Nuestra clase

Es martes y…

Igual que dos siameses que se miran y sonríen. Al igual que todo lo que escribo es vuestro. Como el náufrago que busca una estrella que le guíe. Como el médico que cura «el ala rota del maestro».

Así de unidos parpadean nuestras pestañas y la mirada de quienes hacen suya nuestra educación. Escultores que trabajan con la delicadeza de un susurro y el compromiso de quien sabe que tiene, ante si, la más valiosa de las joyas. Juglares que moldean el más sincero de los versos en la más amable de las canciones. Arquitectos que diseñan páginas en blanco de libertad.

Mientras tanto, la hiena financiera, lista para arrasar el recinto público, acecha tras los cristales del gobierno. Debemos permanecer despiertos, en estado de alerta permanente. Quieren instalar, presente incierto, un futuro voraz y decadente. Debemos permanecer insomnes, en estado de alerta duradero. Quieren arrancarnos nuestras aulas, infectándolas con su sucio dinero. Debemos permanecer agudos, en estado de alerta persistente. Si quieren un rebaño de corderos mudos, seremos el grito más potente.

Somos implacable evolución, morada de un infinito inabarcable, incesante estado de actualización, reacción ante la duda inagotable. Somos huella colorida de su lienzo. Somos cultura de la emoción. Somos la cosecha de su esfuerzo. El refuerzo que ilumina su lección.

Nana de quebranto

Es martes y…

«Ahora que la vida nos arranca nuestra manta, y nos susurra al oído el final de su canción. Ahora que la noche es un rumor de risa ajena, que se aleja por la calle y nos congela el corazón».

Ahora, que los dedos tiemblan como un grillo herido, y que tras los cristales amanece en Si menor. Ahora que oscurece más oscuro en nuestro nido, y se escuchan los recuerdos en un saxo tenor.

Ahora, que supuran las astillas del invierno, que un escalofrío trepa este silencio fugaz. Ahora que la tinta emborrona este cuaderno, y repite las palabras que ya no quieren jugar.

Ahora, que los ojos se derriten como mares, y naufragan en su intento de querer disimular. Ahora, que hay un nuevo sol alumbrando en los altares, y deslumbra cada sombra con su mágico arrullar.

Ahora, traes la fuerza que se intuye entre las nubes, y el eco de tu garganta resuena en este momento. Ahora, que entre las estrellas brilla el rumor de que subes, la dulzura de una nana retumba en el firmamento.

Mestizaje

Es martes y…

«Los nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada, que no son aunque sean, que no hablan idiomas sino dialectos, que no profesan religiones sino supersticiones, que no hacen arte sino artesanía, que no tienen cara sino brazos, que no tienen nombre sino número. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata».

En una época del año de máximo esplendor multicolor, donde los campos parecen arcoíris y el cielo un elegante pavo real, la torpeza sigue infectando cerebros a ritmo de pandemia. Seguimos permitiéndonos el lujo de estimar el valor de una persona por el matiz que adorna su piel, la profundidad que albergan sus bolsillos o el dios al que dedica sus oraciones.

Las armas se han declarado en eterna huelga de hambre. Cada proyectil suplica clemencia por caridad. El insulto en blanco y negro cae al suelo por calambres. Los alambres de vergüenza se han hundido en el mar. Los que cubren tus sueños de pesadillas, los que hacen que repitan la sonata, los que fomentan el golpe y la aguadilla, viven muy lejos de la patera y muy cerca de la corbata.

Mientras, a escasos milímetros de nuestros ojos, en el mismo umbral de nuestro hogar, el respeto duerme entre despojos, cubierto por un racismo irracional.

Vuelve la vida

Es martes y…

Apareces para derretir la cera que todavía duerme en las pestañas de la creación. Espantas los demonios que sigilosamente se camuflan en la niebla. Apadrinas el mágico parto que anuncia la mutación. Eres el motor que pone en marcha el marchitar de la candela.

Vuelves, sabiendo que volverás a huir cuando el calor te mate. Mueres, porque no hay vida que en tu vientre no resucite. Resucitas, aunque el frío quiera, para siempre, amarte. Amas, como ama quien sabe que no tiene escondite.

Quisiera quererte como la alergia a mis ojos rojos. Quisiera, pero no puedo, olvidar tus arañazos. Quisiera que fueras el último de los desalojos. Quisiera que fueras el primero de los flechazos.

Cúrame los charcos de la acera. Cúrame como si fuera eterno. Cúrame como si en ti creyera. «Primavera ven, y cúrame el invierno».