La cumbre celebrada en Bruselas entre Brasil y la Unión Europea no ha podido sacar adelante el Acuerdo de Transporte aéreo según fuentes diplomáticas brasileiras “por problemas en el contenido”. Lo que traducido a lenguaje de comunes mortales quiere decir que la burocracia que impera en la Comisión Europea ha antepuesto el fuero al huevo, o lo que es lo mismo, a la mano tendida por la presidenta Rousseff para salir de la crisis al euro, nuestros todopoderosos funcionarios han preferido enredarse en los puntos y las comas para agriar el gesto de la foto oficial. A las grandes palabras vertidas por las dos partes al inicio de la reunión bilateral se fueron sucediendo obstáculos aparentemente menores y un conjunto de inconcreciones varias que han dado al traste con un resultado presentable y satisfactorio de una agenda inicial repleta de buenas intenciones mutuas. A la postre una nueva oportunidad perdida para haber lanzado al mundo un mensaje inequívoco de acercamiento entre Europa y América Latina a manos de su principal potencia emergente, Brasil.
Llegó Dilma Rousseff el lunes a Bruselas cargada de ofrecimientos. “La Europa en crisis, puede contar con Brasil”, exclamó a los cuatro vientos. ”Brasil está listo para asumir sus responsabilidades de buena fe. Somos socios de la Unión Europea. Se puede contar con Brasil”, dijo en una conferencia de prensa tras reunirse con los presidentes del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, y Comisión Europea, José Manuel Barroso, durante la quinta cumbre UE-Brasil. ”Queremos decir aquí que el éxito de la Unión Europea es muy importante no sólo para los europeos, sino para toda la humanidad, y que Brasil siempre será una voz en solidaridad con la UE”, dijo la presidenta. Mano tendida en momentos de dificultad para sostener el edificio de bienestar social que durante décadas hemos construido los europeos y que ahora se ve seriamente cuestionado por las circunstancias económicas que atravesamos. Gesto generoso de quien preside el quinto país del mundo en extensión y en población. Gesto solidario de un Estado que ocupa el séptimo lugar del mundo en PIB. Nosotros nos sumergimos en un mar de dudas y desconfianza, sin acertar a tomar medidas al ritmo que la necesidad impone. Ellos emergen desde los abismos de la miseria secular impulsados por el poderoso deseo de progresar, presididos por la determinación de que cada día venidero será mejor que el que le precedió. Nosotros envejecemos y ellos rejuvenecen, nosotros ricos venidos a menos y ellos pobres venidos a más. Caminos que fueron contrapuestos y que deberían encontrase en la cooperación y el desarrollo común.
Herman van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, prevenía de la trascendencia del encuentro reafirmado la importancia de Brasil como aliado de la UE y señalando que la asociación entre ambas partes va más allá de la agenda bilateral. “Se trata de trabajar juntos y tomar el liderazgo y la responsabilidad en los asuntos globales y regionales”. En la agenda mucha trascendencia en los temas volcados en la tarea de cómo profundizar en la cooperación bilateral en áreas que van desde la educación hasta la industria o el transporte. Se han abordado materias de tanto calado como el Programa Conjunto de Cultura para el periodo 2011-2014 y el incremento de los flujos turísticos en temporada baja, el diálogo estratégico en el espacio civil y la cooperación en el ámbito de la ciencia, la tecnología y la innovación. Asimismo, durante la Cumbre se ha hecho balance del progreso realizado en la aplicación del Plan de Acción Conjunta, que engloba la promoción de la paz y la seguridad, la cooperación regional y el intercambio de personas.
Pero agendas al margen, la presidenta Rousseff nos trajo también su particular visión y receta de y para la crisis. Su principal preocupación que Europa caiga de nuevo en recesión provocando un estancamiento que hunda el consumo y provoque altas tasas de desempleo. Una estampa que se parece demasiado a la situación que vive, por ejemplo, la economía española este 2011. Los recortes para cuadrar las cuentas públicas y reducir los niveles de déficit y deuda, enfrían la capacidad inversora, frenan los procesos innovadores, contraen la demanda y acaban por provocar el incremento de los despidos y el cierre de pequeñas y medianas empresas. Una trampa que en el caso europeo se retroalimenta con el coste de sostener un Estado del bienestar que provee de ayudas y servicios sociales a quienes se quedan sin trabajo, se jubilan o por enfermedad son dependientes del sistema. Lo que estamos ahorrando en contener la inflación y reducir déficit lo perdemos sufragando parados, una bañera con el grifo abierto en el que no acertamos a poner el tapón para llenarla. Tiene razón Rousseff en prevenirnos del error porque además podemos convertirnos en el problema que frene el crecimiento de los demás, empezando por los países emergentes que precisan de nuestro crecimiento para crecer.
No podemos perder de vista que la Unión Europea es el primer socio comercial de Brasil, con importaciones por valor de 18,5 mil millones de euros en el primer semestre del año y un total de 16,9 mil millones de euros de las exportaciones. Ellos necesitan nuestra capacidad comercial como nosotros necesitamos de su capacidad productiva. Deberíamos entender de una vez el significado de la globalización o mejor de las trascendencia de los glocal – pensar globalmente y actuar localmente o viceversa -. Esa capacidad de sentirnos grandes y pequeños a la vez, la grandeza de movernos por el mundo y la humildad de reconocer las capacidades de los demás. Un diálogo multilateral que si fuera franco sería el mejor comienzo para salir de la crisis. Por eso y porque la situación actual es suficientemente grave como para cometer errores, alguien debería responsabilizarse a un lado y a otro de fracasos negociadores como de el que hemos sido testigos en esta quinta cumbre UE-Brasil.
Ni tenemos tantas oportunidades, ni nos sobran aliados sinceros para desarrollar políticas y proyectos comunes. Una relación de dos modelos de crecimiento, de dos mundos ricos en diversidad, unidos en el afán de sostener los pilares de los derechos sociales básicos, de blindar la protección a los más necesitados, de garantizar las igualdad de oportunidades o de tener unos servicios públicos para todos en educación o sanidad. Un anhelo en el que los europeos batallamos por la sostenibilidad del sistema, por no perder derechos y los brasileños luchan por alcanzar su particular Estado del bienestar. Si tenemos un objetivo común de tanta trascendencia no parece lógico que dejemos en manos de unos burócratas la consecución de esa meta.