SHOGUN

Hola!!

Nuestro amigo Katxan, compañero en el mejor programa de cine y series de la vieja Iruña, Grupo Salvaje (si nos buscas en Telegram por ese nombre, tenemos grupo), se ha brindado a hablar de Shogun, la tremenda adaptación de la novela de James Clavell que hemos podido ver recientemente en Disney.

Aquí os dejamos con su interpretación de la serie, del libro, en un análisis muy completo y personal

SHOGUN, SHOGUN y SHOGUN, más que SHOGUN (que eres un Shogun)

En el inmenso mundo de las adaptaciones del papel al cine o la televisión, unas veces se acierta, otras se falla y en raras ocasiones, como la que hoy nos ocupa, dos adaptaciones diferentes tropiezan dos veces con el mismo éxito.

Hablamos de Shogun, de tipos con faldas y una calva rematada en un moño con muy mala leche sometidos a estrictos códigos de honor y un aventurero inglés con ganas de hacer fortuna y que, en no pocas ocasiones, se ve convertido en un pelele dentro de las maquinaciones políticas de los ambiciosos daimios japoneses envueltos en su particular juego de tronos.

Primero fue el libro, cómo no. James Clavell el autor. Un tocho de bastantes páginas que en 1975 inauguraría con esta novela la que se daría en llamar “saga asiática”. Saga, que, dicho sea de paso, lo único que tienen en común unas novelas con otras es su ambientación en Asia y el choque cultural entre un bárbaro occidental y las civilizaciones orientales. También tienen otra cosa en común, y es que el amigo James escribe poco. Su obra se puede contar con los dedos de una mano y uno de los de la otra. Seis libros en toda su carrera literaria. Más extensa es su incursión en el cine. Guionista de La mosca (la de 1958, no la de Cronenberg), coguionista de La gran evasión, guionista y director de Rebelión en las aulas y también guionista y director de una película bastante desconocida a la que yo le tengo gran cariño como es El último valle, con el gran Michael Caine al frente del reparto.

SOBRE EL LIBRO

Clavell escribe bien. Muy bien. Y escribe tochos gordos. Que se hacen cortos y para nada pesados. También tiene una manía que me pone de los nervios: parece que hay un momento en el que se cansa de escribir y deja el libro donde esté. Con la palabra fin, pero con todos los hilos argumentales abiertos y un futuro incierto para nuestros protagonistas. No es así siempre, pero en Shogun ocurre, y también en Tai-pan. Ése es el momento en el que el lector ávido de saber cómo continúa comienza a recorrer el árbol genealógico del Clavell escritor para darles recuerdos de su descendiente.

Hecha esta introducción, vayamos con Shogun. Shogun atrapa, maravilla y seduce desde las primeras páginas. Tenemos ante nosotros un escenario exótico y misterioso, un mundo desconocido poblado por orientales capaces del mayor refinamiento y también de las mayores barbaries, siempre guiados por un misterioso código de honor que les obliga a hacer cosas inimaginables para un occidental. Occidental (John Blackthorne, un marinero inglés) que irá descubriendo al mismo tiempo que el lector las múltiples capas de las que están formados los japoneses. Primero veremos lo que hacen y nos horrorizaremos junto al pobre John, arrojado a las costas de ese país maldito. Después, iremos descubriendo el por qué actúan de ese modo, cómo es su cosmovisión, qué reglas dirigen ese mundo, el por qué hacen lo que hacen. Y eso es lo que hace grande a la novela, que también tiene diversas capas (como los japoneses). Nos muestra las intrigas palaciegas, las maniobras políticas y militares, la ambición más abyecta por hacerse con el control supremo y exterminar inmisericórdemente al enemigo. Pero este marco de aventuras, muerte esperando en cualquier cruce del camino y peligrosas maquinaciones es simplemente el envoltorio para mostrarnos el choque cultural entre oriente y occidente y para descubrir cómo es Japón a ojos de un occidental. Y lo hace magistralmente.

LAS ADAPTACIONES

Esto en lo que respecta al libro. En 1980 llega la primera adaptación televisiva. Con medios bastante precarios (lo habitual en la época), los 4:3 de nuestros televisores nos mostraron a un Richard Chamberlain que poco después se haría hiperfamoso con su papel de cura seductor y atormentado en El pájaro espino en el papel de John Blackthorne. Dándole la réplica, Toshiro Mifune, actor fetiche de Kurosawa y de muchos otros y en aquel momento perdido en producciones europeas y americanas, como el spaghetti-western  francés Sol Rojo que interpretó junto a Alain Delon y Charles Bronson, una frikada que me encanta.

Si el reparto era bueno, la puesta en escena a día de hoy da entre risa y pena. Kimonos que parecen sacados de la tienda de disfraces de un bazar, un barco holandés que a duras penas podría cruzar el río Arga y unas ciudades compuestas de cuatro chozas.

Ah, pero la historia, ¡madre mía, la historia!. En el primer capítulo ya había una decapitación y una ejecución hirviendo vivo a un hombre. ¡Cielo santo! Vivíamos en un mundo con series como El equipo A y La casa de la pradera. Y de repente, esto. Todos los espectadores nos horrorizamos… y sentimos un morbo especial ante esta serie. Hay que tener en cuenta que en estos años el conocimento generalizado de los occidentales de Japón y de cualquier otra cultura que no fuera la nuestra era prácticamente nulo. No sabíamos que existía el manga, ni qué era el sushi, ni palabra como kawaii, hikikomori, otaku ni nada remotamente parecido. De los japoneses solo sabíamos que eran educados y que nacían con una cámara de fotos colgando del cuello. Todos trabajaban en fábricas de cacharros tecnológicos de última generación, menos alguno que aún estaba perdido en alguna selva de Birmania luchando la Segunda Guerra mundial.

Pese a sus evidentes carencias en ambientación, para nosotros era mucho más que suficiente. La serie fue un exitazo, y se debió a varios factores: el exotismo de la historia, unas grandes actuaciones de los protagonistas y todo el reparto en general, y el atreverse a romper algunos tabúes de las series televisivas de entonces. Sus ocho capítulos nos dejaron con ganas de más… y su final, cortante y decepcionante, no hizo que la popularidad y la leyenda de la serie decayese ni un ápice. La serie siguió relativamente fiel a lo narrado en el libro y una voz en off, con la épica imagen de un daimio a caballo con su armadura y un casco majestuoso recortado contra el humo, trataba de resumirnos qué ocurriría después, para quitarnos el mal sabor de boca de un coitus interruptus. Marcó una época. A día de hoy ha envejecido fatal y creo que solo daría risa.

Y en esto que nos plantamos en 2024. Los tiempos han cambiado. Japón ya no tiene ningún misterio. Existe Internet. Cientos de Youtubers nos cuentan sus experiencias del día a día viviendo en Osaka, comiendo ramen o visitando los baños públicos.  El país del sol naciente ya no es exótico, solo moderadamente curioso.

Conocemos sus códigos de conducta, su mentalidad y sus fortalezas y debilidades. Están lejos de los míticos samurais, se parecen más a la sociedad imaginada en Demolition Man. ¿Podrá impactarnos esta nueva versión de Shogun como lo hizo la primera? En mi caso, un rotundo SÍ. Con un par de peros, no obstante.

El primero es el actor protagonista. Cosmo Jarvis es un bulto con ojos. Un John Blackthorne patético, que se limita a poner cara de pasmado todo el tiempo y a caernos mal. Cada vez que aparece en pantalla, su actuación, si se puede llamar así, nos saca de la trama. Es el elefante en la cacharrería, la nota discordante en la orquesta, el aguafiestas en la juerga, la mosca en la sopa. ¡Qué malo es este tío, por dios!

Para muestra, la foto de aquí arriba. He intentado encontrar un fotograma donde salga favorecido y no le haga daño, porque entiendo que tendrá familia, una madre que le quiere, un perro que moverá el rabo cuando llega a casa y tampoco es que haya dirigido un campo de exterminio nazi, pero es que… ¡Qué malo es este tío, por dios!. Su mal hacer aún destaca más cuando se le compara con el reparto japonés.

Hiroyuki Sanada como Toranaga hace un papel muy digno. Le da la prestancia adecuada, duro y cruel cuando debe serlo, frío en su momento, temperamental cuando lo requiere la situación, bondadoso, ambicioso, generoso y despiadado. No es fácil dar vida a un personaje con tantas aristas, pero Sanada sale con bien del lance.

Anna Sawai como Mariko, la intérprete y fiel servidora de Toranaga, es la que más destaca. En un papel en principio algo alejado del personaje original del libro, donde era simplemente un vehículo para dar a conocer a John y al lector la mentalidad y costumbres japonesas. En esta serie le han dado un giro romántico que no molesta, pero que en mi opinión ocupa un metraje excesivo, aunque siempre es un placer ver a Anna Hawai en cámara, en mi opinión es la que mejor actúa y que más creíble hace a su personaje. Y eso tiene mérito apareciendo casi siempre al lado del pedrusco con patas que es Cosmo Jarvis (¡Qué malo es este tío, por dios!).

El resto del reparto japonés simplemente clavan sus personajes. Quedé especialmente satisfecho con Tadanobu Asano interpretando al amoral y chaquetero Yabushige, ese bribón sin honor, traidor y siempre medrando a costa de unos y otros, nadando entre dos aguas, pero no exento de valor y cierta astucia maliciosa.

Lo cierto es que no puedo poner ni un pero a ninguno de los intérpretes japoneses, desde las delicadas cortesanas a los embrutecidos samurais, pasando por los impetuosos jovenzuelos o los ladinos señores del consejo.

¿Recordáis que este pesado que os escribe dijo hace ya unos cuantos párrafos que la ambientación de la serie de 1980 era penosa? Pues aquí nos vamos al extremo contrario. ¡Qué palacios, qué ciudades, qué amor por el detalle, por la fidelidad, por el gusto exquisito, por el contraste entre el pobre poblado pescador y la magnificencia de los castillos! Y el vestuario, madre mía. El diseñador del vestuario de esta serie dijo que Mariko llevaba hasta 5 capas de ropa, cada una más lujosa que la anterior, mientras que los pobres campesinos apenas se cubren con una única capa de harapos, prueba de su clase social. La riqueza visual de armaduras, kimonos y ropajes de todo tipo apabulla. La fotografía es realmente exquisita. Esta serie es una maravilla visual, se coja por donde se coja. Hasta que aparece la fea jeta de Cosmo Jarvis.

¿Pero qué tal resulta en comparación al libro? Vaya por delante que recomiendo fervientemente esta serie, me parece magnífica, de lo mejor de este 2024 y, si me apuran, de lo que llevamos de década. Pero no es perfecta. Su trama se va alejando de la del libro conforme pasan los capítulos. ¿Es algo molesto? En absoluto, son cambios que, en mi opinión, no aportan gran cosa al libro, pero tampoco lo desmerecen. Simplemente, es otro rumbo. Pero sí que hay un pequeño detalle que me resultó ligeramente molesto. Y es que en el libro se van dando pequeños detalles que revelan a un tiempo la incomprensión de Blackthorne sobre la mentalidad japonesa y al mismo tiempo desvelan hasta qué grado el fanatismo por el cumplimiento de los códigos de honor, bien sea el bushido o lo que corresponda a cada casta social, guía y condiciona la vida de los japoneses.

Por ejemplo, en el primer capítulo, cuando Yabushige está atrapado en los acantilados y cree que va a morir, en la serie le lanzan una cuerda para trepe por ella y se salve. En el libro hacen lo mismo, pero Yabushige no la ve y va a morir, entonces, para llamar su atención, uno de los samurais se lanza del acantilado y muere aplastado junto a la cuerda para que el chapoteo de su cuerpo destrozado llame la atención de su señor y vea la soga salvadora.

También se saltaron la parte donde los holandeses sortean quién va a morir ejecutado. Es una de las partes más dramáticas y estremecedoras del libro y decidieron omitirla.

Igualmente en el primer capítulo, cuando capturan a los occidentales y pasean a John por la aldea, decapitan a un aldeano con la cruz cristiana al cuello por detenerse a hablar a John. En el libro lo ejecutan por no inclinarse al paso de su daimio.

Son cambios un poco incomprensibles, pueden parecer pequeños detalles, pero en conjunto enriquecen mucho la historia, dan unos matices que son como la especia que falta para que el guiso esté de diez y no de 9’5.

Creo que esto se ha alargado demasiado, pero por resumir:

Libro: Hay que leerlo, es magnífico, pese a su frustrante final.

Serie de 1980: Grandes actuaciones, buena historia, todo lo demás queda ridículo 44 años después

Serie de 2024: Una muy gran serie en la que casi todo está bien, menos el protagonista  (¡Qué malo es este tío, por dios!)

Ojalá y veamos muchas más adaptaciones tan lujosas y mimadas como ésta en un futuro.

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