La llamada Declaración de Caracas puede considerarse el documento fundacional de un nuevo organismo regional latinoamericano, la CELAC(Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe). Uno más de los más de la docena de instituciones multilaterales con los que América Latina trata de organizar su cohesión y busca un camino que recorrer conjuntamente. Sin embargo, pese a la grandilocuencia habitual con que su anfitrión, el presidente venezolano Hugo Chávez, presentó la iniciativa, siguen siendo muchas las dudas que se ciernen sobre esta nueva intentona de unidad continental. El principal objetivo – no expresado explícitamente – de la CELAC es jubilar a la OEA(Organización de Estados Amercianos) o en otras palabras, propiciar la relación de americana sin contar con Estados Unidos y Canadá – ambos miembros de la OEA y no de la CELAC. Una voluntad que si bien resulta lógica dada la lejanía en intereses y cultura política de los socios del norte con el resto del continente, también supone obviar el enorme peso que en la región tiene la potencia norteamericana. No en vano la CELAC es una iniciativa que partió de Chávez y que fue debidamente atemperada por el ex presidente barasileño, Lula da Silva y el propio lema de la primera cita lo dice todo: “El camino de nuestros Libertadores”.
Los presidentes de la CELAC, los de sus 33 países miembros, acordaron el llamado Plan de Acción de Caracas. pero no pudieron concretar qué fórmula se aplicará para la toma de decisiones en el seno del nuevo organismo y decidieron seguir discutiendo si en definitiva será por mayoría de votos o por consenso. Tal es la confusión de su nacimiento que la CELAC nació sin presupuesto ni estructura permanente, pese a que Chávez había advertido en la apertura de la Cumbre que había que “darle una estructura… A pesar de que algunos no lo consideren muy importante, es necesario si no queremos que esto muera al nacer”. Finalmente, la alternativa encontrada para garantizar su gestión fue una presidencia “pro tempore”, a cargo del país organizador de la Cumbre, apoyada en una “troika” con funciones más simbólicas que reales. Las próximas Cumbres serán en Chile (2012), Cuba (2013) y Costa Rica (2014) y sus presidentes se integrarán en este órgano colegiado. El presidente panameño Ricardo Martinellipropuso servir de sede a la eventual secretaría permanente de la CELAC, decisión que también quedó pendiente, y por ahora el organismo sólo tendrá una cumbre de presidentes, una reunión de cancilleres, y además de la troika reuniones especializadas.
El cónclave aprobó también un estatuto de procedimientos y una declaración especial sobre “la defensa de la democracia y el orden constitucional” que daría autoridad a los estados miembros a actuar en caso de ruptura democrática en cualquier país de la región, por si se repite lo sucedido en junio de 2009 enHonduras con la deposición del presidente Manuel Zelaya. La reunión también aprobó una veintena de acuerdos en materias tan disímiles como la reclamada soberanía argentina sobre las islas Malvinas, el rechazo al embargo estadounidense a Cuba, y el apoyo al cultivo y uso tradicional de la hoja de coca, una permanente demanda del presidente boliviano, Evo Morales, quien aprovechó la cumbre además para reclamar una salida al mar para su país. Y, por supuesto, el papel de principal agitador de la cumbre, como viene sucediendo en este tipo de reuniones, correspondió al presidente ecuatoriano Rafael Correa que urgía a la CELAC a tener una comisión de derechos humanos sin “sesgo norteamericano”. El presidente ecuatoriano mostró una vez más su vehemente oposición a que “los problemas latinoamericanos se vayan a discutir a Washington”.
La realidad es que tras los habituales brindis retóricos que claman por la integración regional y recuerdan las intenciones de los padres de las naciones latinoamericanas de construir la arcadia americana, el repertorio de intereses dispares se impone a la hora de establecer las prioridades de la región. De ahí que con el tiempo se vayan yuxtaponiendo organismos sobre organismos que solapan países y funciones. Sirva de mero ejemplo de esta sopa de letras en que se está sumiendo la región la lista de organizaciones actualmente vigentes en América Latina: Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac); Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA); Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI); Parlamento Latinoamericano (Parlatino); Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA); Unión de Naciones Suramericanas (Unasur); Parlamento Suramericano; Mercosur; Parlamento del Mercosur; Comunidad Andida (CAN); Parlamento Andino; Parlamento Centroamericano; Asociación de Estados del Caribe (AEC); Comunidad del Caribe (CARICOM); Organización de Estados del Caribe Oriental (OECS).
Demasiadas siglas, demasiados intentos, demasiadas energías desaprovechadas. La verdad es que América Latina no acaba de encontrar la fórmula más adecuada de integración en un espacio que si bien tiene enormes potencialidades comunes, un idioma mayoritariamente común y una base cultural similar, presenta tremendas diferencias en su suelo que acaba componiendo un espacio heterogéneo en el que difícilmente se alcanzan acuerdos estratégicos de posicionamiento en el escenario internacional. Lo cual no es obstáculo para reconocer que la cooperación multinacional, especialmente entre países limítrofes en áreas sinérgicas, avanza de forma imparable. Un ejemplo que hasta ahora parecía impensable son los acuerdos recientemente firmados en la cumbre bilateral Venezuela – Colombia entre los presidentes Chávez y Santos, que incluye la construcción de un impresionante oleoducto que atravesaría ambos países para hacer llegar petróleo del océano Atlántico al Pacífico. Las realidades de desarrollo y de crecimiento de las economías locales está imponiendo una nueva manera de hacer política en la región latinoamericana que obliga a los gobiernos a colaborar independientemente de las diferencias ideológicas que los inspiren, un hecho que hace menos de una década hubiera sido impensable.
América Latina trata de buscar su propio espacio en las relaciones internacionales, desde posiciones de liderazgo de bloques protagonizadas en el norte por México y en el Sur por Brasil, pero con un notable entrados de interrelaciones locales bilaterales y de micro-regiones que no son sino el reflejo de sociedades donde se desarrollan clases medias cada vez más formadas y con más capacidad de demanda. Si Europa vive su particular crisis de refundación, tratando de encontrar un nuevo modelo organizativo que sea capaz de hacer frente a los retos de un mundo globalizado, América Latina hace lo propio desde la juventud de sus naciones que cumplen en estos años su bicentenarios y que siguen soñando con consolidar un espacio de libertades en un continente bendecido por la naturaleza con enormes recursos materiales. Tal vez la mejor solución para los retos que a uno y otro lado del Atlántico nos abordan sea encontrar un puente de relación entre los dos continentes llamados a conformar un futuro común. Las relaciones de Europa y América Latina son la oportunidad de sumar si somos capaces ambos de mapear los puntos de encuentro, sectores y posibilidades de enriquecimiento mutuo. Una ingente tarea que no se debería seguir demorando.