EL MURO DE LA DESMEMORIA. B.A/016

 

La octava edición del Barrio de los artistas de Pamplona ha tenido este año un carácter especial. Por primera vez, y esperemos que no sea la última, la actividad artística del festival se ha desplazado a la periferia dejando de lado el turístico casco viejo para ocupar el barrio de la Milagrosa.

La Milagrosa es un pequeño barrio al sur de la ciudad que aún no ha caído en manos del hipsterismo desaforado y en el que conviven distintas culturas que a nuestros ojos pueden resultar similares pero que esconden diferencias a veces irreconciliables. Por todo ello, fue muy bonito ver cómo las calles se llenaban de folcklores varios en forma de conciertos, bailes y exposiciones, al tiempo que los artistas de aquí compartían sus trabajos, recuperando así esa sensación cada vez más difícil de vivir en el mundo del arte: la certeza de que la comunicación entre culturas distintas no puede sino sumar posibilidades de nuevas miradas.

En este contexto tuve claro desde el principio que mi mirada no sería de gesto amable porque no podía perder la oportunidad de poner voz a un tema tan vivo como escondido en ciertos sectores de la sociedad: la violencia de género. Los festivales de arte se hacen para divertirse pero también para abrir diálogos.

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El muro de la desmemoria representa una acción performativa contra el maltrato en la que reflexiono sobre la incapacidad de la sociedad actual para sentir como dolorosas verdades las historias que diariamente aparecen en la prensa. El hombre tiene una morbosa necesidad de recolectar todo lo que encuentra a su paso. Recolectamos afectos, envidias, y hasta recolectamos vidas. Lo malo de este prehistórico ejercicio es que al recolectar la unidad se transforma en colectividad, y en ese momento la especificidad se hace número, un número que nos empuja hacia la desmemoria.

Hace ya mucho tiempo que nos hemos acostumbrado a tratar la violencia de género como un número. En ocasiones los números aportan cierta identidad, como cuando hablamos de mujeres centroeuropeas asesinadas, de hombres maltratados, de menores de edad violadas a manos de sus parejas, etc. Pero estos datos no aportan cercanía a la historia, y al final seguimos sintiendo que son sólo números que construyen un muro de datos sin sentido.

La performance ofrece al artista la posibilidad de activar en el público pensamientos diversos desde un escenario mucho menos direccionado que otros lenguajes artísticos. Por ello, accionar este año en una pequeña plaza de un barrio como la Milagrosa me ha ofrecido la posibilidad de hablar de un tema que me preocupa de manera constante y al que estamos peligrosamente empezando a acostumbrarnos. No podemos permitírnoslo. No debemos permitírnoslo.

Hoy comparto con vosotros un pequeño pedacito de esa acción que ha sido registrada con una enorme sensibilidad por Mikel Tolosana y en la que he contado con la siempre generosa ayuda de Ana Rosa Sánchez. No puedo tampoco dejar de agradecer la compañía de todos los que os acercásteis hasta esa placita de la Milagrosa para reflexionar conmigo.  Vamos a seguir reflexionando juntos porque el arte va más allá de los grandes fastos de ferias, museo y galerías. El arte se construye desde todos, incluso desde los que no se consideran parte de él.

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¡Oh museo, mi museo!

 

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El pasado 15 de mayo celebrábamos el Día Internacional de los Museos, una fiesta que se extiende a lo largo de la semana con actividades de todo tipo. Resulta extraño pensar que haya gente que sólo visita el museo cuando el calendario de efemérides marca la palabra en rojo pero no es menos sorprendente pensar en toda esa gente que nunca visitará un museo. Cierto es que, por mucho que nos empeñemos en decir lo contrario, la cultura sigue siendo un alimento extraño para una gran parte de la población. Sin embargo, no es esta una excusa para quedarse a dormir plácidamente al amparo de colecciones, patrimonios varios y estructuras educativas cómodas y sencillas. El museo debería visitarse mucho más pero en estos momentos lo fundamental no es sumar visitantes amparándose en una sonora festividad sino repensar el propio museo para reactivarlo en base a las necesidades de una sociedad que transita cada vez más por códigos muy diversos.

Mis pies llevan más de 20 años caminando por salas de museos. Museos que he visitado, observado, disfrutado, e incluso detestado, y en los que, por supuesto, también he trabajado y trabajo. No obstante, la primera visita guiada que realicé no fue en un museo sino en la calle. Así es señoras y señores, yo empecé haciendo la calle. Y como buena bilbaína tenía que empezar a lo grande: en un barco. Bueno, confieso que más que un barco era una barcaza que cruzaba armoniosa la ría hasta su desembocadura en el mar. El nombre de la barquita en cuestión era El Tximbito, lo que me impulsaba a mantener bien alta la barbilla al hablar para no perder la poca dignidad que sentía me quedaba.

La euforia por el arte abstracto, los perros de flores y los pintxos microscópicos no había llegado aún a la capital vizcaína así que los guías mostrábamos nuestro entusiasmo explicando las luces y sombras del patrimonio industrial de la ciudad: que si aquí se descargaban los plátanos de Canarias que se distribuirían por Europa, que si ahí se almacenaba el bacalao de Noruega o que si allí se reparaban los barcos mas grandes que un ser humano pueda llegar nunca a imaginar. Todo, ya lo ven, muy bilbaíno. Ese turismo que se construía desde el orgullo de enseñar tu ciudad a partir de lo que tus propios abuelos y abuelas te habían contado y todo aquello, menos fiable, que te contaban los libros de Historia.

La suerte hizo que pudiese abandonar pronto la calle (hoy en día sigo valorando enormemente a los guías que trabajan en espacios abiertos porque es francamente duro) y pudiese seguir creciendo en un pequeño museo del casco antiguo de la ciudad: el Museo Etnográfico, Aqueológico e Histórico Vasco. Un maravilloso museo que se ha revitalizado en los últimos años pero que en esa época era, como tantos museos, un espacio pequeño, oscuro y nada amable con el visitante. En ese momento empecé a comprender que las visitas de la mayoría de los museos se plantea como una especie de buffet libre en el que no importa el hambre que tengas, el objetivo es probar de todo. Y en ese sinsentido yo debía transitar, en un recorrido de apenas 90 minutos, desde las distintas fases de la Prehistoria representada en los objetos de la colección hasta la creación de la Cámara de Comercio de Bilbao, pasando por la migración de los pastores vascos a América. ¡Y ni un chupito de whisky me podía tomar!

En este escenario seguí trabajando y formándome hasta que la vida me ofreció la oportunidad de trabajar en un museo que llevo y llevaré siempre en mi corazón: el Museo de Bellas Artes de Bilbao. También este museo ha ampliado y mejorado notablemente sus instalaciones y exposiciones, sin embargo, en esa época ya existía algo que se mantiene y que representaba una verdadera joya: un gran equipo. Descubrí allí a profesionales que disfrutaban de su trabajo y conseguían hacer de lo difícil algo fácil. Los responsables del departamento de educación, con los que sigo teniendo una buena amistad aún desde la lejanía, me enseñaron que en una colección no hay obra pequeña si el educador es capaz de transmitir su belleza y valía. Fue en esa época y en ese museo donde descubrí que deseaba ser educadora, lo que en mi caso abarca muchos campos de trabajo, incluso el de la creación artística.

Pero todos sabemos que en las fiestas es difícil no ceder a la tentación de la rubia con largas piernas que te guiña el ojo desde el otro lado de la mesa. Mi rubia se llamaba Museo Guggenheim Bilbao y sobra deciros que no me pude resistir. Es imposible contaros todas las experiencias que allí viví. El inicio de ese museo fue francamente emocionante porque de la noche a la mañana todos sentimos que éramos el centro del mundo. Pude ver por primera vez ante mis ojos obras de Picasso, Rothko, Pollock, Kandinsky, Bourgeois, y tantos y tantas artistas que admiraba pero que sólo conocía de los libros. En esa etapa crecí enormemente como profesional y podría decir que me hice adulta como educadora.

No obstante, el Guggenheim también representó para mí el descubrimiento de una dura realidad: que la educación siempre será un terreno secundario frente a la obsesiva necesidad de gran parte de la casta política, y por extensión de los directivos de museos, de hacer de la cultura un clon de IKEA. Descubrí, al mismo tiempo, que en el arte no hay término medio, o se está del lado burgués y glamuroso de los grandes espacios museísticos o se malvive en pequeños centros hacia los que casi nadie mira. El arte, no lo olvidemos, es pura magia pero también pura perversidad.

Y cuando creía que mi vida no podía abandonar esa torre de Babel en la que me intentaba desenvolver lo mejor que podía día a día, surgió un regalo: el  Museo Oteiza. Me mudé a tierras navarras con muchas cajas de libros y dos gatas, y pasé del titanio al hormigón, de la ciudad al monte, del tacón al zapato plano, de no tener un lugar donde apoyarme al acabar las visitas a tener un despacho desde el que oigo cantar a los pájaros, y en definitiva, pasé de vivir del arte a vivir EN el arte. Oteiza me recuerda diariamente que debo enfrentarme a mis miedos y luchar para que la educación nunca se asiente en una zona de confort. Y por si fuera poco sigo acompañada de un equipo excepcional.

Estos días, ante la celebración del Día de los Museos, recordaba todos esos años y me preguntaba si las cosas, desde entonces, han cambiado mucho. Dejando de lado las cuestiones económicas, que bien merecen un capítulo aparte, creo que la educación en los museos ha mejorado mucho pues no podemos negar que existen grandes profesionales trabajando para ampliar contenidos, metodologías y miradas. Sin embargo, a mí me sigue faltando algo: CALLE. Yo empecé en la calle y cada vez tengo más claro que el museo debe salir a la calle para sobrevivir. Salir a la calle supone escuchar las voces nuestro entorno «real» y digital y no basar los contenidos de la actividad educativa únicamente en las colecciones sino en  las distintas necesidades sociales. Salir a la calle supone romper las barreras físicas del museo y desarrollar actividades en los diversos lugares de la ciudad y de los pueblos. Salir a la calle supone dejar de museabilizar la educación haciendo de cada actividad una foto de escaparate y centrarnos en experimentar más aunque nos equivoquemos por el camino. Salir a la calle supone liberar a las colecciones de arte de su presidio.

Igual los técnicos de museos deberíamos levantarnos de nuestras sillas y subirnos a las mesas de nuestros despachos al grito de ¡Oh museo, mi museo! La revolución no se hace hablando, se hace actuando.

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REMEMBRANZA. La performance como autococimiento.

 

 “Huck piensa que mi diario no tiene precio: el punto de vista de la mujer, lo biológico separado de lo ideológico en mí. Psicología femenina revelada (la protección de la mujer, agresiva como una tigresa cuando defiende a sus cachorros. Ninguna masculinidad, pero todo cuanto tiene de positivo sería tomado por masculino).”

Anaïs Nin

 

Desde 1931, tras una intensa aventura amorosa con Henry Miller, Anaïs Nin dedica su vida a la búsqueda del amor perfecto. Una quimera que narra en sus diarios construidos con palabras tan evocadoras como valientes porque Anaïs se muestra provocadora, erotizada y hasta cruel, al tiempo que se revela como un ser frágil y expuesto a los constantes desplantes de sus amantes. Ella afirma convencida que “todo cuanto (la mujer) tiene de positivo sería tomado por masculino.” La constante necesidad sexual es masculina. La capacidad para dominar al otro es masculina. La crueldad en el trato a quien se quiere es masculina. La capacidad de diferenciar lo biológico de lo psicológico es masculina. ¿Es esto cierto? No lo es. ¿Son estas afirmaciones válidas? No lo son.

Sin embargo, hoy en día muchas mujeres siguen sintiendo la necesidad de (de)marcar sus papeles en el entorno en el que se mueven teniendo muy en cuenta que lo que se ve positivo en un hombre no tiene el mismo cariz en una mujer porque no se puede ser una madre erotizada, una novia cruel o una jefa dominante. Bueno, se puede siempre y cuando la piel exterior no revele de forma rápida y directa ese papel, siempre y cuando no se vea a primera vista cómo es una misma y, sobre todo, quién es. Y si hay algo que ayuda a ser muchas dentro de una esto es el maquillaje, el aliado perfecto para cubrir de pieles falsas la verdadera piel.

IMG_1327El maquillaje en la mujer representa un escudo de protección mayor que la propia ropa. Personalmente siempre me ha asustado mucho más que un amante descubra mi rostro cansado y sin maquillar a la luz del alba que la posibilidad de que el sol le muestre las imperfecciones de mi cuerpo, que la noche y las sábanas me ayudaron a cubrir. Porque en el rostro está todo. El cansancio, el miedo, los desamores, la inseguridad siempre se muestran en la piel por muy feliz que te sientas en ese preciso momento. La piel es tu pasado y como tal tu carta de presentación en el presente. El maquillaje se transforma así en nuestro aliado sin darnos cuenta de que es también nuestro peor enemigo porque nos aleja de nosotras para obligarnos a entrar en una clara dependencia emocional. Y sobre todo, porque nos hace pensar que somos capaces, a golpe de brocha, de esconder lo que somos y crear una nueva mujer. La mayor trampa es querer ser otra olvidándose de seguir construyendo en el presente la verdad de una misma.

El pasado mes de marzo Ana Rosa Sánchez y una servidora fuimos invitadas por Amelia Aguado, directora del Museo de Arte Africano de Valladolid, a participar en la programación de la Bienal Miradas de Mujeres 2016. Nos resulto sencillo seleccionar el tema de la performance a presentar dentro de dicho festival ya que hace tiempo que habíamos hablado sobre la necesidad de trabajar sobre el uso del maquillaje.El entorno era perfecto ya que la sala que nos propusieron para accionar está rodeada de máscaras que representan seres mitológicos desarrollados en la cultura africana desde ropajes y maquillajes de una enorme complejidad. La máscara como herramienta para inventar otros seres. El maquillaje como vehículo para escapar de la realidad.

No os voy a negar que cuando llegamos a Valladolid y entramos en esa sala las dos nos sentimos fuertemente impresionadas. Ana y yo nos entendemos ya con solo mirarnos y las dos nos dijimos sin hablar que el espacio podía llegar a devorarnos. Una de las cosas más bellas de la performance es la relación que el artista establece con el espacio en el que acciona. En este caso, la presencia de arte africano y la luz baja y en cierto modo teatral, nos hicieron sentir más pequeñas, algo frágiles y con la sensación de que no podríamos conectar con el público.Sin embargo, preparar la sala nos ayudo poco a poco a sentirnos parte del museo.

REMEMBRANZA propone una acción sencilla y de cierto corte poético (terreno en el que yo me siento más sincera y generosa) en la que reflexionamos sobre la utilización del maquillaje como herramienta de construcción sobre la identidad de la mujer. ¿Qué supone para nosotras maquillarnos diariamente? ¿Somos conscientes de los diversos maquillajes que utilizamos a lo largo de la semana para proyectar distintas mujeres en nosotras mismas? ¿Son esas mujeres reales o simplemente placebos que alivian la negación de una parte de nosotras?

La acción comenzaba enfrentando nuestros rostros sin maquillar y buscando nuestras miradas que serán las que activen las preguntas (y con ellas los miedos) en nosotras mismas. La mesa en la que nos sentábamos proyectaba una especie de escenario bulímico de maquillaje: cestas con tantos pintalabios, lápices de ojos o coloretes que necesitaríamos varios años para gastar. Desde ese escenario cada una elegirá sus colores, pensará en su máscara e intentará reconstruirse.

IMG_9194La habitación ( esa compleja sala expositiva habitada por una parte de la colección de arte africano) mostraba espejos colocados a distintas alturas lo que hacía de la acción de maquillarse una especie de búsqueda frustrada ya que dichoacto no siempre proyectaba en el espejo nuestro rostro sino también nuestro pecho, nuestro sexo o nuestros pies. Es decir, no siempre podíamos vernos la cara al pintarnos. El espejo es un objeto fundamental en esta acción ya que representa la mentira de la imagen. ¿Me veo realmente a mi misma cuando me miro en el espejo? ¿Reconozco mi yo ante tantos “yo”?

IMG-20160317-WA0007La microacción se repite a lo largo de una hora. Maquillarse y desmaquillarse de forma continua y compulsiva durante 60 minutos produce efectos demoledores en el rostro. Recuerdo mis ojos llorando, la sensación de que mi boca se agrietaba o la certeza de que mi imagen caminaba entre lo grotesco y lo ridículo. En este punto es muy importante la reacción del público ante nuestra mirada. Cada vez que nos volvíamos a maquillar nos situábamos frente a uno de los asistentes clavando nuestra mirada en la suya durante segundos que parecían minutos. Mirar a los ojos de alguien es la forma de desnudo más generosa y a la vez agresiva que existe. Algunas personas bajaban la mirada, otras empezaban a sonreír nerviosamente, y algunas se tensaban ante la certeza de que también ellas eran observadas.

¿Y yo qué veía? ¿Y yo qué sentía? Me sentía frágil, juzgada, fea, ajada. Me sentía valiente, mujer, poderosa, sexual. Es difícil mirar sin filtros pero REMEMBRANZA me ha regalado la certeza de que yo soy muchas mujeres sin necesidad de maquillajes, algunas me gustan y otras, simplemente, las tolero en mi. O puede que sólo sea una y mi ego herido de miedo crea tener varias.IMG_9213

Lo más hermoso de una performance es que te permite barrer esquinas de ti que ya tenías olvidadas. Comenzado el mes de abril no puedo negar que últimamente me he encontrado a mí misma maquillándome de forma más pausada y reflexiva. Y algunos días, hasta me ha relajado observar mis ojeras y esa mirada que tiene ya tanto vivido que es imposible que no se nuble de vez en cuando. Lo que encontré en la mirada de Ana lo reservo para mí porque la performance tiene la virtud de regalarte momentos de intimidad que nunca serán museables.

Gracias a Amelia Aguado @Amaguado y a Oliva Cachafeiro @Mariarondillera por hacernos sentir como en casa.

Y para ti Ana no tengo palabras. De tu mano todo es fácil.

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FELICITE AL ARTISTA DE MI PARTE. LA VIDA MÁS ALLÁ DE ARCO.

Hace tiempo que no me asomaba por las páginas de este NO blog para contaros experiencias, sensaciones e impresiones. No tengo una justificación clara. Supongo que las navidades me descolocaron, enero me descentró y febrero me remató. Y contar cosas por contar, sin sentirlas ni vivirlas no tiene para mi mucho sentido.

Sin embargo, los últimos días pasados en Madrid me han dado de nuevo ganas de vomitar palabras. Y utilizo el término vomitar en homenaje a todos aquellos que me he encontrado estos días por las ferias y me han dicho eso de: “A ver si te relajas un poco porque no dejas títere con cabeza. Que parece que no estás nunca contenta con nada.” Como si estar contenta con todo fuese una especie de virtud sacra.

En fin, que varios días en Madrid, en esto que llamamos «semana de ARCO» dan para mucho. Una se enfrenta desde la mañana a ferias, exposiciones varias y alguna que otra cena. ¿Y qué puedo yo contaros de todo eso que no hayan contado ya los demás? La prensa y las redes sociales se han llenado de referencias a las obras más importantes o más destacables, y en la mayoría de los casos esas referencias las han realizado profesionales del arte que tienen con seguridad más criterio que yo. No tendría por lo tanto sentido redundar en ello.

No obstante, los paseos por la ciudad me han hecho reflexionar un año más sobre el hecho de que existen aún muchos artistas que centran la construcción narrativa de su obra en historias reales, críticas y sociales pero estas no se extienden en casi ningún caso a la calle a lo largo de esos días. El arte contemporáneo vive en una especie de burbuja aséptica sin contacto con el no profesional, con el no iniciado, con el no aficionado, y eso supone para mí una oportunidad perdida de acercar el arte a todos, de activarlo, de ponerlo en tela de juicio, de hacerlo vivir en la vida misma.

En esos paseos retumbaban en mis oídos las palabras de Joseph Beuys cuando definía su concepto de escuela: “la escuela está en la calle; cuando hablas de esas cosas en la verdulería. Eso significa que el proceso escolar no sólo tiene lugar en la escuela, sino que empieza en cuanto un ser humano habla con otro de esas cosas.» Esas lúcidas palabras podrían trasladarse sin dificultad al concepto de arte que me he encontrado en algunas microhistorias ( y así las defino porque ninguna duró más de dos minutos) y vivido estos días, y en las que me he dado cuenta de que el arte está principalmente en la mirada, y la mirada es de todos. Por ello, me ha parecido más honesto compartir esas sencillas historias en lugar de hacer crítica de arte desde lo visto en las exposiciones.

Estas son mis tres “obras” seleccionadas en la semana de ARCO. Historias reales que me han ocurrido en espacios alejados de las ferias de arte.

MICROHISTORIA 1. Viernes 14.30h Una Cafetería de Lavapiés.

Comía sola en una pequeña cafetería cuando se sentó a mi lado una pareja. Él tendría unos sesentaicinco años y ella algo más de setenta. Él le explicaba cariñosamente cómo había recibido un mail con un archivo que no podía abrir y eso le tenía preocupado todo el día.

  • Cómo es de curiosa la mente- le dice él. Hay días en que pienso que me apetecería estudiar psicología para entender mejor algunas cosas. No sé cuantos años dura la carrera pero igual lo hago.
  • Creo que ahora son tres años- le contesta ella.
  • Bueno, la verdad es que como sólo lo haría por disfrutar poco importa. Siempre será mejor que te enseñen otros que aprender por tu cuenta- le explica.
  • Pues yo últimamente leo muchas cosas de Bellas Artes. Es lo que más me gusta- cuenta ella.
  • Ah, pues deberías estudiar la carrera de Bellas Artes porque tiene que ser muy hermosa y lo harías muy bien- le responde él con una sonrisa.

MICROHISTORA 2. Sábado 19.30h Barrio de Usera.

El sábado a la tarde, a contracorriente de todos, me dirigí al barrio de Usera invitada por Berta Delgado para ver un ensayo de su performance Kowloon. Os puedo asegurar que fue todo un honor. Como siempre llegué pronto y, como siempre, decidí meterme en un bar a esperar porque el frío era inhumano. Era un bar de barrio obrero, sin mujeres, con la tele a tope viendo, creo,  un Getafe- Levante, y con esa sensación de estar en un lugar en el que el tiempo transcurre de otra manera.

Pedí una caña al camarero y este me sacó con ella un indescriptible cacho de pan amarillento como tapa que fui incapaz de comer. Al momento se me acercó un señor mayor y me dijo:

  • Lleva usted una falda preciosa. Un color que le favorece mucho.
  • Muchas gracias- le contesto. El azul es mi color favorito. Es un azul oscuro que algunos llaman azul Klein.
  • ¡Qué nombre tan raro!- dice serio.
  • Se llama así porque digamos había un artista francés llamado Yves Klein que lo usaba mucho en sus cuadros.
  • Vaya, pues es un color precioso. Felicite al artista de mi parte- me contesta con una sonrisa.

MICROHISTORIA 3. Domingo 12.00h Museo Nacional de Arte Reina Sofía.

El domingo por la mañana decidí acercarme al Museo Reina Sofía para ver la exposición de Ignasi Aballí, un artista al que valoro enormemente. La exposición me fascinó desde el primer momento y en lugar de salir del museo nada más terminar de verla me quedé un rato sentada en un banco del pasillo. En ese momento se me acerco una señora mayor con una niña (intuyo que sería su nieta) y me preguntó:

  • Disculpe, ¿sabe qué significan esas palabras que hay escritas en los cristales de la ventanas?
  • Es una obra que se titula “Un paisaje posible” y es de Aballí, el mismo artista que expone en esas salas- le digo.
  • ¿Pero le han dejado poner cosas en las ventanas?- pregunta extrañada.
  • Bueno, Aballí es un artista que intenta romper las estructuras prefijadas tanto de las obras como de los espacios expositivos. Digamos que es un rebelde- le digo sonriendo.
  • Me encanta que las exposiciones ocurran también fuera de las salas. Vamos a empezar a venir más por aquí- dice mirando a la niña.

Después las dos se sentaron en el banco de al lado y empezaron a hablar de las palabras escritas en los cristales. Charlando, riendo, levantándose e incluso tocándolas.

Estas y otras historias también construyen el arte. Son miradas distintas, con distintos códigos y distintos tiempos pero al fin y al cabo miradas. A veces los profesionales del arte deberíamos recordarnos a nosotros mismo que hay vida más allá de ARCO.

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¿QUÉ QUEDA POR HACER?

Una se propone todos los años no caer en la absurdez de hacer balance del año agotado ni ceder a la tentación de generar promesas sobre el tiempo a estrenar pero resulta complicado no hacerlo. Estos días, pensando en el cambalache político que vive nuestro país y en las dolencias varias que sufre su cultura me venía a la mente un texto que tiene ya, ni más ni menos, casi 100 años.

"Fuck you 2015" Retrato. Fotografía de Asun Requena.
«Fuck you 2015» Retrato. Fotografía de Asun Requena.

El 5 de enero de 1921, Antonio Gramsci escribía en Ordine Nuovo una declaración de principios que daba forma a los ideales del movimiento futurista pero que resulta, a día de hoy, tan actual como reveladora: “¿Qué queda por hacer? Solo destruir la forma actual de la civilización. En este campo, ‘destruir’ no tiene el mismo sentido que en economía: destruir no significa privar a la humanidad de productos materiales necesarios para su subsistencia y desarrollo; significa destruir jerarquías espirituales, prejuicios, ídolos, tradiciones insensibilizadas, significa no tener miedo de las novedades y de las audacias, no tener miedo de los monstruos, no creer que el mundo va a derrumbarse si un obrero comete faltas de gramática, si un poema es defectuoso, si un cuadro se parece a un cartel, si la juventud hace un palmo de narices a la senilidad académica y pesada. Los futuristas han representado este papel en el ámbito de la cultura burguesa: han destruido, destruido y destruido sin preocuparse por saber si sus nuevas creaciones, producidas por su actividad, constituían en conjunto una obra superior a la destruida: han tenido confianza en sí mismos, en el ardor de sus energías…”

En este afán aniquilador los futuristas abogaban también por la destrucción de las estructuras culturales más tradicionales como el museo. Es evidente que el museo como repositorio de arte no se ha destruido, como tampoco se ha acabado con las galerías o con los centros culturales. Es también esperanzador ver cómo todos esos escenarios empiezan a abrir sus puertas a proyectos de carácter más transversal, a propuestas de corte intergeneracional y a creaciones más abiertas en ideologías, formatos y lenguajes. Sin embargo, existe algo que no solo no se ha destruido sino que alimenta las bases de todo el engranaje cultural de nuestro país: el miedo a esas novedades y audacias de las que hablaba Gramsci.

La obra de arte, tal como defendía vehementemente Jorge Oteiza, es resultado de un proceso de “desalienación”. Los resultados electorales de este último mes nos han demostrado que romper el orden de la línea recta, de lo establecido, de lo jerárquico y de lo “tradicional” es una labor de titanes pero no una labor imposible. La cultura, y por extensión el arte, camina desde códigos muy cercanos a lo político porque el arte es una forma de hacer política. Por ello, en lo cultural y, cómo no, en sus instituciones  se aprecian formas de hacer que poco tienen que ver con la superación del miedo y mucho con el confort personal de directores, comisarios, galeristas o artistas.

Esa ‘zona de confort’ empuja de forma inconsciente, cuando no lo hace desde la inmoral consciencia, a programar contenidos más cercanos a lo popular que a lo crítico, a construir actividades de fácil encaje social, a proyectar la carrera de artistas amables y adecuados para el escaparate de lo museable y, en definitiva, a seguir la línea recta compuesta por piezas que poco o nada tienen que ver con la construcción de la identidad crítica de un país y mucho con la sobrealimentación del enchufismo, el amiguismo y la idolatría por los ‘grandes’ del arte.

A punto de finalizar el año puede que la pregunta pertinente no sea ¿Qué queda por hacer? sino ¿Qué podemos hacer? Y podemos, desde los distintos escenarios que cada una y cada uno tenga la suerte de pisar, intentar vencer ese miedo. Los profesionales debemos empezar por cuestionar nuestro trabajo y nuestra “forma de hacer” para conseguir recuperar esa audacia que la maldita crisis y, a través de ella, ese terror a no formar parte de esto que llamamos mundo del arte nos han hecho perder. Es fundamental salir de la zona de confort y arriesgarse a trabajar en proyectos que rompan la línea recta. Puede que los resultados de esos proyectos, más humildes, más periféricos y más difíciles de defender, no nos aporten éxitos rápidos y ruidosos pero serán la base de un futuro cultural más sólido.

Sobra decir que como espectadores también tenemos una responsabilidad y es la de comprender que el consumo de cultura no puede ser siempre un camino sencillo y amable, ni un mero divertimento para cubrir nuestras horas de ocio. Consumir cultura es ayudar a que la cultura crezca y para ello, tenemos que visitar los pequeños museos, mostrar interés por esas galerías que defienden cada día a los artistas más jóvenes, acudir a conferencias , visitas o talleres que no saldrán nunca en las listas de ”los más” a fin de año pero que tienen detrás equipos de profesionales que pelean diariamente con verdadera pasión para ofrecernos lo mejor de ellos y que están, en definitiva, componiendo piedra a piedra la base cultural de nuestra sociedad.

Supongo que leyendo estas líneas muchos pensaréis que este activismo cultural que defiendo con voz alta suena tan populista como poco efectivo pero yo creo firmemente en que podemos hacer más de lo que creemos y si tan sólo una o uno de vosotros decide acompañarme en esta lucha por destruir lo caduco para construir lo futuro a través de pequeños pasos y sencillos gestos ya me siento satisfecha.

NOS VEMOS A LA VUELTA DE LA ESQUINA. FELIZ 2016. URTE BERRI ON.

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PORQUE EL CONTEXTO TAMBIÉN ES TEXTO. SOBRE PERFORMANCE Y OTRAS HISTORIAS

Los que me conocéis sabéis que no soy mujer de modas. No porque ir en contra de “lo popular” me haga sentir más independiente o especial sino porque la mayoría de las modas, tengan estas  forma de discurso o de corte de pelo, me aburren enormemente. Sin embargo, debo admitir que esta semana he decidido claudicar y hablar con vosotros sobre un tema que está muy de moda en el panorama artístico: la performance.

Abel Azcona realizando la performance "Pederastia"
Abel Azcona realizando la performance «Pederastia»

En Pamplona, ciudad en la que vivo y desde la que habitualmente escribo estas líneas bajo la forma de lo que la contemporaneidad llama ‘post’ y que en mi caso no son más que reflexiones de bar ( un espacio, por cierto, muy creativo), el tema de moda ha sido la performance del artista navarro Abel Azcona en la que a partir de una serie de hostias consagradas compone la palabra «pederastia» como forma de activar la atención sobre un tema que se mire desde el ángulo desde el que se mire resulta de una inmoralidad vomitiva. Era de esperar que el tema levantase ampollas en una ciudad en la que la Iglesia más rancia y retrógrada se cuela hasta en las alcantarillas del barrio más perdido.

Mujer agredida en el recinto de Art Basel Miami
Mujer agredida en el recinto de Art Basel Miami

 

 

 

 

 

 

 

En un ámbito mucho más lejano, una mujer era acuchillada en la Art Basel Miami, la principal feria de arte contemporáneo del continente americano, ante la atónita mirada de los visitantes y guardas de seguridad. El terrible suceso se confundió por breves momentos con una performance y, como  tal, con una extensión de la expresión artística llevada al límite más extremo de la creatividad morbosa.

Los dos hechos han abierto de nuevo el eterno debate sobre lo que es y no es arte, sobre los límites del artista para reflejar escenarios reales de la propia vida, y sobre la incapacidad del arte de acción para conectar de una manera empática con el espectador. Sin embargo, hay algo que me preocupa por inexistente en casi todos los debates al respecto, y es el hecho de que la acción de la performance se construye en un escenario temporal pero también físico por lo que el contexto en el que se desarrolla es también texto, es decir, también aporta contenido al debate.

La primeria historia, aquella en la que Abel Azcona habla sobre pederastia es una performance “oficial” que se encuentra registrada en fotografías y materializada en una instalación, y que toma la forma de lo museable en una exposición titulada “Desterrados”.  La segunda, ese apuñalamiento llevado a cabo en Miami, se sabe ya que no ha sido una acción performativa sino una “simple” agresión. Y aunque vemos claramente la diferencia entre uno y otro es enormemente importante reflexionar sobre el hecho de que es el contexto el que aporta narrativa artística a una y otra acción. Las dos, de una manera u otra han entrado en el terreno del arte. ¿Por qué?

La performance representa la esencia más pura de la creación artística porque es capaz de transgredir los límites de la pintura, la música, la escultura, el teatro, la danza, el cine, la poesía o el video. En esta apertura casi ilimitada de códigos es importante no olvidar que la performance tiene la inigualable capacidad de invadir el territorio de lo no artístico, de lo común, de lo cotidiano, de lo menor, de lo escondido, a fin de trastocar el equilibrio y las normas que en tantas ocasiones nos impiden ver el fondo de la piscina.

Es por ello que no debe asombrarnos que una ciudad de fuerte tradición religiosa como Pamplona se indigne ante una acción performativa que centra la mirada en una herida demasiado profunda para mostrarla de forma directa, o que una acción no artística se confunda con una acción performativa en un espacio al que la gente va a ver y consumir arte, una feria. El escenario es esencial para comprender por qué ambos casos caminan en la frágil línea de lo que se define como arte. En la primera acción, lo artístico se hace social, no a través del artista sino a través de la identidad de la propia ciudad. En la segunda, lo no artístico se hace arte, no a través de la agresora sino a través de la identidad de la propia feria. El contexto escribe el texto.

La pregunta que deberíamos hacernos no es si la performance tiene o no tiene validez. No deberíamos cuestionarnos si la performance, y por extensión el/la performer, tienen derecho a provocar socialmente desde cualquier temática sin tener en cuenta sensibilidades ajenas. Y menos aún deberíamos afirmar que  la performance es una línea de acción creativa tan débil que hasta en un escenario propio del arte cualquier acción no creativa puede confundirse con ella. La performance es parte del contexto artístico, nos guste o no, desde hace décadas y si su presencia es aún complicada para la mirada de muchos no es porque no tenga legitimidad sino porque artistas, comisarios y educadores debemos seguir esforzándonos por acercar su sentido y contenido a un público que, no nos engañemos, nunca será mayoritario.

La pregunta que deberíamos hacernos es por qué la sociedad ataca al arte y al artista cuando éste decide hablar de un tema complejo y doloroso, en lugar de pedir explicaciones a esa parte de la sociedad que permite que esos hechos sigan ocurriendo. Deberíamos preguntarnos por qué todo el mundo pone en tela de juicio la performance al confundir un hecho aislado con otro creativo en vez de reflexionar sobre la superficialidad y exceso de espectáculo de muchas ferias de arte en las que todo se llega a confundir con todo.

En esta breve reflexión que hoy me apetecía compartir con vosotros quiero recordar también que la performance no tiene como objetivo hacernos “saber” sino hacernos sentir. La performance no nos informa nos (de)forma. Y en ese complejo mundo de los sentimientos la mirada no siempre va a encontrar imágenes agradables porque lo performativo no es una playa en la que sentarnos a respirar y relajarnos sino un punto de fuga en el horizonte que siempre genera en nosotros esa sensación de lo ilimitado, de lo enervantemente incontrolable. Solo en el momento en el que admitamos que la performance nos sitúa en un discontinuo, entiéndase éste como una encrucijada de caminos, podremos enfrentarnos a ella. Es difícil. Lo sé.

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EL ARTE EN CONEXIÓN

El pasado martes un amigo me hacía llegar, a través de su cuenta de Instagram, una imagen que más tarde vi reproducida en otros espacios de la red. La imagen presentaba la entrada principal de un museo en el que se había escrito una breve pero autentica declaración de principios:

El museo es una escuela:

El artista aprende a comunicarse;

El público aprende a hacer conexiones.museo_jumex_1

La fachada en cuestión corresponde a la entrada del Museo Jumex en ciudad de México, y la instalación, que no otra cosa era dicha declaración de principios, al artista y crítico de arte uruguayo Luis Camnitzer, uno de los 40 creadores de 14 países que están presentes en la exposición Bajo un mismo sol. Arte de Ámerica Latina hoy.

Curiosamente mi cabeza no se puso a analizar y reflexionar sobre esas palabras sino que activó el recuerdo hacia otra imagen que había llamado mi atención el día anterior. No os hablo en este caso de una obra de arte sino de un artículo de prensa que me “entristeció” profundamente. E insisto en el término “entristecer” porque creo que esto del arte funciona con los mismos códigos que el amor. Y todos sabemos que cuando un gran amor te enfada existen aún ganas de luchar por él, pero cuando te entristece estás empezando a retirarte suavemente de su lado.

El artículo del que os hablo apareció en El País bajo un prometedor titular:  «Rodin recupera su esplendor».  En él el periodista narra con entusiasmo la reapertura de todo un icono del panorama museístico parisino y para dar mayor detalle, e imagino que autenticidad al artículo, entrevistaba a su directora, Catherine Chevillot. La Señora Chevillot nos cuenta eso de que va a haber más obras, nuevos recorridos, objetos de la colección personal del artista, y en fin, que la cosa promete porque se han esmerado mucho en que el museo parezca otro. Es entonces cuando la flamante directora se arranca con un ole de esos que no te salen ni ante Tomatito: «Odio los museos donde se obliga al visitante a leer larguísimos textos. Desvían su atención y su mirada, que siempre tendría que estar dirigida a las obras» ¡Toma ya!

Y es en ese momento, como os contaba antes, cuando descubro que lo que en otra ocasión me hubiese cabreado a altos niveles tan solo me produjo tristeza. Porque una lleva ya muchos maratones corridos en esto del arte y desgraciadamente hay por el mundo más señoras Chevillot de lo que pensamos. Y lo peor es que no solo se visten de directoras de museo sino también de comisarios, de críticos o de artistas que siguen anclados en esa máxima de que el arte se explica solo y el que no lo entienda que se vaya a Eurodisney. Pero la vida es eso tan curioso que juega a darte una hostia para, a continuación, regalarte un beso. Mi beso de esta semana se ha llamado Luis Camnitzer. Y no voy a negaros que me gusta especialmente que me lo haya dado un artista porque es desde ese terreno desde el que tenemos que empezar a cambiar el concepto de museo.

EL MUSEO ES ESCUELA. Es importante analizar con exactitud las palabras de Camnitzer porque no dice “en una escuela” sino “es escuela”. Ser escuela significa ser espacio abierto a la enseñanza en toda su magnitud, sin cortapisas temáticas, formales o sociales, y, sobre todo, sin currículos pre-establecidos. Ser escuela significa ser un ente (museo) vivo ya que la materia prima de tu trabajo son las personas y estas cambian a cada minuto.

EL ARTISTA APRENDE A COMUNICARSE. Es importante analizar con exactitud las palabras de Camnitzer porque no dice “desea comunicarse” sino “aprende a comunicarse”. En emsta frase el artista se presenta como un ser sensible no solo por su capacidad creativa sino por tener la osadía y la inteligente voluntad de crecer desde las miradas de los espectadores. Los artistas incomunicados no tienen sentido en una sociedad que hace ya mucho tiempo que ha abierto sus puertas a la comunicación global.

EL PÚBLICO APRENDE A HACER CONEXIONES. Es importante analizar con exactitud las palabras de Camnitzer porque no dice “se ve obligado a hacer conexiones” sino “aprende a hacer conexiones”. Los procesos de aprendizaje, se produzcan estos dentro o fuera de la educación formal, son territorios de exploración abiertos en los que se mezclan experiencias propias, realidades ajenas y cierto toque de sorpresa y experimentación. Si una de estas tres premisas falla, fallará también el aprendizaje.

“Señoras Chevillot” que camináis altivas por el mundo del arte os recuerdo que:

Los museos deben establecer el mayor número de códigos de aprendizaje para que el público pueda tener experiencias constructivas y diversas. Los códigos pueden tomar la forma de catálogos, textos de pared, aplicaciones móviles, etc. No es una cuestión de obligar a nadie a leer la información sino de dotar a dichos elementos de los contenidos adecuados.

Los directores, técnicos de museos y comisarios no pueden utilizar el espacio del museo para saciar sus gustos porque el museo no es suyo sino de todos. Toda exposición tiene algo de personal que establece vínculos con aquellos que la han construido pero también debemos pensar en las personas que la van a visitar.

Los artistas que centran su mirada exclusivamente en la muestra de la obra, olvidando que su arte no empieza y acaba el día de la inauguración sino que adquiere verdadero sentido principalmente después, no deberían considerarse artistas sino peones de una película llamada mercado del arte. Nadie duda de que es ese mercado  el que comprará su trabajo pero no es menos cierto que ese trabajo se transformará en un cadáver si no recibe la mirada del espectador.

 

Pd: Si viajáis próximamente a París no dejéis de visitar el recientemente inaugurado Museo Rodin.

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Nota: No se ha podido adjuntar el artículo de El País porque el enlace está roto pero lo podéis encontrar on line sin problemas bajo el título que se indica en el post.

PASEANDO ENTRE ESCULTURAS

 

Vista frontal del conjunto escultórico de Henry Moore expuesto en el Paseo Sarasate de Pamplona.
Vista frontal del conjunto escultórico de Henry Moore expuesto en el Paseo Sarasate de Pamplona.

El pasado 3 de noviembre La Obra Social La Caixa, en colaboración con La Fundación Henry Moore (1898-1986), inauguraba dentro de su programa Arte en la Calle una muestra compuesta por siete magníficas esculturas  del artista inglés. El Paseo Sarasate, una de las principales arterias de la ciudad y lugar de paso hacia el casco histórico, se llenaba de arte. La capital navarra, como ya ocurriría con otras ciudades como Málaga, Santander o Burgos, se hacía un poco más internacional. Los apoyos que la entidad bancaria ofrece al mundo del arte y de la educación artística desde hace ya muchos años son más que notables y permiten realizar proyectos con colectivos que de otra manera  seguirían estando fuera del radio de acción de “lo artístico”.

Sin embargo, en este caso me surgen muchas dudas. Cuando en un mismo proyecto se entrelazan palabras como “arte”, “social” o “calle” una tiene la impresión de que se va a encontrar con una actividad en la que lo artístico impulsara vías de reflexión y debate en torno a la ciudad como contenedor de vida. Un proyecto en el que los adormecidos viandantes despertaran por un momento ante la necesidad de observar algo que no solo es nuevo como objeto en su entorno urbano sino nuevo como experiencia en su mirada.

La publicidad del programa en cuestión nos invita a ver un conjunto de monumentales esculturas en “un maravilloso entorno alejado de museos y salas de exposiciones”. Llamadme suspicaz pero en el reclamo da la sensación de que ir a un museo a ver arte es poco menos que un castigo divino. Estos días he observado a la gente al salir de casa por la mañana, al correr por la tarde, e incluso ya bien caída la noche para ver si la experiencia es verdaderamente “religiosa”. La sorpresa, que no voy a negaros no ha sido grande, es que la mayoría no miraba las piezas, tan solo las tocaba. Supongo que una parte del éxito de estas propuestas radica justamente en eso: en hacer todo lo que no se puede hacer en un museo.

Henry Moore en Pamplona.
Vista de las piezas de Henry Moore en Pamplona.

Algunos visitantes dejaban la mano pegada a la obra por unos segundos como si alguna energía divina venida de la mismísima Inglaterra fuese a transmitirse a sus entrañas a través de los poros de la piel. Otros las golpeaban fuertemente con los nudillos y asentían categóricos: “Chapa. Esto es chapa”. Evidentemente no podía faltar el grupo adicto al selfie que se fotografiaba con ellas acompañado de la familia ante la evidencia de que no se sabe por qué pero esto debe ser importante y yo no puedo dejar de inmortalizarlo con mi móvil. Y es justo decir que algún valiente también se paraba a leer las cartelas informativas de las piezas, que entiendo no acabarán nunca de compensar su inquietud cultural ya que la información es más bien escasa. Es importante recordar que los paneles informativos disponen de códigos QR desde donde descargarse audioguías con algo más de información.

Las dudas sobre la efectividad de este tipo de proyectos aumentan en mi cabeza cuando la conclusión de la mayoría se resume en: “Bueno, son bonitas”. Los pelos como escarpias se me ponen cuando una vuelve a encontrar al público ante la ya tan manida frase de “Si es bello el arte se explica sólo”.  La belleza es un concepto tan relativo como complejo y no niego que puede ser un escenario de análisis importante en una obra de arte, pero si nuestra relación con una pieza se limita a la estética de la belleza no estaremos hablando de arte social ni estaremos estableciendo nexos de unión entre la ciudad y el habitante. En definitiva, no estaremos activando el entorno urbano desde el arte, tan sólo lo estaremos ocupando.

Faustino Aizkorbe. Esfera partida, 1997.
Faustino Aizkorbe. Esfera partida, 1997.

A principios de los años cincuenta el arquitecto suizo-francés Le Corbusier afirmaba que era posible proyectar “un solo edificio para todos los países y climas”. Esta afirmación, difícil de sostener desde el mundo de la arquitectura, parece haberse hecho eco entre las muestras expositivas y es este un punto en el que de nuevo me surgen dudas. Cada ciudad tiene un desarrollo urbanístico, una arquitectura y una utilización de espacios que pueden tener mucho en común con otras ciudades pero que poseen a la vez su propia personalidad marcada por el clima y la cultura de cada zona.

José Ramón Anda. Argi, izpia eta oreka. Un punto de luz en equilibrio, 2003.
José Ramón Anda. Argi, izpia eta oreka. Un punto de luz en equilibrio, 2003.

A esto hay que añadir el hecho de que todas las ciudades poseen un patrimonio de escultura pública que nos habla de su historia y de la relación de esta con el arte. Por todo ello, exponer una serie de esculturas en un entorno urbano no debería consistir sólo en buscar el lugar más bello de la ciudad sino en estudiar previamente el patrimonio de la misma para generar diálogos entre distintas obras ayudando al viandante a valorar y comprender mejor lo que su ciudad posee.

Un ejemplo claro de la reflexión que ahora comparto con vosotros es el hecho de que Pamplona es la ciudad con más obra monumental de Jorge Oteiza (1908-2003). La ciudad posee seis esculturas del artista vasco (casi el mismo número de piezas presentes en la susodicha exposición) que no sólo comparte con el británico una misma generación sino que en varias ocasiones admitió la gran influencia de Moore en sus primeros trabajos. En la obra de Oteiza hay diálogos con el espacio, el vacío y la luz, pero también hay narraciones que hablan de la vida y la muerte, del desasosiego de la inmigración, de la amistad o de la maternidad. Temas todos ellos que también encontramos en las entrañas de Moore, hombre pasional y apasionado, y que  estoy segura de que hubiese estado encantado de enlazar sus miradas con el vasco. Al artista oriotarra acompañan en la ciudad grandes escultres de la talla de Vicente Larrea, José Ramón Anda, Nestor Basterretxea o Jesús Eslava, entre otros.

El arquitecto navarro Sáenz de Oíza, amigo también de Oteiza preguntaba: “¿Los edificios son para estar o son para recorrer?”. Si los esfuerzos económicos y personales, tanto de entidades privadas como públicas, ante una exposición de este tipo se limitan a colocar las esculturas en un hermoso espacio ajenas estas al resto del arte que habita la ciudad podremos afirmar que las esculturas están pero no son. Podremos “estar” con ellas pero nunca “recorrerlas”. Si queremos que el arte expuesto en la calle suponga una experiencia distinta a la de esos museos en los que las obras “descansan” ajenas a la vida como si de un mausoleo se tratase (imagino que a este tipo de museos se refiere la frase utilizada por la entidad para invitar a ver la muestra) debemos esforzaros para que estas convivan con la ciudad y lo que ella posee. No se trata de pasear entre esculturas sino de pasear con ellas sintiendo que no son objetos de reclamo ante un escaparate sino pedacitos de sensaciones y sentimientos que hacen de nuestras propias sensaciones y sentimientos algo especial.

Es de justicia recordar que el Ayuntamiento de Pamplona ha organizado 13 visitas guiadas para acercar la obra de Henry Moore al público no especializado. Puede ser un buen momento para reflexionar entre todos sobre estos temas. Nos ayudará ante tan firme objetivo la fantástica Guía de Escultura Urbana en Pamplona que editó el ayuntamiento de la ciudad en 2010.

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LA EXPERIMENTACIÓN COMO BUSQUEDA DE PREGUNTAS

“Por cada científico y artista que surge, hay una centena de expertos y funcionarios tratando de asesinarle”.

José Antonio Sistiaga

Celuloide pintado a mano por José Antonio Sistiaga.
Celuloide pintado a mano por José Antonio Sistiaga.

Innovación, creatividad y experimentación son términos que están en boca de todos los que de una manera directa o indirecta nos dedicamos al mundo del arte. Sin embargo, hay una diferencia entre algunos de ellos y es que no todo el mundo es capaz de innovar o crear pero todos y cada uno de nosotros tenemos la capacidad de experimentar.

Joseph Beuys afirmaba con rotundidad que <<El hombre está solo realmente vivo cuando se da cuenta de que es un ser creativo y artístico. Exijo una implicación del arte en todos los reinos de la vida. De momento el arte es enseñado como un campo especial que demanda la creación de documentos en forma de obras de arte. Por eso, yo abogo por una implicación estética de la ciencia, la economía, la política, la religión, de toda esfera de la actividad humana. Incluso la acción de pelar una patata puede ser una obra de arte si es un acto consciente. >> Las palabras del artista alemán esconden una realidad de la que no conseguimos escapar: seguimos pensando que la creatividad está hecha para aquel que quiere o necesita producir arte, y que sólo que el que quiere o necesita producir arte tiene que experimentar.

Experimentar, en este mundo de oficinas, grandes almacenes, modas dictadas a golpe de suplemento semanal y vacaciones de playa y chiringuito significa ni más ni menos que ser raro. La música experimental solo les gusta a los raros. Son los raros los que ven cine experimental. Y coronan la cumbre de “los raros” aquellos que leen poesía experimental. ¿Es eso cierto? Evidentemente no, porque si así lo fuese el concepto de experimentación sería demasiado fácil de acotar. Más allá de los gustos culturales que cada uno pueda tener, la experimentación no define  la acción de situarse en la periferia ejerciendo de personaje extraño  sino que representa el escenario desde el que buscar y generar nuevas preguntas. Y solo el que (se) pregunta consigue mantenerse vivo. Preguntar y cuestionar, tanto a los demás como a uno mismo, es un gesto de valentía e inteligencia que nos permite eliminar la apatía de nuestras vidas. No se puede crecer sin preguntar. No se puede avanzar sin preguntarse.

Performance El espacio del arte.
Performance El espacio del arte.

La pasada semana, con objeto de reflexionar sobre este complejo tema, organicé un curso en el Museo Oteiza al que di por título “La experimentación como herramienta pedagógica”. El escenario no podía ser mejor ya que en un mismo espacio se encuentran expuestos en estos momentos dos de los mejores ejemplos de experimentación artística en el arte contemporáneo. Por un lado, Jorge Oteiza desde la colección permanente del museo, y por otro, José Antonio Sistiaga como parte de la actual exposición temporal del mismo. El primero, como bien sabéis, hizo de su trabajo una búsqueda permanente no sólo desde la construcción de ese universo interminable de formas llamado Laboratorio Experimental sino también desde la valentía de acercarse a lenguajes tan diversos como la arquitectura, la poesía o el cine. El segundo, representa uno de los más interesantes exponentes del cine experimental gracias a sus películas pintadas que comienza a realizar en los años 60 y que le llevan a producir piezas de una apabullante belleza.

Laboratorio experiemental de Jorge Oteiza. Instalación en casa del artista, mediados de los ochenta.
Laboratorio experiemental de Jorge Oteiza. Instalación en casa del artista, mediados de los ochenta.

En ambos casos, encontramos también un notable interés por el campo de la educación estética que llevará a los dos artistas a realizar distintos proyectos dentro de la pedagogía de expresión libre basada en metodologías abiertas tanto en técnicas como en lenguajes. Esta libertad es la que se toma como punto de partida para activar distintos ejercicios a lo largo de los tres días de curso uniendo experiencias de gente muy diversa: maestros, profesores de Educación Primaria, Secundaria o Universitaria, profesores de idiomas, educadores de museos, arquitectos, artistas o, incluso, arteterapeutas.

El filósofo Henry Lefébvre decía: “Si unimos la acción a la reflexión, sin que ninguna de ellas preceda a la otra, todos nuestros actos serán actos de creación”. Podemos pensar que la creatividad surge de una acción experimental espontánea nunca de un ejercicio intelectual o meditado. Esto es tan cierto como falso ya que si bien es verdad que la experimentación requiere de cierto escenario de espontaneidad, sorpresa e incluso torpeza, no lo es menos el hecho de que lo experimental también puede entrenarse. Desarrollar una actitud creativa abierta supone todo un largo camino de ensayos que nos llevará a errar y a acertar por partes iguales. Lo intentaremos y acertaremos. Lo intentaremos y nos equivocaremos. Y así una y otra vez hasta darnos cuenta de que experimentar puede ser para nosotros una herramienta tan natural como hablar, leer o correr.

Acción experimental de reestructuración de códigos de lectura.
Acción experimental de reestructuración de códigos de lectura.

Uno de los elementos más importantes de lo experiencial es el escenario donde se desarrolla la acción. Experimentar  supone romper normas no como signo de anarquía sino como forma de buscar nuevos caminos para vivir en/desde nuestro entorno vital. La norma básica de un museo suele ser siempre esa máxima de ver sin tocar, observar sin hablar, y mirar desde lo mental nunca desde lo corporal. El grupo fue invitado a romper esas reglas realizando distintos ejercicios como recorrer descalzos las salas de exposición, observar las piezas con los ojos semitapados o analizar las obras con las manos atadas. Acciones sencillas que demostraron que hemos perdido la capacidad de leer desde lo corporal centrándonos en vivir el arte solo desde lo que “siente” nuestra cabeza.

Acción sonora.
Acción sonora.

El sonido es otro de los elementos de conflicto en un museo y en muchas ocasiones las salas se convierten en un concierto improvisado en el que el auxiliar de seguridad se pasa el día chistando en una dura batalla para conseguir bajar el volumen del visitante. Nos cuesta estar en silencio y como consecuencia nos cuesta valorarlo. Una de las acciones más hermosas que realizamos consistió en transmitirnos al oído un poema de Oteiza a través de tubos de cartón de diferentes tamaños. La forma en que cada uno modulaba su voz al acercarse al otro, el timbre de esa misma voz, la sonoridad y el ritmo nos ayudaron a observar el espacio desde otra intensidad llegando a sentir cómo nuestra mirada también podía ver las obras desde el oído y no solo desde la vista. Una vez finalizado el ejercicio volvimos al silencio inicial y nos dimos cuenta, como bien decía Cage, que el silencio no existe, ni siquiera en un museo.

Acción sonora.
Acción sonora.

 

 

 

 

 

 

En cualquier museo, y no digamos ya en un museo de escultura, la necesidad de tocar puede llegar a ser angustiosa. Podemos pensar que esa necesidad es puramente física pero existe en el fondo una triste obsesión por tocar el original ya que eso parece dar más valor a nuestra escapada cultural. Contaba a los asistentes cómo un profesor de la Facultad de Historia del Arte nos hizo a lo largo del curso realizar diversos ejercicios de dibujo con lápiz, cera o pastel tan solo para sentir la materia, de la que luego tendríamos que escribir, en nuestras propias manos. Muchos se quejaban argumentando que no se habían matriculado en Bellas Artes y que no tenían por qué saber dibujar. A lo que el profesor con infinita paciencia respondía: “Sólo si aprendéis a sentir seréis capaces de escribir”.

Acción táctil.
Acción táctil.

En este sentido analizamos la importancia de buscar otros caminos de acercamiento a la obra que a menudo quedan bloqueados por la normativa y excesivo celo de los museos a conservar su patrimonio. Es cierto que en la mayoría de los casos no podemos ni podremos tocar las piezas pero acariciar algunos de los materiales con los que están hechas, romperlos, o incluso sentirlos en distintas partes de nuestro cuerpo pueden sin duda ampliar nuestra mirada.

Acción cuerpo-materia.
Acción cuerpo-materia.

Uno de los ejercicios clave del curso, dentro de esa búsqueda de cercanía hacía el material expuesto, fue la acción realizada con tizas (objeto ya mítico en la producción escultórica de Oteiza) y martillos. El grupo rodeaba una mesa sobre la que se habían colocado dos parejas de martillos de distinto peso. La norma era directa y sencilla: “tienes que romper la tiza de un solo golpe”. Ante una misma demanda y un escueto escenario de acción los resultados fueron multiplicándose de una manera sorprendente. Algunos ni siquiera utilizaron el martillo, algo que parecía evidente en un principio. La pregunta nos hacía recordar que esta puede ir acompañada de interminables respuestas, pero que esas respuestas no son mas que nuevas preguntas.

El último día, tras pasar por otros muchos ejercicios de carácter abierto como pintar con agua, describir piezas sin poder verlas o transformar la arquitectura del museo en un poema colectivo, decidí que era importante que cada participante hiciese de ese museo su museo. Es decir, que con independencia de la institución y de mi propia persona que como representante de la misma en el curso siempre queda delimitada, se posicionase frente al arte allí expuesto. Para ello, en una acción rápida de poco más de diez minutos, les pedí que realizasen un selfie en el que no se distinguiesen sus rostros. Los resultados fueron tan variados como sorprendentes y certificaron el hecho de que solo cuando hemos vivido un lugar desde experiencias diversas y enriquecedoras somos capaces de activar nuestra imaginación y nuestra creatividad. Las palabras de Lefébvre adquirían así un rotundo sentido ya que la acción (fotografiarse en el museo) unida a la reflexión ( varios días hablando y trabajando sobre una misma obra), sin que una precediese a la otra, desvelaron una gran capacidad de creatividad en cada componente del grupo.

Los procesos que brevemente he compartido con vosotros en este post fueron en ocasiones acompañados de expresiones que no pueden dejar de preocuparme. Frases como : “Este edificio es tan hermoso que cualquier actividad resulta maravillosa”, “Tener la suerte de poder accionar en el museo a puertas cerradas es un lujo” o “El entorno natural de este lugar ayuda a pensar con más libertad”. Todas ellas son frases que agradezco y con las que estoy totalmente de acuerdo pero que en ocasiones pueden ejercer de trampa para justificar por qué en algunos lugares más directamente vinculados a “lo artístico” nos dejamos llevar ante propuestas de metodologías abiertas y no somos capaces de aplicar la experimentación en nuestra cotidianidad. No hay nada que nos impida recorrer los pasillos de una escuela descalzos por unos minutos, podemos intentar explicar una obra de arte ante alumnos con los ojos tapados o todos somos capaces de escribir con tinta roja durante un día y olvidarnos del bolígrafo negro. Minúsculos ejercicios que tienen una importancia capital en nuestro desarrollo: sentirnos a nosotros mismos desde diferentes parámetros y cuestionar las normas para transformar la mirada en miradas. Solo así conseguiremos que ningún experto ni funcionario asesine nuestra creatividad.

@aitziberurtasun

Acción poética como reinterpretación de la arquitectura.
Acción poética como reinterpretación de la arquitectura.

ARTE Y TECNOLOGÍA. DEMASIADO LEJOS PARA ESTAR TAN CERCA

 

Cuando inicié este blog me dije a mi misma que no realizaría crítica de arte al amparo de las exposiciones que tengo, puedo o quiero visitar. Ya hay demasiada gente que lo hace, y la mayoría infinitamente mejor que yo. Pero lo que sí me propuse, y os propuse, es contaros mis experiencias desde dichas muestras porque reflexionar sobre lo vivido en propia carne es siempre un sano ejercicio.

El pasado viernes fui invitada a asistir a Abierto Valencia, evento organizado por LaVAC, con motivo de la inauguración conjunta del principio de la temporada artística de las galerías que forman parte de la asociación. Admito que no suelo asistir a este tipo de actos pero además de la vinculación personal que me une a la ciudad, gracias a algunos de esos amigos que si no existiesen en tu vida soñarías con crear, presentaba su último trabajo Solimán López, artista al que conozco desde hace tiempo, del que ya os he hablado en este blog, y con quien he diseñado algún proyecto.

José Antonio Orts
José Antonio Orts

La exposición de la que os quiero hablar se presentaba en la mítica Galería Punto bajo el sugerente título de A.N.T Arte y Naturalezas Tecnológicas. La propuesta se ha hilvanado con sumo cuidado reuniendo en el mismo escenario a artistas de distintas generaciones. La función comienza con la sutil narrativa de José Antonio Orts (Valencia, 1955) y esos  frágiles objetos de luz y sonido cuya débil estructura hacen tener la certeza de que estás ante un creador ya clásico. Una obra tan personal como poética.

Bosch&Simons
Bosch&Simons

Compartiendo generación se encuentra el trabajo de Bosch&Simons(Amsterdam, 1958 -1961). La pieza presentada, titulada ¨Último Esfuerzo Industrial¨, se inició en 2012 con un concierto en el Sporting Club Russafa, Valencia, dentro del festival Nitsd´Aielo i Art y supone un ejercicio en el que se mezcla la melancolía por los primeros futuristas, registrando ruidos mecánicos junto con el mejor arte sonoro actual mostrando las interferencias generadas por radiofrecuencia causadas por la modulación por ancho de pulsos (PWM) que emplean los reguladores de frecuencia de los motores. Y son justamente estos motores, ese acabado de piezas entre moderno y rudimentario lo que da a la pieza cierto carácter historicista.

Hugo Martínez-Tormo
Hugo Martínez-Tormo

Como entreacto se puede disfrutar de Hugo Martínez-Tormo (Valencia, 1979) y Rafael Lozano-Hemmer (México, 1967). El primero, parte de un ejercicio básico de carácter conceptual recogiendo una simple botella que museabiliza al colocarla a modo de escultura en la propia galería. Pero el formato ready-made se torna tecnológico al pasarlo por el filtro de una impresora 3D. La máquina hace que tomemos conciencia sobre la actitud bulímica del usuario al utilizar la reproductibilidad de la tecnología sin reflexión ecológica alguna.

Rafael Lozano-Hemmer
Rafael Lozano-Hemmer

El segundo, entiendo que marcado por sus orígenes y, por qué no decirlo, también por pertenecer a una generación de corazón crítico, nos habla del oscuro episodio de la tragedia ocurrida en Ayotzinapa, Guerrero, México, el 26 de marzo de 2015. El rostro de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Vargas” aún desaparecidos “ayudan” a construir un programa, creado a partir de un software gratuito, que utiliza algoritmos de reconocimiento facial para intentar encontrar a los estudiantes desaparecidos entre cada espectador de la obra. Un trabajo crítico, intenso y perturbador que da cierto sentido al uso indiscriminado de las cámaras de seguridad en nuestra sociedad. Un gran trabajo que se perdía entre las risas y sensación de fiesta de los presentes.

21425905261_c4e072811f_bLa muestra se cierra con la presencia de dos artistas aún jóvenes aunque en modo alguno emergentes como algunos se empeñan en describir a creadores que ya tienen una edad y un recorrido vital con la suficiente fuerza y contenido como para generar debate. El primero, Enrique Radigales (Zaragoza 1970), descontextualiza desde un minucioso trabajo el concepto de paisaje realizando un “googleado” a partir de la palabra “landscape”. La búsqueda se traduce en infinidad de imágenes que componen cartografías del pasado y del presente. El resultado no es utilizado por el artista para reconducir de manera irónica y lúdica las búsquedas hacia una nueva imagen, tal como nos propone el gran Joan Fontcouberta en su Serie “Googlegrames”, sino que enlaza con la tradición pictórica y muralista al reunirlas, remezclarlas y reproducirlas en doce metros de papel Hahnemühle impresos en tinta pigmentada
y pintados con acrílico. Un resultado de gran potencia visual que resulta sin duda la pieza más sencilla de asimilar por el espectador.

Solimán López
Solimán López

El último y el más joven del grupo, Solimán López ( Burgos, 1981) presenta un trabajo tan exquisito en su producción como complejo en sus lecturas. La factura de sus piezas tiene un acabado tan perfecto como las ensoñadoras pieles de las modelos recién pasadas por el filtro del photoshop. Sin embargo, su objetivo poco tiene que ver con la estética puesto que el recorrido creativo desvela un profundo carácter conceptual cargado de referencias históricas. Encontramos en sus trabajos el “Ruido secreto” de Duchamp, las “Cesiones de zonas de sensibilidad”de Yves Klein, e incluso las sutiles y provocadoras “Granadas de mano” de Susan Hillier. Todo está ahí pero no lo vemos porque el artista no vende una obra sino la promesa de una obra, reuniendo a través de diversos dispositivos tecnológicos información artística veraz o manipulada que muestra un juego de cambio de roles. ¿Qué vende el artista?, ¿Qué compra el coleccionista?, ¿Qué compras?, ¿Qué vendo?, ¿Qué es cierto?, ¿Qué es falso? ,¿Quién controla a quien?, ¿Quién tiene el poder? ¿Quién dice la última palabra? El arte como repositorio de una verdad que hoy más que nunca resulta casi imposible de descifrar “gracias” a las innumerables trampas que nos ofrece la tecnología.

Y es precisamente la sensación de trampa la que me hizo reflexionar la semana pasada al hilo de dicha exposición. Al recorrer la galería observaba y escuchaba a los invitados. Cierto es que una inauguración no es el mejor momento para hablar de arte ya que el vino, las presentaciones, las sonrisas tan veraces como fingidas, y el agotador postureo propio de este mundo que en ocasiones es mejor definir como “mundillo” no ayudan a pensar. Pero creedme si os digo que algunas y algunos lo intentamos (vino en mano incluido). ¿Y cuál es mi veredicto respecto a las reacciones de la gente? Pues que en su mayoría se sentían completamente perdidos.

Solimán López
Solimán López

En este punto, podríamos volver al agotador debate sobre la incapacidad del arte contemporáneo para conectar con el público general. Pero la realidad es que no estamos hablando de un público al uso sino de gente que no sólo está habituada a consumir arte contemporáneo sino de personas que trabajan en el mundo del arte. Lo que más me llamó la atención es que el acertado gesto del galerista por mostrar artistas de distintas generaciones como certificación de que la tecnología tiene ya un largo recorrido en la contemporaneidad del arte no se correspondía con la aceptación general de esas mismas generaciones entre el público.

Los más mayores se sentían cómodos ante la obra de Ors ya que la reconocían como habitante permanente de museos y exposiciones, y celebraban la calidad del trabajo de Radigales ante la calma que les producía observar un papel pintado ya que aunque la mano ejecutora hubiese sido una impresora la realidad de lo pictórico seguía viva.

Los más jóvenes sonreían ante el trabajo de Hugo Martínez-Tormo porque trabajar desde una botella tiene ese punto pop que sigue resultando divertido cuando su trabajo presenta un tema de enorme actualidad y que bien merece una pausada mirada. Y por supuesto se sentían fascinados ante el alarde tecnológico de Solimán López pero ninguno interactuaba o reflexionaba sobre las piezas, solo se mostraban seguros ante “objetos” que reconocen como suyos en el día a día ( pendrives, discos duros, tarjetas de memoria, etc.) y que curiosamente atrapaban en selfies que daban la espalda a la propia tecnología. La belleza de las piezas hacía olvidar su verdadero contenido como si de una caja de música se tratase que de tan bella por fuera nos hiciese olvidar la melodía que alberga dentro.

Cuando hablamos de la relación entre público y arte casi es fácil admitir que la inmensa mayoría disfruta sin problema del arte clásico, se siente cómoda ante el arte moderno y casi nunca entiende el arte contemporáneo. Sin embargo, el pasado viernes vino a mi cabeza una nueva clasificación: el público (y entre ellos incluyo a los profesionales del arte) que disfruta, se siente cómodo y entiende el arte contemporáneo pero no comprende ni siente suyo el arte tecnológico.

No es función de una galería de arte hacer pedagogía (bastante valentía ha demostrado Galería Punto al aportar por estos artistas) pero tampoco está de más perder el miedo a acercarnos al inicio del camino. Pequeños textos de pared que nos regalen referencias a las que agarrarnos, sencillos avisos que nos permitan comprender que esa pieza no sólo se puede sino que se debe tocar porque de otra forma tan sólo es un bonito objeto colgado de una pared, entrevistas a los artistas que podamos descargar en sencillos formatos para escucharlos más allá del día de la inauguración, y muchas otras pequeñas herramientas narrativas que no sólo no van a restar credibilidad al trabajo presentado sino que lo van a reforzar. No hablo de herramientas que ayuden a un público general sino también al comisario, al coleccionista o al técnico de museo que puede que en cualquier momento, fuera de los fastos inaugurales, visite la muestra.

El arte tecnológico no es una isla ajena al resto del arte, es un punto más de la línea. Pero esa línea la tenemos que construir entre todos y para ello es necesario entender que la tecnología aplicada al arte no debe encerrarse en un gueto. Puede que los artistas que trabajan en este territorio no sientan la necesidad de explicar su trabajo porque, ¿Cuándo ha necesitado el artista explicar su obra? Pero sí debe hacerlo aquel que la “pone en circulación”. Debemos encontrar un punto intermedio en el que el joven de veinte y treinta años no se aburra oyendo hablar de Duchamp, y el de cuarenta y cincuenta no bostece cuando le hablen de programación. Todas y todos estamos en el mismo barco por lo que no podemos seguir pensando que el arte tecnológico está demasiado lejos de nosotros estando tan cerca.

PD: más allá de mis reflexiones, opiniones o sensaciones no dejéis de visitar la muestra porque la calidad del montaje y de las piezas bien merece una atenta mirada.

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