Puestos a pedir al 2013… ¡valores!

Puestos a pedir y por pedir que no quede, uno se atrevería a desear que el 2013 venga cargado del recurso más escaso con que hoy en día cuenta Europa y de forma singularmente crítica España: puestos de trabajo. Pero si les digo la verdad, tengo la fundada sospecha de que si no fuéramos capaces de cambiar conceptos más profundos de nuestra sociedad, como tantas otras veces, el ciclo económico asolaría los tiempos de crecimiento y el empleo generado en épocas de bonanza. Nuestros problemas tienen mucho más que ver con la esencia misma de cómo entendemos la vida que con frías y manipulables estadísticas macroeconómicas. Si consideramos la economía como el tótem sagrado al que adorar, bien seamos ricos con afán de seguir haciendo acopio de dinero y propiedades o seamos pobres urgidos por encontrar el mendrugo de pan para subsistir, seguiremos errando en la fórmula de convivencia.

Por ello mejor haremos pidiendo a este Dosmil13 una profunda regeneración de los valores individuales y sociales. La trascendencia de convivir conforme a unos valores compartidos tiene mucho que ver con el deseo común de mejora y de compartir proyecto vital, algo que define las sociedades pacíficas y las diferencia de aquellas en las que predomina el conflicto y el enfrentamiento como única vía de resolución de problemas. Todos podemos tener en la memoria ejemplos en naciones, Estados o entidades supranacionales como es la Unión Europea donde la inspiración y con ello la asunción de valores sociales por la comunidad ha permitido las mejores etapas de progreso, mientras que por contra resulta doloroso el recuerdo de los pueblos que flaqueando los principios, la violencia y la injusticia social se ha adueñado del paisaje.

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Existe un punto central que es cómo queremos llegar a ser en el futuro, en un estado mejor. Para poder pasar de un estado actual a un mejor estado es necesario que se comprenda primero que para hacer mejoras tenemos que fundarlas en ciertos puntos claves. Son los valores esas claves o fundamentos que dan sentido y coherencia a nuestras acciones. Por tanto, cabe preguntarse qué valores esenciales en el proyecto europeo están fallando. Y podríamos considerar imprescindibles para el marco de convivencia la honestidad, la lealtad, la identidad cultural, el respeto, la responsabilidad, la solidaridad y la tolerancia. Les propongo examinar si más allá de palabras huecas, vacías de tanto uso fatuo, reconocemos los conceptos de estos valores y nos vemos capaces de cumplirlos.

LA HONESTIDAD es una cualidad humana que consiste en actuar de acuerdo a como se piensa y se siente.

LA LEALTAD es un valor que básicamente consiste en nunca darle la espalda a determinada persona, grupo social y que están unidos por lazos de amistad o por alguna relación social, es decir, el cumplimiento de honor y gratitud.

LA IDENTIDAD CULTURAL es el conjunto de valores, orgullos, tradiciones, símbolos, creencias y modos de comportamiento que funcionan como elementos dentro de un grupo social y que actúan para que los individuos que lo forman puedan fundamentar su sentimiento de pertenencia.

EL RESPETO o reconocimiento es la consideración de que alguien o incluso algo tiene un valor por sí mismo y se establece como reciprocidad, como algo que es mutuo.

LA RESPONSABILIDAD es un valor que permite reflexionar, administrar, orientar y valorar las consecuencias de sus actos.

LA SOLIDARIDAD se refiere al sentimiento de unidad basado en metas o intereses comunes.

LA TOLERANCIA, define el grado de aceptación frente a un elemento contrario.

No resulta complicado analizar la peripecia vivida en nuestras sociedades,  azotadas por una tan cruel como confusa crisis económica, para llegar a la conclusión de que la mayoría sino todos los valores que hemos establecido como mecanismos de fortaleza moral, se han desdibujado y han sido apartados de la voluntad colectiva. Los comportamientos individuales inducidos por la falta de valores de las personalidades de referencia – líderes políticos, empresariales, sindicales o culturales -, se han prestado al egoísmo del “sálvese quien pueda”. Y ahora tras cuatro años de equívoca austeridad parcial que desmantela la protección pública para promover desigualdades sociales, empezamos a recoger los lodos de aquellos barros de deterioro de la convivencia en valores comunes. Hoy ya Europa vuelve a mostrar su peor rostro de injusticia, similar al que promovió la revolución burguesa contra la aristocracia o las revueltas obreras contra la burguesía. El amargo hedor en las calles a miseria vuelve a recordarnos que una sociedad sin valores convierte al hombre en el peor enemigo de su especie. Tal vez por eso sea más recomendable que nunca releer el magnífica descripción del drama humano que plasmó Víctor Hugo en Los Miserables – o para quien goce más del arte cinematográfico de la versión de la obra bajo la extraordinaria dirección de Tom Hooper en estos días en cartel -. Solo os dejo un breve fragmento para que juzguéis si dos siglos después no están tristemente de actualidad:

“El ser humano sometido a la necesidad extrema es conducido hasta el límite de sus recursos, y al infortunio para todos los que transitan por este camino. Trabajo y salario, comida y cobijo, coraje y voluntad, para ellos todo está perdido. La luz del día se funde con la sombra y la oscuridad entra en sus corazones; y en medio de esta oscuridad el hombre se aprovecha de la debilidad de las mujeres y los niños y los fuerza a la ignominia. Luego de esto cabe todo el horror. La desesperación encerrada entre unas endebles paredes da cabida al vicio y al crimen… Parecen totalmente depravados, corruptos, viles y odiosos; pero es muy raro que aquellos que hayan llegado tan bajo no hayan sido degradados en el proceso, además, llega un punto en que los desafortunados y los infames son agrupados, fusionados en un único mundo fatídico. Ellos son “Los Miserables”, los parias, los desamparados”.

Empecemos, pues, por lo básico para construir un nuevo edificio de convivencia: recuperemos el discurso de los valores.

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