El derecho de soñar

Es martes y…

– «¿Para qué sirve la utopía?
– La utopía está en el horizonte y sé muy bien que nunca la alcanzaré. Si yo camino diez pasos, ella se alejará diez pasos. Cuanto más la busque menos la encontraré, porque ella se va alejando a medida que yo me acerco.
– Entonces, ¿para qué sirve la utopía?
– Pues sirve para eso, para caminar».

Todavía no nos lo han robado todo, hay algo de lo que seguimos siendo dueños. Todavía no han localizado el modo de gravar, con un impuesto, nuestros sueños. Todavía no se han apagado las luces que se iluminan cuando cierro los ojos. Todavía soy el sucio carcelero que mantiene preso a mis antojos.

Sueño con escapar del laberinto que no me deja ser libre. Sueño con amanecer después de haber soñado lo imposible. Sueño con mudar de piel y que mi cuerpo sea transparente. Sentirme del mismo color de la gente donde me encuentre. Sueño con un instante en silencio, escuchar el grito de una hormiga. Sueño con la dulce musicalidad que transmite una voz amiga.

Es el último hilo de la última cuerda que mantiene en pie el reto de no morir. Es el grato chivato que nos recuerda la fascinante casualidad de vivir.

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