Adiós España

Es martes y…

«Si los españoles fuesen dinosaurios, votarían al meteorito».

Dimito. Sinceramente, no llego a concebir ese síndrome de Estocolmo que maniata nuestra voluntad cada vez que nos toca abarrotar las urnas. Es un ritual maléfico que elegimos sin espadas ni paredes pero con muy poca ventilación en la mirada. Hace mucho tiempo que la sociedad española dejó de ser víctima para convertirse en verdugo. Y eso es lo más grave que puede suceder.

Ni sobres escondidos ni billetes morados, ni EREs pervertidos ni juicio sin juzgados. Ni cuentas sin embargo, ni sedes registradas, ni leyes por encargo ni escuchas endemoniadas. Ni Suiza ni Panamá, solo Irán y Venezuela. Ni lágrimas de mamá, ni agujeros en escuelas. Ni batas hastiadas, ni aeropuertos sin aviones. Ni coronas anticuadas, ni esperanza entre cartones.

Nada importa, pueden seguir deshaciendo a su antojo que en las próximas elecciones les volveremos a votar. Con más ganas, no vaya a ser que quieran acabar con nuestra condición de esclavos, de siervos y de imbéciles. Que estos nuevos quieren acabar con todo.

Nunca tuve nación ni fronteras en mis manos. Ahora, reafirmo la inmensa patria de aquellos que me sienten como hermanos.

Por el corazón

Es martes y…

De nuevo, frente a frente ante las urnas. Toca llenarla de sonrisas o cavar nuestra propia tumba.

Cada uno, cada una, tiene en su voto una pequeña porción de la responsabilidad conjunta que, como sociedad, marcará, o al menos rozará, nuestro devenir en los próximos años. Sí, votar es decidir por uno mismo y por el resto de la comunidad, y solo por ello, debería llevar aparejado un proceso de reflexión y de análisis mínimo. El «son todos iguales» sirve para que sigan gobernando quienes quieren que esa afirmación sea tu única crítica política.

Salgamos, un momento, de la sala de máquinas para que el ruido no perturbe nuestro juicio. Rescatemos el silencio del después de las ruinas y de la metralla mediática de su artificio. Pongamos a enfriar el raciocinio y, al calor de la hoguera, la emoción. Sonriamos cuando acabe el escrutinio, al no escuchar la melodía de la misma canción.

Que rujan las papeletas de la rabia, que ruja la ira contra la sinrazón. Votar por el brote de la nueva savia, es votar con la cabeza, es votar por el corazón.

Homo Reaccionarius

Es martes y…

«No me gusta la palabra homofobia. No es una fobia. Usted no tiene miedo. Usted es imbécil».

Y no estoy insultando a nadie, es una simple descripción gráfica de lo que, a diario, pasa por delante de nuestros ojos. Cuando no se tiene ni el valor ni la entereza para buscar la felicidad en el interior de cada uno, se necesita destruir la vida de los demás para ver realizada la propia. Solo así, son capaces de salir a la calle. Lo dicho, imbéciles.

De vez en cuando ocurre un hecho extraordinario que pone de relieve, por unas horas, una problemática que, en porciones más pequeñas pero igual de dolorosas, supura diariamente por cualquier rincón de este degradado mundo. La masacre de Orlando es solo la punta de un iceberg que esconde mucho más de lo que muestra.

Ciertos sectores tienen la curiosa tendencia a dar por sentado que sus opiniones no son tales, sino axiomas fuera de toda discusión, escondiendo tras el negro faldón de su desprecio la mayor de las bajezas morales. Lo grave no es autoconvencerte de cualquier estupidez, sino tratar de imponerlo a los demás bajo el pretexto de una falsa autoridad ética.

Son algunos quienes ejecutan lo que otros muchos van alimentando. Son los tontos útiles que toda tiranía necesita. Son algunos quienes, en campaña, tiñen de duro su pellejo blando, para luego, vilmente, machacar aquello que predican.

Sueña sin testigos, ni disfraces, ni cadenas, ni dueños. Sueña sin impuestos al vuelo despierto de tus sueños.

La escombrera

Es martes y…

«Se puede engañar a todos algún tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo».

Estamos inmersos en plena precampaña electoral, que es como la campaña pero sin poder decir «vótame», y el hedor ya se ha hecho insostenible. Buscar o inventarse las vergüenzas del contrincante para tapar las tuyas propias, suele ser algo común y sin ideología, pero algunos se han pasado de rosca. Directamente, se les ha ido de las manos.

Cierto es que una sociedad robada, maltratada y saqueada a plena luz del día, y que vuelve a votar a su verdugo una y otra vez, es una sociedad golosa para difamadores y cuñados profesionales. Sin embargo, el despertador de muchos durmientes ya ha sonado, y el maquillaje de los impostores parece derretirse cómicamente.

No por mucho repetir, se hace verdad la mentira, ni nos ciega el artificio que brilla en sus lentejuelas. No por mucho calumniar, compraran nuestra retina, ni impondrán su foco roto en la querida Venezuela.

Guardianes de los derechos de los pobres que dan votos. Sanadores de tullidos por butacas demoníacas. Enviados al infierno para hacerse un par de fotos. Próxima propuesta seria: mudar el Congreso a Caracas.

Esta es la escombrera que derrapa en la pantalla, esta es su cara de verdad, esta es su verdadera talla.