Las hijas de Elena

Es martes y…

«Tres eran tres las hijas de Elena. Tres eran tres, y ninguna era buena».

Después de un serial de amagos, zancadillas y negaciones, ya tenemos a los tres aspirantes a la secretaría general del PSOE. Patxi, Pedro y Susana. Si Pablo Iglesias, el fundador, tuviera que elegir, pediría el exilio a Portugal. Allí, por lo menos, mantienen parte de la esencia primigenia.

Patxi, el pacificador, fue el primero en dar un paso al frente con la tarara de la moderación y el saber estar. Claro que estar está gracias a que lleva tras de sí un historial de apoyos que saca los ojos de las cuencas. Lehendakari gracias al PP vasco y presidente del Congreso gracias a Ciudadanos. Lo dicho, la izquierda seria.

Pedro, el apaleado, no se resigna a salir en los libros de historia como el hombre que convirtió el peor resultado socialista en un hito, porque los del coletas no les habían pasado. Después de pactar con la derecha más rancia y tirar por la borda una alternativa real de progreso, nos dice que en un profundo proceso reflexivo ha visto la luz. Pues eso, la izquierda de las bases.

Susana, la retórica, se ha presentado entre vítores y momias que aplaudían como la única alternativa para devolver la victoria a su partido. ‘Make Psoe Great Again’ bien podría haber sido el lema de su aparición. La puesta en escena fue desbordante, rodeada de toda la vieja guardia, y de la muy vieja también. Tan solo Primo de Rivera y Arias Navarro disculparon su ausencia por motivos de salud. En fin, la nueva izquierda.

Pues esto es lo que hay, para que vayamos sacando la cuenta. Una vez se acabe el circo se pondrán a bailar, juntos, ‘la yenka’.

Izquierda, izquierda, derecha, derecha, delante, detrás, un, dos, tres.

Parto multicolor

Es martes y…

En el Congreso de las estaciones se ha votado primavera, elegida en minoría ante la cruda oposición. El invierno se ha quejado de que es siempre la primera, que todos los cantautores le dedican su canción.

Pero tiene a la calle de su lado, y cada año, en estos días, brota una manifestación de color. Pétalos de mil tonalidades encabezan la marcha, portando la pancarta de apoyo incondicional. Es un parto natural y, como todo parto, lleva aparejado una catarata de dolor. Y después del silencio, el llanto en ojos polinizados por su ciclo natural.

El Real Decreto que humillaba tus derechos ha sido demolido por invasión. Ya no puede ennegrecer a su antojo tus campos verdes de esperanza. Lloverá, en tu abril valiente, a gusto de tu frente sin patrón. Saldrá el sol, en las praderas colectivas, que se pierden donde tu vista alcanza.

Dicen que te irás cuando el calor abrase. Dicen que los ríos, sin tu voz, desaparecen. Dicen que compones y me dictas cada frase. Dicen que resucitas sin que tus fieles te recen. Son todo pataletas de aquel otoño envidioso, son los desencantos de un invierno enredadera, son los gritos caprichosos del verano más celoso.

Eres tú, mi luz de mayo, mi candil, mi primavera.

¿Y tú qué eres?

Es martes y…

Cuando se precisa del dolor y de la humillación ajena para lucir sonrisa y careto ante las cámaras, se está exponiendo todo un mural de déficit emocional, de complejo reprimido y de incapacidad para la felicidad.

Todas esas expresiones de odio se elevan a la expresión más deleznable cuando el ataque va dirigido a los más vulnerables de entre los más débiles. Y eso es, precisamente, lo que han hecho los modositos de Hazte Oír, con su campaña mediática sobre ruedas. No se trata solo de un lema en un autobús horrible, es toda la caravana que va detrás de la organización, de sus amigos y sus palmeros, mandamases incluidos. A día de hoy, siguen siendo considerados por el Gobierno español como una organización de utilidad pública, beneficios fiscales mediante.

Poner en el punto de mira a las niñas y los niños es, de por sí, la más ruin de las maneras de hacerse notar. Pero, además, atacar los sentimientos de aquellos que ya sufren los vaivenes de una sociedad con demasiados ramalazos de intolerancia, sitúa a sus ideólogos y ejecutores en el sótano del estercolero de la indecencia.

La identidad de género, al igual que otras identidades personales, forma parte de la esencia más íntima e intransferible de cada ser humano, de las niñas y de los niños también. Intentar definir, encajonar y discriminar por la forma de sentir, el modo de querer y la manera de amar es el indicativo más evidente de presencia inquisitorial en el ADN de quienes lo permiten, lo realizan o lo aplauden.

Sé tú misma, se tú mismo, empujando los prejuicios al abismo. Sé tú mismo, sé tú misma, con el mismo enfoque, en tu propio prisma.

Campos de concentración

Es martes y…

No sé muy bien hacia adónde vamos, como colectivo, como especie y como alteradores del cauce natural de las circunstancias. Bueno, tristemente creo que sí lo sé, era más bien una frase de rabia que de duda.

Estamos masificando el continente para automatizar el contenido, y con ello, firmando nuestra sentencia. Nos hemos convertido en talladores de nuestro propio cadalso, en mecha de cañón ajeno. Somos la peor de las manos para mecer la cuna de nuestro arrullo.

Sin un profundo proceso de análisis, crítica y reparación estamos condenados al olvido, arrastrando ferozmente al resto de vida que nos rodea, y que asiste atónito a la tortura. Cuando seamos conscientes de que la vida nace de la tierra, y somos lo que ella nos da, podremos empezar a respirar en el fango, mientras tanto, nos seguiremos hundiendo, cada día, un poco más.

De los pueblos y su savia recibimos la respuesta. En su eterna lucidez el manto de la convivencia. Mientras la gran urbe sigue con su larga siesta, de cada semilla brota un grito de resistencia.

Cuando comprobemos que las piedras no se comen, quizás dejemos de hacer campos de concentración de vacas. Cuando las reservas de valores se desplomen, quizás ya solo queden en pie las estacas.