EL CUADRO. UN CUENTO DE NAVIDAD

Érase una vez que se era un humilde y sencillo pintor que vivía y trabajaba en la corte del Rey Bordón. La vida de Antoine, que así se llamaba el maestro, transcurría tranquila entre paseos, membrillos y verduras varias, con las que pintaba espléndidos bodegones. Teniendo en cuenta que su majestad era muy dado a viajecitos, festejos y cacerías el pobre pintor apenas recibía encargos reales.

Sin embargo, trabajando un día en su estudio en el arduo análisis de una berenjena, el artista oyó golpear su puerta. La sorpresa fue mayúscula cuando al abrir, ante el umbral de la misma, se encontró a Bordón I.

– Buenos días Antoine, ¿cómo le va la vida de artista?

– Bueno Majestad, aquí con mis verduras. No me puedo quejar.

– Me alegro. Vengo a proponerle algo.

El pobre Antoine no salía de su asombro. Era la primera vez que el Rey se dirigía directamente a él desde que empezara a trabajar para la Corte.

– No sé si es el espíritu navideño pero hoy me he levantado generoso. Tras una breve reflexión he llegado a la conclusión de que voy a hacerle un encargo. Quiero que realice un retrato real.

– Su Majestad, ¿queréis que pinte un cuadro para usted?

– No, no me ha entendido bien. No quiero que pinte un cuadro. Quiero que pinte EL CUADRO. Ese cuadro que pasará a la historia como el retrato real más importante del arte. Ese CUADRO que se estudiará en las escuelas, en las universidades y en los congresos de crítica. Ese CUADRO que llenará nuestro país de japoneses dispuestos a gastar los ahorros de toda su vida. En fin, no me líe más y póngase a trabajar que nos conocemos. Quiero presentar la obra las próximas navidades. Tiene un año de plazo.

Antoine se sentía nervioso, excitado y emocionado pero al mismo tiempo pensó que si había sido capaz de sacar a la luz los sentimientos más ocultos de un membrillo también podría hacerlo con los Bordones. Ni corto ni perezoso bajó del zaguán la tela más blanca y más grande que tenía. Una vez montada en el bastidor comenzó a distribuir las figuras en el lienzo. En el lado izquierdo los reyes Bordones acompañados de sus lindas hijas, las Infantas Doña Cristal y Doña Helene. A la derecha del grupo familiar, el macho alfa de la manada, Bordón Junior, la esperanza de la familia, el futuro del país.

Consciente de la complejidad de la tarea decidió empezar el trabajo por la más sencilla, cercana y dicharachera de la familia, Su Majestad la Reina Sofi. A Sofi no le gustaba posar y prefería pasar el tiempo escuchando ópera, acariciando osos Panda o de compras por Londres con su prima, por lo que a Antoine no le resultaba fácil avanzar con su retrato. Decidió que continuaría con ella más adelante.

El segundo miembro de la Casa Real a quien convocó para la sesión fue a la dulce Infanta Doña Helene. No obstante, en medio del proceso creativo se dio cuenta de que reflejar la personalidad de ésta mujer le resultaba muy complicado. No se sabe si porque Antoine no era lo suficientemente bueno como retratista o, simplemente, porque la Infanta carecía sorprendentemente de personalidad. Decidió que continuaría con ella más adelante.

La tercera mujer del clan real no parecía un reto difícil de superar. Doña Cristal era alta, tenía buen porte y, además, un rostro amable y agradable, fácil de dibujar. Sin embargo, no contaba con la hiperactividad familiar de la Infanta. Entre embarazos, reuniones varias, operaciones inmobiliarias y asesoramiento personalizado a su marido, un gran empresario procedente del honorable mundo del deporte de élite, resultaba imposible que se mantuviese quieta más de cinco minutos. Decidió que continuaría con ella más adelante.

De todos es sabido que los que se toman verdaderamente en serio su actividad como familia real son los hombres. Bordón y Bordón Junior eran admirados desde siempre por el humilde Antoine. Por ello sabía que si conseguía pintarlos a ellos la obra no tendría misterios para él. Sin embargo, la vida no siempre se desarrolla como esperamos y ambos hombres, hombres aunque deberíamos llamarlos superhombres, se debían a la Corona antes que a la Historia del Arte.

El Rey Bordón deseaba con todas sus fuerzas acudir al estudio de Antoine para posar pero un Rey se debe a su pueblo. El pueblo quiere ver a su Rey haciendo cosas de Rey. Por ello, con gran esfuerzo y abnegación, el monarca limpiaba diariamente su escopeta para cazar elefantes, acudía a las aburridas fiestas que los jeques árabes organizaban para él, o navegaba con hastío en su yate rodeado de rubias alemanas, suecas o finesas. Lo importante era mejorar las relaciones de su país con el resto del mundo. Lo importante era servir a su patria. Antoine decidió que continuaría con él más adelante.

Pese a las dificultades que iban surgiendo por el camino creía firmemente que Bordón Junior no le decepcionaría. Era un joven muy disciplinado y a pesar de sus prácticas de helicóptero, sus conferencias para el Instituto Jervantes y sus viajes a América, siempre encontraba un hueco para posar. A pesar de ello, cuando el maestro por fin había casi finalizado su retrato algo ocurrió en la vida del futuro monarca: se echó novia. Pero no una novia cualquiera. Una novia que no sólo hizo de él un responsable padre de familia, un alegre príncipe que iba al cine y comía tacos mejicanos, sino que le transformó en el primer príncipe hipster de toda la Historia. Esto acabó con la paciencia de Antoine que decidió que continuaría con él más adelante.

El agotamiento y el cansancio empezaban a hacer mella en el pintor que no había sido consciente hasta ese momento del tiempo transcurrido desde el real encargo. De repente, en un pequeño momento de lucidez, Antoine levanto la mirada hacia su estudio y descubrió con horror que sus verduras se habían transformado en restos putrefactos y sus membrillos parecían pieles viejas a punto de desintegrarse. Sin saber cómo, habían pasado veinte años. Veinte años dedicados a un cuadro que aún no existía. Veinte años en la soledad más absoluta.

La rabia se apoderó de él y con gran valor grito a los cuatro vientos:

– ¡A Dios pongo por testigo que no volveré a descuidar mis verduras! ¡El CUADRO se presentará éstas navidades como que me llamo Antoine!

De todos es sabido que la mala leche potencia la creatividad así que el pequeño pintor pidió que trajesen de cocina su mejor cesta de frutas y verduras. Tras una cuidada selección volvió a realizar la distribución de las figuras en el lienzo. En el lado izquierdo un rosado nabo junto a una esplendorosa patata acompañados de dos hermosas frutas, una papaya y una pera limonera. A la derecha del grupo familiar, el macho alfa de la manada, un gran cardo navarro, la esperanza de la familia, el futuro del país.

Sin más preámbulos, y preparado para las posibles críticas del público especializado en retratos reales, Antoine convocó a toda la prensa, realeza internacional, tertulianos de televisión y personajes varios para la presentación de su gran obra. Una vez dispuestos todos delante del lienzo el pintor de la corte pasó a retirar la tela que lo cubría. El retrato apareció solemne, grandioso y desafiante. El público no podía creer lo que veía. En la sala se produjo un intenso silencio. Nadie respiraba. Nadie hablaba._L5P8142.jpg

De repente, en un alarde de campechanía el monarca esbozó una elegante sonrisa y dijo: Pues yo me veo fenómeno Jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja.

Antoine cerró los ojos, respiró profundamente y pensó: Por fin puedo volver a pintar membrillos.

Y colorín colorado éste CUADRO se ha acabado. ¡Felices fiestas! Zorionak!

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CECI N’EST PAS UNE PIPE

En 1929, René Magritte realiza una serie de pinturas conocida como “la tradición de las imágenes” de la cual su pieza más famosa sea probablemente “Esto no es una pipa”. En ella desafía al espectador a reflexionar sobre la importancia de la imagen respecto a nuestro código real de lectura. En la composición vemos claramente una pipa pero Magritte nos dice que no puede decir que lo sea porque nos estaría mintiendo. La imagen no es un objeto sino la proyección mental del mismo. Todo empieza y acaba en nuestra mente.

Casi cien años después, la mayoría de la gente sigue buscando en la obra de arte una relación directa, clara y objetiva entre título y obra. Una solución al puzzle. Una verdad sin fisuras. Si la historia del arte ya ha asumido que el espectador funciona como vector de la obra y no como mero observador, ¿por qué nos sigue costando tanto ser más libres, más abiertos y, sobre todo, más generosos en nuestra mirada? Porque seguimos sin comprender que el arte no es un escenario exclusivo del artista sino que constituye una forma de entender la vida, nuestro entorno y nuestras relaciones.

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René Magritte. 1929. Óleo sobre lienzo. Los Angeles Country Museum of Art.

En el momento en que dejemos de limitar nuestras experiencias a frases tan alienantes como: ¿Quién lo ha hecho?, ¿por qué?, ¿qué quería decir con ello?, y pasemos a preguntarnos: ¿qué siento?, ¿en qué pienso al observar esto? o simplemente, ¿cómo me encuentro ante esta obra?, nos habremos acercado un poquito más a la realidad del arte.

Muchas veces me he preguntado por qué me dedico al arte. Y sobre todo por qué me relaciono con el arte de la manera en que lo hago. Todo en mi vida tiene un punto surrealista y creo que eso me hace más comprensiva. Cuando tenía tres años y empezaba la aventura de aprender a hablar mi relación con el lenguaje ya era peculiar. Al periódico lo llamaba il pirioco, al paraguas la cuadrada, a los macarrones ladrones y, no me digáis que esto no es no es puro Magritte, al triciclo el botijo.

Con 6 años empezaba a descubrir el mundo. Recuerdo un viaje en tren Bilbao-Valencia en el que con mi pequeño dedito iba dibujando en el aire distintas cosas ( ante la mirada de incomprensión de mi pobre madre) y a la vez, me inventaba conversaciones entre los palos de los postes de electricidad que para mi tenían claramente forma de personas.

Historia cumbre de mi niñez es ese día en que, con nueve años, la profesora de plástica nos dice que ese mes vamos a aprender a dibujar con temperas por lo que tenemos que traer de casa un objeto que nos parezca especialmente bonito. Al día siguiente, me presento orgullosa con un botellín de Heineken (puedo oír las risas de algunos desde aquí). Puro Warhol. Lo sé.

Ya en la universidad, mis excentricidades se perfeccionaron. La más sonada era mi forma de tomar apuntes. Ideé una técnica por la que combinaba texto con dibujos varios que representaban palabras y expresiones. Lo mejor de todo es que ningún compañero me pedía nunca prestados los apuntes.

Dicho esto, no pretendo contaros mis rarezas para justificar mi relación con el arte sino para ayudaros a comprenderla. Sin necesidad de pintar, cantar o escribir especialmente bien mi vida siempre ha estado relacionada con el arte porque he vivido y vivo con imaginación, creatividad y libertad. ¿Acaso no consiste en eso el arte?

Me gustaría que este espacio sirva en un futuro para liberarnos de nuestros convencionalismos y sentir que el arte es de todos y sirve a todos. Recordando así que de la misma forma que oír no es lo mismo que escuchar, tampoco ver es lo mismo que mirar. Sólo en el momento en que decidamos ampliar nuestra mirada hacia el arte empezaremos a comprenderlo y a sentirlo.

Mirar significa imaginar. Mirar significa leer. Mirar significa recorrer. Mirar significa ver más allá. Mirar significa intervenir. Mirar significa no poder mirar. Mirar significa actuar. Mirar significa participar. Mirar significa lo que tú quieras que signifique.

Espero poder compartir mis miradas en este pequeño espacio que como sabéis “No es un blog”.

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