¡Oh museo, mi museo!

 

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El pasado 15 de mayo celebrábamos el Día Internacional de los Museos, una fiesta que se extiende a lo largo de la semana con actividades de todo tipo. Resulta extraño pensar que haya gente que sólo visita el museo cuando el calendario de efemérides marca la palabra en rojo pero no es menos sorprendente pensar en toda esa gente que nunca visitará un museo. Cierto es que, por mucho que nos empeñemos en decir lo contrario, la cultura sigue siendo un alimento extraño para una gran parte de la población. Sin embargo, no es esta una excusa para quedarse a dormir plácidamente al amparo de colecciones, patrimonios varios y estructuras educativas cómodas y sencillas. El museo debería visitarse mucho más pero en estos momentos lo fundamental no es sumar visitantes amparándose en una sonora festividad sino repensar el propio museo para reactivarlo en base a las necesidades de una sociedad que transita cada vez más por códigos muy diversos.

Mis pies llevan más de 20 años caminando por salas de museos. Museos que he visitado, observado, disfrutado, e incluso detestado, y en los que, por supuesto, también he trabajado y trabajo. No obstante, la primera visita guiada que realicé no fue en un museo sino en la calle. Así es señoras y señores, yo empecé haciendo la calle. Y como buena bilbaína tenía que empezar a lo grande: en un barco. Bueno, confieso que más que un barco era una barcaza que cruzaba armoniosa la ría hasta su desembocadura en el mar. El nombre de la barquita en cuestión era El Tximbito, lo que me impulsaba a mantener bien alta la barbilla al hablar para no perder la poca dignidad que sentía me quedaba.

La euforia por el arte abstracto, los perros de flores y los pintxos microscópicos no había llegado aún a la capital vizcaína así que los guías mostrábamos nuestro entusiasmo explicando las luces y sombras del patrimonio industrial de la ciudad: que si aquí se descargaban los plátanos de Canarias que se distribuirían por Europa, que si ahí se almacenaba el bacalao de Noruega o que si allí se reparaban los barcos mas grandes que un ser humano pueda llegar nunca a imaginar. Todo, ya lo ven, muy bilbaíno. Ese turismo que se construía desde el orgullo de enseñar tu ciudad a partir de lo que tus propios abuelos y abuelas te habían contado y todo aquello, menos fiable, que te contaban los libros de Historia.

La suerte hizo que pudiese abandonar pronto la calle (hoy en día sigo valorando enormemente a los guías que trabajan en espacios abiertos porque es francamente duro) y pudiese seguir creciendo en un pequeño museo del casco antiguo de la ciudad: el Museo Etnográfico, Aqueológico e Histórico Vasco. Un maravilloso museo que se ha revitalizado en los últimos años pero que en esa época era, como tantos museos, un espacio pequeño, oscuro y nada amable con el visitante. En ese momento empecé a comprender que las visitas de la mayoría de los museos se plantea como una especie de buffet libre en el que no importa el hambre que tengas, el objetivo es probar de todo. Y en ese sinsentido yo debía transitar, en un recorrido de apenas 90 minutos, desde las distintas fases de la Prehistoria representada en los objetos de la colección hasta la creación de la Cámara de Comercio de Bilbao, pasando por la migración de los pastores vascos a América. ¡Y ni un chupito de whisky me podía tomar!

En este escenario seguí trabajando y formándome hasta que la vida me ofreció la oportunidad de trabajar en un museo que llevo y llevaré siempre en mi corazón: el Museo de Bellas Artes de Bilbao. También este museo ha ampliado y mejorado notablemente sus instalaciones y exposiciones, sin embargo, en esa época ya existía algo que se mantiene y que representaba una verdadera joya: un gran equipo. Descubrí allí a profesionales que disfrutaban de su trabajo y conseguían hacer de lo difícil algo fácil. Los responsables del departamento de educación, con los que sigo teniendo una buena amistad aún desde la lejanía, me enseñaron que en una colección no hay obra pequeña si el educador es capaz de transmitir su belleza y valía. Fue en esa época y en ese museo donde descubrí que deseaba ser educadora, lo que en mi caso abarca muchos campos de trabajo, incluso el de la creación artística.

Pero todos sabemos que en las fiestas es difícil no ceder a la tentación de la rubia con largas piernas que te guiña el ojo desde el otro lado de la mesa. Mi rubia se llamaba Museo Guggenheim Bilbao y sobra deciros que no me pude resistir. Es imposible contaros todas las experiencias que allí viví. El inicio de ese museo fue francamente emocionante porque de la noche a la mañana todos sentimos que éramos el centro del mundo. Pude ver por primera vez ante mis ojos obras de Picasso, Rothko, Pollock, Kandinsky, Bourgeois, y tantos y tantas artistas que admiraba pero que sólo conocía de los libros. En esa etapa crecí enormemente como profesional y podría decir que me hice adulta como educadora.

No obstante, el Guggenheim también representó para mí el descubrimiento de una dura realidad: que la educación siempre será un terreno secundario frente a la obsesiva necesidad de gran parte de la casta política, y por extensión de los directivos de museos, de hacer de la cultura un clon de IKEA. Descubrí, al mismo tiempo, que en el arte no hay término medio, o se está del lado burgués y glamuroso de los grandes espacios museísticos o se malvive en pequeños centros hacia los que casi nadie mira. El arte, no lo olvidemos, es pura magia pero también pura perversidad.

Y cuando creía que mi vida no podía abandonar esa torre de Babel en la que me intentaba desenvolver lo mejor que podía día a día, surgió un regalo: el  Museo Oteiza. Me mudé a tierras navarras con muchas cajas de libros y dos gatas, y pasé del titanio al hormigón, de la ciudad al monte, del tacón al zapato plano, de no tener un lugar donde apoyarme al acabar las visitas a tener un despacho desde el que oigo cantar a los pájaros, y en definitiva, pasé de vivir del arte a vivir EN el arte. Oteiza me recuerda diariamente que debo enfrentarme a mis miedos y luchar para que la educación nunca se asiente en una zona de confort. Y por si fuera poco sigo acompañada de un equipo excepcional.

Estos días, ante la celebración del Día de los Museos, recordaba todos esos años y me preguntaba si las cosas, desde entonces, han cambiado mucho. Dejando de lado las cuestiones económicas, que bien merecen un capítulo aparte, creo que la educación en los museos ha mejorado mucho pues no podemos negar que existen grandes profesionales trabajando para ampliar contenidos, metodologías y miradas. Sin embargo, a mí me sigue faltando algo: CALLE. Yo empecé en la calle y cada vez tengo más claro que el museo debe salir a la calle para sobrevivir. Salir a la calle supone escuchar las voces nuestro entorno «real» y digital y no basar los contenidos de la actividad educativa únicamente en las colecciones sino en  las distintas necesidades sociales. Salir a la calle supone romper las barreras físicas del museo y desarrollar actividades en los diversos lugares de la ciudad y de los pueblos. Salir a la calle supone dejar de museabilizar la educación haciendo de cada actividad una foto de escaparate y centrarnos en experimentar más aunque nos equivoquemos por el camino. Salir a la calle supone liberar a las colecciones de arte de su presidio.

Igual los técnicos de museos deberíamos levantarnos de nuestras sillas y subirnos a las mesas de nuestros despachos al grito de ¡Oh museo, mi museo! La revolución no se hace hablando, se hace actuando.

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FELICITE AL ARTISTA DE MI PARTE. LA VIDA MÁS ALLÁ DE ARCO.

Hace tiempo que no me asomaba por las páginas de este NO blog para contaros experiencias, sensaciones e impresiones. No tengo una justificación clara. Supongo que las navidades me descolocaron, enero me descentró y febrero me remató. Y contar cosas por contar, sin sentirlas ni vivirlas no tiene para mi mucho sentido.

Sin embargo, los últimos días pasados en Madrid me han dado de nuevo ganas de vomitar palabras. Y utilizo el término vomitar en homenaje a todos aquellos que me he encontrado estos días por las ferias y me han dicho eso de: “A ver si te relajas un poco porque no dejas títere con cabeza. Que parece que no estás nunca contenta con nada.” Como si estar contenta con todo fuese una especie de virtud sacra.

En fin, que varios días en Madrid, en esto que llamamos «semana de ARCO» dan para mucho. Una se enfrenta desde la mañana a ferias, exposiciones varias y alguna que otra cena. ¿Y qué puedo yo contaros de todo eso que no hayan contado ya los demás? La prensa y las redes sociales se han llenado de referencias a las obras más importantes o más destacables, y en la mayoría de los casos esas referencias las han realizado profesionales del arte que tienen con seguridad más criterio que yo. No tendría por lo tanto sentido redundar en ello.

No obstante, los paseos por la ciudad me han hecho reflexionar un año más sobre el hecho de que existen aún muchos artistas que centran la construcción narrativa de su obra en historias reales, críticas y sociales pero estas no se extienden en casi ningún caso a la calle a lo largo de esos días. El arte contemporáneo vive en una especie de burbuja aséptica sin contacto con el no profesional, con el no iniciado, con el no aficionado, y eso supone para mí una oportunidad perdida de acercar el arte a todos, de activarlo, de ponerlo en tela de juicio, de hacerlo vivir en la vida misma.

En esos paseos retumbaban en mis oídos las palabras de Joseph Beuys cuando definía su concepto de escuela: “la escuela está en la calle; cuando hablas de esas cosas en la verdulería. Eso significa que el proceso escolar no sólo tiene lugar en la escuela, sino que empieza en cuanto un ser humano habla con otro de esas cosas.» Esas lúcidas palabras podrían trasladarse sin dificultad al concepto de arte que me he encontrado en algunas microhistorias ( y así las defino porque ninguna duró más de dos minutos) y vivido estos días, y en las que me he dado cuenta de que el arte está principalmente en la mirada, y la mirada es de todos. Por ello, me ha parecido más honesto compartir esas sencillas historias en lugar de hacer crítica de arte desde lo visto en las exposiciones.

Estas son mis tres “obras” seleccionadas en la semana de ARCO. Historias reales que me han ocurrido en espacios alejados de las ferias de arte.

MICROHISTORIA 1. Viernes 14.30h Una Cafetería de Lavapiés.

Comía sola en una pequeña cafetería cuando se sentó a mi lado una pareja. Él tendría unos sesentaicinco años y ella algo más de setenta. Él le explicaba cariñosamente cómo había recibido un mail con un archivo que no podía abrir y eso le tenía preocupado todo el día.

  • Cómo es de curiosa la mente- le dice él. Hay días en que pienso que me apetecería estudiar psicología para entender mejor algunas cosas. No sé cuantos años dura la carrera pero igual lo hago.
  • Creo que ahora son tres años- le contesta ella.
  • Bueno, la verdad es que como sólo lo haría por disfrutar poco importa. Siempre será mejor que te enseñen otros que aprender por tu cuenta- le explica.
  • Pues yo últimamente leo muchas cosas de Bellas Artes. Es lo que más me gusta- cuenta ella.
  • Ah, pues deberías estudiar la carrera de Bellas Artes porque tiene que ser muy hermosa y lo harías muy bien- le responde él con una sonrisa.

MICROHISTORA 2. Sábado 19.30h Barrio de Usera.

El sábado a la tarde, a contracorriente de todos, me dirigí al barrio de Usera invitada por Berta Delgado para ver un ensayo de su performance Kowloon. Os puedo asegurar que fue todo un honor. Como siempre llegué pronto y, como siempre, decidí meterme en un bar a esperar porque el frío era inhumano. Era un bar de barrio obrero, sin mujeres, con la tele a tope viendo, creo,  un Getafe- Levante, y con esa sensación de estar en un lugar en el que el tiempo transcurre de otra manera.

Pedí una caña al camarero y este me sacó con ella un indescriptible cacho de pan amarillento como tapa que fui incapaz de comer. Al momento se me acercó un señor mayor y me dijo:

  • Lleva usted una falda preciosa. Un color que le favorece mucho.
  • Muchas gracias- le contesto. El azul es mi color favorito. Es un azul oscuro que algunos llaman azul Klein.
  • ¡Qué nombre tan raro!- dice serio.
  • Se llama así porque digamos había un artista francés llamado Yves Klein que lo usaba mucho en sus cuadros.
  • Vaya, pues es un color precioso. Felicite al artista de mi parte- me contesta con una sonrisa.

MICROHISTORIA 3. Domingo 12.00h Museo Nacional de Arte Reina Sofía.

El domingo por la mañana decidí acercarme al Museo Reina Sofía para ver la exposición de Ignasi Aballí, un artista al que valoro enormemente. La exposición me fascinó desde el primer momento y en lugar de salir del museo nada más terminar de verla me quedé un rato sentada en un banco del pasillo. En ese momento se me acerco una señora mayor con una niña (intuyo que sería su nieta) y me preguntó:

  • Disculpe, ¿sabe qué significan esas palabras que hay escritas en los cristales de la ventanas?
  • Es una obra que se titula “Un paisaje posible” y es de Aballí, el mismo artista que expone en esas salas- le digo.
  • ¿Pero le han dejado poner cosas en las ventanas?- pregunta extrañada.
  • Bueno, Aballí es un artista que intenta romper las estructuras prefijadas tanto de las obras como de los espacios expositivos. Digamos que es un rebelde- le digo sonriendo.
  • Me encanta que las exposiciones ocurran también fuera de las salas. Vamos a empezar a venir más por aquí- dice mirando a la niña.

Después las dos se sentaron en el banco de al lado y empezaron a hablar de las palabras escritas en los cristales. Charlando, riendo, levantándose e incluso tocándolas.

Estas y otras historias también construyen el arte. Son miradas distintas, con distintos códigos y distintos tiempos pero al fin y al cabo miradas. A veces los profesionales del arte deberíamos recordarnos a nosotros mismo que hay vida más allá de ARCO.

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EL ARTE EN CONEXIÓN

El pasado martes un amigo me hacía llegar, a través de su cuenta de Instagram, una imagen que más tarde vi reproducida en otros espacios de la red. La imagen presentaba la entrada principal de un museo en el que se había escrito una breve pero autentica declaración de principios:

El museo es una escuela:

El artista aprende a comunicarse;

El público aprende a hacer conexiones.museo_jumex_1

La fachada en cuestión corresponde a la entrada del Museo Jumex en ciudad de México, y la instalación, que no otra cosa era dicha declaración de principios, al artista y crítico de arte uruguayo Luis Camnitzer, uno de los 40 creadores de 14 países que están presentes en la exposición Bajo un mismo sol. Arte de Ámerica Latina hoy.

Curiosamente mi cabeza no se puso a analizar y reflexionar sobre esas palabras sino que activó el recuerdo hacia otra imagen que había llamado mi atención el día anterior. No os hablo en este caso de una obra de arte sino de un artículo de prensa que me “entristeció” profundamente. E insisto en el término “entristecer” porque creo que esto del arte funciona con los mismos códigos que el amor. Y todos sabemos que cuando un gran amor te enfada existen aún ganas de luchar por él, pero cuando te entristece estás empezando a retirarte suavemente de su lado.

El artículo del que os hablo apareció en El País bajo un prometedor titular:  «Rodin recupera su esplendor».  En él el periodista narra con entusiasmo la reapertura de todo un icono del panorama museístico parisino y para dar mayor detalle, e imagino que autenticidad al artículo, entrevistaba a su directora, Catherine Chevillot. La Señora Chevillot nos cuenta eso de que va a haber más obras, nuevos recorridos, objetos de la colección personal del artista, y en fin, que la cosa promete porque se han esmerado mucho en que el museo parezca otro. Es entonces cuando la flamante directora se arranca con un ole de esos que no te salen ni ante Tomatito: «Odio los museos donde se obliga al visitante a leer larguísimos textos. Desvían su atención y su mirada, que siempre tendría que estar dirigida a las obras» ¡Toma ya!

Y es en ese momento, como os contaba antes, cuando descubro que lo que en otra ocasión me hubiese cabreado a altos niveles tan solo me produjo tristeza. Porque una lleva ya muchos maratones corridos en esto del arte y desgraciadamente hay por el mundo más señoras Chevillot de lo que pensamos. Y lo peor es que no solo se visten de directoras de museo sino también de comisarios, de críticos o de artistas que siguen anclados en esa máxima de que el arte se explica solo y el que no lo entienda que se vaya a Eurodisney. Pero la vida es eso tan curioso que juega a darte una hostia para, a continuación, regalarte un beso. Mi beso de esta semana se ha llamado Luis Camnitzer. Y no voy a negaros que me gusta especialmente que me lo haya dado un artista porque es desde ese terreno desde el que tenemos que empezar a cambiar el concepto de museo.

EL MUSEO ES ESCUELA. Es importante analizar con exactitud las palabras de Camnitzer porque no dice “en una escuela” sino “es escuela”. Ser escuela significa ser espacio abierto a la enseñanza en toda su magnitud, sin cortapisas temáticas, formales o sociales, y, sobre todo, sin currículos pre-establecidos. Ser escuela significa ser un ente (museo) vivo ya que la materia prima de tu trabajo son las personas y estas cambian a cada minuto.

EL ARTISTA APRENDE A COMUNICARSE. Es importante analizar con exactitud las palabras de Camnitzer porque no dice “desea comunicarse” sino “aprende a comunicarse”. En emsta frase el artista se presenta como un ser sensible no solo por su capacidad creativa sino por tener la osadía y la inteligente voluntad de crecer desde las miradas de los espectadores. Los artistas incomunicados no tienen sentido en una sociedad que hace ya mucho tiempo que ha abierto sus puertas a la comunicación global.

EL PÚBLICO APRENDE A HACER CONEXIONES. Es importante analizar con exactitud las palabras de Camnitzer porque no dice “se ve obligado a hacer conexiones” sino “aprende a hacer conexiones”. Los procesos de aprendizaje, se produzcan estos dentro o fuera de la educación formal, son territorios de exploración abiertos en los que se mezclan experiencias propias, realidades ajenas y cierto toque de sorpresa y experimentación. Si una de estas tres premisas falla, fallará también el aprendizaje.

“Señoras Chevillot” que camináis altivas por el mundo del arte os recuerdo que:

Los museos deben establecer el mayor número de códigos de aprendizaje para que el público pueda tener experiencias constructivas y diversas. Los códigos pueden tomar la forma de catálogos, textos de pared, aplicaciones móviles, etc. No es una cuestión de obligar a nadie a leer la información sino de dotar a dichos elementos de los contenidos adecuados.

Los directores, técnicos de museos y comisarios no pueden utilizar el espacio del museo para saciar sus gustos porque el museo no es suyo sino de todos. Toda exposición tiene algo de personal que establece vínculos con aquellos que la han construido pero también debemos pensar en las personas que la van a visitar.

Los artistas que centran su mirada exclusivamente en la muestra de la obra, olvidando que su arte no empieza y acaba el día de la inauguración sino que adquiere verdadero sentido principalmente después, no deberían considerarse artistas sino peones de una película llamada mercado del arte. Nadie duda de que es ese mercado  el que comprará su trabajo pero no es menos cierto que ese trabajo se transformará en un cadáver si no recibe la mirada del espectador.

 

Pd: Si viajáis próximamente a París no dejéis de visitar el recientemente inaugurado Museo Rodin.

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Nota: No se ha podido adjuntar el artículo de El País porque el enlace está roto pero lo podéis encontrar on line sin problemas bajo el título que se indica en el post.

LA EXPERIMENTACIÓN COMO BUSQUEDA DE PREGUNTAS

“Por cada científico y artista que surge, hay una centena de expertos y funcionarios tratando de asesinarle”.

José Antonio Sistiaga

Celuloide pintado a mano por José Antonio Sistiaga.
Celuloide pintado a mano por José Antonio Sistiaga.

Innovación, creatividad y experimentación son términos que están en boca de todos los que de una manera directa o indirecta nos dedicamos al mundo del arte. Sin embargo, hay una diferencia entre algunos de ellos y es que no todo el mundo es capaz de innovar o crear pero todos y cada uno de nosotros tenemos la capacidad de experimentar.

Joseph Beuys afirmaba con rotundidad que <<El hombre está solo realmente vivo cuando se da cuenta de que es un ser creativo y artístico. Exijo una implicación del arte en todos los reinos de la vida. De momento el arte es enseñado como un campo especial que demanda la creación de documentos en forma de obras de arte. Por eso, yo abogo por una implicación estética de la ciencia, la economía, la política, la religión, de toda esfera de la actividad humana. Incluso la acción de pelar una patata puede ser una obra de arte si es un acto consciente. >> Las palabras del artista alemán esconden una realidad de la que no conseguimos escapar: seguimos pensando que la creatividad está hecha para aquel que quiere o necesita producir arte, y que sólo que el que quiere o necesita producir arte tiene que experimentar.

Experimentar, en este mundo de oficinas, grandes almacenes, modas dictadas a golpe de suplemento semanal y vacaciones de playa y chiringuito significa ni más ni menos que ser raro. La música experimental solo les gusta a los raros. Son los raros los que ven cine experimental. Y coronan la cumbre de “los raros” aquellos que leen poesía experimental. ¿Es eso cierto? Evidentemente no, porque si así lo fuese el concepto de experimentación sería demasiado fácil de acotar. Más allá de los gustos culturales que cada uno pueda tener, la experimentación no define  la acción de situarse en la periferia ejerciendo de personaje extraño  sino que representa el escenario desde el que buscar y generar nuevas preguntas. Y solo el que (se) pregunta consigue mantenerse vivo. Preguntar y cuestionar, tanto a los demás como a uno mismo, es un gesto de valentía e inteligencia que nos permite eliminar la apatía de nuestras vidas. No se puede crecer sin preguntar. No se puede avanzar sin preguntarse.

Performance El espacio del arte.
Performance El espacio del arte.

La pasada semana, con objeto de reflexionar sobre este complejo tema, organicé un curso en el Museo Oteiza al que di por título “La experimentación como herramienta pedagógica”. El escenario no podía ser mejor ya que en un mismo espacio se encuentran expuestos en estos momentos dos de los mejores ejemplos de experimentación artística en el arte contemporáneo. Por un lado, Jorge Oteiza desde la colección permanente del museo, y por otro, José Antonio Sistiaga como parte de la actual exposición temporal del mismo. El primero, como bien sabéis, hizo de su trabajo una búsqueda permanente no sólo desde la construcción de ese universo interminable de formas llamado Laboratorio Experimental sino también desde la valentía de acercarse a lenguajes tan diversos como la arquitectura, la poesía o el cine. El segundo, representa uno de los más interesantes exponentes del cine experimental gracias a sus películas pintadas que comienza a realizar en los años 60 y que le llevan a producir piezas de una apabullante belleza.

Laboratorio experiemental de Jorge Oteiza. Instalación en casa del artista, mediados de los ochenta.
Laboratorio experiemental de Jorge Oteiza. Instalación en casa del artista, mediados de los ochenta.

En ambos casos, encontramos también un notable interés por el campo de la educación estética que llevará a los dos artistas a realizar distintos proyectos dentro de la pedagogía de expresión libre basada en metodologías abiertas tanto en técnicas como en lenguajes. Esta libertad es la que se toma como punto de partida para activar distintos ejercicios a lo largo de los tres días de curso uniendo experiencias de gente muy diversa: maestros, profesores de Educación Primaria, Secundaria o Universitaria, profesores de idiomas, educadores de museos, arquitectos, artistas o, incluso, arteterapeutas.

El filósofo Henry Lefébvre decía: “Si unimos la acción a la reflexión, sin que ninguna de ellas preceda a la otra, todos nuestros actos serán actos de creación”. Podemos pensar que la creatividad surge de una acción experimental espontánea nunca de un ejercicio intelectual o meditado. Esto es tan cierto como falso ya que si bien es verdad que la experimentación requiere de cierto escenario de espontaneidad, sorpresa e incluso torpeza, no lo es menos el hecho de que lo experimental también puede entrenarse. Desarrollar una actitud creativa abierta supone todo un largo camino de ensayos que nos llevará a errar y a acertar por partes iguales. Lo intentaremos y acertaremos. Lo intentaremos y nos equivocaremos. Y así una y otra vez hasta darnos cuenta de que experimentar puede ser para nosotros una herramienta tan natural como hablar, leer o correr.

Acción experimental de reestructuración de códigos de lectura.
Acción experimental de reestructuración de códigos de lectura.

Uno de los elementos más importantes de lo experiencial es el escenario donde se desarrolla la acción. Experimentar  supone romper normas no como signo de anarquía sino como forma de buscar nuevos caminos para vivir en/desde nuestro entorno vital. La norma básica de un museo suele ser siempre esa máxima de ver sin tocar, observar sin hablar, y mirar desde lo mental nunca desde lo corporal. El grupo fue invitado a romper esas reglas realizando distintos ejercicios como recorrer descalzos las salas de exposición, observar las piezas con los ojos semitapados o analizar las obras con las manos atadas. Acciones sencillas que demostraron que hemos perdido la capacidad de leer desde lo corporal centrándonos en vivir el arte solo desde lo que “siente” nuestra cabeza.

Acción sonora.
Acción sonora.

El sonido es otro de los elementos de conflicto en un museo y en muchas ocasiones las salas se convierten en un concierto improvisado en el que el auxiliar de seguridad se pasa el día chistando en una dura batalla para conseguir bajar el volumen del visitante. Nos cuesta estar en silencio y como consecuencia nos cuesta valorarlo. Una de las acciones más hermosas que realizamos consistió en transmitirnos al oído un poema de Oteiza a través de tubos de cartón de diferentes tamaños. La forma en que cada uno modulaba su voz al acercarse al otro, el timbre de esa misma voz, la sonoridad y el ritmo nos ayudaron a observar el espacio desde otra intensidad llegando a sentir cómo nuestra mirada también podía ver las obras desde el oído y no solo desde la vista. Una vez finalizado el ejercicio volvimos al silencio inicial y nos dimos cuenta, como bien decía Cage, que el silencio no existe, ni siquiera en un museo.

Acción sonora.
Acción sonora.

 

 

 

 

 

 

En cualquier museo, y no digamos ya en un museo de escultura, la necesidad de tocar puede llegar a ser angustiosa. Podemos pensar que esa necesidad es puramente física pero existe en el fondo una triste obsesión por tocar el original ya que eso parece dar más valor a nuestra escapada cultural. Contaba a los asistentes cómo un profesor de la Facultad de Historia del Arte nos hizo a lo largo del curso realizar diversos ejercicios de dibujo con lápiz, cera o pastel tan solo para sentir la materia, de la que luego tendríamos que escribir, en nuestras propias manos. Muchos se quejaban argumentando que no se habían matriculado en Bellas Artes y que no tenían por qué saber dibujar. A lo que el profesor con infinita paciencia respondía: “Sólo si aprendéis a sentir seréis capaces de escribir”.

Acción táctil.
Acción táctil.

En este sentido analizamos la importancia de buscar otros caminos de acercamiento a la obra que a menudo quedan bloqueados por la normativa y excesivo celo de los museos a conservar su patrimonio. Es cierto que en la mayoría de los casos no podemos ni podremos tocar las piezas pero acariciar algunos de los materiales con los que están hechas, romperlos, o incluso sentirlos en distintas partes de nuestro cuerpo pueden sin duda ampliar nuestra mirada.

Acción cuerpo-materia.
Acción cuerpo-materia.

Uno de los ejercicios clave del curso, dentro de esa búsqueda de cercanía hacía el material expuesto, fue la acción realizada con tizas (objeto ya mítico en la producción escultórica de Oteiza) y martillos. El grupo rodeaba una mesa sobre la que se habían colocado dos parejas de martillos de distinto peso. La norma era directa y sencilla: “tienes que romper la tiza de un solo golpe”. Ante una misma demanda y un escueto escenario de acción los resultados fueron multiplicándose de una manera sorprendente. Algunos ni siquiera utilizaron el martillo, algo que parecía evidente en un principio. La pregunta nos hacía recordar que esta puede ir acompañada de interminables respuestas, pero que esas respuestas no son mas que nuevas preguntas.

El último día, tras pasar por otros muchos ejercicios de carácter abierto como pintar con agua, describir piezas sin poder verlas o transformar la arquitectura del museo en un poema colectivo, decidí que era importante que cada participante hiciese de ese museo su museo. Es decir, que con independencia de la institución y de mi propia persona que como representante de la misma en el curso siempre queda delimitada, se posicionase frente al arte allí expuesto. Para ello, en una acción rápida de poco más de diez minutos, les pedí que realizasen un selfie en el que no se distinguiesen sus rostros. Los resultados fueron tan variados como sorprendentes y certificaron el hecho de que solo cuando hemos vivido un lugar desde experiencias diversas y enriquecedoras somos capaces de activar nuestra imaginación y nuestra creatividad. Las palabras de Lefébvre adquirían así un rotundo sentido ya que la acción (fotografiarse en el museo) unida a la reflexión ( varios días hablando y trabajando sobre una misma obra), sin que una precediese a la otra, desvelaron una gran capacidad de creatividad en cada componente del grupo.

Los procesos que brevemente he compartido con vosotros en este post fueron en ocasiones acompañados de expresiones que no pueden dejar de preocuparme. Frases como : “Este edificio es tan hermoso que cualquier actividad resulta maravillosa”, “Tener la suerte de poder accionar en el museo a puertas cerradas es un lujo” o “El entorno natural de este lugar ayuda a pensar con más libertad”. Todas ellas son frases que agradezco y con las que estoy totalmente de acuerdo pero que en ocasiones pueden ejercer de trampa para justificar por qué en algunos lugares más directamente vinculados a “lo artístico” nos dejamos llevar ante propuestas de metodologías abiertas y no somos capaces de aplicar la experimentación en nuestra cotidianidad. No hay nada que nos impida recorrer los pasillos de una escuela descalzos por unos minutos, podemos intentar explicar una obra de arte ante alumnos con los ojos tapados o todos somos capaces de escribir con tinta roja durante un día y olvidarnos del bolígrafo negro. Minúsculos ejercicios que tienen una importancia capital en nuestro desarrollo: sentirnos a nosotros mismos desde diferentes parámetros y cuestionar las normas para transformar la mirada en miradas. Solo así conseguiremos que ningún experto ni funcionario asesine nuestra creatividad.

@aitziberurtasun

Acción poética como reinterpretación de la arquitectura.
Acción poética como reinterpretación de la arquitectura.

¿ALGO QUE CELEBRAR?

En este mundo en el que nos gusta clasificar todo hasta límites surrealistas el concepto de “el día de” se ha transformado en un clásico que ningún sector quiere perderse. En 1977 el Consejo Internacional de Museos (ICOM) acordó fijar el 18 de mayo como el Día internacional del Museo y a partir de entonces también la museografía tiene su pequeño momento de gloria. Cada año se asigna un tema que sirve como elemento vertebrador de las diversas actividades programadas a lo largo de dicha festividad. Este año el lema propuesto reza: “Museos para una sociedad sostenible”. Según el ICOM, se reconoce así el papel de los museos para concienciar al público sobre la necesidad de una sociedad menos derrochadora, más solidaria y que aproveche los recursos de manera más respetuosa con los sistemas biológicos.

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Concienciar a la gente sobre el exceso de gasto y la correcta utilización de los recursos naturales que nos rodean suena francamente bien pero también algo alejado de los problemas actuales que la mayoría de las personas, vayan o no a un museo, tiene en estos momentos. Siente una que los responsables del ICOM viven en una urbanización de un barrio bien a las afueras de Marte y que han decido bajar a la Tierra para visitar algún museo y, de paso, hablar de sostenibilidad que suena entre hipster y cool.

Por otra parte, es irremediable que los que trabajamos en un museo oigamos ‘sostenibilidad’ y pensemos rápidamente en un concepto algo diferente. La RAE define el término como “un proceso que puede mantenerse por sí mismo, como lo hace, p. ej., un desarrollo económico sin ayuda exterior ni merma de los recursos existentes”. Y leído esto se te acaban automáticamente las ganas de fiesta. Los museos en la actualidad, sean estos de titularidad pública o privada, en muy contadas ocasiones pueden subsistir sin una importante ayuda exterior, y los recursos existentes, vengan estos de la financiación pública o de los ingresos generados de forma directa por la actividad, no es que hayan mermado sino que resultan casi anecdóticos. La mayoría de los museos (sobre todo esos que nunca aparecen en las listas de museos incluidas las listas de museos que celebran “su día”) no sólo no consiguen ser sostenibles sino que navegan sin rumbo hacia una deriva tan aterradora que no da el cuerpo como para organizar fastos y celebraciones.

Pero no quiero que penséis que me he puesto el traje de pitufa gruñona y voy a pasar la semana renegando del día del los museos. Me parece bien que estos utilicen todos los recursos que están a su alcance para visibilizar su labor. Me encanta que la gente decida dedicar parte de su fin de semana a disfrutar de sus colecciones y actividades. Me enorgullece ver cómo, cual orquesta del Titanic, seguimos teniendo capacidad de generar ilusión y magia desde la historia, la ciencia o el arte aunque el barco se esté hundiendo. Levantarse del sofá y arreglarse para salir de fiesta es un ejercicio más que saludable.

Sin embargo, me gustaría que la fiesta de los museos se transformase también en una oportunidad para acercar los problemas de dichas instituciones a la gente que no siente como suyos esos espacios, que sigue sin valorarlos y que no comprende que tras la belleza y riqueza de los objetos expuestos hay mucha precariedad laboral, extensos expedientes de regulación de empleo, demasiada subcontratación, profesionales infravalorados, artistas ninguneados y, sobre todo, un tejido cultural que construido con mucho esfuerzo durante años se nos está escapando entre nuestros dedos como un puñado de arena de playa.

Y no sirve de nada caer en ese victimismo fácil en el que toda la culpa la tienen siempre los políticos de turno, los directores con ínfulas de estrellas de cine o los artistas que realizan un arte incomprensible. Si la sociedad actual se ha divorciado de los museos, si sólo los visita como actividad puntual y turística y, sobre todo, si no los sienten como suyos, es también culpa de los que estamos dentro de dichas instituciones.

Practicamos mucho la queja pero esta siempre se comparte con la boca pequeña, en pequeños corrillos y dentro de nuestro propio entorno. En muy contadas ocasiones encontramos a profesionales que se esfuercen por explicar a la gente que los museos se hunden en nuestro país y eso nos afecta a todos. Porque los museos dan cobijo a historiadores, conservadores o artistas pero también alimentan a familias de carpinteros, transportistas, maquetadores, limpiadores, informáticos, electricistas, y un sinfín de profesionales que trabajan en ese complejo escenario de lo cultural. Porque los museos entretienen a turistas locales y extranjeros con visitas, conferencias y conciertos pero también llegan a las escuelas ayudando a los profesores a enriquecer sus materias, a los centros de educación especial con programas adaptados a sus necesidades, o a hospitales y centros de día mejorando la calidad de vida de sus pacientes a través de la educación artística.

Si la mayoría de la sociedad no comprende que los museos pueden mejorar y ‘enriquecer’ el entorno social en el viven habrá que explicarlo de forma más clara y directa para que con su ayuda y apoyo nos sintamos más fuertes ante la aniquilación cultural que está sufriendo este país por culpa de un caciquismo político ignorante y vergonzante. ¿Algo que celebrar mañana? Claro que sí. Vayamos al museo y disfrutemos de él pero además de ponernos guapos y ‘bailar’ aprovechemos la ocasión para hablar y explicar que los museos no sólo pueden ser sostenibles sino que son capaces de crear una línea invisible pero importantísima que sostiene valores fundamentales para nuestra sociedad: la capacidad de crítica, la creatividad, la empatía, la generosidad o la pluralidad. ¡Feliz día(s) de los museos! Ni más ni menos que 365 días al año de fiesta.

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DESDE UCRANIA CON AMOR #SaveGenderMuseum

Todo cuanto han escrito los hombres sobre las mujeres debe ser sospechoso, pues son a un tiempo juez y parte.

Poulain de la Barre

Todos recordamos ese incomodo momento del año 2001 en que el embajador de Rusia pregunta a la aspirante a Miss España por Melilla qué sabe de su país. La chica con gesto nervioso explica que lo único que sabe es que es un país con gente maravillosa a lo que el “honorable” embajador responde con una prepotente cara de desaprobación, porque de todos es sabido que lo que se valora de las misses son sus conocimientos artísticos, filosóficos, matemáticos e históricos y él debió sentirse defraudado.

Si sustituimos Rusia por Ucrania y a la aspirante a miss por la mayoría de la gente de nuestro entorno la respuesta sería igual de simple pero encaminada a dos temas aparentemente distintos aunque más cercanos de lo que pensamos: la guerra y la belleza de la mujer ucraniana. Esta belleza, por todos conocida, no se vive de forma natural o normalizada sino que camina sobre un terreno farragoso y con un maloliente aroma a machismo. En un país carcomido por la guerra y con casi un 50% más de mujeres que de hombres, las relaciones de pareja se tornan complicadas creándose una especie de batalla sin límite en la que el objetivo de ellas es estar guapas para a ellos, y el objetivo de ellos “dejarse querer”.

La ucraniana camina por la vida enfundada en altos tacones (incluso las zapatillas de deporte los tienen), maquillada hasta límites difíciles de describir y con una manicura siempre perfecta mientras que el hombre toma a menudo el chándal como su traje de diario. La mayoría se ha casado antes de los 24 años, tiene hijos y nunca ha salido de su país. No conocen otra cosa y no se hacen preguntas. Bueno, afortunadamente algunas de ellas sí y gracias al valor de estas mujeres el machismo adormecido empieza a cuestionarse y el único camino para avanzar hacia una sociedad más justa pasa por educar en valores igualitarios.

María (Pimienta) Sánchez en el Museo de Género de Járkov
María (Pimienta) Sánchez en el Museo de Género de Járkov

En este difícil escenario surge con determinación el Museo de Género de Járkov, un proyecto que he descubierto esta semana gracias a la artista María Sánchez García, a la que muchos conoceréis como Pimienta Sánchez y que me ha narrado con enorme emoción todo lo que hoy os cuento. María  ha trabajado y trabaja dentro del marco de su Servicio de Voluntariado Europeo en Ucrania, en colaboración directa con el equipo del Museo compuesto por Тatiana Isaeva(Directora) y Mariya Chorna (diseñadora), junto a muchas otras personas que voluntariamente están prestando su ayuda. No obstante, no penséis que  el trabajo actual de estas maravillosas mujeres se centra en dar a conocer el museo, su colección y su programa de actividades sino en algo más básico y urgente: se trata de SALVAR el museo a través de la campaña #SaveGenderMuseum.

El Museo de Genero de Járkov es el ÚNICO museo de Género de la ciudad. El ÚNICO en un país exsoviético, y el ÚNICO museo de género en el Este de Europa. Las mujeres y hombres ucranianos (lo sepan o no) lo necesitan porque sólo desde la descodificación de los gestos y costumbres machistas y a través de la activación de actitudes tolerantes, abiertas e igualitarias Ucrania caminará en la buena dirección. La palabra “género” no existe en ucraniano pero que una palabra no se encuentre en un idioma no quiere decir que no sea necesaria para su pueblo.

¿Y qué necesita el museo? Necesita de todo o lo que es lo mismo de todos. El museo se aloja en un antiguo piso soviético que está divido en tres zonas donde varios inquilinos comparten cocina y baño. Al no tener baño propio no se pueden recibir escolares por lo que la propia directora debe acudir personalmente a los centros para hablar del mismo.No obstante, sus salidas son cada vez más escasas ya que los gastos son sufragados por su propia economía familiar de por sí ya muy maltrecha por la guerra.

No hay electricidad y la colección, compuesta por más de 3000 piezas, se deteriora a un ritmo vertiginoso almacenada en cajas, baúles o armarios. María @PimientaSnchz me cuenta que con tan sólo 100€ al mes se podría pagar el alquiler y la luz lo que les permitiría empezar a trabajar sobre la organización de la colección con algo más de tranquilidad y dignidad. Los niños y niñas ucranianas podrían así empezar a entender a través de los objetos del museo y sus educadoras que las mujeres no tienen como único fin criar niños, cocinar o cuidar de la casa ( tal como les explican muchos de los libros que les “invitan” a leer de pequeñas) sino que el yo de una mujer puede tener forma de empresaria, abogada, poeta, taxista, o incluso soldado,  pero sobre todo que ese yo puede o no ir al lado de un compañero o de unos niños. La vida seguirá siendo con toda probabilidad muy dura en el futuro ucraniano pero al menos si hay que vivirla que se viva desde la libertad, la pluralidad y la igualdad.

<<El hombre no es libre en muchos aspectos- decía Joseph Beuys. Él depende de las circunstancias sociales, pero es libre en su pensamiento>>. Pensar que en nuestras manos, desde la distancia física y cultural, podemos cambiar la realidad de Ucrania es toda una utopía. Pero intentar ayudar a un pequeño museo cuyo único objetivo es avanzar hacia un pensamiento libre desde las pequeñas implicaciones tanto económicas como de difusión y concienciación que nos propone Pimienta Sánchez a través de #SaveGenderMuseum SÍ está en nuestras manos.

Cuentos infantiles ucranianos para niñas.
Materiales para el estudio de género con niñas y niños.

Cerrad los ojos e imaginad una niña que no tiene posibilidades de pensar con libertad y que en poco tiempo será una belleza más entre tantas sin identidad propia.

 

 

Abrid los ojos y pensad en #SaveGenderMuseum como una herramienta que puede ayudar a romper esa burbuja de aislamiento y permitir a las mujeres ucranianas desarrollarse de forma plena e independiente. Yo ya lo puedo visualizar.

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