Un día nos levantamos todos y se nos anunció que la cosa iba mal, que entrábamos en crisis. Las razones venían de lejos, del intrincado mundo de las finanzas made in USA convertido en un laboratorio de genética capaz de parir productos timo a gran escala y alta velocidad. Eso nos contaron al menos. Pronto supimos que la estafa nos pillaría a todos en una suerte de efecto dominó imparable fruto del contagio que habitualmente en la especie humana produce la avaricia acumulativa de riqueza innecesaria. El previsible pánico colectivo que la situación podía provocar movió a los gobiernos a ocultarnos la verdad. Al fin y al cabo una mentira piadosa y la esperanza en un mañana mejor convertiría la crisis en una gripe infantil – como se atrevió a denominarla tajante uno de los grandes banqueros patrios -. Acudimos todos , porque se hizo con fondos públicos – al rescate con la deuda de nuestros Estados y hasta las joyas de la abuela empeñamos para que nada les pasara a los causantes de los males. Así nos endeudamos hasta las cejas a la misma velocidad que los rescatados empezaron a culparnos del exceso de endeudamiento. Sin crédito, nuestras empresas empezaron a cerrar y el número de parados se disparó sin sentido de la medida. De ahí al rosario de recortes públicos que vivimos prácticamente solo ha habido solución de continuidad.
Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, hete aquí el corolario final a esta historia rocambolesca que llevamos viviendo en España desde hace más de tres años. Y no cabe duda que si queremos adquirir algún aprendizaje de tan estrepitoso fracaso que puede tirar por tierra todo el trabajo de 30 años de democracia sin consolidar y deconstruir nuestro endeble Estado del Bienestar, el mejor sería culpar a nuestra estupidez individual hecha colectivo, en vez de construir malos imaginarios instalados en los mercados internacionales. El que especula lo hace porque puede, es decir, porque se dan razones objetivas para que lo haga y además el ambiente le es propicio porque se le permite. Son quienes han creado el caldo de cultivo para que campen a sus anchas los verdaderos responsables de la situación. Y hasta aquí la ya manida explicación del cómo hemos podido llegar hasta aquí, de cómo hemos podido caer tan bajo.
Porque si no queremos engañarnos más, de eso se trata, de saber hasta dónde de bajo tenemos que caer. Si supiéramos el piso sótano que nos va a albergar empezaríamos a acostumbrarnos a vivir como las ratas, sin luz y depredando entre la basura. El problema es que no sabemos aún si somos roedores, rumiantes como antaño o tenemos que darnos al vampirismo. ¿En qué especie animal nos vamos a convertir en esta inacabable evolución? Sería todo un detalle que quienes toman las decisiones – si es que hay alguien ahí, al timón de la nave – pusiera tope a la caída, la que fuera, por duro que llegara a ser reconocer la pérdida de posición. Al menos podríamos empezar a vivir en nuestras posibilidades y buscar como siempre escalar posiciones. De esta forma nuestros gobernantes podrían llamarnos al esfuerzo colectivo para remontar, ilusionarnos y ponernos metas como siempre que una sociedad ha caído se ha reconstruido. El problema es que si tardamos cerca de dos años en que se reconociera la crisis, ahora llevamos otros dos en depresión profunda sin tocar suelo.
Esa horrible sensación del ascensor que desciende a demasiada velocidad en un rascacielos, que pega el estómago a la pared del diafragma y te hace sentir como si por la boca te fuese a salir hasta la primera digestión de tu vida, es la que ahora hace inviable salir de la crisis. Porque mientras estás en caída libre, no te mueves, estás demasiado asustado como para pensar y lo único que deseas es que la caja mortuoria en que aparenta haberse convertido el elevador, pare de una maldita vez. Ese estado de ánimo que atenaza nuestros sentidos está provocando el encefalograma plano de nuestra economía. Y nuestros gobernantes una vez más prefieren optar por no decir la verdad e ir parando en cada planta por etapas, buscando una muerte dulce en la que nadie repare para que nadie se atreva a cuestionarles.
La situación requiere ya de un presupuesto base cero. Debemos establecer las necesidades en una columna y las posibilidades en otras. El ajuste debe producirse a fuerza de consenso, pues, solo tendrá éxito si partimos del diálogo y el contrato social como base. Debiéramos haber aprendido que la desigualdad y la brecha social no produce desarrollo y que solo las clases medias con coberturas sociales que ofrecen garantías posibilita un consumo tan estable como responsable. Se nos anuncian nuevos recortes cada día, en función de la presión que la prima de riesgo ejerce sobre el mercado de deuda. Todo lo que ayer era intocable ha dejado de serlo en horas y las demandas de mayores ajustes no tienen medida, llegando incluso a proponer la presidenta de la Comunidad Madrid, Esperanza Aguirre, que las Comunidades Autónomas devuelvan las competencias de Sanidad, Educación y Justicia. El modelo de Estado se cuestiona por minutos, según acucian los puntos básicos de referencia con el bono alemán. Un disparate solo explicable por el hundimiento de la moral de la tropa, que atónita observa inmóvil los anuncios del gobierno mediante notas de prensa con la misma alevosía en la forma que nocturnidad en los tiempos de emisión.
Mientras yo me pregunto si es posible que el dinero que otrora cabalgaba brioso por las esquinas de ciudades, villas y pueblos desolados en forma de suelo urbanizable, hoy se haya tornado efecto rampante que solo alimenta la todopoderosa deuda de la economía privada – banca y grandes empresas constructoras -. Y ¿qué ha sido de ese ahorro privado que acudía presto y veloz a cualquier inversión por poco sólida que esta aparentara, incluida la grotesca estafa en forma de coleccionistas de sellos? La liquidez se ha esfumado y nadie sabe como ha sido. Supongo que algo tendrá que ver el nada honorable hecho de la propuesta de amnistía fiscal que se ha sacado de la manga el gobierno de Mariano Rajoy como acompañamiento a los Presupuestos Generales del Estado más severos. El nuevo lema del posibilismo gubernamental: riguroso con el cumplidor, generoso con el defraudador. Al menos en su comunicación el presidente ha optado por matarnos a pellizcos, un sustito cada día para anestesiarnos en la suerte de su sino. En palabras de su ministro de Economía, Luis de Guindos, debemos “evadirnos a corto plazo de los mercados”. En la evasión está la victoria.