Llegó a la Casa Blanca tras la horrible pesadilla que nos dejó al mundo dos mandatos de George W. Bush. Llegó con la esperanza y la ilusión que despertaba una nueva manera de hacer política, una nueva forma de afrontar los problemas y, sobre todo, una manera más amistosa de relacionarse Estados Unidos con el mundo. Obama era la esperanza de construir un diálogo abierto y franco entre las grandes potencias y las potencias emergentes. Pero se nos olvidó la crisis, la maldita crisis económica y que por vez primera en la historia económica norteamericana, el líder mundial no ha sabido encontrar el camino para salir de la recesión, crecer y generar empleo en su país. Por primera vez en su historia Estados Unidos ha empezado a dar síntomas de imperio en declive y así las cosas, su emperador, de rostro amable y palabra estética ha ido perdiendo fuelle a medida que su programa de gobierno progresista se ha ido diluyendo como un azucarillo en el agrio café de los Tea Parties. Un largo repertorio de fracasos en política interior y una economía estancada ha precipitado a Obama a una precampaña para su reelección en noviembre de 2012 tan larga como forzada en sus gestos. Tal vez ese nerviosismo y la impotencia de la Reserva Federal para articular medidas que reactiven el tejido productivo norteamericano sean los motivos que nos han granjeado una mayúscula riña del presidente Obama a los gobernantes y ciudadanos – por tener unos líderes de baja estopa – de la Unión Europea.
Lo que ocurre es que a diferencia de los norteamericanos, pueblo joven en historia y memoria colectiva, Europa si algo tiene es memoria histórica y quizá por ello no olvidamos que toda esta locura que embarga a los mercados y nos quita el sueño de nuestro futuro, surgió en una pequeña y estrecha calle del Down Town neoyorkino, por nombre Wall Street cuando contra todo pronóstico nos enteramos que Lehman Brothers, el cuarto banco de inversiones del país se declaraba en quiebra. La razón la nada despreciable cifra de 32.200 millones de euros en títulos hipotecarios no respaldados por activos, es decir, activos tóxicos, basura en definitiva o hablando más claro, una descomunal estafa. Lo más grave es que después descubrimos que lo de la vieja firma de los hermanos Lehman no era más que la punta del iceberg, el síntoma de una gravísima enfermedad que pronto contagió a todo el sistema financiero internacional. Esta crisis se iniciaba con elementos puramente financieros y más allá de otros análisis de estructura económica mundial, la realidad es que la estafa escalonada detectada en torno a las hipotecas subprime supuso tal terremoto mundial que era díficil prever sus consecuencias en otros continentes. Pero es que la pesadilla provocada por las subprime se remonta a principios de 2007 y la narración detallada de esa cronología nos llevan a los lodos actuales de un mundo con los mercados histéricos, con la confianza quebrada y el dinero en huida sin rumbo alguno.
Sirva este recordatorio para rechazar de plano las lecciones que ahora pretende darnos el presidente Obama a unos europeos que tratamos de administrar como podemos nuestras miserias actuales fruto de la irresponsabilidad de entidades financieras norteamericanas que debían haber sido fiscalizadas correctamente por su Reserva Federal. Más aún cuando hace escasas semanas el mismo personaje andaba negociando día y noche para evitar la bancarrota de las cuentas públicas estadounidenses. Mal ejemplo reciente para tratar de buscar culpables allende sus fronteras a los problemas de la humanidad. EE.UU. vuelve a pecar de falta de humildad y de infantilismo tratando de reducir la compleja situación por la que atraviesa la economía mundial a una película de serie B de buenos y malos. Mejor favor nos haría el inquilino de la Casa Blanca dedicándose a resolver sus problemas que metiendo el dedo en el ojo ajeno para tapar sus vergüenzas. Sobre todo porque si alguien ha frenado cualquier indicio de reforma de la gobernanza económica mundial en todo tipo de foros, especialmente, en las cumbres del G-20, ese ha sido Estados Unidos, empeñado en seguir incurriendo en los errores del ultraliberalismo económico que nos llevaron hasta aquí. Tan ridícula puede sonar su solicitud de medidas urgentes a la Unión Europea como resultó el anuncio de Ben Benarke la pasada semana de comprar bonos a largo para emitir bonos a corto tratando de inyectar liquidez al sistema que fue contestado por las bolsas mundiales con una caída de sus índices de más de un 15% en tres días. Si de dar confianza a los mercados se trataba, se cubrieron de gloria.
Ahora bien, que Obama no sea el más indicado para alzar su voz contra la UE, no quiere decir que la inoperancia ante la crisis que están demostrando los mandatarios europeos no sea criticable. Nuestros Estados del bienestar en muchos de los casos por encima de nuestras reales posibilidades se mantuvieron en la década de los 90 y primera del siglo XXI, en base a endeudamientos fácilmente asumibles con tipos de interés muy bajos y la eurozona creciendo por encima del 2%. Entonces especular con los déficits no era negocio, pero sí el invertir en deuda hoy tan detestable como los bonos griegos. Después a medida que la banca europea se vio contagiada por la inestabilidad de las finanzas norteamericanas la Unión Europea acudió gobierno a gobierno a salvar sus bancos de una hipotética quiebra empleando cuantiosos fondos públicos, a fondo perdido y casi sin contraprestaciones. Con las economías en recesión incapaces de frenar la caída del empleo y crecientes pagos que afrontar en los servicios públicos, los Estados de la UE vieron incrementar sus déficits exponencialmente, sin que se instrumentaran medidas de control de tales desajustes entre ingresos y gastos. En una palabra vendimos las joyas de las abuela y ahora no tenemos recursos para hacer frente a nuestras deudas.
Se nos acusa de lentitud y yo hago responsables a los dirigentes europeos de falta de liderazgo. No es un problema de ritmos, es un problema de saber a dónde ir, de rumbo. Nos movemos lentamente no por cautela sino por desconocimiento, por miedo a movernos, por parálisis cerebral. Nos atenaza el temor a equivocarnos, cada gobernante se aferra al inmovilismo para no ser arrastrado por la última oleada del sunami de la crisis. Y lo paradójico de la riña de Obama es que es un comportamiento mimético al que nuestra lideresa europea, Angela Merkel ha venido esgrimiendo en el interior de la Unión. Buscar un culpable fácil, Europa tiene a los griegos y EE.UU. a los europeos. Se trata de endosar responsabilidades sin aportar solución alguna, de urgir al vecino a hacer los deberes que uno mismo no hace. No lo estamos haciendo los europeos ni mejor ni peor que los estadounidenses, por desgracia deberíamos reconocer todos que el resultado de la gestión de esta ya dilatada crisis, es no solo insuficiente sino pésima. Por más que se cansen unos y otros de realizar declaraciones grandilocuentes de seguridad en el sistema y en las posibilidades de sus países y sus uniones, a su alrededor el mundo y la gente se sigue cayendo.
Y mientras los mandatarios mundiales se echan los trastos a la cabeza unos a otros, nos enteramos por esas noticias de páginas perdidas de los periódicos aún de papel, que el mundo desde inicios de septiembre por primera vez consume más recursos naturales de los que es capaz de generar. Un desbalance mucho más arriesgado para nuestro futuro que el coyuntural que reflejan nuestras cuentas públicas. La Tierra está en deuda consigo misma y no sabemos aún los intereses que tendremos que pagar el día de mañana para sostener el planeta. Lo más probable es que si cambiamos la ecuación y somos capaces de ahorrar lo que ahora malgastamos, no tengamos manera de pagar el derroche del presente. Aunque cualquiera intenta meter en la agenda de los líderes del mundo mundial temas que como mucho afectarán a nuestros nietos, cuando no sabemos siquiera resolver la indigencia de las próximas veinticuatro horas. Gobernamos pensando en los mayores de 40 años como si los jóvenes no tuvieran derecho a levantarse pensando que siempre habrá un mañana mejor que hoy. Sencillamente injusto y egoísta.