EL PROCESO CREADOR

Lo obra de arte no educa. La obra de arte es una herramienta espiritual para servirnos de ella. Y una herramienta, una máquina, no educan. Hay una educación sí, para servirnos de la herramienta.
Jorge Oteiza

Miguel Izuel en el inicio de las jornadas.

 

 

 

 

 

 

 

Este mes, invitada por la Asociación profesional de arteterapeutas Grefart, he asistido a las jornadas sobre Educación, Salud y Comunidad celebradas en el Centro Cívico de la Barceloneta los días 7 y 8 de julio. Mi presencia se hacía activa a través de la participación en la mesa redonda sobre “La creación y los procesos creadores” que cerraba las jornadas y que he tenido la suerte de compartir con Miquel Izuel, Presidente de Grefart Arteterapia y arteterapeuta, Lolita Bosch, escritora, y Alicia Espósito, arteterapeuta.

 

Lolita Bosch, Aitziber Urtasun, Miguel Izuel y Alicia Espósito.

 

 

 

 

 

 

 

 

A lo largo de dos intensos días, distintos profesionales del ámbito de la sanidad, educación y arteterapia han compartido con pasión y generosidad los resultados de numerosos proyectos que a lo largo de este año han recorrido escenarios tan diversos como centros de educación primaria y secundaria, centros de acogida de menores, centros de salud mental o talleres de organizaciones que trabajan en la investigación de malos tratos a mujeres. Desde este contexto parece evidente que todos los asistentes a las jornadas deberían creer firmemente que el arte como catalizador de experiencias posee una capacidad sanadora. Pues no queramos ir tan rápido porque la repuesta a este enigma no parece tan clara.

Desde el primer hasta el último momento de las jornadas, las dudas se repetían en boca de los presentes en forma de preguntas como: ¿Qué es el arte?, ¿Qué significa ser arteterapeuta?, ¿Tiene el arte capacidad para curar?, etc. No deja de
sorprenderme que los profesionales que nos dedicamos a la educación artística y el arteterapia sigamos enrocados en interrogantes que no tienen ni tendrán nunca respuesta. O al menos, no una respuesta tan directa, uniforme y certera como para aliviar las constantes dudas que nuestra profesión provoca en nosotros mismos y en nuestro propio entorno. Y en medio de este ruido de incertidumbres recordaba las sabias palabras de Oteiza que encabezan este post: <<La obra de arte no educa. La obra de arte es una herramienta espiritual para servirnos de ella>>. Una cita que pone ante el espejo otra evidencia: el arte no cura, el arte es una herramienta para servirnos de ella. Y en ese “servirse de ella” encontraremos innumerables obstáculos, nos equivocaremos de forma constante y llegaremos incluso a dañarnos a nosotros mismos en el proceso. Pero en el camino del arte como herramienta el fracaso es lo que da sentido al proceso. <<Un artista se mide por sus fracasos, no por sus éxitos>>, afirmaba el Oteiza más provocador. De todos esos fracasos surgirá la mejor creatividad, la más honesta, la más verdadera y, sobre todo, la más sanadora. Porque la creación no es únicamente un proceso de construcción sino principalmente un medio de experimentación.

Desde este marco decidí que mi intervención en la mesa redonda no debía articularse desde un posicionamiento pasivo en el que volver a navegar sobre las mismas cuestiones sino que podía ser más interesante activar al público reflexionando sobre diversos temas en torno al proceso creador como forma de entender que lo importante en torno al arte es cuestionarSE, no responderSE.

Acción participativa a cargo de Álvaro Prats

 

 

 

 

 

 

 

 

La acción performativa “cuestionando el proceso creador” se compone de los siguientes elementos:
a. Diez imágenes, la mayoría fotografías propias realizadas con el móvil.
b. Diez frases sobre el ser creador, la creatividad y el proceso creador.
c. Una silla.
d. Limones.

 

Así sucedió:

Tomando como herramienta de trabajo dicha silla  me fui moviendo por la sala enunciando frases. Cada frase se acompañaba de una imagen, y cada imagen se correspondía a un cambo de posición en la sala. De forma que en ocasiones algunos participantes podían ver mi cuerpo y otras no, alterando así el orden de lectura habitual: conferenciante-voz-imagen. El cambio constante de posición permitía que el público se mantuviese expectante pero también me permitía intuir en algunos, cierta sensación de incomodidad. Algo que me pareció especialmente positivo teniendo en cuenta que se trataba de hablar de la capacidad e incapacidad del proceso creador como herramienta de cura.
Al finalizar los diez movimientos a los que defino como microacciones recordaba con las compañeras y compañeros de las jornadas ese primer día del curso de iniciación al dibujo en el que el famoso profesor de la Bauhaus Johannes Itten pedía a sus alumnos que dibujasen un plato de limones. Una vez finalizado el ejercicio Itten cogía un cuchillo, partía una fruta en dos y preguntaba a sus alumnos: <<¿Están ustedes seguros de que han captado la verdadera esencia del limón?>>. En ese momento, dos de mis compañeros comenzaron a repartir trozos de limón por la sala, la cual se lleno de su olor, de su color y, sobre todo, nos ayudó a recordar que el proceso creador es un camino del que podemos y debemos hablar pero lo principal es vivirlo y sentirlo.

MICROACCIONES

  1. La creatividad es INDIVIDUAL por lo que el proceso creador serio y verdadero debe comenzar por la soledad. Pero, ¿estoy segura de que situándome de espaldas a vosotros, silenciando vuestra voz y vuestra mirada voy a ser más creativa?
  2. El artista, y por extensión cualquier ser CREADOR, es EXCÉNTRICO, DIFÍCIL e INABARCABLE. ¿Y acaso no es la vida excéntrica, difícil e inabarcable?
  3. Una vez leí que una persona consciente, honrada y moralmente sana no debería escribir jamás, ni componer nunca, ni representar tales papeles en el teatro de la vida. ¿Es el estadio de la perpetua enfermedad lo que nos impulsa a crear o es el acto creador el que nos acompaña en el escenario de la vida sea esta una vida de dichas o de penurias?
  4. La creatividad se beneficia de las limitaciones. En el proceso creador tengo que arriesgar, marcarme retos, mirar al miedo de frente. EscucharOS EscucharME .
  5. Se dice que el proceso creador comienza con la inspiración. ¿Y qué hay de los modos de pensar, de sentir, de actuar? ¿Qué hay de la acción?
  6. ¿Estás seguro de que tú no eres artista? -pregunto siempre. El proceso creador genera obras incompletas. El espectador (Nosotros. Tú. Yo) debe tener la valentía de VER (no MIRAR) más allá y ser un poco artista completando lo que el creador no podrá jamás construir por entero.
  7. Cuando comienzo a caminar por la creación de algo nuevo me encuentro con lo viejo (me veo a mí misma) y me encuentro con lo nuevo (te veo a ti). Cuando comienzo a caminar por la creación de algo nuevo me encuentro con lo viejo (te veo a ti) y me encuentro con lo nuevo (me veo a mí misma).
  8. ¿Es necesario HABLAR del proceso creador? ¿Creas cuando me hablas de él?
  9. Podríamos dejar de hablar de CREATIVIDAD para hablar de CreACTIVIDAD.
  10. ¿Y ahora? ¿y EL TIEMPO? ¿Qué importancia tiene el tiempo en el proceso creador?

Gracias a Miquel Izuel, María del Río, José Juan Bocanegra y Ana Rosa Sánchez por acompañarme en nuevos caminos de creación y exploración.

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Fotos de Lidia Valbuena

TEORÍA DE NUESTRO ETERNO RETORNO

 

de la Nada que era LUZ

solamente Luz

Dios crea lo oscuro

y de lo oscuro de la noche

nace el día

y en día de la luz nace la sombra

que no es ausencia negativa de luz

pues para nosotros

sombra Itz.al      es potencia del ser

es sombra activa

presencia viva de luz

teoría de nuestro eterno retorno

de la sombra volvemos a la luz

de la noche al día

en la sombra de la tierra subimos

en las noches al cielo

Jorge Oteiza

Argirik. Performane. Ciudadela Pamplona, 12 de noviembre de 2016.
Argirik. Performane. Ciudadela Pamplona, 12 de noviembre de 2016.

Por fin vuelvo a dejar que mi voz se asome por este escenario tan extraño del blog. Extraño porque nunca sé exactamente ni a dónde ni a quién llega, y porque no acabo de entender por qué necesito dar forma de palabra a lo que ya palpita por sí mismo. Sea como fuere aquí estoy de nuevo para pasar el invierno a vuestro lado.

Noviembre me ha regalado dos experiencias tan distintas como cercanas. A principios de mes fui invitada por la Universidad Autónoma de Madrid a impartir una charla sobre “el arte como herramienta espiritual” dentro del Máster en Artetarapia y Educación Artística para la Inclusión Social. Una semana después, y de la mano del colectivo navarro de fotografía Zzzz, realizaba en la Ciudadela de Pamplona la performance Argirik que toma como punto de partida el poema de Jorge Oteiza que encabeza este post. Las dos actividades llegaban a mí vida en medio de una difícil ruptura sentimental. Y ello me hizo preguntarme si en ese momento podría ser capaz de hablar y hacer pensar sobre el concepto del arte como curación ya que yo misma estaba notablemente enferma.

Cuando de forma más o menos inesperada pierdes en tu vida a alguien que consideras inmensamente importante sientes una especie de patada en el centro mismo del estómago. El golpe duele durante un largo tiempo pero entonces una mañana cualquiera, y sin saber por qué,  dejas de sentirlo. En ese momento crees que todo ha pasado pero de repente, una palabra, una canción o una imagen te descubren la verdadera realidad: el exterior de tu cuerpo parece sano pero el interior está craquelado de arriba a abajo y cualquier movimiento puede hacer que las grietas se extiendan. La vida no se desarrolla a velocidad de autopista, y por ello nuestros procesos vitales, tanto positivos como negativos, necesitan de ritmos lentos.

Joseph Beuys. performance Kukei, Akopee-Nein! Aquisgrán, 1972.
Joseph Beuys. performance Kukei, Akopee-Nein! Aquisgrán, 20 de julio de 1964.

El 20 de julio de 1964, coincidiendo con el aniversario del atentado de Hitler, el alemán Joseph Beuys realizaba en la Universidad Técnica de Aquisgrán la performance Kukei, Akopee-Nein! En mitad de la acción, mientras sonaba como “música” de fondo un discurso de Goebbels, un indignado espectador subió al escenario y golpeó al artista. La imagen de Beuys con el rostro ensangrentado y un crucifijo  en la mano sigue resultando impactante. Sin embargo, y más allá de las grandilocuencias visuales de la performance como lenguaje artístico, lo más importante es recordar cómo el artista a partir de esa experiencia hablará de la herida como el momento sublime en el que el interior del cuerpo se derrama, se entrega fuera de sí. Y es en ese preciso momento, en ese momento en el que uno deja de sentir para comprender que la herida sangra, cuando podemos acercarnos al arte para ayudar a que las llagas cicatricen.

¿Y por qué el ARTE?

Porque cuando observamos una obra de arte el tiempo se ralentiza y empezamos a sentirnos de verdad. Solo entonces podemos ayudarnos a nosotros mismos.

Porque el arte nos ayuda a comprender que nuestra mirada puede multiplicarse hacia otros escenarios ayudándonos a salir de la escena que nos ha provocado y nos provoca dolor.

Porque ante el arte uno puede llegar a sentirse muy pequeño, y entonces descubrirás que también tus problemas lo son.

Porque el arte no nos acusa, tan solo nos acoge.

Porque el arte nos recuerda que nunca estamos solos ya que la mirada activa miradas que reencontraremos en el camino. Miradas nuevas. Oportunidades nuevas.

Porque el arte no te exige nada a cambio, y en consecuencia te libera de culpas.

Porque el arte no promete remedios rápidos sino sosegados y certeros.

Porque el arte nos permite volver a empezar tantas veces como lo necesitemos.

Porque el arte… ¿Y por qué no?

Joseph Beuys en la Karl-Marx Platz de Berlín, 1 de mayo de 1972.
Joseph Beuys en la Karl-Marx Platz de Berlín, 1 de mayo de 1972.

En otra de sus famosas acciones, realizada el 1 de mayo de 1972 en Berlín, Beuys salía a la calle con uno de sus ayudantes y barría pausadamente los restos que el desfile conmemorativo del Día Internacional de los Trabajadores, había dejado en calles y aceras de la capital. La basura recogida se expone ahora en el interior de una perfecta vitrina. La energía se ha museabilizado hasta languidecer en un museo. La pieza del alemán me recuerda mucho a ese momento en el que el exterior de tu cuerpo ya empieza a parecer sano pero tú sientes, sin que los demás lo sepan, que está lleno de basura. Un cuerpo que resplandece cual vitrina en sala de exposiciones pero que apenas consigue respirar. El arte puede ser un buen remedio para liberar lo inservible de nuestro interior. No lo dudéis nunca. Nuestra vida es un constante retorno y como bien decía Oteiza: <<de la sombra volvemos a la luz>>.

*Gracias a Jaime Martín Martínez por las fotografías de la performance Argirik.

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EL MURO DE LA DESMEMORIA. B.A/016

 

La octava edición del Barrio de los artistas de Pamplona ha tenido este año un carácter especial. Por primera vez, y esperemos que no sea la última, la actividad artística del festival se ha desplazado a la periferia dejando de lado el turístico casco viejo para ocupar el barrio de la Milagrosa.

La Milagrosa es un pequeño barrio al sur de la ciudad que aún no ha caído en manos del hipsterismo desaforado y en el que conviven distintas culturas que a nuestros ojos pueden resultar similares pero que esconden diferencias a veces irreconciliables. Por todo ello, fue muy bonito ver cómo las calles se llenaban de folcklores varios en forma de conciertos, bailes y exposiciones, al tiempo que los artistas de aquí compartían sus trabajos, recuperando así esa sensación cada vez más difícil de vivir en el mundo del arte: la certeza de que la comunicación entre culturas distintas no puede sino sumar posibilidades de nuevas miradas.

En este contexto tuve claro desde el principio que mi mirada no sería de gesto amable porque no podía perder la oportunidad de poner voz a un tema tan vivo como escondido en ciertos sectores de la sociedad: la violencia de género. Los festivales de arte se hacen para divertirse pero también para abrir diálogos.

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El muro de la desmemoria representa una acción performativa contra el maltrato en la que reflexiono sobre la incapacidad de la sociedad actual para sentir como dolorosas verdades las historias que diariamente aparecen en la prensa. El hombre tiene una morbosa necesidad de recolectar todo lo que encuentra a su paso. Recolectamos afectos, envidias, y hasta recolectamos vidas. Lo malo de este prehistórico ejercicio es que al recolectar la unidad se transforma en colectividad, y en ese momento la especificidad se hace número, un número que nos empuja hacia la desmemoria.

Hace ya mucho tiempo que nos hemos acostumbrado a tratar la violencia de género como un número. En ocasiones los números aportan cierta identidad, como cuando hablamos de mujeres centroeuropeas asesinadas, de hombres maltratados, de menores de edad violadas a manos de sus parejas, etc. Pero estos datos no aportan cercanía a la historia, y al final seguimos sintiendo que son sólo números que construyen un muro de datos sin sentido.

La performance ofrece al artista la posibilidad de activar en el público pensamientos diversos desde un escenario mucho menos direccionado que otros lenguajes artísticos. Por ello, accionar este año en una pequeña plaza de un barrio como la Milagrosa me ha ofrecido la posibilidad de hablar de un tema que me preocupa de manera constante y al que estamos peligrosamente empezando a acostumbrarnos. No podemos permitírnoslo. No debemos permitírnoslo.

Hoy comparto con vosotros un pequeño pedacito de esa acción que ha sido registrada con una enorme sensibilidad por Mikel Tolosana y en la que he contado con la siempre generosa ayuda de Ana Rosa Sánchez. No puedo tampoco dejar de agradecer la compañía de todos los que os acercásteis hasta esa placita de la Milagrosa para reflexionar conmigo.  Vamos a seguir reflexionando juntos porque el arte va más allá de los grandes fastos de ferias, museo y galerías. El arte se construye desde todos, incluso desde los que no se consideran parte de él.

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¡Oh museo, mi museo!

 

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El pasado 15 de mayo celebrábamos el Día Internacional de los Museos, una fiesta que se extiende a lo largo de la semana con actividades de todo tipo. Resulta extraño pensar que haya gente que sólo visita el museo cuando el calendario de efemérides marca la palabra en rojo pero no es menos sorprendente pensar en toda esa gente que nunca visitará un museo. Cierto es que, por mucho que nos empeñemos en decir lo contrario, la cultura sigue siendo un alimento extraño para una gran parte de la población. Sin embargo, no es esta una excusa para quedarse a dormir plácidamente al amparo de colecciones, patrimonios varios y estructuras educativas cómodas y sencillas. El museo debería visitarse mucho más pero en estos momentos lo fundamental no es sumar visitantes amparándose en una sonora festividad sino repensar el propio museo para reactivarlo en base a las necesidades de una sociedad que transita cada vez más por códigos muy diversos.

Mis pies llevan más de 20 años caminando por salas de museos. Museos que he visitado, observado, disfrutado, e incluso detestado, y en los que, por supuesto, también he trabajado y trabajo. No obstante, la primera visita guiada que realicé no fue en un museo sino en la calle. Así es señoras y señores, yo empecé haciendo la calle. Y como buena bilbaína tenía que empezar a lo grande: en un barco. Bueno, confieso que más que un barco era una barcaza que cruzaba armoniosa la ría hasta su desembocadura en el mar. El nombre de la barquita en cuestión era El Tximbito, lo que me impulsaba a mantener bien alta la barbilla al hablar para no perder la poca dignidad que sentía me quedaba.

La euforia por el arte abstracto, los perros de flores y los pintxos microscópicos no había llegado aún a la capital vizcaína así que los guías mostrábamos nuestro entusiasmo explicando las luces y sombras del patrimonio industrial de la ciudad: que si aquí se descargaban los plátanos de Canarias que se distribuirían por Europa, que si ahí se almacenaba el bacalao de Noruega o que si allí se reparaban los barcos mas grandes que un ser humano pueda llegar nunca a imaginar. Todo, ya lo ven, muy bilbaíno. Ese turismo que se construía desde el orgullo de enseñar tu ciudad a partir de lo que tus propios abuelos y abuelas te habían contado y todo aquello, menos fiable, que te contaban los libros de Historia.

La suerte hizo que pudiese abandonar pronto la calle (hoy en día sigo valorando enormemente a los guías que trabajan en espacios abiertos porque es francamente duro) y pudiese seguir creciendo en un pequeño museo del casco antiguo de la ciudad: el Museo Etnográfico, Aqueológico e Histórico Vasco. Un maravilloso museo que se ha revitalizado en los últimos años pero que en esa época era, como tantos museos, un espacio pequeño, oscuro y nada amable con el visitante. En ese momento empecé a comprender que las visitas de la mayoría de los museos se plantea como una especie de buffet libre en el que no importa el hambre que tengas, el objetivo es probar de todo. Y en ese sinsentido yo debía transitar, en un recorrido de apenas 90 minutos, desde las distintas fases de la Prehistoria representada en los objetos de la colección hasta la creación de la Cámara de Comercio de Bilbao, pasando por la migración de los pastores vascos a América. ¡Y ni un chupito de whisky me podía tomar!

En este escenario seguí trabajando y formándome hasta que la vida me ofreció la oportunidad de trabajar en un museo que llevo y llevaré siempre en mi corazón: el Museo de Bellas Artes de Bilbao. También este museo ha ampliado y mejorado notablemente sus instalaciones y exposiciones, sin embargo, en esa época ya existía algo que se mantiene y que representaba una verdadera joya: un gran equipo. Descubrí allí a profesionales que disfrutaban de su trabajo y conseguían hacer de lo difícil algo fácil. Los responsables del departamento de educación, con los que sigo teniendo una buena amistad aún desde la lejanía, me enseñaron que en una colección no hay obra pequeña si el educador es capaz de transmitir su belleza y valía. Fue en esa época y en ese museo donde descubrí que deseaba ser educadora, lo que en mi caso abarca muchos campos de trabajo, incluso el de la creación artística.

Pero todos sabemos que en las fiestas es difícil no ceder a la tentación de la rubia con largas piernas que te guiña el ojo desde el otro lado de la mesa. Mi rubia se llamaba Museo Guggenheim Bilbao y sobra deciros que no me pude resistir. Es imposible contaros todas las experiencias que allí viví. El inicio de ese museo fue francamente emocionante porque de la noche a la mañana todos sentimos que éramos el centro del mundo. Pude ver por primera vez ante mis ojos obras de Picasso, Rothko, Pollock, Kandinsky, Bourgeois, y tantos y tantas artistas que admiraba pero que sólo conocía de los libros. En esa etapa crecí enormemente como profesional y podría decir que me hice adulta como educadora.

No obstante, el Guggenheim también representó para mí el descubrimiento de una dura realidad: que la educación siempre será un terreno secundario frente a la obsesiva necesidad de gran parte de la casta política, y por extensión de los directivos de museos, de hacer de la cultura un clon de IKEA. Descubrí, al mismo tiempo, que en el arte no hay término medio, o se está del lado burgués y glamuroso de los grandes espacios museísticos o se malvive en pequeños centros hacia los que casi nadie mira. El arte, no lo olvidemos, es pura magia pero también pura perversidad.

Y cuando creía que mi vida no podía abandonar esa torre de Babel en la que me intentaba desenvolver lo mejor que podía día a día, surgió un regalo: el  Museo Oteiza. Me mudé a tierras navarras con muchas cajas de libros y dos gatas, y pasé del titanio al hormigón, de la ciudad al monte, del tacón al zapato plano, de no tener un lugar donde apoyarme al acabar las visitas a tener un despacho desde el que oigo cantar a los pájaros, y en definitiva, pasé de vivir del arte a vivir EN el arte. Oteiza me recuerda diariamente que debo enfrentarme a mis miedos y luchar para que la educación nunca se asiente en una zona de confort. Y por si fuera poco sigo acompañada de un equipo excepcional.

Estos días, ante la celebración del Día de los Museos, recordaba todos esos años y me preguntaba si las cosas, desde entonces, han cambiado mucho. Dejando de lado las cuestiones económicas, que bien merecen un capítulo aparte, creo que la educación en los museos ha mejorado mucho pues no podemos negar que existen grandes profesionales trabajando para ampliar contenidos, metodologías y miradas. Sin embargo, a mí me sigue faltando algo: CALLE. Yo empecé en la calle y cada vez tengo más claro que el museo debe salir a la calle para sobrevivir. Salir a la calle supone escuchar las voces nuestro entorno «real» y digital y no basar los contenidos de la actividad educativa únicamente en las colecciones sino en  las distintas necesidades sociales. Salir a la calle supone romper las barreras físicas del museo y desarrollar actividades en los diversos lugares de la ciudad y de los pueblos. Salir a la calle supone dejar de museabilizar la educación haciendo de cada actividad una foto de escaparate y centrarnos en experimentar más aunque nos equivoquemos por el camino. Salir a la calle supone liberar a las colecciones de arte de su presidio.

Igual los técnicos de museos deberíamos levantarnos de nuestras sillas y subirnos a las mesas de nuestros despachos al grito de ¡Oh museo, mi museo! La revolución no se hace hablando, se hace actuando.

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PERSONA. Arte y neurología. Tras los pasos de Mikel Belascoain y Manuel Murie

 

 

La mayor parte de los mortales, Paulino, se queja de la malevolencia de la naturaleza porque nos engendra para un periodo escaso, y ese tiempo concedido se nos pasa tan rápido y veloz que, exceptuando a muy pocos, al resto le abandona la vida durante los propios preparativos de la vida.

Lucio Anneo Séneca

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Mi primer contacto directo con Mikel Belascoain fue a través de la pantalla de un ordenador. No, no nos conocimos a través de las redes sociales intercambiando mensajes tan reales como maquillados, fue algo que a día de hoy resulta más arcaico: un mail. Hace ya unos años fui invitada por el Centro de Arte Contemporáneo Huarte a dar una charla sobre esos temas que me acompañan constantemente: arte social, educación experimental, y otras “cosillas”. La charla fue muy agradable, siempre más corta de lo que una desea, y yo volví a mi casa sin dar más vueltas al tema pensando tan solo en lo mucho que deseaba que les hubiese resultado útil  (mira que odio la palabra útil).

A la mañana siguiente, recibí un mail que me dejó enormemente sorprendida. Mikel me escribía agradecido por la charla y expresaba en un largo correo todo lo que había descubierto esa tarde. No es habitual que alguien te agradezca una charla pero lo es aún menos que ese alguien dedique parte de su tiempo a transmitir con detalle lo que tus palabras le han aportado. Entendí entonces que estaba ante una persona que concibe el tiempo no desde su fugacidad sino desde las oportunidades que este nos brinda. Mikel no es de los que, como diría Séneca, gasta su vida en preparativos sino de los que hace de la vida un acontecimiento constante. Mira, observa, piensa y vive.

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Mikel Belascoain y Manuel Murie con los protagonistas de PERSONA

 

La pasada semana presentó en Baluarte PERSONA, un nuevo proyecto que explica esa forma de entender la vida y el arte que hace de Belascoain un artista especial. Un trabajo vitalista y colorista que extrae desde un complejo proceso de destilación lo mejor de distintas personas. El proyecto, no me extenderé en detalles ya que tenéis toda la información en su web, presenta una obra de 7 metros compuesta por 14 imágenes sobre la visión del concepto Persona gestada tras un año de charlas y confidencias con 5 personas con patologías neurológicas graves, pacientes del médico neurólogo Manuel Murie, impulsor de esta aventura.

8470d7_81a26353adcb4fea905e9135eb33bb1bLa primera imagen que vi del proyecto mostraba a Mikel caminando alrededor de las pinturas en pleno montaje expositivo. Su trabajo yacía paciente en el suelo a la espera de ser colocado sobre una gran estructura metálica donde se muestra en la actualidad a modo de gran retablo compuesto de historias tan intensas como lejanas para el espectador. Y observando la obra en esa posición mi cabeza no podía dejar de pensar en el juego de la rayuela, ese juego infantil que representa el conocimiento de uno mismo, y de donde surgirán otros juegos de búsqueda como el laberinto, la petanca o el juego de la oca. Miraba atentamente las pinturas en el suelo y sentía una enorme necesidad de lanzar una pequeña piedra (esa que siempre acaba en el zapato) y empezar a saltar sobre cada historia como única forma de entender lo que allí había ocurrido. Necesitaba mirarlas pero también sentirlas en mi cuerpo. Una especie de acción destructiva de la obra de Mikel que, por supuesto, nunca se me permitiría realizar.

rayuelaEl cerebro se me antoja una especie de tablero de rayuela, compuesto por casillas numeradas y perfectamente ordenadas. En apariencia, todos deberíamos tener la oportunidad de jugar la misma partida pero la vida nos demuestra claramente que no es así. Lanzamos la piedra el día que abrimos los ojos a este mundo, y a partir de ahí una gran parte de lo vivido nunca estará bajo nuestro control.

En una verdadera partida de rayuela tendríamos que hacer equilibrios sobre nuestra pata coja pisando poco a poco las casillas hasta completar el tablero. La diferencia es que en este caso el juego no podría darse nunca por finalizado porque las personas que construyen las historias que Mikel cuenta en PERSONA no pueden descansar sobre la otra pierna en ningún momento, su caminar se articula siempre desde el frágil equilibrio entre la certeza y la incertidumbre. Sus cuerpos tocarán las casillas del tablero con el pie mientras que su cerebro permanecerá suspendido en el aire. No hay respuestas fijas. No hay partida ganada. Una constante lucha, que se torna juego gracias a la vitalidad y ganas de vivir que todas ellas demuestran en su cotidianidad, que explica – según palabras del propio Manuel Murie- las características básicas del ser humano: la inteligencia, el amor, la comunicación, la empatía, las creencias, la aceptación, la fragilidad, la soledad y la amistad.

Personalmente creo que uno de los aspectos más interesantes de este proyecto es que Mikel no ha construido su relación con los pacientes de Manuel desde la acción artística directa. Es decir, no se ha puesto a pintar semanalmente con ellos, no les ha hecho crear obra en el taller para mostrarla después en la exposición en un gesto que la mayoría de las veces resulta excesivamente lacrimógeno y superficial. El artista no tiene que intentar que los demás sean artistas cuando se enfrenta a un proyecto de este tipo. Belascoain siente la necesidad de expresarse a través de la pintura pero Patxi, Marta, Luis, Aimar y Charo –protagonistas de estas historias- no se identifican con esa actividad por lo que la relación con el artista se basa en el encuentro entre palabras y gestos. Sensaciones y emociones que Mikel, a través da la magia de la pintura, ha transformado en lienzos.

 

PERSONA es –según palabras del propio artista- una visión artística de la persona inspirada por personas. Y el resultado es color, luz, estrellas, movimiento, danza, sensualidad, sexualidad, música, sonidos, horizontes, besos… El resultado es vitalidad porque la historia de cada uno de ellos supone para la mayoría de nosotros una intensa patada en el estómago que nos recuerda que la capacidad de disfrutar de la vida surge de nuestras ganas de vivirla no de las cartas que nos repartan en la partida. La vida no se espera, se alcanza. En ocasiones, como en el caso de los pacientes con enfermedades neurológicas, puede llegar a ser jodidamente complicada pero en lo complicado, en lo difícil y en lo doloroso también encontramos momentos de intensidad tan auténticos que nos recuerdan que esto merece la pena.

Mikel Belascoain charlando con Patxi Vicuña en el documental
Mikel Belascoain charlando con Luis del Río en el documental

PERSONA se completa con una película documental de 40 minutos, la primera dirigida por Belascoain, que muestra un recorrido cercano por las distintas historias de cada paciente. Es una pieza documental de una delicadeza extrema en la que la exquisita mirada del fotógrafo Miguel Goñi Aginaga va recorriendo distintos escenarios en los que la palabra adquiere el papel protagonista y las imágenes se llenan de intensidad gracias a una banda sonora creada ad hoc por Daniel Ulecia, Cristina Martínez Lana y Jon Ulecia . La vitalidad también se siente en el documental pero no de una manera tan directa o carnal como en las pinturas. En la película lo vital es un soplo suave de aire. Aquí la imagen pasa del blanco y negro a los tonos suaves de un atardecer y una se siente emocionada y a la vez calmada como cuando lees una de esas poesías que te arranca una lágrima al tiempo que te hace sentir el cuerpo agradablemente somnoliento.

  • ¿Qué es lo que más echabas de menos después del ictus? –pregunta Mikel a Patxi Vicuña al inicio del documental.
  • Besar – responde sin margen de duda. La primera vez que volví a besar a mi hijo fue alucinante.

Bésense más. La vida es demasiado corta para desperdiciarla en preparativos absurdos.

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REMEMBRANZA. La performance como autococimiento.

 

 “Huck piensa que mi diario no tiene precio: el punto de vista de la mujer, lo biológico separado de lo ideológico en mí. Psicología femenina revelada (la protección de la mujer, agresiva como una tigresa cuando defiende a sus cachorros. Ninguna masculinidad, pero todo cuanto tiene de positivo sería tomado por masculino).”

Anaïs Nin

 

Desde 1931, tras una intensa aventura amorosa con Henry Miller, Anaïs Nin dedica su vida a la búsqueda del amor perfecto. Una quimera que narra en sus diarios construidos con palabras tan evocadoras como valientes porque Anaïs se muestra provocadora, erotizada y hasta cruel, al tiempo que se revela como un ser frágil y expuesto a los constantes desplantes de sus amantes. Ella afirma convencida que “todo cuanto (la mujer) tiene de positivo sería tomado por masculino.” La constante necesidad sexual es masculina. La capacidad para dominar al otro es masculina. La crueldad en el trato a quien se quiere es masculina. La capacidad de diferenciar lo biológico de lo psicológico es masculina. ¿Es esto cierto? No lo es. ¿Son estas afirmaciones válidas? No lo son.

Sin embargo, hoy en día muchas mujeres siguen sintiendo la necesidad de (de)marcar sus papeles en el entorno en el que se mueven teniendo muy en cuenta que lo que se ve positivo en un hombre no tiene el mismo cariz en una mujer porque no se puede ser una madre erotizada, una novia cruel o una jefa dominante. Bueno, se puede siempre y cuando la piel exterior no revele de forma rápida y directa ese papel, siempre y cuando no se vea a primera vista cómo es una misma y, sobre todo, quién es. Y si hay algo que ayuda a ser muchas dentro de una esto es el maquillaje, el aliado perfecto para cubrir de pieles falsas la verdadera piel.

IMG_1327El maquillaje en la mujer representa un escudo de protección mayor que la propia ropa. Personalmente siempre me ha asustado mucho más que un amante descubra mi rostro cansado y sin maquillar a la luz del alba que la posibilidad de que el sol le muestre las imperfecciones de mi cuerpo, que la noche y las sábanas me ayudaron a cubrir. Porque en el rostro está todo. El cansancio, el miedo, los desamores, la inseguridad siempre se muestran en la piel por muy feliz que te sientas en ese preciso momento. La piel es tu pasado y como tal tu carta de presentación en el presente. El maquillaje se transforma así en nuestro aliado sin darnos cuenta de que es también nuestro peor enemigo porque nos aleja de nosotras para obligarnos a entrar en una clara dependencia emocional. Y sobre todo, porque nos hace pensar que somos capaces, a golpe de brocha, de esconder lo que somos y crear una nueva mujer. La mayor trampa es querer ser otra olvidándose de seguir construyendo en el presente la verdad de una misma.

El pasado mes de marzo Ana Rosa Sánchez y una servidora fuimos invitadas por Amelia Aguado, directora del Museo de Arte Africano de Valladolid, a participar en la programación de la Bienal Miradas de Mujeres 2016. Nos resulto sencillo seleccionar el tema de la performance a presentar dentro de dicho festival ya que hace tiempo que habíamos hablado sobre la necesidad de trabajar sobre el uso del maquillaje.El entorno era perfecto ya que la sala que nos propusieron para accionar está rodeada de máscaras que representan seres mitológicos desarrollados en la cultura africana desde ropajes y maquillajes de una enorme complejidad. La máscara como herramienta para inventar otros seres. El maquillaje como vehículo para escapar de la realidad.

No os voy a negar que cuando llegamos a Valladolid y entramos en esa sala las dos nos sentimos fuertemente impresionadas. Ana y yo nos entendemos ya con solo mirarnos y las dos nos dijimos sin hablar que el espacio podía llegar a devorarnos. Una de las cosas más bellas de la performance es la relación que el artista establece con el espacio en el que acciona. En este caso, la presencia de arte africano y la luz baja y en cierto modo teatral, nos hicieron sentir más pequeñas, algo frágiles y con la sensación de que no podríamos conectar con el público.Sin embargo, preparar la sala nos ayudo poco a poco a sentirnos parte del museo.

REMEMBRANZA propone una acción sencilla y de cierto corte poético (terreno en el que yo me siento más sincera y generosa) en la que reflexionamos sobre la utilización del maquillaje como herramienta de construcción sobre la identidad de la mujer. ¿Qué supone para nosotras maquillarnos diariamente? ¿Somos conscientes de los diversos maquillajes que utilizamos a lo largo de la semana para proyectar distintas mujeres en nosotras mismas? ¿Son esas mujeres reales o simplemente placebos que alivian la negación de una parte de nosotras?

La acción comenzaba enfrentando nuestros rostros sin maquillar y buscando nuestras miradas que serán las que activen las preguntas (y con ellas los miedos) en nosotras mismas. La mesa en la que nos sentábamos proyectaba una especie de escenario bulímico de maquillaje: cestas con tantos pintalabios, lápices de ojos o coloretes que necesitaríamos varios años para gastar. Desde ese escenario cada una elegirá sus colores, pensará en su máscara e intentará reconstruirse.

IMG_9194La habitación ( esa compleja sala expositiva habitada por una parte de la colección de arte africano) mostraba espejos colocados a distintas alturas lo que hacía de la acción de maquillarse una especie de búsqueda frustrada ya que dichoacto no siempre proyectaba en el espejo nuestro rostro sino también nuestro pecho, nuestro sexo o nuestros pies. Es decir, no siempre podíamos vernos la cara al pintarnos. El espejo es un objeto fundamental en esta acción ya que representa la mentira de la imagen. ¿Me veo realmente a mi misma cuando me miro en el espejo? ¿Reconozco mi yo ante tantos “yo”?

IMG-20160317-WA0007La microacción se repite a lo largo de una hora. Maquillarse y desmaquillarse de forma continua y compulsiva durante 60 minutos produce efectos demoledores en el rostro. Recuerdo mis ojos llorando, la sensación de que mi boca se agrietaba o la certeza de que mi imagen caminaba entre lo grotesco y lo ridículo. En este punto es muy importante la reacción del público ante nuestra mirada. Cada vez que nos volvíamos a maquillar nos situábamos frente a uno de los asistentes clavando nuestra mirada en la suya durante segundos que parecían minutos. Mirar a los ojos de alguien es la forma de desnudo más generosa y a la vez agresiva que existe. Algunas personas bajaban la mirada, otras empezaban a sonreír nerviosamente, y algunas se tensaban ante la certeza de que también ellas eran observadas.

¿Y yo qué veía? ¿Y yo qué sentía? Me sentía frágil, juzgada, fea, ajada. Me sentía valiente, mujer, poderosa, sexual. Es difícil mirar sin filtros pero REMEMBRANZA me ha regalado la certeza de que yo soy muchas mujeres sin necesidad de maquillajes, algunas me gustan y otras, simplemente, las tolero en mi. O puede que sólo sea una y mi ego herido de miedo crea tener varias.IMG_9213

Lo más hermoso de una performance es que te permite barrer esquinas de ti que ya tenías olvidadas. Comenzado el mes de abril no puedo negar que últimamente me he encontrado a mí misma maquillándome de forma más pausada y reflexiva. Y algunos días, hasta me ha relajado observar mis ojeras y esa mirada que tiene ya tanto vivido que es imposible que no se nuble de vez en cuando. Lo que encontré en la mirada de Ana lo reservo para mí porque la performance tiene la virtud de regalarte momentos de intimidad que nunca serán museables.

Gracias a Amelia Aguado @Amaguado y a Oliva Cachafeiro @Mariarondillera por hacernos sentir como en casa.

Y para ti Ana no tengo palabras. De tu mano todo es fácil.

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FELICITE AL ARTISTA DE MI PARTE. LA VIDA MÁS ALLÁ DE ARCO.

Hace tiempo que no me asomaba por las páginas de este NO blog para contaros experiencias, sensaciones e impresiones. No tengo una justificación clara. Supongo que las navidades me descolocaron, enero me descentró y febrero me remató. Y contar cosas por contar, sin sentirlas ni vivirlas no tiene para mi mucho sentido.

Sin embargo, los últimos días pasados en Madrid me han dado de nuevo ganas de vomitar palabras. Y utilizo el término vomitar en homenaje a todos aquellos que me he encontrado estos días por las ferias y me han dicho eso de: “A ver si te relajas un poco porque no dejas títere con cabeza. Que parece que no estás nunca contenta con nada.” Como si estar contenta con todo fuese una especie de virtud sacra.

En fin, que varios días en Madrid, en esto que llamamos «semana de ARCO» dan para mucho. Una se enfrenta desde la mañana a ferias, exposiciones varias y alguna que otra cena. ¿Y qué puedo yo contaros de todo eso que no hayan contado ya los demás? La prensa y las redes sociales se han llenado de referencias a las obras más importantes o más destacables, y en la mayoría de los casos esas referencias las han realizado profesionales del arte que tienen con seguridad más criterio que yo. No tendría por lo tanto sentido redundar en ello.

No obstante, los paseos por la ciudad me han hecho reflexionar un año más sobre el hecho de que existen aún muchos artistas que centran la construcción narrativa de su obra en historias reales, críticas y sociales pero estas no se extienden en casi ningún caso a la calle a lo largo de esos días. El arte contemporáneo vive en una especie de burbuja aséptica sin contacto con el no profesional, con el no iniciado, con el no aficionado, y eso supone para mí una oportunidad perdida de acercar el arte a todos, de activarlo, de ponerlo en tela de juicio, de hacerlo vivir en la vida misma.

En esos paseos retumbaban en mis oídos las palabras de Joseph Beuys cuando definía su concepto de escuela: “la escuela está en la calle; cuando hablas de esas cosas en la verdulería. Eso significa que el proceso escolar no sólo tiene lugar en la escuela, sino que empieza en cuanto un ser humano habla con otro de esas cosas.» Esas lúcidas palabras podrían trasladarse sin dificultad al concepto de arte que me he encontrado en algunas microhistorias ( y así las defino porque ninguna duró más de dos minutos) y vivido estos días, y en las que me he dado cuenta de que el arte está principalmente en la mirada, y la mirada es de todos. Por ello, me ha parecido más honesto compartir esas sencillas historias en lugar de hacer crítica de arte desde lo visto en las exposiciones.

Estas son mis tres “obras” seleccionadas en la semana de ARCO. Historias reales que me han ocurrido en espacios alejados de las ferias de arte.

MICROHISTORIA 1. Viernes 14.30h Una Cafetería de Lavapiés.

Comía sola en una pequeña cafetería cuando se sentó a mi lado una pareja. Él tendría unos sesentaicinco años y ella algo más de setenta. Él le explicaba cariñosamente cómo había recibido un mail con un archivo que no podía abrir y eso le tenía preocupado todo el día.

  • Cómo es de curiosa la mente- le dice él. Hay días en que pienso que me apetecería estudiar psicología para entender mejor algunas cosas. No sé cuantos años dura la carrera pero igual lo hago.
  • Creo que ahora son tres años- le contesta ella.
  • Bueno, la verdad es que como sólo lo haría por disfrutar poco importa. Siempre será mejor que te enseñen otros que aprender por tu cuenta- le explica.
  • Pues yo últimamente leo muchas cosas de Bellas Artes. Es lo que más me gusta- cuenta ella.
  • Ah, pues deberías estudiar la carrera de Bellas Artes porque tiene que ser muy hermosa y lo harías muy bien- le responde él con una sonrisa.

MICROHISTORA 2. Sábado 19.30h Barrio de Usera.

El sábado a la tarde, a contracorriente de todos, me dirigí al barrio de Usera invitada por Berta Delgado para ver un ensayo de su performance Kowloon. Os puedo asegurar que fue todo un honor. Como siempre llegué pronto y, como siempre, decidí meterme en un bar a esperar porque el frío era inhumano. Era un bar de barrio obrero, sin mujeres, con la tele a tope viendo, creo,  un Getafe- Levante, y con esa sensación de estar en un lugar en el que el tiempo transcurre de otra manera.

Pedí una caña al camarero y este me sacó con ella un indescriptible cacho de pan amarillento como tapa que fui incapaz de comer. Al momento se me acercó un señor mayor y me dijo:

  • Lleva usted una falda preciosa. Un color que le favorece mucho.
  • Muchas gracias- le contesto. El azul es mi color favorito. Es un azul oscuro que algunos llaman azul Klein.
  • ¡Qué nombre tan raro!- dice serio.
  • Se llama así porque digamos había un artista francés llamado Yves Klein que lo usaba mucho en sus cuadros.
  • Vaya, pues es un color precioso. Felicite al artista de mi parte- me contesta con una sonrisa.

MICROHISTORIA 3. Domingo 12.00h Museo Nacional de Arte Reina Sofía.

El domingo por la mañana decidí acercarme al Museo Reina Sofía para ver la exposición de Ignasi Aballí, un artista al que valoro enormemente. La exposición me fascinó desde el primer momento y en lugar de salir del museo nada más terminar de verla me quedé un rato sentada en un banco del pasillo. En ese momento se me acerco una señora mayor con una niña (intuyo que sería su nieta) y me preguntó:

  • Disculpe, ¿sabe qué significan esas palabras que hay escritas en los cristales de la ventanas?
  • Es una obra que se titula “Un paisaje posible” y es de Aballí, el mismo artista que expone en esas salas- le digo.
  • ¿Pero le han dejado poner cosas en las ventanas?- pregunta extrañada.
  • Bueno, Aballí es un artista que intenta romper las estructuras prefijadas tanto de las obras como de los espacios expositivos. Digamos que es un rebelde- le digo sonriendo.
  • Me encanta que las exposiciones ocurran también fuera de las salas. Vamos a empezar a venir más por aquí- dice mirando a la niña.

Después las dos se sentaron en el banco de al lado y empezaron a hablar de las palabras escritas en los cristales. Charlando, riendo, levantándose e incluso tocándolas.

Estas y otras historias también construyen el arte. Son miradas distintas, con distintos códigos y distintos tiempos pero al fin y al cabo miradas. A veces los profesionales del arte deberíamos recordarnos a nosotros mismo que hay vida más allá de ARCO.

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¿QUÉ QUEDA POR HACER?

Una se propone todos los años no caer en la absurdez de hacer balance del año agotado ni ceder a la tentación de generar promesas sobre el tiempo a estrenar pero resulta complicado no hacerlo. Estos días, pensando en el cambalache político que vive nuestro país y en las dolencias varias que sufre su cultura me venía a la mente un texto que tiene ya, ni más ni menos, casi 100 años.

"Fuck you 2015" Retrato. Fotografía de Asun Requena.
«Fuck you 2015» Retrato. Fotografía de Asun Requena.

El 5 de enero de 1921, Antonio Gramsci escribía en Ordine Nuovo una declaración de principios que daba forma a los ideales del movimiento futurista pero que resulta, a día de hoy, tan actual como reveladora: “¿Qué queda por hacer? Solo destruir la forma actual de la civilización. En este campo, ‘destruir’ no tiene el mismo sentido que en economía: destruir no significa privar a la humanidad de productos materiales necesarios para su subsistencia y desarrollo; significa destruir jerarquías espirituales, prejuicios, ídolos, tradiciones insensibilizadas, significa no tener miedo de las novedades y de las audacias, no tener miedo de los monstruos, no creer que el mundo va a derrumbarse si un obrero comete faltas de gramática, si un poema es defectuoso, si un cuadro se parece a un cartel, si la juventud hace un palmo de narices a la senilidad académica y pesada. Los futuristas han representado este papel en el ámbito de la cultura burguesa: han destruido, destruido y destruido sin preocuparse por saber si sus nuevas creaciones, producidas por su actividad, constituían en conjunto una obra superior a la destruida: han tenido confianza en sí mismos, en el ardor de sus energías…”

En este afán aniquilador los futuristas abogaban también por la destrucción de las estructuras culturales más tradicionales como el museo. Es evidente que el museo como repositorio de arte no se ha destruido, como tampoco se ha acabado con las galerías o con los centros culturales. Es también esperanzador ver cómo todos esos escenarios empiezan a abrir sus puertas a proyectos de carácter más transversal, a propuestas de corte intergeneracional y a creaciones más abiertas en ideologías, formatos y lenguajes. Sin embargo, existe algo que no solo no se ha destruido sino que alimenta las bases de todo el engranaje cultural de nuestro país: el miedo a esas novedades y audacias de las que hablaba Gramsci.

La obra de arte, tal como defendía vehementemente Jorge Oteiza, es resultado de un proceso de “desalienación”. Los resultados electorales de este último mes nos han demostrado que romper el orden de la línea recta, de lo establecido, de lo jerárquico y de lo “tradicional” es una labor de titanes pero no una labor imposible. La cultura, y por extensión el arte, camina desde códigos muy cercanos a lo político porque el arte es una forma de hacer política. Por ello, en lo cultural y, cómo no, en sus instituciones  se aprecian formas de hacer que poco tienen que ver con la superación del miedo y mucho con el confort personal de directores, comisarios, galeristas o artistas.

Esa ‘zona de confort’ empuja de forma inconsciente, cuando no lo hace desde la inmoral consciencia, a programar contenidos más cercanos a lo popular que a lo crítico, a construir actividades de fácil encaje social, a proyectar la carrera de artistas amables y adecuados para el escaparate de lo museable y, en definitiva, a seguir la línea recta compuesta por piezas que poco o nada tienen que ver con la construcción de la identidad crítica de un país y mucho con la sobrealimentación del enchufismo, el amiguismo y la idolatría por los ‘grandes’ del arte.

A punto de finalizar el año puede que la pregunta pertinente no sea ¿Qué queda por hacer? sino ¿Qué podemos hacer? Y podemos, desde los distintos escenarios que cada una y cada uno tenga la suerte de pisar, intentar vencer ese miedo. Los profesionales debemos empezar por cuestionar nuestro trabajo y nuestra “forma de hacer” para conseguir recuperar esa audacia que la maldita crisis y, a través de ella, ese terror a no formar parte de esto que llamamos mundo del arte nos han hecho perder. Es fundamental salir de la zona de confort y arriesgarse a trabajar en proyectos que rompan la línea recta. Puede que los resultados de esos proyectos, más humildes, más periféricos y más difíciles de defender, no nos aporten éxitos rápidos y ruidosos pero serán la base de un futuro cultural más sólido.

Sobra decir que como espectadores también tenemos una responsabilidad y es la de comprender que el consumo de cultura no puede ser siempre un camino sencillo y amable, ni un mero divertimento para cubrir nuestras horas de ocio. Consumir cultura es ayudar a que la cultura crezca y para ello, tenemos que visitar los pequeños museos, mostrar interés por esas galerías que defienden cada día a los artistas más jóvenes, acudir a conferencias , visitas o talleres que no saldrán nunca en las listas de ”los más” a fin de año pero que tienen detrás equipos de profesionales que pelean diariamente con verdadera pasión para ofrecernos lo mejor de ellos y que están, en definitiva, componiendo piedra a piedra la base cultural de nuestra sociedad.

Supongo que leyendo estas líneas muchos pensaréis que este activismo cultural que defiendo con voz alta suena tan populista como poco efectivo pero yo creo firmemente en que podemos hacer más de lo que creemos y si tan sólo una o uno de vosotros decide acompañarme en esta lucha por destruir lo caduco para construir lo futuro a través de pequeños pasos y sencillos gestos ya me siento satisfecha.

NOS VEMOS A LA VUELTA DE LA ESQUINA. FELIZ 2016. URTE BERRI ON.

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PORQUE EL CONTEXTO TAMBIÉN ES TEXTO. SOBRE PERFORMANCE Y OTRAS HISTORIAS

Los que me conocéis sabéis que no soy mujer de modas. No porque ir en contra de “lo popular” me haga sentir más independiente o especial sino porque la mayoría de las modas, tengan estas  forma de discurso o de corte de pelo, me aburren enormemente. Sin embargo, debo admitir que esta semana he decidido claudicar y hablar con vosotros sobre un tema que está muy de moda en el panorama artístico: la performance.

Abel Azcona realizando la performance "Pederastia"
Abel Azcona realizando la performance «Pederastia»

En Pamplona, ciudad en la que vivo y desde la que habitualmente escribo estas líneas bajo la forma de lo que la contemporaneidad llama ‘post’ y que en mi caso no son más que reflexiones de bar ( un espacio, por cierto, muy creativo), el tema de moda ha sido la performance del artista navarro Abel Azcona en la que a partir de una serie de hostias consagradas compone la palabra «pederastia» como forma de activar la atención sobre un tema que se mire desde el ángulo desde el que se mire resulta de una inmoralidad vomitiva. Era de esperar que el tema levantase ampollas en una ciudad en la que la Iglesia más rancia y retrógrada se cuela hasta en las alcantarillas del barrio más perdido.

Mujer agredida en el recinto de Art Basel Miami
Mujer agredida en el recinto de Art Basel Miami

 

 

 

 

 

 

 

En un ámbito mucho más lejano, una mujer era acuchillada en la Art Basel Miami, la principal feria de arte contemporáneo del continente americano, ante la atónita mirada de los visitantes y guardas de seguridad. El terrible suceso se confundió por breves momentos con una performance y, como  tal, con una extensión de la expresión artística llevada al límite más extremo de la creatividad morbosa.

Los dos hechos han abierto de nuevo el eterno debate sobre lo que es y no es arte, sobre los límites del artista para reflejar escenarios reales de la propia vida, y sobre la incapacidad del arte de acción para conectar de una manera empática con el espectador. Sin embargo, hay algo que me preocupa por inexistente en casi todos los debates al respecto, y es el hecho de que la acción de la performance se construye en un escenario temporal pero también físico por lo que el contexto en el que se desarrolla es también texto, es decir, también aporta contenido al debate.

La primeria historia, aquella en la que Abel Azcona habla sobre pederastia es una performance “oficial” que se encuentra registrada en fotografías y materializada en una instalación, y que toma la forma de lo museable en una exposición titulada “Desterrados”.  La segunda, ese apuñalamiento llevado a cabo en Miami, se sabe ya que no ha sido una acción performativa sino una “simple” agresión. Y aunque vemos claramente la diferencia entre uno y otro es enormemente importante reflexionar sobre el hecho de que es el contexto el que aporta narrativa artística a una y otra acción. Las dos, de una manera u otra han entrado en el terreno del arte. ¿Por qué?

La performance representa la esencia más pura de la creación artística porque es capaz de transgredir los límites de la pintura, la música, la escultura, el teatro, la danza, el cine, la poesía o el video. En esta apertura casi ilimitada de códigos es importante no olvidar que la performance tiene la inigualable capacidad de invadir el territorio de lo no artístico, de lo común, de lo cotidiano, de lo menor, de lo escondido, a fin de trastocar el equilibrio y las normas que en tantas ocasiones nos impiden ver el fondo de la piscina.

Es por ello que no debe asombrarnos que una ciudad de fuerte tradición religiosa como Pamplona se indigne ante una acción performativa que centra la mirada en una herida demasiado profunda para mostrarla de forma directa, o que una acción no artística se confunda con una acción performativa en un espacio al que la gente va a ver y consumir arte, una feria. El escenario es esencial para comprender por qué ambos casos caminan en la frágil línea de lo que se define como arte. En la primera acción, lo artístico se hace social, no a través del artista sino a través de la identidad de la propia ciudad. En la segunda, lo no artístico se hace arte, no a través de la agresora sino a través de la identidad de la propia feria. El contexto escribe el texto.

La pregunta que deberíamos hacernos no es si la performance tiene o no tiene validez. No deberíamos cuestionarnos si la performance, y por extensión el/la performer, tienen derecho a provocar socialmente desde cualquier temática sin tener en cuenta sensibilidades ajenas. Y menos aún deberíamos afirmar que  la performance es una línea de acción creativa tan débil que hasta en un escenario propio del arte cualquier acción no creativa puede confundirse con ella. La performance es parte del contexto artístico, nos guste o no, desde hace décadas y si su presencia es aún complicada para la mirada de muchos no es porque no tenga legitimidad sino porque artistas, comisarios y educadores debemos seguir esforzándonos por acercar su sentido y contenido a un público que, no nos engañemos, nunca será mayoritario.

La pregunta que deberíamos hacernos es por qué la sociedad ataca al arte y al artista cuando éste decide hablar de un tema complejo y doloroso, en lugar de pedir explicaciones a esa parte de la sociedad que permite que esos hechos sigan ocurriendo. Deberíamos preguntarnos por qué todo el mundo pone en tela de juicio la performance al confundir un hecho aislado con otro creativo en vez de reflexionar sobre la superficialidad y exceso de espectáculo de muchas ferias de arte en las que todo se llega a confundir con todo.

En esta breve reflexión que hoy me apetecía compartir con vosotros quiero recordar también que la performance no tiene como objetivo hacernos “saber” sino hacernos sentir. La performance no nos informa nos (de)forma. Y en ese complejo mundo de los sentimientos la mirada no siempre va a encontrar imágenes agradables porque lo performativo no es una playa en la que sentarnos a respirar y relajarnos sino un punto de fuga en el horizonte que siempre genera en nosotros esa sensación de lo ilimitado, de lo enervantemente incontrolable. Solo en el momento en el que admitamos que la performance nos sitúa en un discontinuo, entiéndase éste como una encrucijada de caminos, podremos enfrentarnos a ella. Es difícil. Lo sé.

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EL ARTE EN CONEXIÓN

El pasado martes un amigo me hacía llegar, a través de su cuenta de Instagram, una imagen que más tarde vi reproducida en otros espacios de la red. La imagen presentaba la entrada principal de un museo en el que se había escrito una breve pero autentica declaración de principios:

El museo es una escuela:

El artista aprende a comunicarse;

El público aprende a hacer conexiones.museo_jumex_1

La fachada en cuestión corresponde a la entrada del Museo Jumex en ciudad de México, y la instalación, que no otra cosa era dicha declaración de principios, al artista y crítico de arte uruguayo Luis Camnitzer, uno de los 40 creadores de 14 países que están presentes en la exposición Bajo un mismo sol. Arte de Ámerica Latina hoy.

Curiosamente mi cabeza no se puso a analizar y reflexionar sobre esas palabras sino que activó el recuerdo hacia otra imagen que había llamado mi atención el día anterior. No os hablo en este caso de una obra de arte sino de un artículo de prensa que me “entristeció” profundamente. E insisto en el término “entristecer” porque creo que esto del arte funciona con los mismos códigos que el amor. Y todos sabemos que cuando un gran amor te enfada existen aún ganas de luchar por él, pero cuando te entristece estás empezando a retirarte suavemente de su lado.

El artículo del que os hablo apareció en El País bajo un prometedor titular:  «Rodin recupera su esplendor».  En él el periodista narra con entusiasmo la reapertura de todo un icono del panorama museístico parisino y para dar mayor detalle, e imagino que autenticidad al artículo, entrevistaba a su directora, Catherine Chevillot. La Señora Chevillot nos cuenta eso de que va a haber más obras, nuevos recorridos, objetos de la colección personal del artista, y en fin, que la cosa promete porque se han esmerado mucho en que el museo parezca otro. Es entonces cuando la flamante directora se arranca con un ole de esos que no te salen ni ante Tomatito: «Odio los museos donde se obliga al visitante a leer larguísimos textos. Desvían su atención y su mirada, que siempre tendría que estar dirigida a las obras» ¡Toma ya!

Y es en ese momento, como os contaba antes, cuando descubro que lo que en otra ocasión me hubiese cabreado a altos niveles tan solo me produjo tristeza. Porque una lleva ya muchos maratones corridos en esto del arte y desgraciadamente hay por el mundo más señoras Chevillot de lo que pensamos. Y lo peor es que no solo se visten de directoras de museo sino también de comisarios, de críticos o de artistas que siguen anclados en esa máxima de que el arte se explica solo y el que no lo entienda que se vaya a Eurodisney. Pero la vida es eso tan curioso que juega a darte una hostia para, a continuación, regalarte un beso. Mi beso de esta semana se ha llamado Luis Camnitzer. Y no voy a negaros que me gusta especialmente que me lo haya dado un artista porque es desde ese terreno desde el que tenemos que empezar a cambiar el concepto de museo.

EL MUSEO ES ESCUELA. Es importante analizar con exactitud las palabras de Camnitzer porque no dice “en una escuela” sino “es escuela”. Ser escuela significa ser espacio abierto a la enseñanza en toda su magnitud, sin cortapisas temáticas, formales o sociales, y, sobre todo, sin currículos pre-establecidos. Ser escuela significa ser un ente (museo) vivo ya que la materia prima de tu trabajo son las personas y estas cambian a cada minuto.

EL ARTISTA APRENDE A COMUNICARSE. Es importante analizar con exactitud las palabras de Camnitzer porque no dice “desea comunicarse” sino “aprende a comunicarse”. En emsta frase el artista se presenta como un ser sensible no solo por su capacidad creativa sino por tener la osadía y la inteligente voluntad de crecer desde las miradas de los espectadores. Los artistas incomunicados no tienen sentido en una sociedad que hace ya mucho tiempo que ha abierto sus puertas a la comunicación global.

EL PÚBLICO APRENDE A HACER CONEXIONES. Es importante analizar con exactitud las palabras de Camnitzer porque no dice “se ve obligado a hacer conexiones” sino “aprende a hacer conexiones”. Los procesos de aprendizaje, se produzcan estos dentro o fuera de la educación formal, son territorios de exploración abiertos en los que se mezclan experiencias propias, realidades ajenas y cierto toque de sorpresa y experimentación. Si una de estas tres premisas falla, fallará también el aprendizaje.

“Señoras Chevillot” que camináis altivas por el mundo del arte os recuerdo que:

Los museos deben establecer el mayor número de códigos de aprendizaje para que el público pueda tener experiencias constructivas y diversas. Los códigos pueden tomar la forma de catálogos, textos de pared, aplicaciones móviles, etc. No es una cuestión de obligar a nadie a leer la información sino de dotar a dichos elementos de los contenidos adecuados.

Los directores, técnicos de museos y comisarios no pueden utilizar el espacio del museo para saciar sus gustos porque el museo no es suyo sino de todos. Toda exposición tiene algo de personal que establece vínculos con aquellos que la han construido pero también debemos pensar en las personas que la van a visitar.

Los artistas que centran su mirada exclusivamente en la muestra de la obra, olvidando que su arte no empieza y acaba el día de la inauguración sino que adquiere verdadero sentido principalmente después, no deberían considerarse artistas sino peones de una película llamada mercado del arte. Nadie duda de que es ese mercado  el que comprará su trabajo pero no es menos cierto que ese trabajo se transformará en un cadáver si no recibe la mirada del espectador.

 

Pd: Si viajáis próximamente a París no dejéis de visitar el recientemente inaugurado Museo Rodin.

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Nota: No se ha podido adjuntar el artículo de El País porque el enlace está roto pero lo podéis encontrar on line sin problemas bajo el título que se indica en el post.