¿UN DÍA SIN MÚSICA?

La música ¿qué comunica?

Lo que está claro para mí, ¿está claro para ustedes?

¿Consiste la música solamente en sonidos?

Entonces, ¿qué comunica?

¿Es música un camión que pasa?

Si lo puedo ver, ¿tengo que oírlo también?

Si no lo oigo, ¿aún comunica?

Si mientras lo veo no lo oigo, pero oigo otra cosa, por ejemplo un batidor de huevos, pues estoy en el interior mirando hacia fuera, ¿cuál de ellos comunica, el camión o el batidor de huevos?

¿Son los sonidos simplemente sonidos o son Beethoven?

Las personas no son sonidos, ¿verdad?

¿Existe de verdad el silencio?

¿Hay siempre algo que oír, no hay nunca paz y silencio?

Si mi cabeza está llena de armonía, melodía y ritmo, ¿qué me pasa cuando suena el teléfono, qué le pasa a mi paz y silencio, quiero decir?

  Silence, 1961. John Cage

 

El pasado 20 de mayo músicos y asociaciones del sector musical entregaban algo más de 250.000 firmas al Congreso por la derogación de la subida impositiva al 21% para espectáculos musicales. La reivindicación saltaba a las redes sociales desde el hashtag #undiasinmusica y  la gente se posicionaba de muy diversas formas. Entre toda esa gente que ha apoyado la iniciativa también esta quien afirma de forma rotunda y categórica que todo esto no va a servir de nada porque los políticos hacen y deshacen a su antojo o, mejor dicho, al antojo de la industria musical.

Más allá de la reivindicación (la cual considero absolutamente justa y necesaria) la propuesta me generó cierta ansiedad. ¿Un día entero sin música?- pensé.  Teniendo en cuenta que yo escucho música desde que me levanto, siempre camino por la calle con los cascos puestos, la radio del coche se enciende automáticamente al primer gesto de la llave y cuando me ducho hasta canto (está bien, igual esto no lo debería considerar música), el hecho de pasar un día entero sin escuchar alguna melodía me resulta complicado. Sin embargo, las ausencias llevan irremediablemente a sentir de una forma diferente las presencias  y ello me recordó que la música convive con el ruido al que no sólo olvidamos sino que infravaloramos. Y es precisamente el ruido como generador de lenguajes y experiencias uno de los temas más interesantes y complejos a los que se ha enfrentado el arte contemporáneo.

Tomasso Marinetti y Luigi Russolo ante sus instrumentos para "El arte de los ruidos", 1914.
Tomasso Marinetti y Luigi Russolo ante sus instrumentos para «El arte de los ruidos», 1914.

En julio de 1912 los Futuristas publican sus primeros manifiestos para la música advirtiendo que esta debe convivir con el resto de lenguajes artísticos en un escenario común. El hecho de que sean artistas plásticos y no músicos los que hablen del tema amplía el horizonte de la mirada. El arte comienza a alejarse de los gestos burgueses obsesionados por la belleza y abraza la irreverencia y la provocación. Más tarde, Russolo comienza a experimentar con la música creada por una batería de ruidosas máquinas lo que da como resultado el manifiesto “El arte de los ruidos”, publicado en marzo de 1913. En dicho manifiesto el italiano marca un nuevo camino de experimentación que sigue tan vivo como entonces. Russolo aspiraba a combinar el ruido de los tranvías, las explosiones de los motores, los trenes y las voces de las multitudes en una suerte de composición moderna. Construye para ello una serie de instrumentos que emiten ruidos a modo de familia desde los cuales nos invita a disfrutar del ruido de un motor o del sonido de un toldo en la ciudad. En ningún momento pretende con ello negar la música, simplemente propone romper el círculo de sonidos puros y conquistar la infinita variedad de los sonidos-ruido. Una forma, admitamos que algo extravagante, de hacer consciente al mundo de la riqueza sonora de su entorno.

Un ruido secreto, 1916. Marcel Duchamp
Un ruido secreto, 1916. Marcel Duchamp

En 1916 Marcel Duchamp afirma categóricamente que “el sonido ocupa un espacio” y construye a modo de adivinanza su famoso ready-made “Un ruido secreto” en el que un ovillo de cuerda sujeto a dos placas cuadradas de latón esconde un objeto sin identificar que genera un extraño sonido que activa la imaginación del espectador.<<Podría ser una moneda- decía Duchamp. Pero también un diamante>> Años más tarde John Cage se pregunta: <<¿Y el silencio? El silencio – se responde- no existe.  Sonido y silencio son lo mismo>> Cage será uno de los primeros compositores en dar importancia al silencio en la música. Este hecho también influye en la obra de arte y en nuestra propia experiencia respecto a la música. El artista norteamericano se da cuenta de que lo que se concibe como silencio en realidad no lo es, ya que durante los silencios musicales de un concierto continúan los eventos sonoros, continúa “el ruido”.

4'33, 1952, John Cage
4’33, 1952, John Cage

De esta reflexión surge su famosa pieza 4’33 en la que lleva al extremo sus teorías musicales. La pieza está pensada para ser tocada ante un piano silente, es decir, el interprete se mantiene en silencio delante del instrumento durante esos algo más de cuatro minutos. <<Si en el pasado- decía Cage-  el punto de discusión en la música se centraba en la disonancia y la consonancia, en el inmediato futuro será entre el ruido y los sonidos llamados musicales>>

En otros casos el músico alemán invita a participar directamente en la creación de ruidos. “Living Room Music” se concibe como una habitación llena de objetos cotidianos (muebles, libros, periódicos, plantes, etc.) que se transforman en instrumentos musicales a manos del espectador. De esta forma, se activan ruidos que en nuestro día a día no concebimos como importantes pero que constituyen nuestro memoria sonora de la misma manera que lo hacen las canciones de nuestros músicos favoritos. ¿Pero somos realmente capaces de disfrutar de esos ruidos?

Performance en la que se recrea "Living Room Music" de John Cage
Performance en la que se recrea «Living Room Music» de John Cage

 

Traslado mi memoria a uno de esos conciertos que hacen que todo merezca un poco más la pena y me veo escuchando a Quique González en su última gira. Uno de esos músicos que no arrastra público casual llenando las plazas de toros de pancartas, camisetas con mensajes absurdos y gritos enfervorecidos y desacompasados sino que siempre es acompañado por gente que le respeta y valora por encima de todo. Esa gente a la que le cuesta mucho vivir  un día sin música. Pues incluso en un concierto así te das cuenta de que la gente está habituada a escuchar música pero no comprende la importancia de los ruidos. El ruido de las botas cuando arrastra los pies hacia el centro del escenario. Ese ruido de la silla al ser apartada del piano. El ruido del micrófono cuando silba de dolor al darle un golpe imprevisto. Ese ruido en forma de quejido cuando el cansancio de su voz va anunciándote el final del concierto. Ruidos que son sonidos desde los silencios sin música. Ruidos que son nuestros y que deberíamos esforzarnos por vivir. Ruidos que en este caso también forman parte de la experiencia de un concierto único.

Quique González al piano.
Quique González al piano.

Qué  bonito es que te digan que el sonido de tu risa es contagioso. Qué maravilloso es que te susurren al oído lo bien que jadeas cuando haces el amor. Qué sensación más grandiosa cuando escuchas romper una ola sobre tus pies. Sonidos-ruidos-silencios-música. ¿Un día sin música? Es complicado. Es imposible.

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¿ALGO QUE CELEBRAR?

En este mundo en el que nos gusta clasificar todo hasta límites surrealistas el concepto de “el día de” se ha transformado en un clásico que ningún sector quiere perderse. En 1977 el Consejo Internacional de Museos (ICOM) acordó fijar el 18 de mayo como el Día internacional del Museo y a partir de entonces también la museografía tiene su pequeño momento de gloria. Cada año se asigna un tema que sirve como elemento vertebrador de las diversas actividades programadas a lo largo de dicha festividad. Este año el lema propuesto reza: “Museos para una sociedad sostenible”. Según el ICOM, se reconoce así el papel de los museos para concienciar al público sobre la necesidad de una sociedad menos derrochadora, más solidaria y que aproveche los recursos de manera más respetuosa con los sistemas biológicos.

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Concienciar a la gente sobre el exceso de gasto y la correcta utilización de los recursos naturales que nos rodean suena francamente bien pero también algo alejado de los problemas actuales que la mayoría de las personas, vayan o no a un museo, tiene en estos momentos. Siente una que los responsables del ICOM viven en una urbanización de un barrio bien a las afueras de Marte y que han decido bajar a la Tierra para visitar algún museo y, de paso, hablar de sostenibilidad que suena entre hipster y cool.

Por otra parte, es irremediable que los que trabajamos en un museo oigamos ‘sostenibilidad’ y pensemos rápidamente en un concepto algo diferente. La RAE define el término como “un proceso que puede mantenerse por sí mismo, como lo hace, p. ej., un desarrollo económico sin ayuda exterior ni merma de los recursos existentes”. Y leído esto se te acaban automáticamente las ganas de fiesta. Los museos en la actualidad, sean estos de titularidad pública o privada, en muy contadas ocasiones pueden subsistir sin una importante ayuda exterior, y los recursos existentes, vengan estos de la financiación pública o de los ingresos generados de forma directa por la actividad, no es que hayan mermado sino que resultan casi anecdóticos. La mayoría de los museos (sobre todo esos que nunca aparecen en las listas de museos incluidas las listas de museos que celebran “su día”) no sólo no consiguen ser sostenibles sino que navegan sin rumbo hacia una deriva tan aterradora que no da el cuerpo como para organizar fastos y celebraciones.

Pero no quiero que penséis que me he puesto el traje de pitufa gruñona y voy a pasar la semana renegando del día del los museos. Me parece bien que estos utilicen todos los recursos que están a su alcance para visibilizar su labor. Me encanta que la gente decida dedicar parte de su fin de semana a disfrutar de sus colecciones y actividades. Me enorgullece ver cómo, cual orquesta del Titanic, seguimos teniendo capacidad de generar ilusión y magia desde la historia, la ciencia o el arte aunque el barco se esté hundiendo. Levantarse del sofá y arreglarse para salir de fiesta es un ejercicio más que saludable.

Sin embargo, me gustaría que la fiesta de los museos se transformase también en una oportunidad para acercar los problemas de dichas instituciones a la gente que no siente como suyos esos espacios, que sigue sin valorarlos y que no comprende que tras la belleza y riqueza de los objetos expuestos hay mucha precariedad laboral, extensos expedientes de regulación de empleo, demasiada subcontratación, profesionales infravalorados, artistas ninguneados y, sobre todo, un tejido cultural que construido con mucho esfuerzo durante años se nos está escapando entre nuestros dedos como un puñado de arena de playa.

Y no sirve de nada caer en ese victimismo fácil en el que toda la culpa la tienen siempre los políticos de turno, los directores con ínfulas de estrellas de cine o los artistas que realizan un arte incomprensible. Si la sociedad actual se ha divorciado de los museos, si sólo los visita como actividad puntual y turística y, sobre todo, si no los sienten como suyos, es también culpa de los que estamos dentro de dichas instituciones.

Practicamos mucho la queja pero esta siempre se comparte con la boca pequeña, en pequeños corrillos y dentro de nuestro propio entorno. En muy contadas ocasiones encontramos a profesionales que se esfuercen por explicar a la gente que los museos se hunden en nuestro país y eso nos afecta a todos. Porque los museos dan cobijo a historiadores, conservadores o artistas pero también alimentan a familias de carpinteros, transportistas, maquetadores, limpiadores, informáticos, electricistas, y un sinfín de profesionales que trabajan en ese complejo escenario de lo cultural. Porque los museos entretienen a turistas locales y extranjeros con visitas, conferencias y conciertos pero también llegan a las escuelas ayudando a los profesores a enriquecer sus materias, a los centros de educación especial con programas adaptados a sus necesidades, o a hospitales y centros de día mejorando la calidad de vida de sus pacientes a través de la educación artística.

Si la mayoría de la sociedad no comprende que los museos pueden mejorar y ‘enriquecer’ el entorno social en el viven habrá que explicarlo de forma más clara y directa para que con su ayuda y apoyo nos sintamos más fuertes ante la aniquilación cultural que está sufriendo este país por culpa de un caciquismo político ignorante y vergonzante. ¿Algo que celebrar mañana? Claro que sí. Vayamos al museo y disfrutemos de él pero además de ponernos guapos y ‘bailar’ aprovechemos la ocasión para hablar y explicar que los museos no sólo pueden ser sostenibles sino que son capaces de crear una línea invisible pero importantísima que sostiene valores fundamentales para nuestra sociedad: la capacidad de crítica, la creatividad, la empatía, la generosidad o la pluralidad. ¡Feliz día(s) de los museos! Ni más ni menos que 365 días al año de fiesta.

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EL ARTE ES UN PROCESO RELIGADOR

 

“Que el arte consiste, en toda época y en cualquier lugar

en un proceso integrador, religador, del hombre y su realidad,

que parte siempre de una nada que es nada y concluye en otra Nada que es Todo,

un Absoluto, como respuesta límite y solución espiritual de la existencia.”

QuousqueTandem…! Jorge Oteiza

 

Hace ya tiempo que tengo la sensación de estar encerrada en una esfera en la que hay muchas y variadas cosas pero que gira a tanta velocidad que no consigo salir de ella ni para coger aire. Cuando me siento así, ahogada y aprisionada,  me invade primero la tristeza pero después intento recuperar de mi memoria proyectos gracias a los cuales he aprendido a vivir de manera más serena y justa. El mundo del arte me enfada, me enerva y me decepciona constantemente pero el arte me da la vida y ese aire que me falta tan a menudo.

‘Mi caja. Tu refugio’ es un proyecto al que necesito volver cada cierto tiempo. Fue difícil y apasionante a partes iguales y hoy os lo cuento con toda la sinceridad de la que soy capaz porque a mí me ayudo a valorar enormemente mi siempre insatisfactoria vida. Tras alguna breve colaboración con actividades artísticas en centros penitenciarios decidí que ya era hora de realizar mi propio proyecto en la ciudad que hace ya muchos años me adoptó como a una más, Pamplona.IMG_0065

En el mundo de la educación artística una siempre tiene que dar el primer paso porque si no el desierto puede helarse bajo tus pies antes de que te ofrezcan algo interesante. Por ello, solicité una cita con la dirección del centro penitenciario de la ciudad para proponerles una colaboración. Aun a riesgo de parecer exagerada os digo que ya en esa primera cita me di cuenta de que entraba en un terreno difícil. Cruzar las puertas de una cárcel (y algunos lo habréis tristemente vivido) genera una sensación desagradable. Te sientes tan observada, tan vigilada y tan analizada que sin quererlo te crees culpable de algo nada más mostrar tu DNI. Recuerdo que ese día comenté con un amigo: << ¿Te imaginas que alguien de algún diario me ve entrar por la puerta de la cárcel y me reconoce?>> Hubiese animado los corrillos sociales de esa semana.

El caso es que el proyecto (creo que porque en el fondo tampoco sabían muy bien lo que quería hacer)  fue aprobado, y a partir de ese momento empecé a cruzar la puerta de la cárcel una vez por semana durante algo más de tres meses. La sensación del primer día no desapareció nunca. En esa primera reunión me dieron a elegir entre trabajar en el módulo de mujeres o en el de los hombres. Y como ya me vais conociendo sobra decir que ese carácter vehemente que me acompaña siempre no me dio otra opción más que elegir el de hombres. Me parecía más difícil trabajar con ellos y, en consecuencia, más honesto.IMG_0171

Los primeros problemas empezaron, como casi siempre en esta vida, con las prohibiciones del propio centro penitenciario. Era una cárcel antigua ( hace poco que se abrió un nuevo centro) poco dada a proyectos de este tipo. Así que:

  • Prohibido utilizar en los talleres cola, pegamento de tubo y elementos cortantes ( tijeras, cutters, etc)
  • Ninguno de los materiales utilizados en el taller podrá salir del centro.
  • Al acabar cada taller ninguno de los presos puede llevarse ningún material para continuar con el trabajo fuera del aula.
  • La tarjeta de memoria de la cámara se entregará a seguridad al acabar el taller y se volverá a recuperar a la semana siguiente. Esto supuso que no pudiese realmente ver lo que había fotografiado ni analizarlo hasta acabar del todo el proyecto.
  • Prohibido preguntar a los participantes sobre su situación en el centro.

Excepto la molesta imposición de tener que entregar la tarjeta de memoria de la cámara, sobra decir que el resto sufrió innumerables fisuras que en estos ámbitos se consiguen a base de paciencia y una serena sonrisa.

  • Conseguí introducir unas tijeras y cutter con la promesa de que sólo las utilizaría yo. Promesa incumplida.
  • Conseguí sacar algún material del taller explicando que los volvería a traer a la semana siguiente. Promesa incumplida.
  • Conseguí regalar materiales como lápices, papeles de colores, pinturas, etc. a muchos de ellos con la promesa de que trabajarían con ello. Promesa incumplida conscientemente porque sabía que lo utilizaban para otras fines.

La primera parte del proyecto consistió en hablarles del artista. Proyecté videos, leí poesías y les conté mil historias. Sólo uno de los presos era vasco y como hablábamos de Oteiza fue muy divertido ver cómo se convirtió rápidamente en ‘jefe de grupo’.  Era su derecho. En la cárcel lo más importante es buscar algo que te diferencie. Algo que te haga ganarte el respeto de los demás. Él se lo ganó contando que cuando era más joven había conocido a Jorge. Una mentira a la que yo seguí el juego con admiración.

Caja vacía, 1958. Jorge Oteiza
Caja vacía, 1958. Jorge Oteiza

La partida de cartas había comenzado pero yo no quería imponer mis normas por lo que la segunda parte del proyecto consistió en que entre todos eligiesen una obra de las que habíamos estudiado a partir de la cual comenzaríamos a trabajar en el taller. Empezamos así un proceso de debate eliminando unas y eligiendo otras hasta quedarnos con una única pieza con la que todos, de una manera u otra, se sentían identificados: “Caja vacía”. <<Aitziber- me dijo seriamente el ‘jefe de grupo’- tú nos has contado que el vacío de las cajas de Oteiza es una especie de refugio. Mi refugio es el mar del cantábrico y seguro que el de Abdalá es otro. Pero lo más importante es que aquí todos necesitamos uno.”  Yo no lo hubiese dicho más claro.

Con la caja como posible refugio empezamos la tercera parte del proyecto. Cada uno construyó una caja que debía contener en su interior ese refugio con el que soñaban por las noches. Ese escenario que no por lejano es menos necesario. Las propuestas fueron muy sorprendentes. Uno construyó una playa y una hamaca en recuerdo de su Caribe natal. Nuestro jefe pintó la caja de un azul tan intenso que el propio Neptuno (siendo o no vasco) se hubiese sentido orgulloso de él. Otro de ellos construyó un corazón con los colores de la bandera gay (<<Ellos no reconocen los colores >> me dijo con un guiño).

Un chico de poco más de 20 años hizo una preciosa flor de papel y la colocó dentro porque según me dijo como no sabía hablar con las mujeres había tenido que aprender a hacer flores con servilletas del bar. Y una de las más emocionantes fue una caja que reproducía los barrotes de la cárcel. Pintada de negro y envuelta en un lazo rosa mostraba una evidente declaración de principios: <<Algunos de nosotros hemos perdido la posibilidad de encontrar refugio>>. Y el más daliniano del grupo construyó un huevo frito y orgulloso me contó que había realizado la yema con la bola del bote de desodorante.

Pero no creáis que llegar a este punto fue fácil. Ellos tuvieron que buscar en su interior y yo plantar cara a su exterior. Por la mañana recorría el corredor oyendo toda clase de comentarios que no sólo me incomodaban sino que me repugnaban. Me odiaba a mi misma por tener tantos prejuicios pero acabé yendo a los talleres vestida por completo de negro. En el aula las tensiones hicieron que incluso uno de ellos fuese expulsado del grupo por agresividad hacia mí. Y los cambios de humor de la mayoría de ellos también me afectaban profundamente. Muchas mañanas me levantaba con cierta ansiedad y tenía que obligarme a mí misma a volver a cruzar la puerta. Y cuando salía del taller era incapaz de volver a casa o al trabajo y me acercaba al primer bar del barrio para poder tomar una copa de vino que me relajase. No os cuento todo esto para victimizarme sino porque en estos procesos solo se cuentan los bonitos resultados pero el camino es más largo de lo que parece.

IMG_0069Sin embargo, es cierto que los resultados suelen compensarlo todo. Con el material creado a lo largo de esos meses organicé una exposición en un centro cultural de la ciudad. Ellos no podían asistir a la inauguración por lo que al finalizar todo el circo mediático preparé una caja para enviar a cada uno de ellos. En este caso la caja no estaba vacía sino llena de recuerdos:

  • Selección de fotos de los talleres en la cárcel.
  • Fotos del montaje en el centro cultural.
  • Fotocopias de las reseñas aparecidas en prensa.
  • Una biografía de Oteiza.

Muchos de ellos me escribieron agradeciéndome emocionados el regalo. Algunos me dijeron que les gustaría leer más libros de Oteiza. Y otro me dijo que en un mes le trasladarían a Zaragoza así que me escribiría por si quería hacer algún taller allí. Lo cumplió.

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