Está reescribiendo Mariano Rajoy con su biografía política una libre versión del “Yo Claudio” de Robert Graves, uno de los grandes best sellers del siglo XX. La historia narra con simpatía la vida de Claudio, cuarto emperador romano, desde su nacimiento hasta que se convierte en emperador, y al hacerlo trata cínicamente la historia de la dinastía Julio-Claudia y el Imperio romano, desde el asesinato deJulio César en el año 44 a.c. hasta el asesinato de Calígula en el año 41 d.c. Se centra en las intrigas familiares (asesinatos, destierros y alianzas) y en cómo el protagonista, Claudio, aparentemente menos dotado, llegó a convertirse en gobernante del Imperio. La novela está narrada en primera persona por el propio Claudio, ya emperador, quien evoca su infancia y juventud. El histórico Claudio fue mantenido alejado de la vida pública por su familia, los Julio-Claudios, hasta su repentina elevación a la edad de 49 años. Esto se debía a diversas incapacidades, incluyendo tartamudeo, cojera y varios tics nerviosos, lo que le hacía aparecer como un deficiente mental a sus parientes. Así fue definido por los eruditos durante la mayor parte de la historia, y Graves usa estas peculiaridades para desarrollar un personaje simpático cuya supervivencia en una dinastía asesina depende de la presunción incorrecta de que es un idiota inofensivo. Vista la trayectoria política y el carácter del presidente del Partido Popular y del Gobierno de España, ¿quién no diría que Rajoy es una moderna versión del emperador Claudio?
Se presentó Mariano Rajoy en Sevilla en el 17º Congreso del PP con los avales de los mejores resultados de la historia del partido en todos los ámbitos territoriales. Tiene más concejales que nunca, gobierna más autonomías que nunca y ostenta la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados y en el Senado. Para un ejército político – pues así se diseñó por su fundador, Manuel Fraga – como el Partido Popular ¿qué más se le puede pedir a su líder? Y seguro como estaba elpopularis imperator de su reelección por aclamación se dejó llevar por sus sentimientos y realizó una auténtica confesión personal en un discurso que apelaba a la cohesión interna del partido, del “prietas las filas”, con tono ciertamente sectario, como si fuera del partido nada existiera ni fuera relevante. “El partido es lo que importa, lo que nos sostiene, lo que nos unifica, nuestra estructura, nuestra referencia. Y hoy lo necesitamos más que nunca, porque tenemos más cosas en qué pensar, más problemas que resolver, más tareas que coordinar. El partido es nuestro manantial de ideas, nuestra fábrica de proyectos, lo que articula y da coherencia a nuestra política en todos los niveles de la Administración.Y también coherencia moral, porque es de donde emanan nuestras normas de conducta, nuestros valores, nuestro código moral, el que todos compartimos, el que nos identifica como miembros de la misma aventura política.”
Y respecto a su bagaje como trabajador del partido no dejó lugar a dudas: “Estoy con vosotros desde el año 1977, hace 35 años. He hecho de todo: militante de base, Presidente de Junta Local, presidente de la Junta Provincial de Pontevedra, Secretario General en Galicia, Vicesecretario Electoral Nacional, Vicesecretario de Organización, Secretario General y Presidente del Partido. He recorrido todo el escalafón y sé, por tanto, lo que es un militante de base, y en qué consiste ser concejal, y presidente de diputación, y alto cargo autonómico, y ministro, y vicepresidente del gobierno. Ahora estoy empezando a descubrir en qué consiste ser Presidente de Gobierno (…) Algunos dicen de mí, no sé si como elogio o como crítica, que soy un hombre previsible, que piensa las cosas y que maneja los tiempos. Lo de ser previsible lo tomo como un elogio político, porque significa que conmigo es fácil saber a qué atenerse. Manejar los tiempos me parece una forma elemental de prudencia, pero eso de “pensar las cosas” me choca que se mencione. ¡A qué extremos habremos llegado en España para que esto pueda llamar la atención! Conmigo, desde luego, no temáis que se hagan las cosas sin pensar”. Nuestro particular Claudio, con sus personales tics, sus originales dificultades de dicción, rodeado de sus poderosos cónsules y valerosos centuriones, llegados de todas las legiones desplegadas en todos los rincones del imperio, sacaba a relucir la simplicidad de su via simplicissimus para dirigir a sus huestes de nuevo a la victoria.
Llegó a la dirección del partido Rajoy gracias a la nominación personalista de su antecesor José María Aznar. Le eligió por descarte entre los discípulos que le rodeaban en el PP y en el gobierno. No era aparentemente el más eficaz, a eso le ganaba Rogrigo Rato, no era en apariencia tampoco el más brillante, para eso hubiera tenido a Alberto Ruíz Gallardón – hoy rendido al imperator Mariano como su leal ministro de Justicia – pero probablemente sí era el que podía pasar desapercibido. Esa forma de no hacer ruido, de lidiar los toros políticos como a destiempo, tomando decisiones cuando nadie se entera, le ha convertido en un líder gaseoso, que levita sobre los problemas y le hace posible alcanzar su particular mirvana político: guardar el equilibrio. Dice de sí mismo que su única virtud reside en el sentido común, algo que suele sacar de quicio a amigos y enemigos, a colaboradores y adversarios. La realidad es que heredó un partido hundido en la derrota electoral del 14 de marzo de 2004, tres días después de la masacre terrorista en los trenes de Madrid. Asediado por la división interna y acusado de debilidad por los medios de comunicación editorialmente más cercanos al PP, tuvo que realizar una dolorosa travesía del desierto en la que no faltaron insultos y descréditos de muchos de los suyos, incluido el desaire que le regaló el propio Aznar en el 16º Congreso de Valencia celebrado solo hace cuatro años. Aguantó contra viento y marea, fue alejando a los aznaristas del poder y colocando a su gente en la dirección. Se sentó pacientemente a la puerta del PSOE para ver caer al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero y a todos su alcaldes y presidentes autonómicos con él. Más por errores enfrente que por aciertos propios, le fue llegando el éxito y el poder hasta tirunfar el pasado 20 de noviembre y convertirse en el inquilino de La Moncloa, casi sin querer.
Volviendo al símil de Claudio conviene recordar que su poca actuación en el terreno político que representaba su familia le sirvió para sobrevivir en las distintas conjuras que provocaron la caída de Tiberio y Calígula. En esta última conjura, los pretorianos que asesinaron a su sobrino lo encontraron tras una cortina, donde se había escondido creyendo que lo iban a matar. Tras la muerte de Calígula, Claudio era el único hombre adulto de su familia. Este motivo, junto a su aparente debilidad y su inexperiencia política, hicieron que la guardia pretoriana lo proclamara emperador, pensando tal vez que sería un títere fácil de controlar. Pese a sus taras físicas, su falta de experiencia política y que lo considerasen tonto y padeciera complejos de inferioridad por causa de burlas desde su niñez y estigmatizado por su propia madre, Claudio fue un brillante estudiante, gobernante y estratega militar, además de ser querido por el pueblo y ser el hombre más poderoso del mundo conocido. Su gobierno fue de gran prosperidad en la administración y en el terreno militar. Durante su reinado, las fronteras del Imperio romano se expandieron, produciéndose la conquista de Britania. El emperador se tomó un interés personal en el Derecho, presidiendo juicios públicos y llegando a promulgar veinte edictos al día.
Rajoy ha demostrado su habilidad para dirigir al partido a la victoria en todos los terrenos – municipal, autonómico y estatal -, políticamente ha acabado con su enemigo anterior, interior y exterior. Es un gran jefe militar de “lo político” capaz de sobrevivir en la jungla partidista sin mudar el gesto. Ahora ya ha sido entronizado como emperador de los suyos. Pero le ha llegado la hora de la verdad, la de gobernar a todos, la de enfrentarse a los verdaderos problemas de los ciudadanos, la gran asignatura de la Política, con mayúsculas la del arte de hacer posible lo imposible. Y lo debe hacer en el escenario de la mayor complejidad que hemos vivido en nuestra reciente historia. Convendría por ello que olvide su capacidad militar para desde la decisión civil tratar de solventar la difícil situación que viven millones personas y familias asoladas por el paro. Conviene que salga de su bunker pepero y se dé una vuelta por las calles cada vez más pobladas de mendigos y por los hospitales o las escuelas cada vez más empobrecidas en sus recursos. Sería muy de agradecer que además de haber logrado el reconocimiento de los suyos en un ejercicio de autobombo, pompa y circunstancia endogámica, sirviera para preservar el Estado del Bienestar que entre todos hemos hecho posible y que la especulación devoradora de unos pocos, con la complicidad de la clase política gobernante, se está llevando por delante. En fin, sería todo un detalle que además de imperator del PP, Mariano Rajoy Brey se dedicara algún día a gobernar pensando en la gente, en toda la gente, sea de aquí o de allá, piense en azul o en rojo, hable una lengua u otra. En esa estación término aún le seguimos esperando. No sea que nos obligue a recitarle cada cierto tiempo, como nos sucedió con sus antecesores: ¡oh, César, recuerda que eres mortal!