Los restos del huracán

Es martes y…

Toca organizar la despedida sin champán en la nevera. Toca emocionarse en el adiós del año que se va. Toca enarbolar la auténtica sonrisa de la nueva era. Toca proseguir con la limpieza en los rincones del desván.

Y en la memoria cicatrices de fugaces espejismos, seísmos de caracolas que han renegado del mar. Mar que engulle párpados que huyen del abismo, rumbo hacia el abismo de esta Europa irracional. Amnésica frontera de mercados y papeles. Ruta de ningún lugar hacia ninguna parte. Barco a la deriva con timo de timoneles. Rieles que hacen de la fobia su triste estandarte.

Y en el recuerdo París despertando a Occidente para, segundos después, echarse la siesta. Al frente de la sentada presidentes decadentes, títeres desafinados al ritmo de mala orquesta. El dolor ya tiene dueño y marca registrada, el resto solo el color de daño colateral. Los de aquí son los que sufren, el resto menos que nada. La humanidad ha asistido a su propio funeral.

Y en el horizonte la esperanza de unas urnas renovadas. La ilusión por ver a un pueblo firme en su destino. La germinación de la semilla cultivada. El retorno vivo de aquel sueño clandestino. Sin embargo, todavía es un bebé acunado, un recién nacido del hornillo de las plazas. Todavía necesita del calor de nuestra mano, todavía tiene que romper esa coraza.

Y así se nos escapa otro lingote, el oro del tiempo irreversible. Soñaremos a lomos de Don Quijote con molinos que otros creen imposibles.

Sonrían, por favor

Es martes y…

«Mi dulce memoria, quizá te despierte esta triste elegía. Que traigan tus besos ese otro mundo posible que tiembla en tu boca, que anuncia este día».

Seguramente, muchos esperaban más, algo más, no ganar, pero sí algo más. Sin embargo, derribar el muro de un sistema, ya de por sí, injusto, y abrillantar las pupilas de miles de almas despiertas es un hito histórico, un sueño que comienza a escribir su guión.

Lo que, hasta ahora, servía, ya no vale. Los que vagaban sin preocupaciones por el cómodo tablero de la pasividad y la nula implicación social se han llevado un pequeño susto. Mucho más pequeño de lo que merecían pero más gigantesco de lo que esperaban por creer tenerlo todo atado y bien atado. El valor del miedo cotiza cada día más bajo y el de la sonrisa se multiplica exponencialmente.

Partiendo de la base de un país anestesiado y olvidadizo, tenemos razones para sonreír. Partiendo de la base del voto por decreto que obnubila cerebros por estrenar, tenemos razones para sonreír. Partiendo de la base de una conciencia de clase escurridiza, tenemos razones para sonreír. Partiendo de la base de unos medios arma de manipular, tenemos razones para sonreír.

No olviden el pasado, ni los sueños, ni la vida. No olviden los desahucios, ni las lágrimas, ni el dolor. No olviden la pizarra, ni la bata, ni la mina. No olviden no, no lo olviden y sonrían, por favor.

El síndrome del avestruz

Es martes y…

«Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente».

En un alarde de concienzuda consciencia de sus propios vicios y virtudes, nuestro querido presidente optó por aplicar la técnica del avestruz y agachar la cabeza para evitar ser visto por los depredadores. Su facilidad de palabra y su locuaz verborrea por todos es admirada y se avecinaba derrumbe.

No obstante y en un inicio, su negativa a acudir al debate entre los cuatro aspirantes principales a presidir el futuro Gobierno era visto como una derrota sin paliativos sin empezar el combate. Sin embargo, según fue transcurriendo la porfía, a más de uno se le empezaron a ver las costuras y los arañazos que cargaban en la mochila. Los nervios hacían aparición y el silencio de Don Mariano ya no aparentaba tan estúpido. Alguno ya estaba perdiendo más que él.

Y ahora, toca votar, llenar con herbicida cada urna. Acabar, de una vez, con la maleza. Poner luz a esta agonía nocturna. Y crear una nueva fortaleza. Somos dueños de nuestro destino, dueños del color de la camisa. Somos dueños de reinar en nuestro reino, libres de vencer con la sonrisa.

No me gusta la gomina que endurece el infinito. No me gusta la moqueta que oculta un jardín de hielo. No me gustan las corbatas porque ahogan nuestro grito. «No vine a ser marginal, yo vine a asaltar los cielos».

¿Quién soy?

Es martes y…

«Soy cada uno de los lugares en los que he estado. Soy los caminos que me quedan por recorrer. Soy los puentes que dinamito cuando me marcho, que si tengo que volver, ya volveré por otro lado».

En ésas estoy. En un latido interminable a simple vista que algún día estallará para, después, volverse eterno. No claudico ni me espanto. Soy tela de araña que lo atrapa todo.

Soy una cuerda de humo que rodea tu cintura. Soy una moneda al aire que no sabe de qué lado caer. Soy el gesto avergonzado de esta legislatura. Soy reflejo acobardado de un oscuro amanecer.

Soy la amnesia colectiva de un país con fiebre. Soy la carta escurridiza entre las manos del crupier. Soy los cien mil deseos del hombre que vive libre. Soy el único deseo del preso que sigue en pie.

Soy los sueños que despiertan entre sueños. Soy las lágrimas de un sol que no se ve. Soy la raíz enferma de un planeta sin dueño. Soy el duelo que duele entre gritos de sed.

Soy más que lo que pido, lo que doy. Un tictac que no tirita, una tirita en mi tímpano terroso, un tenebroso templo de ternura y una duda, ¿Quién soy?