Días que arden

Es martes y…

«En el trozo de hoguera que a mí me tocó, bailan las calles de Cuba, con un trombón y una tuba que lloran sonidos de revolución. Y en el trozo de hoguera que a mí me tocó, hay libros de Alejandría, y el fuego en sus poesías desprende el olor del viejo luchador».

En el trozo de hoguera que muerde mis pasos, hay niños con pies de barro, que masticando tabaco desgastan la inercia de su corazón. Y al calor que ilumina su amarga ceniza, se ahogan niños sin cielo, donde el dulce caramelo navega en el charco de la sinrazón.

En el trozo de hoguera que brilla en la noche, se escucha el grito de Gaza, y el pecho que, por coraza, resiste las balas del gran dictador. Y en los restos de lo que algún día fue llama, palpita el pulso nervioso, del verso prodigioso que el preso esculpió en la pared del terror.

En el trozo de hoguera que alumbra este adiós, no hay dios para despedidas, ni se lloran sus vidas con lágrimas secas de televisión. Y en las ruinas de un mundo de corta y pega, no hay sitio para su mundo, que, ni siquiera segundo, agoniza en silencio escondido en el fango del tercer escalón.

Así arden los segundos en esta maldita hoguera. Unos disfrutan de su calor, mientras otros son ceniza y madera.

Estado de golpes

Es martes y…

«Un día, sin darnos cuenta, el viejo, con sus historias, se consumió. Y en la memoria de su nieto solo una huella, un leve borrón, de aquella lejana batalla, donde pudo morir, en una guerra no ganada, donde luchó por ti».

80 años entre rejas, entre ruinas y tormentas. 80 años de vergüenza, de castigos y de afrentas.

Destrozaron la voluntad, el alambique de los sueños, el morado que ondeaba en la bandera por el viento nuevo. Machacaron el respeto, la historia restablecida. Rescataron la guadaña que rasgó, con saña, millones de vidas. Impusieron la miseria, el demonio del reproche, el pánico de las sombras que eternizaron la larga noche.

La raza de su moral resistió en famélica agonía, y después resucitó hasta gobernar mis tristes días. Y hoy imponen un silencio, un olvido obligatorio. Hoy se rompen las cunetas huecas del llanto de su velorio. Al calor de la cruzada santa callan destrucción y muerte. Hoy no sangran nuestros ojos, solo el roto de nuestro recuerdo inerte.

Todavía retumba el «¡No pasaran!» en este prado. No se pueden reabrir heridas cuando nunca se han cerrado.

Basta ya

Es martes y…

«De vuelta a casa exijo que seas libre, no valiente».

Una fiesta de repercusión internacional ha puesto de relieve el vergonzoso maltrato que a diario sufren muchas mujeres. No se trata de un problema de masificación y noche, ni de drogas y alcohol. Es la secuela de un sistema que apesta a pasado y que nos arrastra, como sociedad, al abismo de la indecencia más absoluta.

El machismo fascista pasea a sus anchas por un régimen que carga sobre sus espaldas la perturbada herencia del fascismo. Lo de los pantalones y todo eso. El ideario que puso a la mujer por los subsuelos de la dignidad sigue barnizando los despachos del alto mando y, consecuentemente, la correspondiente legislación. Sigue saliendo gratis el disfraz de machito violento.

Si callamos somos cómplices de la deshonra, si ignoramos seremos verdugos de la humillación. El silencio es la ganzúa de la caja de Pandora, la omisión es el espejo de la represión.

Uniremos las gargantas y los pasos decididos. Pasaremos la guadaña sobre su capa siniestra. Una ley que no es amiga no nos hallará dormidos, ni nos dejaremos ninguna agresión sin su respuesta.

El milagro del sur

Es martes y…

Se abrió paso entre las tinieblas para iluminar esta nueva era.

Después de días, semanas y meses abriendo informativos y copando las portadas de la honorable prensa española, Venezuela parece haber obrado el milagro. Su actualidad tortuosa ha desaparecido de nuestras vidas y, a tenor del intachable rigor de nuestro periodismo, es de imaginar que es fruto de un giro copernicano que todo lo ha arreglado.

Son varios los factores que han debido provocar esta escalada de esperanza. Que duda cabe que la visita, en plena campaña electoral y de forma desinteresada, del insigne Albert Rivera supuso un aliento, casi extrasensorial, para la mermada vida de nuestros hermanos del sur. Tampoco podemos olvidar la infatigable labor del camarada Felipe González, aportando su sabiduría y humildad a la causa desde su incuestionable prisma socialista y corazón revolucionario.

Cínicos impresentables a sueldo del IBEX 35, traficáis con la miseria del rédito electoral. Buscáis una herida abierta para hurgarla con ahínco, habéis traspasado la línea de vuestro propio umbral. El virus del sobresalto ya ha calado en nuestros huesos, somos títeres movidos por los hilos del poder. Respiramos aire libre con pulmones de preso, nuestros ojos comen miedo que no se puede devolver.

En Caracas ya sueñan con las terceras elecciones, así observan sus cabezas bajo el foco de atención. Ahora, sin campaña, ya no suenan sus canciones. Ahora, no existen noticias sobre la revolución.