“La Constitución de Navarra, como viva y en exercicio, no puede menos de llamar grandemente la atención del Congreso. Ella ofrece un testimonio irrefragable contra los que se obstinan en creer extraño lo que se observa hoy en una de las más felices y envidiables provincias del reyno, provincia en donde cuando el resto de la Nación no ofrecía más que un teatro uniforme en que se cumplía sin contradicción la voluntad del Gobierno, hallaba éste un antemural inexpugnable en que iban á estrellarse sus órdenes y providencias siempre que eran contra la ley ó pro comunal del reyno.”
Ayer se aprobó en el Congreso Español, en Madrid, el recorte social más importante en la historia de la joven democracia española. Un recorte injusto, insolidario y, lo que es peor todavía, absolutamente ineficaz y perjudicial para la propia economía, en una dejación de soberanía impropia de un estado que se considere como tal, pero no es objeto de este artículo calibrar la necesidad e idoneidad para la economía española de tales medidas ni siquiera el impacto que puedan causar en la propia soberanía del estado español, ni en su calidad democrática, hoy quiero hablar de Navarra, de ese rinconcito septentrional de la península que un día figuró entre las naciones de Europa.
No el sonoro batacazo del PSN, cuarenta mil votos en Navarra valen un escaño, al que veinte años de seguidismo y anulación de su propia identidad, en aras a no se que intereses de Ferraz o que oscura razón de estado, le han llevado a un diagnóstico de encefalograma político plano de más que difícil solución sin pasar por el amargo trago de la “refundación”. Eso no es un cambio sino la constatación de que el proceso de grangrena que asola al PSN va cogiendo cada vez más velocidad.
