la que huye del reproche amargo en busca de calor.

Soy yo, la que cura y adormece,
la que rasga y envilece,
la que da forma y color al dolor de cada herida.

Soy yo, la que ruge y entristece,
la que adorna y agradece,
sutil y despiadada, fugaz y mágica, soy yo, la vida.