PUEDE QUE UNA VIDA SIN CARICIAS SEA UNA VIDA PERDIDA

Call it performance, call it art

I call it disaster if the tapes don’t start

I’ve put all my life into live lip-sync

I’m an artist, honey You gonna get me a drink?

Pet Shop Boys

 

En 1996, Neil Tennant y Phil Lowe escribían para Pet Shop Boys la irónica letra de Electricity que reza:

“Llámalo performance, llámalo arte

Yo lo llamo desastre

Si no queda grabado (…)”

Si buceamos en el terreno de la performance desde sus inicios en los años 60 hasta la actualidad encontraremos un abanico inmenso de propuestas que se deslizan por escenarios tan diversos como la crítica a la mercantilización de la obra de arte, la reflexión sobre el cuerpo del propio artista como materia y material de trabajo, la reivindicación política de los microrrelatos hasta el posmodernismo ignorados por el arte, o la sexualidad como fórmula de  diversidad y experimentación.

El nacimiento de la acción performativa entendida como arte es contemporáneo a la comercialización de las primeras cámaras portátiles. Por lo tanto, no resulta extraño que desde un primer momento el maridaje entre video y performance funcione de forma natural. Podríamos pensar que esta unión resulta enormemente útil al artista que ve cómo una acción que en origen es puntual, efímera e incluso minoritaria adquiere, gracias a la grabación de la misma, el carácter de objeto. Y todos sabemos que se vende mejor un objeto que una idea. Lo que tocamos queda definido en el marco de la realidad, lo que tan sólo podemos ver por un breve espacio de tiempo acabará difuminándose en nuestra memoria.

No es mi objetivo analizar la utilidad de la tecnología como receptora de la performance. Ni siquiera pretendo reflexionar sobre las diferentes acciones performativas que gracias al video hoy podemos recordar. Mi interés se centra en el camino contrario, en esa parte de realidad que perdemos al registrar la acción con una cámara: la relación directa con el cuerpo desde su tacto, su olor e incluso su sabor.

El video ayuda al artista a registrar de forma permanente el ejercicio de su acción pero no nos paramos a pensar sobre el hecho de que dicha grabación también sirve de escudo al espectador para no tener que enfrentarse directamente con las sensaciones físicas que hacen de la performance el lenguaje más valiente dentro del mundo del arte.

Nos resultaría complicado aguantar el tipo ante un tiroteo. Sin embargo, podemos observar tranquilamente, sentados en una sala de exposición,  la proyección de la famosa acción de Chris Burden titulada Shoot en la que, como ya nos adelanta el título, el artista es tiroteado por su ayudante. Todo, dicho sea de paso, por voluntad del propio artista. La acción es clara y perturbadora pero gracias a la cinta de video los jadeos de dolor nos resultan lejanos y el olor a sangre imperceptible.

https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=JE5u3ThYyl4

El uso del cuerpo como soporte artístico es aún más inquietante en acciones como las que en 1974 proponía Vito Acconti en su Libro abierto. La grabación muestra un primer plano de la boca del artista que habla con el espectador invitándole a utilizarla << No estoy cerrada, estoy abierta. Entra. Puedes hacer conmigo lo que quieras>>, oímos en susurros. Sobra decir que sin el filtro de la pantalla de video pocos valientes aguantarían la presencia del aliento del artista en su cara. La boca de Acconti es repulsiva pero la pantalla del televisor la hace soportable.

https://youtu.be/HYQAcHsgIwY

 

Es cierto que la violencia de Burden o el provocador uso del cuerpo de Acconti como llamamiento al espectador no puede gustar a casi nadie porque son acciones de por sí desagradables. Sin embargo, hay acciones que entran dentro de lo que debería ser normal en nuestro día a día con relación a nuestro cuerpo y sin embargo seguimos incomodándonos ante su visión directa.

El origen del mundo, 1866. Gustave Courbet.
El origen del mundo, 1866. Gustave Courbet.

El pasado año, la performer Deborah de Robertis realizó una acción ciertamente valiente que consistió en masturbarse en el Museo d’Orsay de París ante uno de los cuadros más controvertidos de la Historia del Arte: El origen del mundo, de Gustave Courbet. No pretendo entrar en un debate  sobre el derecho o no a utilizar espacios públicos para este tipo de acciones. Entiendo que haya gente que pueda sentirse incómoda pero lo que me preocupa es que ninguna de las reacciones ante dicha performance tuviera,  bajo mi punto de vista, una respuesta normalizada.

>, 2014. Performance de Deborah  de Robertis
<>, 2014. Performance de Deborah de Robertis

Los auxiliares de sala empezaron a gritarle y a colocarse en frente de ella para tapar su cuerpo. Ninguna de ellas se agacho o se acerco demasiado (como si su cuerpo pudiese contagiarles algo) y mucho menos la tocaron. Parecía que entre ella y el personal del museo existiese una lámina de vidrio que no podíamos ver pero que servía como barrera física. La reacción de los espectadores no fue mejor. Gran parte de ellos empezó a reírse. Puede ser que cuando se masturban en sus casas en lugar de jadear se partan de la risa aunque lo dudo. Y otros, en un afán por demostrar que eran abiertos, modernos y liberales,  empezaron a aplaudir. ¡Aplaudir! ¿Pero qué demonios estaban aplaudiendo? Puede que cuando se masturben en sus casas venga uno después y les aplauda por lo bien que lo han hecho pero no lo veo. No había en la sala rostros serenos observando la acción. No había silencio como respeto a la artista. No había una mirada normalizada hacia el cuerpo de esa mujer. No había ningún gesto que indicase que alguien había entendido algo.

Bajo mi punto de vista el problema no radica en la falta de conocimiento sobre el mundo del arte contemporáneo que tiene la mayoría de la gente (incluso mucha de la que acude a los museos). El problema, no nos engañemos, es que nuestra relación con lo corporal sigue siendo poco menos que insana. En estos momentos el desnudo es una constante en las series de televisión y el cine, se consume más pornografía que nunca, los jóvenes empiezan a practicar sexo mucho antes que en generaciones anteriores y la información sobre la diversidad sexual está al alcance de todas y todos. Pero es eso: SEXO. Entre la nada y sexo parece que no hay espacio.

En el día a día arrastramos nuestros cuerpos como entes aislados. En las aulas los alumnos se esconden tras los pupitres como si de escudos espartanos se tratasen. En el trabajo mantenemos ese gesto frío de dar la mano como norma general y en el mejor de los casos acercamos la cara para recibir con gesto tenso los besos de rigor. Si rozas a alguien en el autobús este da un respingo y entras en un sinsentido de disculpas culpables. Cuando una noche estás alegre y relajada no puedes bajar la guardia y permitirte tocar el brazo a alguien o agarrarle de la cintura porque ese bonito gesto se traducirá automáticamente en una invitación sexual. ¡Y tantas y tantas acciones a lo largo del día que hacen que nuestro cuerpo deje de tener sentido pleno!

Cada cual es libre de vivir su sexualidad como desee. Cada uno es libre de consumir o no sexo desde la ficción de una pantalla. Pero con independencia de las formas y variedades de consumo sexual que decidamos acojer en nuestras vidas lo importante es no olvidar que nuestro cuerpo tiene registros más amplios. Las caricias, los besos y los abrazos fuera de la actividad sexual suponen una riqueza que no debemos perdernos y que, además, puede ayudarnos a ser más tolerantes con nuestro entorno, incluso más tolerantes con nuestra sexualidad. Nietzsche decía que un día sin bailar es un día perdido. Puede que una vida sin caricias sea también una vida perdida.

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INMORAL QUE NO ILEGAL

El pasado 17 de abril algunos se levantaban, y otros se acostaban, con la sorprendente noticia de la detención de Rodrigo Rato. Un ilustre señor que ha paseado sus caras corbatas por los despachos del Gobierno en funciones, Bankia o el FMI. Y no crean que era de los que se quedaban en la planta baja. Era de los que tenían el despacho en la planta “noble”. Sí, de esos que si el día le venía apurado podía olvidarse de coger el metro y llegar a trabajar en helicóptero. Que para eso se construyen los helipuertos en las azoteas de los tejados importantes, ¿no? Los tejados humildes ya se sabe que sustituyen el ‘aeródromo’ por una práctica zona común que permita colgar las sábanas y lencería familiar. Cuestión de prioridades.

Imagino que hay almas cándidas a las que la detención les ha sorprendido y otras, entre las que me incluyo, a las que tan sólo nos ha parecido un ejercicio de justicia acompañado, eso sí, de una puesta en escena un poco a lo Monty Python y con cierto tufillo electoralista. Sin embargo, lo más sorprendente, por difícilmente defendible, es esa teoría por la que los integrantes de su partido (y me da igual que el señor Rato tenga o no carnet, lo lleve o no al lado de la tarjeta del Corte Inglés o lo use como mondadientes. Ha formado y forma parte de ese partido guste o no) justifican sus acciones como hechos que han ocurrido en su esfera privada que no política. Vamos que el señor Rato era un ejemplar ministro por el día y un chorizo digno de Mortadelo y Filemón cuando el sol empezaba a esconderse por las calles de Madrid. O lo que es peor, que el señor Rato ha podido comportarse de forma inmoral pero no tiene por qué haber sido ilegal.

Los cambistas, c.1.548. Marinusvan Reymerswaele. Museo BBAA Bilbao.
Los cambistas,  c.1.548. Marinusvan Reymerswaele. Museo BBAA Bilbao.

Y estos días pensaba que en este mundillo del arte las cosas se definen también desde una moneda de dos caras. A casi nadie le importa ser inmoral, lo importante es no cruzar la delgada línea de lo ilegal. Los ejemplos son tantos como días tiene el año. Pongamos que hablo de _____ (cada uno puede insertar en este espacio la ciudad en la que reside actualmente. La cosa no cambia mucho).

Un maraviloso edificio en el centro de la ciudad que podría ser reformado para usos sociales potenciando así la actividad del barrio necesitado de una inyección de positivismo pero que por la magia de la burocracia acaba transformándose en un museo privado. No es ilegal pero resulta inmoral.

Una convocatoria para seleccionar los puestos directivos y técnicos del mismo tras la cual la mayoría de los seleccionados conocen a alguno de los promotores del proyecto. No es ilegal pero suena inmoral.

Contratación de los puestos auxilares para cuidar las salas o informar al visitante para lo que se seleccionará a gente enormemente preparada a la que se le pagarán irrisorias cantidades por hora además de hacerles firmar un contrato por el que se podrá prescindir de ellos cuando la dirección lo desee ya que están realmente subcontratados. No es ilegal pero clama al cielo que es inmoral.

Sacar pecho en el acto inaugural explicando que el ámbito educativo y social del museo es una prioridad para el nuevo centro que desea  formar parte directa de su comunidad para construir después un departamento educativo en el que la acción pedagógica quedará en manos de voluntarios que no sólo no están preparados para tal actividad sino que evidentemente no verán nunca un euro. Si infravalorar la posibilidad de educar a sus futuros visitantes no es inmoral ya no sé que puede serlo. Eso sí, tratar a los visitantes de estúpidos integrales no tiene nada de ilegal.

Diseñar un programa expositivo anual en el que hay más artistas y comisarios amigos del director o directora que en la cena de Nochevieja de mi casa. Ilegal no es porque ayudar a tus amigos no tiene por qué serlo pero para todos aquellos que no consiguen comisariar ni exponer ni por casualidad aún siendo buenos profesionales suena lago inmoral.

Cenas que cuestan más que el sueldo anual de un vigilante de sala, ediciones de lujo en papel que sólo sirven para hacer regalos navideños a algún que otro, becarios cubriendo puestos de trabajo reales, horas extras que parecen hacerse por amor al arte, webs y cuentas sociales maquilladas y cargadas de mentiras, y tantas y tantas inmoralidades que no son ilegales…

No pondría la mano en el fuego por otros países pero no me cabe ninguna duda de que éste es un país de inmorales que caminan por la vida con el orgullo de haberse saltada la ilegalidad. El problema es que la inmoralidad engendra ilegalidad y en cualquier momento la moneda puede darse la vuelta. El único consejo que puedo darles a todos ellos es que tengan al día la revisión del helicóptero porque nunca se sabe cuando hay que salir corriendo.

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ENTRE SELFIES ANDA EL JUEGO

Aquí estoy tranquilamente con mi pipa, mirando la lluvia caer y practicando mi ejercicio favorito: imaginar. Y pienso: “¿Os imagináis lo que sería escuchar alguna de las Gymnopédies de Erik Satie o cualquier joya de Tom Petty con unos grandes tapones de cera en los oídos? ¿Y qué me decís de la posibilidad de saborear una buena copa de vino tinto a la que previamente se le han añadido unas cebollitas en vinagre? ¿Os imagináis entrando suavemente en el mar para disfrutar de un relajante baño y que alguien os coloque un kilo de piedras a la espalda? ¿Os imagináis…?”

selfie-catedral-burgosTranquilos. No me he vuelto loca (yo ya vengo loca de serie). Aunque no lo parezca todos estos supuestos tienen algo en común: una buena materia prima (música, vino, mar)  que puede regalarnos una gran experiencia, y un gesto surrealista (tapones, cebollitas y piedras) que la pueden arruinar. Pues esta es la sensación que tengo cuando veo a un iluminado o iluminada hacerse un selfie delante de una obra de arte. La obra de arte está, pero ellos ni la ven ni la verán. Sin embargo, la imagen empieza a ser ya tan habitual que da pavor y las variaciones son ilimitadas. Tenemos al aprendiz de yogui (y no me seáis brutos que me refiero al experto en yoga no al oso) que estira su cuello y el resto de su cuerpo en una indescriptible postura que permita a ese endemoniado artilugio llamado “palo de selfie”  recoger, en un reducido espacio, la fachada de la Catedral de Burgos, la tía Enriqueta, el perro y el susodicho.

Habitual también ese momento de confraternización que muchos grupos de amigos sufren al acercarse a las Meninas de Velázquez. Que total, si el cuadro en cuestión  hace ya más de tres siglos que fue pintado pues tampoco hay que darse prisa por observarlo. Es mucho mejor darle la espalda y aprovechar la ocasión para inmortalizar el momento con tus amigas. Así, a lo spice girls culturales.B9316665529Z_1_20150325181303_000_GIAAAH4SK_1-0

Clásico también ese en el que un tipo sólo ante la inmensidad de un Rothko se sienta en el banco de la sala y cuando crees que por fin hay alguien que se va a tomar su tiempo para disfrutar del arte saca su móvil y cual místico seguidor de las doctrinas de Fray Luis de León empieza a poner posturitas hasta conseguir inmortalizar el ángulo adecuado de su rostro (eso sí, sin olvidar el Rothko como persiana de fondo)

Muchos de vosotros estaréis pensando que exagero ya que una se puede sacar una foto y seguir  disfrutando después del arte. ¡Angelitos! Sé que algunos de vosotros lo hacéis pero en gran parte de los casos el selfie en cuestión es tan sólo el primer paso del sinsentido.

Tras la foto (que casi nunca sale a la primera lo que supone ya un tiempo considerable de pérdida) viene la parte más importante: contarlo. Empiezo por Facebook que es lo que más miran mis colegas del barrio y los amigos del pueblo. Sigo con Twitter que acompañará mi foto con un sensible comentario del tipo: “la belleza de Rubens me deja sin palabras”. La foto no me ha quedado demasiado artística y además se me nota la calva pero es que si no la subo a Instagram no soy nadie. Y cuando ya casi has acabado recuerdas que una parte de tu familia (a la que dicho sea de paso el arte le importa lo mismo que a Sergio Ramos la privatización de la escuela pública) no tiene ningún perfil social por lo que hay que enviar la rúbrica por Whatsapp.

museum-selfie-300x300Y pensaréis ahora que si uno es habilidoso esto lo puedes hacer en cinco o diez minutos. ¡Ilusos! Tras compartir la gran foto en cuestión llega la tercera parte del sinsentido: las opiniones y comentarios de la gente que hacen que tu móvil vibre como si tuviese cerca a la mismísima ‘Maja desnuda’. Y claro, ya se sabe que nuestros seguidores son lo primero por lo que si opinan hay que contestar. En ese momento, uno ya está perdido. Tan intensas pueden ser las conversaciones que ya nos da igual si estamos en el Louvre, en la Tate o en la cafetería del barrio. Hablar, hablar, hablar… lo de mirar la obra si eso otro día. Llegará un momento en el que cuando en la entrada se pregunte: <<Disculpe, ¿cuánto tiempo se tarda aproximadamente en ver la colección permanente? >> El auxiliar de sala responderá amablemente: <<Pues unos cinco minutos en ver las obras y unos noventa en gestionar su imagen>>.

La verdad es que las modas van y vienen pero tengo la sensación de que esta es de largo recorrido. Algo triste porque la solución tampoco es tan complicada. ¿Os explico cómo lo hago yo?

Una vez recogida mi entrada y el plano de sala correspondiente paso a dejar el abrigo en guardarropía (la comodidad es esencial). Después silencio mi móvil y lo guardo en el bolso. Comienzo la visita y disfruto de cada obra con tiempo y tranquilidad. Al finalizar la visita, si hay alguna obra que me ha gustado especialmente, me acerco de nuevo y la fotografío (a ella no a mí).

Por último, salgo de la sala y recupero mi abrigo. Una vez fuera del museo, busco un bar de esos donde dan buen vino (sin cebollitas), donde se puede escuchar buena música (con suerte Tom Petty) y en el que reine la misma calma y silencio que cuando me baño en el mar. Y entonces, sólo entonces, envío la foto a mis cuentas sociales. Las respuestas y conversaciones marcarán el número de vinos. Esa parte de la historia me la reservo.

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DESDE UCRANIA CON AMOR #SaveGenderMuseum

Todo cuanto han escrito los hombres sobre las mujeres debe ser sospechoso, pues son a un tiempo juez y parte.

Poulain de la Barre

Todos recordamos ese incomodo momento del año 2001 en que el embajador de Rusia pregunta a la aspirante a Miss España por Melilla qué sabe de su país. La chica con gesto nervioso explica que lo único que sabe es que es un país con gente maravillosa a lo que el “honorable” embajador responde con una prepotente cara de desaprobación, porque de todos es sabido que lo que se valora de las misses son sus conocimientos artísticos, filosóficos, matemáticos e históricos y él debió sentirse defraudado.

Si sustituimos Rusia por Ucrania y a la aspirante a miss por la mayoría de la gente de nuestro entorno la respuesta sería igual de simple pero encaminada a dos temas aparentemente distintos aunque más cercanos de lo que pensamos: la guerra y la belleza de la mujer ucraniana. Esta belleza, por todos conocida, no se vive de forma natural o normalizada sino que camina sobre un terreno farragoso y con un maloliente aroma a machismo. En un país carcomido por la guerra y con casi un 50% más de mujeres que de hombres, las relaciones de pareja se tornan complicadas creándose una especie de batalla sin límite en la que el objetivo de ellas es estar guapas para a ellos, y el objetivo de ellos “dejarse querer”.

La ucraniana camina por la vida enfundada en altos tacones (incluso las zapatillas de deporte los tienen), maquillada hasta límites difíciles de describir y con una manicura siempre perfecta mientras que el hombre toma a menudo el chándal como su traje de diario. La mayoría se ha casado antes de los 24 años, tiene hijos y nunca ha salido de su país. No conocen otra cosa y no se hacen preguntas. Bueno, afortunadamente algunas de ellas sí y gracias al valor de estas mujeres el machismo adormecido empieza a cuestionarse y el único camino para avanzar hacia una sociedad más justa pasa por educar en valores igualitarios.

María (Pimienta) Sánchez en el Museo de Género de Járkov
María (Pimienta) Sánchez en el Museo de Género de Járkov

En este difícil escenario surge con determinación el Museo de Género de Járkov, un proyecto que he descubierto esta semana gracias a la artista María Sánchez García, a la que muchos conoceréis como Pimienta Sánchez y que me ha narrado con enorme emoción todo lo que hoy os cuento. María  ha trabajado y trabaja dentro del marco de su Servicio de Voluntariado Europeo en Ucrania, en colaboración directa con el equipo del Museo compuesto por Тatiana Isaeva(Directora) y Mariya Chorna (diseñadora), junto a muchas otras personas que voluntariamente están prestando su ayuda. No obstante, no penséis que  el trabajo actual de estas maravillosas mujeres se centra en dar a conocer el museo, su colección y su programa de actividades sino en algo más básico y urgente: se trata de SALVAR el museo a través de la campaña #SaveGenderMuseum.

El Museo de Genero de Járkov es el ÚNICO museo de Género de la ciudad. El ÚNICO en un país exsoviético, y el ÚNICO museo de género en el Este de Europa. Las mujeres y hombres ucranianos (lo sepan o no) lo necesitan porque sólo desde la descodificación de los gestos y costumbres machistas y a través de la activación de actitudes tolerantes, abiertas e igualitarias Ucrania caminará en la buena dirección. La palabra “género” no existe en ucraniano pero que una palabra no se encuentre en un idioma no quiere decir que no sea necesaria para su pueblo.

¿Y qué necesita el museo? Necesita de todo o lo que es lo mismo de todos. El museo se aloja en un antiguo piso soviético que está divido en tres zonas donde varios inquilinos comparten cocina y baño. Al no tener baño propio no se pueden recibir escolares por lo que la propia directora debe acudir personalmente a los centros para hablar del mismo.No obstante, sus salidas son cada vez más escasas ya que los gastos son sufragados por su propia economía familiar de por sí ya muy maltrecha por la guerra.

No hay electricidad y la colección, compuesta por más de 3000 piezas, se deteriora a un ritmo vertiginoso almacenada en cajas, baúles o armarios. María @PimientaSnchz me cuenta que con tan sólo 100€ al mes se podría pagar el alquiler y la luz lo que les permitiría empezar a trabajar sobre la organización de la colección con algo más de tranquilidad y dignidad. Los niños y niñas ucranianas podrían así empezar a entender a través de los objetos del museo y sus educadoras que las mujeres no tienen como único fin criar niños, cocinar o cuidar de la casa ( tal como les explican muchos de los libros que les “invitan” a leer de pequeñas) sino que el yo de una mujer puede tener forma de empresaria, abogada, poeta, taxista, o incluso soldado,  pero sobre todo que ese yo puede o no ir al lado de un compañero o de unos niños. La vida seguirá siendo con toda probabilidad muy dura en el futuro ucraniano pero al menos si hay que vivirla que se viva desde la libertad, la pluralidad y la igualdad.

<<El hombre no es libre en muchos aspectos- decía Joseph Beuys. Él depende de las circunstancias sociales, pero es libre en su pensamiento>>. Pensar que en nuestras manos, desde la distancia física y cultural, podemos cambiar la realidad de Ucrania es toda una utopía. Pero intentar ayudar a un pequeño museo cuyo único objetivo es avanzar hacia un pensamiento libre desde las pequeñas implicaciones tanto económicas como de difusión y concienciación que nos propone Pimienta Sánchez a través de #SaveGenderMuseum SÍ está en nuestras manos.

Cuentos infantiles ucranianos para niñas.
Materiales para el estudio de género con niñas y niños.

Cerrad los ojos e imaginad una niña que no tiene posibilidades de pensar con libertad y que en poco tiempo será una belleza más entre tantas sin identidad propia.

 

 

Abrid los ojos y pensad en #SaveGenderMuseum como una herramienta que puede ayudar a romper esa burbuja de aislamiento y permitir a las mujeres ucranianas desarrollarse de forma plena e independiente. Yo ya lo puedo visualizar.

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EL ARTE TE SEÑALA

No hay una sola cosa que esté sin señalar, y lo único que queda sin señalar es el propio señalar. Sin dicho señalar no podríamos nombrar las cosas del mundo. Y sin poder nombrarlas, ¿acaso podríamos decir que están señaladas? No.

Más en verdad toda cosa está señalada y el señalar no requiere ninguna cosa para existir, pues existe en sí mismo.

                                                                                      Gongsun Long

La primera vez que visité un centro de salud mental tuve la sensación de que el tiempo allí se había parado. Los ritmos, tanto de pacientes como de personal sanitario eran, en general, lentos. Se cruzaban en el camino miradas ausentes, tristes y vacías con rostros sonrientes, amables y cálidos. Tenía la impresión de estar ante una gran familia en la que todos se entendían como podían, asumiendo que estaban en el mismo barco. El silencio también era intenso y todo ello produjo en mí una profunda sensación de aislamiento. Ellos se observaban y se señalaban pero ¿alguien les señala a ellos?

DSC02917_esc-300x200En el mismo instante en que señalamos a alguien le damos un nombre pero los pacientes de salud mental rara vez son asumidos por su entorno como individuos con nombre propio, con necesidades, sueños y anhelos. Simplemente, están ahí como muestra defectuosa de individuos que pudieron vivir en nuestra comunidad pero que ya están fuera de ella. Sinceramente creo que las únicas personas que están fuera de su comunidad son aquellas que no asumen su diversidad. Ellas y ellos están, son y serán por encima de nuestra comprensión. No obstante, como todos nosotros, necesitan comprensión. Necesitan volver a tomar contacto con una realidad, la de la vida, de la que su mente les aleja tan a menudo. El arte puede ser una buena cuerda de amarre para devolverles a tierra.

Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.
Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.

Desarrollar un proyecto educativo o artístico con un centro de salud mental requiere ante todo un posicionamiento de partida humilde. Un hospital no es un museo o un centro de arte, por lo que nosotros no seremos nunca los capitanes del barco. Es necesario asumir que el educador artístico llega a ese escenario como transmisor y catalizador de experiencias pero que estas siempre deberán apoyarse en los consejos y pautas establecidas por el personal clínico (psicólogos, terapeutas, trabajadores sociales, etc.). En este sentido las conversaciones deben ser constantes y no hay que esperar a finalizar el proyecto para evaluarlos y evaluarnos. Cada día es una evaluación que nos ayudará a afrontar el siguiente con mayor seguridad.

Otro de los aspectos a tener en cuenta es el hecho de que son personas sujetas a cambios emocionales muy fuertes lo que, unido a una potente medicación, hace que su relación con nosotros cambie radicalmente de una semana a otra. Debemos estar preparados para ello. No voy a negaros que a mí se me hace muy difícil llegar al taller y descubrir que la persona con la que he tenido una buena conexión la semana anterior ni siquiera me mira  a la cara y desde luego, no desea en absoluto hablarme. En ese momento, tienes una profunda sensación de fracaso, pero ese fracaso no es otra cosa que el reflejo de tu ego personal. No estás ahí para que te quieran y te valoren sino para ayudarles a ellos a valorarse.

La autoestima es uno de los principales problemas a los que se enfrentan estas personas. Mi trabajo se ha centrado siempre en pacientes con cuadros de depresión o esquizofrenia y en ambos casos se aíslan porque sienten que no se les quiere, que no se les comprende. Y no se alejan solo de su vecindario, su familia o sus amigos sino que en la propia clínica es raro que establezcan nexos de unión con sus compañeros. El arte puede ayudar a romper este forzado silencio.

Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.
Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.

En uno de los talleres que realicé en el Centro San Francisco Javier de Pamplona trabajamos el concepto de laboratorio de esculturas como un escenario en el que conviven miles de piezas. Después de estudiar alguna de ellas e incluso realizar pequeñas obras en yeso u otros materiales trasladamos el concepto a la pared del gimnasio. Para ello, cubrimos de papel todo un muro y lo dividimos en franjas como si de repisas o baldas se tratase. El ejercicio consistía en dibujar piezas hasta llenar por completo ese “armario”.  El resultado fue muy interesante ya que al principio cada uno seleccionó un trozo de papel para dibujar sin tener contacto con el resto. Pero a medida que avanzábamos algunos no podían evitar chocarse con otros o incluso ceder parte de su trozo de papel para que el de al lado pudiese continuar su figura. En ocasiones, los que se encontraban en mejor forma física ofrecían su ayuda a los que no podían agacharse para rellenar su parte más baja del mural. Toda una demostración de compañerismo que surgió de forma fluida ante el gesto de mover un lápiz por la pared.

Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.
Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.

En otro de los talleres trabajábamos la memoria en relación a nuestras vivencias de infancia (el pueblo, la familia, los viajes, etc.) y les propuse imaginar uno de esos viajes y contarlo en una postal. Fueron ellos los que crearon la postal desde trozos de cartulina en los que por una cara dibujaban esa vivencia y por otra escribían un pequeño texto. Al finalizar, les propuse enviarse a ellos mismos la postal para ver qué sentían al recibir algo así desde el exterior. Ninguno estaba convencido. Algunos me decían que esas postales tan “caseras” no serían admitidas por correos. Y otros decían que los médicos y psicólogos no se las entregarían al llegar al centro. Aún así les pusimos sellos y yo me comprometía a enviarlas. La semana siguiente fue muy emocionante. Todos tenían sus postales en la mano y me contaban que cuando la recibieron ya no se acordaban de haberla enviado y que se pusieron tan contentos como si les hubiese escrito un familiar. Otros me decían que nunca hubiesen imaginado que un dibujo suyo pudiese ser tan importante. Y alguno, yo no me podía sentir más contenta, me dijo que había pensado en hacer más y enviárselas a sus compañeros. El aislamiento empezaba a tener pequeñas fisuras por las que entraba luz.

En otra ocasión os contaré más experiencias de este escenario tan complejo y apasionante como es la educación artística en el contexto de la salud mental. Este sencillo post tan sólo tiene como objetivo recordaros que el arte es inmensamente poderoso si creemos en él pero antes de creer en el arte es necesario creer en las personas, las señaladas y las no señaladas, las visibles y las no visibles, las públicas y las silenciadas.

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¿MEDIO LLENO O MEDIO VACÍO?

Una vez al año se produce un curioso peregrinaje en el que gente ociosa, profesionales, políticos con cara de no saber por dónde les da el aire, compradores con alma y chequera, compradores  con chequera por alma y estudiantes diversos se dirigen a Madrid para devorar lo que hace ya tiempo se conoce como “la semana del arte”

Esos días, la siempre acogedora capital se esmera por ofrecer las mejores exposiciones en museos, galerías y centros de arte pero las niñas bonitas  de la semana son sin duda las ferias. Y como todo equipo que se precie tiene siempre una estrella que brilla sobre las demás, en este caso, la feria que  está siempre en boca de todos es ARCO.

ARCO es un territorio inmenso en el que se pueden encontrar piezas ya clásicas de Tàpies, Anthony Caro, Barceló o Basquiat junto a jóvenes autores desconocidos  que aspiran a crear historia. Acuarelas frente a trozos de cartón, video arte frente a fotografía en blanco y negro, bronces frente a metacrilatos o simplemente objetos que nos recuerdan que el arte se ve pero también se piensa. En este último caso podríamos situar a la que se ha transformado ya en la“top star” de la feria: el vaso con agua de Wilfredo Prieto.  Esa pieza de la que todo el mundo habla, a veces, con vehemente defensa y otras, con evidente desprecio.

Vaso de agua medio lleno, 2006. Wilfredo Prieto.
Vaso de agua medio lleno, 2006. Wilfredo Prieto.

El objeto en cuestión no es otra cosa que un vaso con agua que se expone sobre una repisa de madera en el stand de la Galería Nogueras Blanchard. Desde la propia galería se afanan en repetir que se trata de una pieza conceptual en la que el valor no reside en el objeto sino en el certificado de artista. Un artista que, no sabemos si con ayuda de la galería o en un momento solitario de lucidez, sí que ha tenido capacidad para dar valor económico a la misma. Ni más ni menos que 20.000€. Personalmente, creo que es un precio muy acertado. Ni tan bajo como para que el vaso no despierte interés y no se mueva de la repisa en toda la feria ni excesivamente alto como para perder a algún excéntrico coleccionista.

El artista indica desde el título de la propia obra que el vaso está “medio lleno” lo que inconscientemente provoca en el espectador una sensación más positiva e incluso optimista que el concepto de “medio vacío”.  Sin embargo, y teniendo en cuenta que el objeto no tiene, según el autor, un verdadero valor, podríamos pensar que el agua ausente constituye un elemento más importante si cabe que la que llena el vaso. Cuenta el galerista que cuando ve que el agua se evapora  un poco por el ambiente de la feria vuelve a rellenar el vaso.  ¿Por qué? Me pregunto yo. Igual la ausencia es tan importante como la presencia.

Unidead triple y liviana, 1950. Jorge Oteiza.
Unidead triple y liviana, 1950. Jorge Oteiza.

Estas reflexiones me traen a la cabeza la famosa “Unidad triple y liviana” de Jorge Oteiza. Una obra realizada en 1950 en la que el artista vasco reformula el concepto de espacio desde la resta. La unidad base de la escultura es el cilindro al cual Oteiza aplica varias mordidas que dan como resultado una nueva figura geométrica: el hiperboloide. El artista explica este proceso poniendo como ejemplo una manzana. La manzana en cuestión, que tiene forma de esfera, es comida (mordida) desde sus laterales lo que da como resultado una nueva forma: el corazón o troncho de la manzana  (el hiperboloide). La mayor parte de la gente, cuando observa ese corazón dice: <<Vaya, me he comido la fruta así que aquí ya no hay manzana, ya no hay nada>>. Y Oteiza, sabiamente, nos recuerda que eso no es cierto. Por supuesto que ya no hay manzana, pues nos la hemos comido, pero eso no quiere decir que ya no haya “nada” sino que al morder la manzana hemos creado un nuevo espacio que antes no existía. El vacío como nueva presencia no como ausencia.

¿Tendría ese vaso el mismo valor si el galerista deja que el agua se evapore? Evidentemente sí porque el discurso sobre la pieza es tan débil como el líquido que la llena. Nos recuerdan  para dar mayor valor a la propuesta que Wilfredo Prieto es un artista que produce poco. Eso, en principio, no es bueno ni malo pero no hay que olvidar que para producir poco esto tiene que ser verdaderamente bueno. Intentar “jugar” a ser Duchamp, Morris o Yves Klein en 2015 suena poco serio. Suena poco creativo. Suena vacío. Pero vacío no como nueva presencia de una propuesta artística innovadora y sugerente sino vacio como ausencia total.

En una entrevista preguntan al responsable de la galería:

<<¿Si yo pongo un vaso similar, lo lleno de la misma cantidad de agua y lo coloco en mi casa de manera semejante, tendría un Wilfredo Prieto?>>

<<No, sería una copia>>.

Sobra deciros que lo primero que hice al llegar de ARCO fue retirar el vaso medio lleno de agua que me había dejado antes de salir para Madrid en la repisa del baño. No vaya ser que me acusen de plagio.

Y tras tranquilizarme me invadió el espíritu de Wilfredo y en un arranque de creatividad llene una copa de vino. Siendo consciente de que yo no tengo galerista, y en consecuencia nadie va a pagar 20.000€ por mi hazaña conceptual, decidí beberme el vino a la salud de tantas grandes obras como vi en la feria y de las que no se ha hecho eco la prensa, a la salud de tantas y tantos artistas que nunca llegarán a exponer en ARCO pero que de una manera u otra harán historia para los que necesitamos el arte con alma en nuestras vidas, a la salud de todos esos  profesionales que trabajan desde la segunda fila sin necesidad de llenar o vaciar vasos.

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VERDADERO O FALSO. EL ARTE DE ENGAÑAR

 

“Can you tell the difference between an Old Master painting and a contemporary replica?” Con esta contundente pregunta comienza la exposición ‘Made in China’ inaugurada el pasado 10 de febrero en el museo londinense Dulwich Picture Gallery.  El artista estadounidense Doug Fishbone plantea un interesante juego desde una reproducción que se expone junto a óleos originales de Rembrandt, Rubens, Tiepolo, Poussin, Murillo y otros clásicos que alberga la pinacoteca. La pieza, encargada a una empresa que comercializa réplicas que producen estudios chinos, de obras de cualquier época y estilo, no está señalada por lo que el espectador debe agudizar sus sentidos y poner a prueba su capacidad de análisis para descubrir a “la intrusa”.

Esta iniciativa tiene como referente cercano varios escándalos por falsificación de cuadros. En 2013, por ejemplo, se descubrió un fraude que ascendía a 80 millones de dólares por la venta de cuadros que habían permanecido “perdidos”, atribuidos a Franz Kline, Jackson Pollock, Lee Krasner, Willem de Kooning y otros artistas. En realidad, habían sido pintados por un artista chino de 73 años, residente en Queens, Nueva York. El engaño tardó en ser descubierto y para entonces habían estafado a galerías, expertos y coleccionistas.

Fishbone busca así propiciar una reflexión colectiva sobre el valor y la autoría de una obra artística a partir de la aparente confusión entre el original y la copia.La primera fase del experimento terminará en abril, cuando se revelará cuál de las obras es la copia. A partir de entonces, y durante tres meses, se exhibirán juntas original y copia.

Además de abordar el fenómeno de la reproducción, Fishbone espera enriquecer el debate sobre la autentificación de obras: lienzos atribuidos a autores consagrados que con el paso del tiempo fueron adjudicados a discípulos, así como el papel de estos en el taller del maestro, algo que es cada vez más reconocible gracias a las nuevas técnicas de identificación.

La realidad es que por muy aficionado que uno sea al arte es  complicado certificar la autenticidad de una obra en una exposición. El visitante adquiere su entrada en la recepción del museo y al cruzar la puerta del mismo da por hecho que todo lo que se expone en su interior es auténtico. Al fin y al cabo está en una institución oficial. Leemos la información de las paredes, los títulos de las cartelas y nuestra vista recorre, con demasiada rapidez, las obras expuestas que recogemos en nuestros móviles con el único y claro objetivo de mostrar a los demás que las hemos visto.

Lover Boys, 1991. Félix González-Torres.
Lover Boys, 1991. Félix González-Torres.

La autenticidad se hace aún más complicada en el arte contemporáneo. Cuando nos encontramos con instalaciones como, por ejemplo, Lover Boys (1991) en la que Félix González-Torres muestra una obra compuesta por más de 160kg de caramelos y nos invita a cogerlos no debería importarnos el origen de los mismos, ni siquiera si es el propio autor quien los ha comprado, sin embargo, casi todo el mundo se pregunta: ¿Y cuando se acaben se sustituirán por otros caramelos similares o distintos? ¿Es González-Torres quien elige los caramelos o es el museo? Por mi propia experiencia sé que si al visitante se le explica que es el propio artista quien selecciona y coloca los caramelos la obra adquiere mayor importancia que si se le dice que es un técnico del museo quien se encarga de ello. Este hecho demuestra claramente que la tan valorada “autenticidad” no otorga en muchos casos mayor valor artístico o estético a la obra de arte sino mayor pedigrí y todos sabemos que el pedigrí en el mundo del arte pesa mucho.

Lessing recuerda que la falsificación de un objeto arrastra consigo un concepto negativo. No se refiere a una característica específica que tiene una obra, sino a las características que no tiene dicha obra. En resumen, implica la ausencia del famoso pedigrí. Si la sustitución de un material original de la obra por otro posterior no anula bajo ningún sentido la vivencia que la obra nos aporta, ¿por qué le damos tanta importancia al concepto de autenticidad?, ¿por qué nos sentimos estafados si nos enteramos de que la obra ha sido manipulada o transformada por unas manos que no son las del artista?, ¿por qué no somos capaces de valorar la experiencia por encima del objeto?

En mi opinión, seguimos anclados a esa concepción burguesa del arte como experiencia elitista, glamurosa y con una clara valoración económica. Como espectadores queremos sentirnos únicos, especiales y, en definitiva, diferentes. Cuando se organiza una exposición antológica de un maestro del arte, pongamos por caso Dalí, la mayoría de la gente no hace horas de cola por la verdadera necesidad de experimentar a través de la visión de las obras de dicho pintor sino porque saben que es una ocasión única para decir aquello de: “Yo estuve allí”. Se produce una satisfacción morbosa y casi pornográfica al leer en la prensa que la exposición ha sido visitada por 200.000 personas y pensar que tú has sido una de esas afortunadas.

Algo similar me ha ocurrido siempre con los conciertos de música. Recordaré con emoción aquellos momentos en los que pude disfrutar de los Rolling, Dylan o Van Morrison pero no os voy a negar que los mejores momentos los he vivido descubriendo canciones en pequeños bares (muchas de ellas versiones) porque es en esos lugares en los que he podido sentir la experiencia de la música sin pisotones, gritos, y mil cabezas a mi alrededor. Es cierto que en el primer caso siempre podré contar eso de: “Yo estuve en el último concierto de Lou Reed” Un concierto con pedigrí. Pero me debería preguntar: ¿Fue realmente tan buena la experiencia?

Esta semana aficionados, profesionales y curiosos se pasearán por las distintas ferias que Madrid ofrece en su famosa “semana del arte” ¿Os imagináis que después de tanto trajín el próximo lunes, café en mano, amaneciésemos con la siguiente noticia?:

“La dirección de ARCO acaba de confirmar que todas las obras expuestas este año en la feria eran reproducciones”

¿Os sentiríais engañados o tendríais la capacidad de sobreponeros a tal descubrimiento y valorar por encima de todo el disfrute que habéis sentido ante esas “obras falsas”? ¡Qué difícil!

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‘MUY POCA COSA’ EL ARTE COMO FORMA DE VIDA

“morir es salir

salir de aquí

pero adónde?

caer y levantarte

levantarte en el mismo agujero

cómo es que aún trato de levantarme?

Vaso

irrompible

cuando

el mismo vaso

se ha roto

varias veces”

Jorge Oteiza

 

La vida es muy perra con demasiada frecuencia y negarlo es vivir fuera de ella. Se empeña en apretarnos y apretarnos hasta dejarnos casi sin aliento. Nos pone a prueba sin previo aviso. Y nos arranca sin piedad todo lo que más queremos. Sin embargo, y aunque parezca una utopía, la felicidad de esa vida depende de nosotros en un porcentaje mayor del que podríamos imaginar. Caerse suele ser un acto involuntario pero levantarse puede depender únicamente de nuestra voluntad.

A mi alrededor veo constantemente a gente valiente que lucha por superar las adversidades pero hoy os quiero contar uno de esos casos que te golpea el estomago. Una de esas lecciones de vida que hacen que te replantees tus quejas, lloros y demandas diarias. La conocí hace un año…

Aitziber dibujando en el Museo Oteiza el cartel 'Muy poca cosa' que da título al documental
Aitziber dibujando en el Museo Oteiza el cartel ‘Muy poca cosa’ que da título al documental

Aitziber Aranburu es una mujer que lleva cayéndose y levantándose 43 años seguidos, día a día, hora a hora. Nació siendo un ser  frágil e hizo de esa fragilidad su campo de batalla. A los nueve meses el médico dijo a su madre que esa niña era ‘muy poca cosa’. Era casi imposible que superase el año de vida. Una afirmación que ninguna madre puede asumir por lo que esta lucho con uñas y dientes por su pequeña alimentándole con una cucharilla hasta los siete años.

Diagnosticada Sindrome Down y con una salud cada día más deteriorada Aitziber no bajaba la guardia y empezó a alimentarse de lo que a día de hoy es su principal medicina: el arte. Su día a día se compone de pequeñas rutinas como la comida, la siesta y algún paseo. Se desplaza siempre en silla de ruedas y necesita estar conectada a una máquina de oxígeno, pero cuando pinta o baila su cuerpo se llena de energía y no necesita de ninguna ayuda. Se olvida de los tubos y  de la silla y es feliz. Una felicidad que puede durar una hora o dos a lo sumo pero que son su verdadero motor.

Hace aproximadamente un año Toni Sasal, de Enclave Audiovisuales, S.L @en_clave_av, se puso en contacto conmigo para explicarme que estaban preparando un documental sobre la vida de una mujer muy especial. Por aquel entonces yo ni siquiera había oído hablar de Aitziber. La idea principal era reconstruir la historia de su vida utilizando su relación con la danza y la pintura como hilo conductor. Mi labor consistiría en desarrollar una serie de actividades creativas desde las que analizar y recoger las reacciones de ella ante la experimentación artística. No tuve duda ni por un segundo de que esa colaboración llegaba a mi vida como un regalo.

Mi relación directa con la danza es ya lejana por lo que propuse a Toni y Pablo Calatayud, director del documental, contar con la presencia de Oihane Andueza, maestra y bailarina, con la que ya había desarrollado algún proyecto. Ella es una persona de una sensibilidad extrema y estaba segura, como así ha sido, de que su presencia enriquecería el proyecto.

Las actividades de búsqueda y experimentación se han desarrollado en distintos lugares de Pamplona como Civican, Civivox, Museo Oteiza o incluso su propia casa. Tanto Oihane como yo teníamos claro que era necesario trabajar desde metodologías abiertas que empujasen a Aitziber a ir un poco más allá. Su relación con la pintura es excesivamente rígida ya que pinta normalmente sobre plantillas fijas. Y respecto a la danza debe siempre adaptarse a la coreografía fijada previamente para el grupo. Por todo ello, el objetivo ha sido desde un primer momento romper esos esquemas preestablecidos y ver cómo reacciona ante preguntas abiertas. No es mi intención desvelar el contenido del documental sino trasladaros las sensaciones y vivencias que dichas sesiones me han producido.

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Sesión de trabajo en Civican Pamplona

La primera sesión comenzó con un breve encuentro en el que aprovechando la coincidencia de nuestros nombres trabajamos sobre la letra A y la identidad.

“¿Sabes cómo me llamo?”- le pregunté.

“No”, me dijo sin demasiada curiosidad.

“Me llamo Aitziber”.

“No, yo me llamo Aitziber”, dijo un poco enfadada.

“Pero yo también”.

“No, Aitziber soy yo”.

En ese momento tuve claro ante quien estaba. Ella construye su día a día desde un enorme esfuerzo personal  y no existe nadie que pueda venir a hacerle sombra. Ella debe ser la primera, la mejor, la más observada, la más querida, la más aplaudida, la más… Pero no os confundáis, no existe en su mirada ni un ápice de altanería. Ella siempre será la primera porque es su forma de sobrevivir. Desde entonces cuando la veo le pregunto: “¿Quién es mejor artista, tú o yo?” Y, con una pícara sonrisa siempre me responde: “Yo”.

Pintando con papel en Civican Pamplona
Pintando con papel en Civican Pamplona

Las sesiones de pintura han tenido como eje central dos caminos de búsqueda. Por un lado, romper con los materiales y formatos clásicos. Y por otro, establecer relaciones sentimentales con el color. En el primer caso, los resultados han sido muy interesantes. Como ella pinta siempre con pincel, hacerle dibujar con papel, corchos, trapos o tizas ha enriquecido notablemente su conexión con el arte. La primera vez que le pedimos pintar sobre una pared no dejaba de controlar su mano para realizar dibujos pequeños y ordenados pero entonces empezaba a olvidarse de todo y la bailarina que lleva dentro comenzaba a mover su mano por todo el mural. Verla pintar y bailar, siempre concentrada y siempre en silencio, al mismo tiempo, resulta maravilloso.

Respecto al segundo caso, la relación con el color, sus respuestas han sido una verdadera lección. Le gustan todos los colores y aunque le resulta complicado mezclarlos cuando le descubres un nuevo tono casi siempre sonríe.

“¿Te gusta este nuevo color que he inventado?”

“¡Me encanta!”

‘Me encanta’ es su frase estrella. Nunca dice ‘sí’,  ‘me gusta’, ‘bastante’, etc. Ella no tiene término medio. Las cosas no le gustan o le encantan. Y entre las que no le gustan esta el negro.

Cuando le propuse relacionar el color negro con alguna persona que le cayese mal o que no le gustase me dijo: “A mí me gusta todo el mundo”. Sabia respuesta de alguien que no tiene tiempo que perder en peleas absurdas.

Trasladando sensaciones al cuerpo con Oihane Andueza en Civivox Mendillorri
Trasladando sensaciones al cuerpo con Oihane Andueza en Civivox Mendillorri

Las sesiones de danza y expresión corporal han sido intensas y emotivas. Desde el cuerpo ha recreado movimientos relacionados con el nacimiento, el miedo, la alegría o la amistad. Casi nunca se quejaba y seguía con atención las lecciones de Oihane. Nadie sabe de dónde saca la energía suficiente para poder moverse durante una hora pero lo hace. Y después de esforzarse y vivir cada movimiento de su cuerpo con esfuerzo pero también con la elegancia de quien se siente observada cae redonda sobre la silla como diciendo: Me caigo de nuevo pero lo hago para levantarme mañana.

Aitziber me ha enseñado que cuando alguien te dice que eres ‘muy poca cosa’ te está dando, sin saberlo, la oportunidad de demostrar que eres alguien especial. ¡Gracias!  Espero ansiosa el estreno del documental al que seguro acudirá Aitziber como una verdadera estrella y rodeada de esa maravillosa familia que cuida de ella con un cariño indescriptible.

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Cártel del documental dibujado por Aitziber en el Museo Oteiza
Cártel del documental dibujado por Aitziber en el Museo Oteiza

JUEGOS DE GUERRA. EL ARTE COMO RESPUESTA

 

«Esa capacidad poco común… de transformar en terreno de juego el peor de los desiertos.»

(Michel Leris)

Esta semana las páginas de los periódicos, las pantallas de televisión y, por su propia función reflejo, las redes sociales se llenaban de imágenes en blanco y negro que nos devolvían a la memoria (si es que en algún momento se borraron) las imágenes del terror nazi. Recordábamos así el 70 aniversario de la liberación de esa inexplicable máquina de exterminio que fue Auschwitz-Birkenau.

En otro orden de cosas, porque así funciona el mundo y nuestras propias mentes, los medios de comunicación nos devolvían la sonrisa al mostraros el maravilloso y creativo mundo de LEGO en su 80 aniversario. Esos pequeños muñequitos articulados que han puesto cara a infinidad de personajes recordándonos que jugar no es complicado, sólo hay que querer ser imaginativo para hacerlo bien (Lego es el acrónimo formado por una frase del danés “leg godt”, que significa “juega bien”)

Y os estaréis preguntando: ¿Qué relación tiene una cosa con la otra? Pues como todo, o casi todo, en esta vida puede que ninguna o puede que mucha. Evidentemente, la tiene en mi mente porque ambos temas me han hecho  recordar una obra que seleccioné hace ya algunos años para una exposición. La obra en cuestión se titula Lego concentration camp y fue creada por el artista polaco Zbigniew Libera en 1996. La pieza, que actualmente pertenece al Museo Judío de Nueva York,  aborda una temática de enorme importancia para el mundo contemporáneo: la capacidad del arte para activar los códigos críticos de una sociedad cada vez más alienada, superficial e individualista.

Concentration Camp, 1996. Zbigniew Libera
Concentration Camp, 1996. Zbigniew Libera

Es cierto que el acceso a la información es en la actualidad más sencillo y dinámico pero también puede resultar excesivo al ser bombardeados de forma constante e indiscriminada con imágenes que nuestro cerebro acabará  desactivando por pura higiene mental.  En este contexto, el artista como observador crítico adquiere especial importancia porque desde su ámbito creativo puede devolver el interés sobre temas que han sido y son sobreexpuestos en los medios de comunicación.  La obra de arte se ve así poblada de narraciones que llegan al espectador en forma de preguntas: ¿quién construye una guerra?, ¿cómo se llega a sustentar el poder de una nación?, ¿cuál es la verdadera religión?, ¿está mi vida en manos del azar?, ¿tengo capacidad desde mi condición de individuo para cambiar los códigos sociales de mi comunidad?, ¿se puede vivir desde el odio a otras culturas, nacionalidades o credos?  Tantas preguntas como respuestas sin responder. Tantas dudas como búsquedas diarias en internet.

Sobre este abrumador  escenario el juego adquiere un intenso protagonismo como vehículo de comunicación entre el artista y el espectador. Describir conceptos tan complejos como la violencia, el abuso de poder, la xenofobia  o la ausencia de conductas morales en nuestra sociedad puede tener en el espectador una actitud más receptiva si se hace desde lo lúdico. El arte como vehículo de comunicación. El juego como herramienta del arte.

Resulta cada vez más difícil conmoverse ante la imagen de un campo de concentración nazi ya que vemos imágenes de ellos de forma constante. Sin embargo, cuando Libera nos presenta sin pudor su juego de exterminio formado por capos que golpean cuerpecitos blancos de plástico no podemos dejar de sentir un pellizco en el estomago ya que en nuestro código de lectura las figuras de Lego pertenecen a nuestra infancia.

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Laboratorio médico. Concentration camp, 1996.

El aspecto exterior del juego no es diferente al de cualquier juego de construcción Lego que tengamos en nuestras casas, pero el interior esconde el horror. Se trata de un set de siete cajas que contienen verdaderas muestras de sadismo como un horno crematorio, guardas uniformados y preparados para moler a palos a los presos, laboratorios para experimentos médicos o incluso la famosa puerta de entrada al Campo que reza el irónico lema de <<Arbait Macht Frei>>. La reacción del espectador ante obras de este tipo puede ser muy diversa. De hecho, en 1997, durante una conferencia sobre el Holocausto judío, Libera mostró el juego a un grupo de supervivientes. La indignación se apoderó de la sala y el artista polaco fue tachado de anti-semita. Resulta lógico que alguien que haya vivido en sus propias carnes ese infierno se sienta indignado por el hecho de que alguien lo transforme en un juego. No obstante, el hecho de que la obra genere indignación y rechazo en unos y cierta incomodidad en otros certifica que la propuesta ha activado la mirada del espectador hacia la crítica. Buena es la obra de arte que da respuestas. Infinitamente mejor  la que genera preguntas.

Caja de novia, 1968. Antoni Miralda.
Caja de novia, 1968. Antoni Miralda.

En un ámbito más cercano encontramos también a otro artista que hace del “juego de la guerra” su espacio de experimentación. Es el caso de Antoni Miralda que ya en los años sesenta toma prestado de la imaginería infantil de éste país algo tan sencillo como un soldadito de plástico para construir su propio discurso narrativo. Primero los dibuja,  más tarde deja que invadan sus fotografías, carteles, muebles y paredes, y por último, ya en los años setenta,  les da vida en su famosa película La cumparsita que narra la historia de un soldado que vaga por las calles de París en busca de un pedestal sobre el que hacerse estatua. La imagen del soldado de Miralda resulta  melancólica y hasta lastimera si la comparamos con los soldados nazis de Libera pero nos ayuda a deconstruir la imagen del valiente y a la vez  agresivo e inmoral militar para recordarnos que los uniformes de todas las  guerras esconden también pobres hombres con fusil.

Imagen de la película La cumparsita con un soldado de plástico a tamaño natural como protagonista, 1973. Antoni Miralda.
Imagen de la película ‘La cumparsita’ con un soldado de plástico a tamaño natural como protagonista, 1972. Antoni Miralda.

<<El que olvidó jugar que se aparte de mi camino porque para el hombre es peligroso>> decía Sófocles. El artista contemporáneo juega  a jugar con el espectador, le ofrece trampas para contarle historias que éste no quiere oír y, a veces,  provoca indignación en su mirada con una calculada precisión. El artista juega para crear y crea al jugar. En nosotros está, como espectadores, la decisión de ser valientes y proseguir la partida con nuestra propia mirada hacia la obra de arte. Merece la pena  participar en estos particulares “juegos de guerra” porque las preguntas que activan en nuestro cerebro enriquecerán nuestra mirada.

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LA CREATIVIDAD ESTÁ SOBREVALORADA

«¿Me contradigo?, sí, me contradigo. Soy muchos, contengo multitudes«.

(Walt Whitman)

A punto de abandonar este ya viejo año 2014 en el que la cultura ha pasado de estar en un coma de primer estadio a sufrir un coma profundo, una vuelve a descubrir con una mezcla de estupor y mala leche que los periódicos, suplementos y blogs varios vuelven a llenar sus páginas con la que yo ya he denominado “la enfermedad cultureta de fin de año”. ¿Y en qué consiste dicha patología? En algo tan aburrido, cansino y pedante como las famosas listas de lo más entre lo más. Lista de los mejores discos, las mejores canciones, los mejores intérpretes, las mejores exposiciones, los mejores artistas, los mejores museos, los mejores comisarios, en definitiva, los mejores entre los mejores.

street-art-creativo-060_thumbNo me entiendan mal. No digo que los que estén en esas listas no lo merezcan sino que los que lo merecen nunca suelen estar en ellas. Somos un país de cantidad que no de calidad y por ello poner número a la cultura es algo que nos apasiona. Sin embargo, en este último año en el que el famoso dicho de “trabajar por amor al arte” se ha hecho tan literal que duele sólo de oírlo es necesario valorar fuera de esas listas de “los cuarenta principales de la cultura” a esos músicos que se siguen partiendo los cuernos por sonar bien en locales de segunda, a esos comisarios que trabajan día y noche en exposiciones en las que su sueño principal es ganar lo justo para comer, a esos directores de pequeños museos que hacen encaje de bolillos para pagar las facturas de la luz sin dejar de pagar a sus técnicos, a esos educadores que no pierden la sonrisa en los talleres y visitas pese al agotamiento de caminar siempre en la precariedad laboral, a esos artistas que dedican una hora al trabajo de estudio y ocho a navegar por internet en busca de becas que les ayuden a sobrevivir, a esos que alimentan las redes sociales de buenos artículos y comentarios por los que casi nunca cobran, y tantos y tantas, y tantas y tantos.

En este campo de batalla en el que se ha convertido el mundo de la cultura podríamos llegar a pensar que sólo el buen oficio y la perseverancia lograrán que la calidad siga existiendo por encima de la cantidad. Sin embargo, existe otro aspecto que es para mí más importante que los anteriores. Un aspecto en ocasiones malentendido y en muchas infravalorado: la creatividad. En francés, para indicar que alguien es un soñador, que construye castillos en el aire, se dice faire des chateaux en Espagne. La creatividad ha estado siempre relacionada con los soñadores y estos con la locura. Este país ha demostrado con creces ser un país de mangantes y farsantes pero, afortunadamente, también sigue siendo un país de soñadores. Y en estos momentos la salvación de la cultura pasa por una mezcla de cordura y locura. Sólo las mentes abiertas, flexibles, pasionales y, en definitiva, creativas serán capaces de sobrevivir a este aniquilamiento cultural.

No cabe duda de que la creatividad puede suponer para muchos un signo de extravagancia. Y todos sabemos que la extravagancia no está bien vista en esta sociedad globalizada en la que (con)vivimos. Pero la acción creativa es la única capaz de transformar, tal como decía Whitman, lo único en múltiple y es ese el escenario que nos ayudará a avanzar. La acción que produce transformación es la única que tiene verdadera validez y es la que necesitamos con verdadera urgencia.

En los últimos tiempos, el mundo de la empresa ha puesto de moda un término que me enerva tanto como gran parte de esos empresarios: “reinventarse”. ¿Y qué significa reinventarse? Reinventarse para la mayoría de los que mueven los hilos no significa otra cosa que adaptarse a sus necesidades. Me viene a la memoria la famosa frase que Don Fabrizio, Príncipe de Salina, pronuncia en Gattopardo: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Ante unos horarios de trabajo interminables, unas condiciones económicas insufribles, una negación inmoral de recursos públicos y un desinterés insultante hacia el mundo de la educación, se nos “invita”, en una suerte de fiesta nacional, a reinventarnos. Reinventarse para no cambiar nada. Reinventarse para que sigan ganando los mismos.

La desmoralizante situación cultural del país no pasa por reinventar nada sino por construir, y la construcción sólo es posible desde la creatividad. Grandes dosis de creatividad serán necesarias para establecer nuevos modelos de museos que incorporen en sus salas las voces de un público más diverso. Una enorme creatividad será necesaria para establecer circuitos y recursos variados desde donde los artistas puedan dejar de ser gestores culturales para volver a ser creadores. Creatividad en mayúscula será necesaria para que los gestores puedan diseñar programaciones en las que pagar justamente a músicos y actores, dotándoles además de escenarios dignos. Y mucha creatividad, insisto mucha, será necesaria para desarrollar otros modelos educativos que ayuden a niñas y niños a formarse emocionalmente como futuros ciudadanos con ideas y criterios propios.

Muchos siguen afirmando con rotundidad que la creatividad está sobrevalorada pero créanme si les digo que esta afirmación sólo encierra una verdad: la sociedad que no es creativa no desarrolla actitud crítica y será, por tanto, una sociedad alienada, vacía y manipulable. Cada cual que decida su forma de actuar en éste nuevo año que comienza. Yo tengo claro que seguiré practicando la creatividad en todas las pequeñas cosas de mi vida sin ninguna necesidad de reinventarme porque como bien decía Edith Wharton: “La creatividad no consiste en una nueva manera, sino en una nueva visión”.

¡Feliz 2015! Urte berri on!

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