Todavía nos queda Esperanza

Es martes y…

Se nos va, para no volver, para siempre, como ya hiciera otras veces. Esperanza dimite como presidenta del PP de Madrid en mitad del aguacero y sin paraguas a mano. Lo que ocurre es que este chaparrón tiene visos de diluvio universal y, posiblemente, no haya otro momento mejor.

Se nos va la salvadora, la redentora de los desamparados. La única que podía protegernos de las aterradoras garras de los malvados. Se nos va la incorruptible, la coleccionista de conquistas. La única que podía liberarnos del infierno que ya imponen los neochavistas. Se nos va la feliciana, la de sonrisa afilada y lengua perversa. Se nos va la musa, el mito, la leyenda. Se nos va la ‘lideresa’.

Las ranas se le van acumulando en la mochila y el ambiente huele a enrarecido. No vaya a ser que sigan buscando y, todavía, queden unas cuantas en el río. Así que se las pira, con los píes a medio hundir en su putrefacto lodo. La esperanza es lo último que se pierde dicen, dicen los que, con ella, lo han ganado todo.

Se nos va, pero se queda. Deja su cargo en el partido y el parné correspondiente sí, pero no abandona la tribuna municipal ni reniega de su sueldo público. Faltaría más.

Los Picapiedra

Es martes y…

«Yabba Dabba Doo!»

Cuentan que desde niños lo compartían todo, que en sus orígenes pensaban, prácticamente, de la misma forma. Sin embargo, el tiempo les distanció mirándose, al pasar, casi como extraños.

Por azares de la vida volvieron a encontrarse en un camino lleno de atajos y zancadillas. Pedro y Pablo parecían condenados a entenderse para hacer más llevadero el viaje hasta el umbral donde el pueblo respira, cuando la tormenta se desató. Tenebrosos monstruos comenzaron su cacería ante tal intento de entendimiento. Toda la maquinaria cavernaria estaba en marcha y a pleno rendimiento.

El dinosaurio Mariano se sentía triste y preocupado por el cariz que el asunto presentaba y no dudó en echar mano de sus pupilos. El señor Rajuela Ibex 35 acudió, raudo y veloz, a la llamada de su amigo, y juntos diseñarían la estrategia para derribar el pacto perturbador. No podían permitir que también ‘okuparan’ La Moncloa. A saber que plantarían en sus jardines y que extraños títeres vagarían libres de barrotes.

A pesar de que la política hace extraños compañeros de cama, siempre es Vilma Rivera la que acaba rondando la cabeza de Pedro. El amor, es lo que tiene.

Lucero de mil luces

Es martes y…

Son un gramo de esperanza entre toneladas de espejismos, un haz de luz en el paraíso de las sombras, la respuesta en un universo de dudas. Son casi nada y, sin embargo, lo son todo.

Qué sería de este mundo sin un si bemol conmovedor, que acaricia nuestra piel como quien pasea entre volcanes. Qué sería de mí sin el ‘Ojalá’ de Silvio redentor, que rescata mi quietud de modernos ritmos charlatanes.

Qué sería de este mundo sin ese puñado de gargantas, las que gritan por aquellos a quienes han robado la voz. Qué sería de mí sin la paz de tu mirada sacrosanta, que me eleva del infierno en busca de un pellizco de calor.

Qué sería de este mundo sin la resistencia convencida, que mantiene abiertos los pulmones que rugen en Lacandona. Qué sería de mí sin el seísmo del cadalso de mi ruina, que planea la huida cuando mi carcelero me traiciona.

Que sería de nosotros sin el foco de unos ojos palpitando a nuestra vera, y a la espera de la primavera nos alumbrará, tan solo, durante la vida entera.

Sobreviviendo

Es martes y…

«Me preguntaron cómo vivía, me preguntaron. ‘Sobreviviendo’ dije, ‘sobreviviendo’. Tengo un poema escrito más de mil veces, en él repito siempre que mientras alguien proponga muerte sobre esta tierra y se fabriquen armas para la guerra, yo pisaré estos campos sobreviviendo».

Si sigo vivo es porque todavía, aletea el roto de mi coraza. Por las pieles que cubren mi ánima fría, y el grito de rabia que recorre Gaza. Si sigo vivo y con el sueño por cumplir, es porque me rescatas cuando estoy cayendo. Por los labios que me hacen sonreír, por sentir que sigo sobreviviendo.

Si sigo vivo es porque todavía, la luz bebe en el templo de mi retina. Por las ruinas que amanecen cada día, y oscurecen la belleza cristalina. Si sigo vivo y con el sueño por soñar, es porque aprendí de ti a no salir huyendo. Por las copas que esperan para brindar, por sentir que sigo sobreviviendo.

Si sigo vivo es porque todavía, las preguntas abarrotan mis silencios. Por las cartas rebosantes de nostalgia, por la magia que armoniza un equinoccio. Si sigo vivo y con el sueño por hacer, es porque supura la esperanza en el estruendo. Por las melodías que están por nacer, por sentir que sigo sobreviviendo.

Vivos, conscientes y combativos. Vivos, porque nos sobran los motivos.

Un intruso en las Cortes

Es martes y…

«Dé la vuelta al ruedo recogiendo la ovación, que en la esquina de mi calle encuentro uno mejor. De niño pijo a sueldo fijo, un carrerón».

El pasado 13 de enero se constituyeron las nuevas Cortes Generales emanadas de la voluntad ciudadana y su eterno letargo. Los representantes del populacho hacían presencia, tanto en el Senado como en el Congreso, como si fuera el primer día de colegio. Entre tanto, un intruso se coló en la fiesta.

Las corbatas van menguando, ya cotizan a la baja. Entre rasta y rasta, tened cuenta por si sacan la navaja. No los nuevos residentes sino los de antes, los que visten fino su esqueleto de mangantes. Y aunque aparenten calma, llevan perfume de nerviosismo. Han visto temblar su silla, hecha papilla por el seísmo.

En la villa de los lobos, la desazón se propaga: «A ver si van a prohibirnos jugar al Candy Crush Saga». Y ante la que se viene y sin que sirva de consuelo: «Si quieren que les miremos, que se laven, un poco, el pelo». Y es que piojos ya hay bastantes: «No nos hagan competencia, que, aunque somos liberales, no pagamos penitencia».

El fisgón de la mañana, el intruso de la juerga. No era el hijo de Bescansa, era Gómez de la Serna.

Días de rebajas

Es martes y…

Me imagino entrando en un centro comercial, que ya es mucho imaginar, y sentirme desbordado por la cantidad de artículos y cachivaches a precios irrisorios. Supongo que es normal que en días así ocurran cosas como las que ocurren. Es la fiesta de las rebajas.

– Póngame uno de infanta en el banquillo con una pizca de fiscal agradecido.
– Del primero tengo uno, pero con el bolsillo un pelín rasgado y descosido.
– Usted tranquilo, de verdad, que no le importe. Y del segundo, ¿queda algo en buen estado?
– Sí, hijo, sí, de eso no falta en esta corte. El jefe dejó el pedido atado y bien atado.

Después de recorrer la galería entre empujones y tarjetas de crédito que no dan crédito a lo que ven, me detengo en otro mostrador que llama mi atención.

– Hola, ¿sería tan amable de atenderme? Es que ando despistado últimamente.
– Por supuesto caballero, muéstreme sus inquietudes y le ayudaré rápidamente.
– Quisiera una coalición de ideales distraídos invistiendo a lo de siempre.
– Justo hoy nos ha llegado una hecha a toda prisa que no existe quién la compre.
– Creo que me la voy a llevar, solo por ver al president aireando esa melena.
– En pelazo está mejor, pero el resto, no se engañe, es corteza de la misma leña.

Necesito huir hacia mi mismo, lejos del rebaño amaestrado. Necesito renegar del catecismo que han impuesto cuatro iluminados.

Quiero ser rey

Es martes y…

El rumor de una cabalgata que en el horizonte parece agigantarse está tambaleando los cimientos de esa infantil ilusión que vive en cada uno de nosotros, y yo, entre tanto, quiero ser rey.

Quiero ser rey y lucir capas doradas con bordados de alta esfera. Sonreír al paso de mi trono por calles abarrotadas. Transmitir el privilegio de mi sangre a mi heredera. Calcinar entre mis fieles miles de telas moradas.

Quiero ser rey y repartir por mis fronteras las migajas de mi cena. Colocar mi fina tez por las pinturas de palacio. Relucir en las monedas de un sistema que envenena. Pasear en mi aeronave y ser el amo del espacio.

Quiero ser rey y largar un ruin discurso desde el oro de mi templo. Recitar sobre igualdad, justicia y solidaridad. Mostrar mi gesto más serio como el jefe que da ejemplo, y reírme a carcajadas de tanta barbaridad (ésto, claro está, detrás de las cámaras).

Quiero ser rey y encubrir a algún cuñado con algún leve desliz. Rebosar de cava caro las fiestas de mis vecinos. Retratarme engalanado con trofeos de marfil, y aplacar cualquier revuelta con aroma jacobino.

Por cierto, me siento algo confuso, creo haberme equivocado. ¿Eran magos o majos? Es igual, yo quiero ser campechano.

Los restos del huracán

Es martes y…

Toca organizar la despedida sin champán en la nevera. Toca emocionarse en el adiós del año que se va. Toca enarbolar la auténtica sonrisa de la nueva era. Toca proseguir con la limpieza en los rincones del desván.

Y en la memoria cicatrices de fugaces espejismos, seísmos de caracolas que han renegado del mar. Mar que engulle párpados que huyen del abismo, rumbo hacia el abismo de esta Europa irracional. Amnésica frontera de mercados y papeles. Ruta de ningún lugar hacia ninguna parte. Barco a la deriva con timo de timoneles. Rieles que hacen de la fobia su triste estandarte.

Y en el recuerdo París despertando a Occidente para, segundos después, echarse la siesta. Al frente de la sentada presidentes decadentes, títeres desafinados al ritmo de mala orquesta. El dolor ya tiene dueño y marca registrada, el resto solo el color de daño colateral. Los de aquí son los que sufren, el resto menos que nada. La humanidad ha asistido a su propio funeral.

Y en el horizonte la esperanza de unas urnas renovadas. La ilusión por ver a un pueblo firme en su destino. La germinación de la semilla cultivada. El retorno vivo de aquel sueño clandestino. Sin embargo, todavía es un bebé acunado, un recién nacido del hornillo de las plazas. Todavía necesita del calor de nuestra mano, todavía tiene que romper esa coraza.

Y así se nos escapa otro lingote, el oro del tiempo irreversible. Soñaremos a lomos de Don Quijote con molinos que otros creen imposibles.

Sonrían, por favor

Es martes y…

«Mi dulce memoria, quizá te despierte esta triste elegía. Que traigan tus besos ese otro mundo posible que tiembla en tu boca, que anuncia este día».

Seguramente, muchos esperaban más, algo más, no ganar, pero sí algo más. Sin embargo, derribar el muro de un sistema, ya de por sí, injusto, y abrillantar las pupilas de miles de almas despiertas es un hito histórico, un sueño que comienza a escribir su guión.

Lo que, hasta ahora, servía, ya no vale. Los que vagaban sin preocupaciones por el cómodo tablero de la pasividad y la nula implicación social se han llevado un pequeño susto. Mucho más pequeño de lo que merecían pero más gigantesco de lo que esperaban por creer tenerlo todo atado y bien atado. El valor del miedo cotiza cada día más bajo y el de la sonrisa se multiplica exponencialmente.

Partiendo de la base de un país anestesiado y olvidadizo, tenemos razones para sonreír. Partiendo de la base del voto por decreto que obnubila cerebros por estrenar, tenemos razones para sonreír. Partiendo de la base de una conciencia de clase escurridiza, tenemos razones para sonreír. Partiendo de la base de unos medios arma de manipular, tenemos razones para sonreír.

No olviden el pasado, ni los sueños, ni la vida. No olviden los desahucios, ni las lágrimas, ni el dolor. No olviden la pizarra, ni la bata, ni la mina. No olviden no, no lo olviden y sonrían, por favor.

El síndrome del avestruz

Es martes y…

«Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente».

En un alarde de concienzuda consciencia de sus propios vicios y virtudes, nuestro querido presidente optó por aplicar la técnica del avestruz y agachar la cabeza para evitar ser visto por los depredadores. Su facilidad de palabra y su locuaz verborrea por todos es admirada y se avecinaba derrumbe.

No obstante y en un inicio, su negativa a acudir al debate entre los cuatro aspirantes principales a presidir el futuro Gobierno era visto como una derrota sin paliativos sin empezar el combate. Sin embargo, según fue transcurriendo la porfía, a más de uno se le empezaron a ver las costuras y los arañazos que cargaban en la mochila. Los nervios hacían aparición y el silencio de Don Mariano ya no aparentaba tan estúpido. Alguno ya estaba perdiendo más que él.

Y ahora, toca votar, llenar con herbicida cada urna. Acabar, de una vez, con la maleza. Poner luz a esta agonía nocturna. Y crear una nueva fortaleza. Somos dueños de nuestro destino, dueños del color de la camisa. Somos dueños de reinar en nuestro reino, libres de vencer con la sonrisa.

No me gusta la gomina que endurece el infinito. No me gusta la moqueta que oculta un jardín de hielo. No me gustan las corbatas porque ahogan nuestro grito. «No vine a ser marginal, yo vine a asaltar los cielos».