EL ESPACIO DEL ARTE

Siendo adolescente, un día fui a firmar con mi nombre en la parte trasera del cielo, en un fantástico viaje realista-imaginario, un día que estaba tumbado en la playa de Niza… ¡desde entonces odio a los pájaros, que siempre tratan de hacer agujeros en mi obra más grade y más bella! ¡Los pájaros deberían desaparecer!

Yves Klein

Yves Klein enmarcando un trozo de cielo con sus manos
Yves Klein enmarcando un trozo de cielo con sus manos

La primera vez que leí estas palabra del siempre complejo Yves Klein no pude evitar sonreír y acordarme de mi infancia. Ya os he contado en alguna ocasión que cuando era pequeña pasaba muchas horas pintando en el aire. No es una metáfora, era uno de mis pasatiempos favoritos. Cuando estaba en la playa, viajando en tren o mirando desde la ventanilla del coche de mi padre solía levantar la mirada en busca de un trocito de cielo. No necesitaba pinturas ni papel para entretenerme, tan sólo un espacio vacío y el ritmo de mi dedo sobre él. A veces escribía palabras, otras dibujaba animales y, en ocasiones, jugaba a cambiar el cielo de color. “Soy el pintor del espacio – decía Klein. No soy un pintor abstracto, por el contrario soy figurativo y realista. Seamos honestos, para pintar el espacio tengo que situarme sobre el terreno, en ese mismo espacio”. Yo también creo que aprendí a dibujar en el espacio azul del cielo porque su infinito me regalaba una libertad que nunca encontré en el papel.

Estos días de verano en los que el calor es tan intenso y a veces tiene una la sensación de que el cielo azul es más una amenaza que un regalo he pensado mucho en el espacio vacío y en nuestra convivencia con él. La relación que establecemos con el cielo abierto en plena naturaleza y la que tenemos con él en la ciudad resulta notablemente diferente. En el campo o en la costa el cielo se expande dulcemente sobre nosotros como si de una gasa suave y ligera se tratase. En la ciudad, por el contrario, adquiere cierta tensión como si los edificios, coches, árboles o personas que la definen luchasen por invadir su territorio. Como habitantes de la misma, la identidad del espacio nunca nos satisface del todo. Cuando estamos al aire libre buscamos el cobijo de la arquitectura. Y cuando llevamos mucho tiempo encerrados necesitamos liberar nuestros cuerpos de los muros de piedra. Entramos y salimos. Salimos y entramos. Miramos hacia el cielo y buscamos nuestros pies. Observamos nuestros pies y necesitamos escapar al cielo. Y en todo ese proceso nunca pensamos en el vacío. Nunca lo asumimos como nuestro. Nunca lo advertimos como espacio. Nunca recordamos que está ahí.

The artof nothing,
The Art of Nothing, 2008. Ivo Mesquita

En octubre de 2008 el curador Ivo Mesquita sorprendía al mundo del arte presentando para la Bienal de Sao Paulo una arriesgada propuesta que fue rápidamente definida como “la bienal del vacío”. La provocación consistía en mostrar la segunda planta del ya mítico edificio de Oscar Niemeyer sin obra alguna. No se exponía ‘nada’ y por lo tanto nada se podía ver. “¡Los pájaros deberían desaparecer!”- gritaba Klein. El proyecto de Mesquita traduce el anhelo del francés en una nueva forma de vivir el escenario expositivo. Al eliminar las obras (los pájaros) del espacio arquitectónico (el cielo) el espectador adquiere un protagonismo hasta ahora inimaginable ya que puede jugar a construir su propia exposición eligiendo cada obra y dibujando cada hueco y cada rayo de luz. Las posibilidades son infinitas y gracias a ello la exposición que habitualmente recorre discursos condicionados se trasforma en un horizonte sin límites. No pretendo que los museos vacíen sus salas para que podamos dar rienda suelta a nuestra creatividad. Tan sólo reflexiono sobre la posibilidad de imaginar esos espacios que todas y todos vamos a visitar a lo largo del verano desde ese viaje realista-imaginario que realizó Yves Klein.

Cada día que pasa tengo más claro que es más importante la forma de mirar que lo que se mira. Pero para aprender a mirar hay que saber dónde, cómo y cuándo pararse. El pasado mes de junio, dentro de las actividades desarrolladas en torno a El Barrio de los Artistas, la educadora y artista Ana Rosa Sánchez realizaba una evocadora y sutil performance en el centro cultural Civivox Condestable situado en el casco viejo de Pamplona. “¿Cuál es el espacio del arte?”- se preguntaba. “¿Qué espacio ocupamos nosotros dentro del arte?”- nos preguntaba. Para reflexionar sobre estas cuestiones Ana realizó una acción performativa que consistía en ir sacando a la calle, una a una, una serie de sillas que días antes había depositado en el interior del edificio. De manera aleatoria e intuitiva iba colocando las distintas sillas en mitad de la calle hasta que estas llegaron a ocupar la entrada principal del edificio.

El espacio del arte, 2015. Performance por Ana Rosa
El espacio del arte, 2015. Performance por Ana Rosa Sánchez

En un primer momento, las sillas reposaban vacías en una escena algo inusual pues no parecían ser de gran utilidad en ese escenario. Sin embargo, poco a poco las personas que nos habíamos acercado hasta allí empezamos a sentarnos en ellas hasta componer una especie de familia de desconocidos cuya función no era otra que observar el edifico desde fuera. Durante un momento pensé en las exposiciones que había visto en el interior de ese centro pero apenas unos minutos después la distancia me permitió imaginar lo que me gustaría ver. Imaginé en él obras que había descubierto en otros lugares, espectáculos de danza que me habían emocionado, conciertos que viven desde hace tiempo en mi piel o personas a las que admiró. El espacio del arte, ese espacio del arte gestionado por otros, se había hecho mío. Era yo la que decidía cómo y con qué llenar ese vacío que en arquitectura no es nunca una nada sino una ausencia de algo. La sensación de eliminar los pájaros del cielo y llenarlo de mis deseos fue muy hermosa.

Sala central del Museo Oteiza vacía
Sala central del Museo Oteiza vacía

Muchos de vosotros empezaréis esta semana vuestras vacaciones, otros acabáis de volver y, algunos ni siquiera podréis disfrutar de ellas. Sin embargo, sea cual sea vuestra situación todos tenéis la posibilidad de acercaros en algún momento a algún museo o centro de arte para escapar del calor y disfrutar de nuevas experiencias. Os invito entonces a realizar un breve pero bonito ejercicio: imaginar ese espacio como un gran cielo azul en el que poder dibujar y colocar todo lo que vosotros queráis. Vuestras obras, vuestra exposición, vuestro museo. Detened la mirada en el edificio antes de entrar en él. Sentados en una silla, en un muro o en el suelo, poco importa. Jugad a llenar el espacio, a construirlo, a hacerlo vuestro y estoy segura de que la experiencia no os va a decepcionar.

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NUEVOS TIEMPOS PARA LA CULTURA. HAGAN JUEGO

Esta semana Navarra acogía un nuevo estreno que ya había tenido lugar semanas anteriores en otras comunidades. No, no me refiero a la nueva producción de Pixar sino a algo en apariencia menos entretenido, un nuevo gobierno. Un gobierno que porta una carta aún por escribir. Y en su mano está escribirla con nuevas formas, nuevos gestos, nuevas historias y nuevas posibilidades. De todo se ha empezado ya a hablar, y no siempre bien, ante ese posible cambio. Un cambio que es necesario pero también delicado en una comunidad en la que conviven y malviven no sólo distintas ideologías sino también distintas identidades. Y en todos esos discursos de calle sobre lo que tiene y no tiene que hacer el nuevo gobierno siempre la palabra ausente: cultura.

Si revisamos los titulares de la última semana, los análisis con agotador tono mesiánico de las tertulias televisivas, los comentarios en las distintas redes sociales, las conversaciones de bar o las charletas de ascensor nos va a resultar difícil encontrar a alguien que haya hablado de las necesidades culturales de esta tierra (que en muchos campos son tristemente extensibles al resto de comunidades). Y muchos dirán que es normal porque en estos momentos hay necesidades más urgentes. Que no es momento de (pre)ocuparse por la cultura. Que ya habrá tiempo de pensar en ello cuando “las cosas” mejoren. Y es ante frases así cuando una tiene la clara certeza de que no se trata de tiempos sino de ignorancia. El término CULTURA es difícil de definir y por ello difícil de asumir como necesario en este nuestro tiempo y en cualquier otro pero lo es y mucho.

“La cultura – señala el antropólogo Edward Tylor – es esa totalidad compleja que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, las leyes, las costumbres y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad”. Si la cultura es un hábito que se puede adquirir estamos asumiendo que es un escenario mutable y que nosotros como componentes de esa sociedad tenemos un papel relevante en ese cambio. En este punto, el político debe comprender que liderar un nuevo gobierno no consiste en cambiar una cultura por otra, en hacer las cosas de forma contraria a como las hacía el anterior y en sustituir los peones de la partida para que parezca que ante caras nuevas todo será diferente. Adquirir nuevos hábitos significa principalmente construir cultura.

Ajedraz diseñada por Man Ray en 1971
Ajedrez diseñada por Man Ray en 1971

La antropología también nos recuerda que la creatividad, la adaptabilidad y la flexibilidad son atributos humanos básicos. Si el político deja fluir esos atributos podrá utilizar la creatividad para resolver situaciones que sólo parecen salvables bajo la varita mágica del dinero. Si el político usa en su gestión esos atributos tendrá la capacidad de adaptarse a los nuevos tiempos y observar la gestión de la cultura no sólo desde el modelo institucional sino desde modelos mixtos o, incluso, autogestionados por el propio pueblo. Si el político hace suyos esos atributos perderá el miedo a ser flexible ante voces y modelos que no tienen por qué gustarle pero que existen como identidad cultural en el escenario de su gobierno.

“Algunas flores crecen en las dunas, sube la marea se hacen invisibles” canta Quique González. Nuestros museos, artistas, centros culturales, teatros, bibliotecas y tantos pequeños espacios donde se cocina la cultura han acabado siendo invisibles para una gran parte de la sociedad. La cultura ya no interesa porque se ha desligado de la vida. El suelo que pisamos los que trabajamos para construir cultura es peor que una duna porque no sólo es frágil sino que está tan embarrado de superficialidad, intereses económicos, proyectos turísticos vendidos como culturales y chanchulleos varios que dar un paso hacia adelante se hace casi imposible. Sin embargo, todos sabemos que llega un momento en que la marea baja y tanto en áridos suelos como en cenagales siempre hay alguna flor que sobrevive. Esas pequeñas flores que parecen tan frágiles son las más fuertes y están ahí para seguir peleando. Aún hay muchas.

Los museos de esta tierra no aparecen en las listas de los internacionalmente más visitados pero siguen teniendo colecciones excepcionales desde las que poder educar en la diversidad, la pluralidad y la empatía. Nuestros barrios están llenos de músicos que no aparecen en realitys ni llenan estadios de futbol pero que nos ayudan con su sensibilidad a sentir de otra manera. Cada mañana se sientan ante el ordenador infinidad de escritores que han decidido hacer realidad sus sueños de escribir historias y que para compartirlas con nosotros tendrán que autoeditarlas. Cada a día se levanta la persiana de algún local en el que muchos jóvenes se reunirán para inventarse otra forma de hacer festivales, de sacar el arte a la calle, de trabajar por mantener su lengua como bien cultural y, en definitiva, de trasformar la duna en campo.

Desde este escenario es necesario que todos nos escuchemos. Grades y pequeños. Pequeños y grandes. Ya sé que esto resulta excesivamente populista pero creo que nos hemos acostumbrado en exceso a echar la culpa al de al lado. Tenemos derecho a explicar y compartir nuestras inquietudes ante nuestros políticos de la misma forma que ellos tienen la obligación de escucharlas. Pero tanto a un lado como a otro de la partida es necesario que aprendamos a evitar el etnocentrismo. Esa infértil tendencia a considerar la cultura propia como superior y a utilizar los valores propios para juzgar a los otros. Sólo un gobierno que trabaje para mostrar el valor de lo diferente será un gobierno que crea en la cultura como bien social. Vamos a intentar ayudarles a ver más y mirar mejor. ¡Hagan juego! Y no se precipiten que la partida es muy larga.

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LA OBRA DE ARTE INMORTAL

Amo al que pretende lo imposible

Fausto, 2ª parte

Estas vacaciones, reorganizando mi biblioteca, me topaba con un pequeño texto que había leído hace ya bastante tiempo. Se trata de una conferencia que el escritor y filósofo Stefan Zweig pronunció en Buenos Aires el 29 de octubre de 1940 y en la que aborda uno de los temas más apasionantes y complejos de la historia: El misterio de la creación artística.

Los seres humanos somos capaces de entender y asumir procesos de transformación pero cuando acontece algo nuevo, algo único ajeno a nuestro mundo, sentimos un intenso vértigo. Los creyentes aceptan rápidamente ante este misterio la fuerza creadora de una mano divina y los que, como es mi caso, no encontramos respuestas en la religión debemos afrontar como podemos el hecho de un acontecimiento sobrenatural.

Existe una esfera en la que ese “milagro” de la creación se repite de forma constante: el arte. A lo largo de un mismo año se escriben y publican miles de libros, se componen innumerables canciones, y las salas de arte se llenan de nuevas fotografías, pinturas, videos, esculturas o instalaciones. Miles de obras de arte que en su mayoría nada significarán para nosotros. Sin embargo, y sin comprender claramente por qué, surgirá de repente de entre todas ellas una obra capaz de sobrevivir a nuestro tiempo, y a muchos más. Una obra que no habrá sido realizada por un dios sino por un ser humano con nuestras propias necesidades, miserias e inseguridades. Un hombre que transformará lo perecedero en inmortal. “ ¿En mérito de qué encantamiento, de qué magia, consigue tal hombre superar los límites del tiempo y de la muerte?” se pregunta Zweig.

Las señoritas de Avignon, 1907. Pablo Picasso
Las señoritas de Avignon, 1907. Pablo Picasso

Cuando escuchamos una melodía que nos aprieta fuerte el corazón o cuando observamos una pintura que nos sobrecoge dejándonos sin respiración es fácil preguntarse cómo esa o ese artista ha sido capaz, con las mismas notas que los demás, con los mismos colores, con las mismas manos, con el mismo lápiz, de crear una obra inmortal. “¿Qué sucedió en su interior en esas horas de la creación y cuán misteriosas deben de ser esas horas?”. Podemos estudiar la obra durante mucho tiempo. Podemos escucharla, observarla y vivirla durante largos periodos pero nunca obtendremos respuesta a esa pregunta.

Cuando nos enfrentamos a una gran obra de arte debemos hacerlo desde lo comprensible. Es decir, desde esos datos objetivos y narrativos que articulan y acompañan esa creación y que en los museos toman la forma de textos de pared, folletos o catálogos. En este sentido, nuestra formación y nuestro esfuerzo por ampliar conocimientos nos ayudarán a sentirnos más cerca de la misma. Sin embrago, es también necesario que asumamos con humildad que somos incapaces de explicar íntegramente el proceso creador por mucho que lo analicemos. La concepción de un artista es un proceso interior. No podremos nunca imaginárnoslo. “Toda nuestra fantasía y toda nuestra lógica no pueden facilitarnos sino una idea insuficiente del origen de una obra de arte” advierte Zweig.

Niña delante de la chimenea, 1955. Balthus
Niña delante de la chimenea, 1955. Balthus

Y es en este punto en el que me gustaría pararme a reflexionar ya que normalmente, ante esta enervante incapacidad de explicar la creación artística, acudimos al propio creador para que nos de la respuesta. Sin embargo, ¿No os ocurre a menudo que tras escuchar las palabras de un artista en una conferencia o en una entrevista seguís sin entender por completo como se ha producido ese alumbramiento? ¿Por qué no nos describen su modo de crear? La respuesta puede resultar insatisfactoria pero la realidad es que tampoco el artista puede explicar ese proceso.

La principal razón de esta incógnita es que cuando el artista o la artista están creando no tienen tiempo ni lugar de observarse. Su mirada está dentro de ese proceso lo que inhabilita su condición de observador. La nuestra, por el contrario, está fuera lo que incapacita a su vez parte de nuestra comprensión. El artista está en ekstasis, ese maravilloso término griego que significa “estar fuera de sí mismo”. No puede mirar por encima de su hombro. No puede pararse a analizar lo que ocurre a su alrededor. ¿Y dónde está? En la propia obra. Su cuerpo puede estar en un parque de Londres y su mirada creativa abrazar una playa de Italia. Puede encerrarse en una minúscula habitación ante la pantalla de un ordenador estando su mirada en Marte, Plutón o incluso en un nuevo espacio interplanetario. Su cuerpo puede estar aquí pero su mirada está allí. Un allí que no es sucesión de un ahí sino proyección de un espacio indefinido. Su inspiración puede partir de un hecho real e incluso cotidiano pero en el proceso creativo llegara un momento en el que el artista se aleje de la realidad y de él mismo.

Soy consciente de que este tipo de reflexiones sirven de base a muchos de los que no encuentran en el arte ningún tipo de refugio, consuelo o satisfacción para arremeter contra el mismo. Esos que piensan que defender el misterio de la creación artística supone una excusa para no asumir que hay muchas obras de arte que no tienen explicación porque simplemente son malas. Que defendemos el papel de outsider del artista para justificar su falta de esfuerzo y trabajo dentro de nuestra sobreestructurada sociedad. No se confundan. Yo no justifico la creación barata, la especulación, la falta de seriedad o el engaño. Yo sólo quiero recordar que no todo en esta vida tiene explicación pero que es posible vivir sin la respuesta perfecta cuando lo que nos dan a cambio es emoción. La obra de arte mala existe y existirá siempre pero afortunadamente junto a ella podremos también disfrutar de la obra de arte inmortal.

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UN MUSEO EN MARTE #HARDDISKMUSEUM

La semana pasada, coincidiendo con mi estancia en Valencia, asistí al encuentro Pecha Kucha Night en el Centre Cultural «La Beneficència». La idea fundamental de Pecha Kucha es permitir compartir las ideas de diversos creadores desde presentaciones informales que suelen tener una duración de unos seis minutos. El objetivo no es desvelar los detalles de un proyecto a los distintos espectadores sino despertar su interés como toma de contacto para futuras relaciones laborales.

El primer Pecha Kucha fue creado en Tokio en 2003 y su curioso nombre podría traducirse como “el sonido de las personas”. Emitir sonidos es fácil. Hacer que otros los oigan es aún más fácil. Pero transformar esos sonidos en una historia con luz, en un viaje con promesas y en una ilusión por hacer de lo imposible un nuevo posible es ciertamente difícil. Solimán López lo consiguió. ¿Cómo? ¿Con qué? ¿A través de qué?

MarteNada más subir al escenario nos mostró en pantalla el rostro de un niño. Siempre he pensado que los artistas que vuelven la vista sobre su infancia demuestran una relación muy cercana con el mundo de la imaginación y el juego, y desde ese escenario la creatividad está asegurada. Tras las presentaciones oportunas y con rostro serio (prueba de que el niño que hay en él deseaba compartir con nosotros algo enormemente importante) nos confesó: “Siempre he querido construir un museo en Marte”. La idea me fascinó. No por la evidencia de trasladar el arte a otros planetas demostrando así su importancia en la construcción de nuestra identidad, sino por la capacidad de viajar con él mentalmente hacia un universo desconocido y por ello ilimitado.

HHDDM-Harddiskmuseum
HHDDM-Harddiskmuseum

Los sueños utópicos ayudan a buscar en lugares poco transitados y aunque es evidente que Solimán López no ha conseguido construir su museo en Marte, la valentía de esa utopía le ha ayudado a proyectar HARDDISKMUSEUM. Un museo guardado en un disco duro. Un museo como obra única de arte intangible. Un museo que no sólo se construye desde el espacio sino desde el tiempo. Un museo que es de él pero de todos. Un museo, podríamos admitir, bastante marciano.

Han pasado casi cien años desde que Marcel Duchamp pusiera en tela de juicio la obra de arte como objeto artístico. Las propuestas creativas viven desde entonces entre los defensores del arte como idea y aquellos que siguen encontrando en la pericia técnica la verdad de la obra. A todo ello, hemos de sumar la presencia constante de la tecnología a la hora de crear, contar y compartir el arte. Desde las primeras cámaras portátiles de video que ayudaron en su avance a la performance hasta los minúsculos dispositivos móviles que en la actualidad nos permiten registrar todo con aterradora nitidez han pasado muchas cosas. Sin embargo, la figura del museo no ha tenido la capacidad de asumir tantos cambios en tan corto espacio de tiempo.  Y probablemente por ello, porque la sociedad avanza más rápidamente  que la institución hace mucho que el museo despierta tanto amor como odio.

<<Nosotros- decía Marinetti – queremos destruir los museos … Museos: ¡Cementerios! Idénticos, verdaderamente, por la siniestra promiscuidad de tantos cuerpos que no se conocen. Museos: ¡Dormitorios públicos en que se reposa para siempre junto a seres odiados e ignotos! Museos: ¡Absurdos mataderos de pintores y escultores que van matándose ferozmente  a golpes de colores y de líneas a lo largo de paredes disputadas!>> No defiendo la radicalidad del italiano pero es cierto que en muchas ocasiones la desconexión entre vida y museo, entre su arte expuesto  y la sociedad que lo arropa es más que evidente y, por extensión, preocupante.

En 1918, en el fragor de una de esas delirantes veladas futuristas, Maiakowski afirmaba: “ El arte no debe de concentrarse en los templos muertos del museo, sino por doquier: en la calle, en el tranvía, en las fábricas, en los talleres y en los barrios obreros”. Es cierto que hemos avanzado desde entonces y hay muchos museos que observan y trabajan con “la calle” pero no es menos cierto que la institución museística sigue dando más valor al objeto que a la experiencia. Incluso el propio museo como objeto, es decir, como ente arquitectónico, adquiere muchas veces más presencia que el propio arte expuesto. Las pinturas, esculturas, dibujos o instalaciones encuentran rápidamente su lugar en el espacio físico donde se  museabiliza su estructura, contenido y mensaje para que todo tenga un orden. El orden burgués del museo. La burguesía de la obra de arte.

Ordenar lo material parece sencillo si se siguen unas pautas que  poco han variado desde la creación de los primeros museos. ¿Pero qué ocurre si lo material se torna inmaterial? ¿Cómo ordenamos, exponemos y compartimos la creación artística intangible? ¿Debe lo intangible formar también parte de la historia de un museo? Nuestra calle, nuestro tranvía, nuestra fábrica, nuestro taller y nuestro barrio tienen hoy un nuevo escenario desde el que actuar:  un nuevo Marte llamado Internet.

Solimán López. Primer director de HDDM- Hardiskmuseum
Solimán López. Primer director de Hardiskmuseum

En el maravilloso manifiesto que acompaña la creación de HARDDISKMUSEUM escribe Solimán López: “Cuando pienso en guardar aquello que no es propio del mundo material, si es que se puede pensar en algo no material, caigo en la cuenta del valor que tiene todo aquello que no se toca”.  El concepto de lo intangible es para mí lo verdaderamente importante en este proyecto. HDDM se presenta como repositorio para la producción creativa digital dando especial importancia a la interactividad y centrando su discurso en la obra de arte colectiva, sin embargo es en esa intangibilidad donde radica su verdadera fuerza porque proyecta una extensión ilimitada que posibilita salir de la dependencia arquitectónica y narrativa de los museos.

“Arte intangible – dice Solimán- es tiempo, tiempo es espacio, es universo.”  HDDM no sólo es importante como depósito para los nuevos creadores que construyen desde lo digital sino que ofrece al espectador-visitante todo un universo de experiencias y de experimentación. “La importancia de lo que no se toca” radica en la capacidad de la imaginación para transformar una acción limitada en el tiempo en una experiencia poliédrica, densa y evocadora. Lo físico es perecedero, lo metafísico es absoluto.

El arte como el amor adquiere su verdadera importancia en el pensamiento y no en el acto (objeto). Hacer el amor con alguien supone un regalo de caricias, besos y placeres varios que siempre tienen fecha de caducidad. ¿Pero nunca os ha pasado que tras ese momento os habéis encontrado a vosotros mismos recreando la escena en vuestra imaginación una y otra vez? ¿Y no es cierto que al trasformar esos besos y caricias en intangibles estos adquieren sin saber por qué un valor especial?

Me gusta la idea de encender mi portátil y a través de una tecla entrar a un espacio ilimitado de creación. Vestida, desnuda, desde la cama, desde el sofá, sola, acompañada, saciada, hambrienta, feliz, melancólica, segura o asustada. Lo importante es que soy yo la que marcará los horarios y formas de visita. Yo decidiré cuanto tiempo deseo estar observando cada obra. Sabiendo además que pese a navegar desde mi ordenador no estoy  sola en el museo. Alguien más lo estará visitando en un mismo tiempo desde otro espacio.  ¿Y si algún día alguien lo visitase desde Marte? Es lo bueno de HARDDISKMUSEUM. NO necesita ir abriendo sucursales a golpe de talonario porque la red es de todas y todos.

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En septiembre de 2015 se presentará la primera exposición colectiva de HDDM en la Galería Punto bajo el título Líquido.