Recién acabado el año del V Centenario, ocasión inmejorable para que unos y otros hayan hecho correr ríos de tinta para explicar el fin del viejo reino pirenaico, arrimando el ascua convenientemente a la sardina particular de cada uno, esa ebullición del tema ha puesto sobre la mesa la eterna discusión del por qué no existe un nacionalismo navarro, siendo, como es evidente, el que más justificación histórica tendría entre los que hay en la península.
Y la verdad es que el nacionalismo navarro como tal si existe, y existe por la sencilla razón de que es exactamente lo mismo que el nacionalismo vasco. Lo que algunos pretenden hacer colar como “nacionalismo navarro” es un mito historicista inventado por el nacionalismo español para combatir el nacionalismo vasco mediante la vieja máxima «divide y vencerás».





No el sonoro batacazo del PSN, cuarenta mil votos en Navarra valen un escaño, al que veinte años de seguidismo y anulación de su propia identidad, en aras a no se que intereses de Ferraz o que oscura razón de estado, le han llevado a un diagnóstico de encefalograma político plano de más que difícil solución sin pasar por el amargo trago de la “refundación”. Eso no es un cambio sino la constatación de que el proceso de grangrena que asola al PSN va cogiendo cada vez más velocidad.
