EL ARTE DE LA MEMORIA. ACCIONES COTIDIANAS

 

“El único camino es la transformación no violenta. No porque la violencia no nos parezca prometedora en un momento dado o para un objetivo particular. No violenta por principio, por motivos humanos, intelectuales, morales y socio-políticos.”

Joseph Beuys

2015-09-11 13.55.36Septiembre es ese mes en el que algunos lloran amargamente el fin del verano y otros celebran con alivio la llegada de las rutinas personales y laborales. Pero aunque parezca que entre esas dos posturas hay una enorme distancia, ambas tienen algo en común: la necesidad de poner orden a nuestras ideas y plantear nuevos proyectos en nuestras vidas. En mi caso, siempre es necesario establecer una limpieza mínima de mi zona de estudio con el único objetivo de utilizar una actividad tranquila y casi automática, como es ordenar papeles y libros, para que de forma inconsciente mi cerebro vaya encontrando lugar a todo el trabajo que se le viene encima.

2015-09-08 19.01.18La pasada semana, en medio del delirio por poner orden a todo lo que me rodea, encontré un objeto al que hace tiempo no prestaba atención: un televisor. << ¿Y qué hace esto aún aquí?>> – me pregunté. El aparato tiene más de 15 años y hace mucho, mucho tiempo que no funciona pero ahí seguía, agazapado y silencioso entre montañas de carpetas como diciéndome: yo también formo parte de tu vida. Y sobre todo, yo también formo parte de tu memoria. No lo olvides.

Mucho ha llovido desde que esta servidora decidiese independizarse. No sé realmente a qué edad sentí que necesitaba mi propio espacio, lo que si sé es que me fui de casa con veinte años. No fue ningún drama, no me vayáis a entender mal. Aunque reconozco que no fue una decisión fácil de asimilar por parte de mi familia, ya que yo no me mudé por tener que ir a estudiar a otra ciudad, porque me había echado novio o porque ganaba tanto dinero que había decidido vivir la gran vida. Simplemente necesitaba volar o al menos un espacio propio para batir las alas sin ser interrumpida. Como diría Carlos Salem: “Si hay que caer, que sea volado”

Los vuelos en primera son cómodos y espaciosos, pero en camarote hay que echarle valor e imaginación. Así que mi primer piso era escaso en comodidades pero siempre estaba lleno de energía y buena música. No había microondas, estaba prohibido encender la calefacción, no había cama, sólo colchón, no había armario, y no había televisor.

Por aquel entonces mi abuela ya estaba bastante enferma, por lo que no me podía visitar pero preguntaba a todos sobre cómo me encontraba en esa mi nueva casa. <<La casa parece un cuarto de lo pequeña que es pero al menos está al lado del mercado>> – decía mi tía. << La ha puesto muy mona para lo poca cosa que es >> -decía mi madre.  << Joder, ya me gustaría tener a mi un piso en lo viejo>> – decía mi primo. Y así unos y otros. Pero curiosamente, les gustase o no, todas las frases acababan de forma parecida: <<La pobre no tiene ni tele. >> Mi abuela, ante tal noticia (un autentico drama teniendo en cuenta que ella veía la televisión una media de 12 horas diarias) me llamó angustiada para decirme que se había enterado y que me quería ayudar. << ¿Ayudar a qué amama? >> -le pregunté. <<¡A comprarte un televisor hija! ¿A qué va a ser? >>

Fue imposible hacerle entender que la ausencia del televisor no se debía a mi escasa economía sino a que no me apetecía tener tele en casa. Al poco tiempo me llamo y me dijo que había hablado con el de la tienda de electrodomésticos del barrio para decirle que su nieta bajaría esa semana a elegir una tele y que luego ya se la pagaría ella. No crean que esto es una anécdota más, ya que dejando de lado el bolígrafo de la primera comunión, mi abuela nunca me había hecho regalos. Ni siquiera me daba la paga, algo que sí hacía con mi hermano ante ese alucínate argumento de: “Es que tu hermano fuma.” Por lo tanto, el televisor no simbolizaba tan sólo un pequeño gesto de afecto, sino una declaración de intenciones que en mi familia me acompañará todo vida: Una cosa es ser un poco rara y otra pasarse.

El televisor desembarcó en mi casa de forma tímida ante mi mirada inquisitiva y nos hicimos amigos, aunque nunca del alma, cuando me descubrió que me podía ofrecer algo que me fascinaba: el teletexto. Veía pocos programas pero esa pantalla llena de letras de colores que iba dándome información actualizada de las últimas noticias al tiempo que jugaba con los colores me parecía puro arte. A veces, me quedaba mirando la pantalla como si de una pintura abstracta en movimiento se tratase o como preludio, supongo, de la fascinación que siempre me han producido las piezas de net art, que puedo sentir pero rara vez entender. Aunque ya sabemos que pocas de las cosas que verdaderamente se siente resultan comprensibles. Toda pasión tiene su fin. Internet llego también a mi vida domestica y el pobre teletexto quedo olvidado como esos amigos que sabes que siempre están ahí pero que nunca llamas.

El televisor siguió haciéndome compañía e incluso ayudándome a evitar la compañía de algunos hasta que un día decidió no encenderse más. Mi abuela por aquel entonces ya había fallecido, por lo que no sentí la necesidad de sustituirlo por otro aunque, curiosamente, no conseguí tirarlo. Es sorprendente como los objetos adoptan nuestra piel y adquieren una carga de significado tan fuerte que su presencia puede alegrarnos el día o incomodarnos por completo. En ocasiones, sentimos la necesidad de deshacernos de ellos sin miramientos y en otras nos agarramos a la memoria que arrastran como si el objeto en sí fuese de alguna manera a devolvernos a esa persona ya ajena a nuestra vida.

Os lo confieso. Tras poner orden al despacho no he conseguido tirar el televisor. Sin embrago, he necesitado que ese objeto se transforme porque también la imagen de mi abuela se ha difuminado con el paso del tiempo. Beuys decía que no es el objeto lo que da significado a la obra de arte; es la experiencia del ser humano lo que le da sentido, no sólo al arte, sino también al mundo. Somos nosotros los que nos construimos desde nuestras experiencias y los objetos forman parte del juego. Por ello, decidí hacer lo que en origen me hubiese gustado hacer cuando ese objeto entro en mi casa. Romper su muro. Escarbar en su interior. Recordarle que no es un misterio, sino un objeto con tripas tan malolientes como las nuestras propias.

Al intentar romper la pantalla descubrí con sorpresa que el vidrio era más duro de lo que pensaba. De nuevo la imagen que se proyectaba ante mis ojos resultaba una estafa. Por eso hay que vivir la vida experimentando y no únicamente mirando. Es la única manera de saber de qué piel están hechas las personas y…los objetos. Una vez roto el cristal, el resto de la acción fue maravillosa. De repente descubrí que es más correcto decir televisión que televisor porque internamente es una concavidad completamente femenina. Refugio, fertilidad, hueco, luz, misterio….palabras y palabras que venían a mi mente siempre con sabor a mujer.

2015-09-11 13.55.07Por ello, y tras vaciar el interior por completo pensé que lo lógico era llenarlo de ellas, de sus miedos, de sus valentías, de sus provocaciones, de sus historias. Las tripas del televisor empezaban a tener sentido por primera vez porque con apenas veinte libros en su interior adquiría la capacidad de contarme más historias que en 10 años de programación televisiva. Coco Chanel, Simone de Beauvoir, Alice Munro, Kusama, Sylvia Plath… Mujeres muy diferentes entre sí. Mujeres con vidas distintas. Mujeres con inquietudes distintas. Pero en definitiva, mujeres fuertes como mi abuela, que siempre hizo lo que quiso, que siempre tuvo claro que hay que estar al lado de los tuyos pero sin olvidarte de cuidar de ti misma.

Y lo más bonito de la experiencia ha sido darme cuenta de que la transformación no ha anulado la presencia de mi abuela, sino que me ha dado la oportunidad de soñar con compartir con ella la sabiduría de todas esas mujeres que nunca tuvo la suerte de conocer porque apenas sabía leer ni escribir. La memoria de los que no están nos acompaña irremediablemente, nos guste o no, pero ello no quiere decir que no podamos hacer de ella un arte. El arte de repensarla, el arte de reconstruirla, el arte de seguir viviendo con ella.

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LA CREATIVIDAD COMO EJERCICIO

“El tiempo es el instante de la creatividad”

José Antonio Sistiaga

Personalmente no creo demasiado en los calendarios. Siempre me ha molestado que me digan qué día tengo que trabajar, qué día es bueno para ir al cine, a qué hora me puedo tomar una copa o qué mes es el perfecto para escaparme a la playa. Pero una cosa es mi intento de anarquía y otra es la realidad de la vida. Y la vida, tal como la hemos construido, te obliga en la mayoría de los casos a ser esclava del calendario.

Por ello, al llegar septiembre se apodera de una ese vértigo del inicio del año (que no nos engañemos no arranca en enero sino ahora) y empiezas a revisar, ordenar y planificar todo el trabajo que te espera en los próximos meses. Y entre esas mil cosas por hacer me ha resultado curioso el hecho de tener que preparar ni más ni menos que tres cursos para distintos espacios sobre el mismo tema: la creatividad.manukleart-metodo-creatividad-verticalidad-1024x640

Y es que la creatividad como concepto está de moda. No sé si esto será una moda pasajera (como esperemos lo sea el aberrante palo selfie) o, por el contrario, estamos empezando a darnos cuenta de que ser creativos puede resultar de enorme utilidad para mejorar nuestra vida personal y profesional. No obstante, no creo que todos tengamos muy claro en qué consiste esto de ser creativos. Lo que sí tengo claro es que la mayoría relaciona la creatividad con el arte.

Sin embargo, la creatividad como escenario propio del artista-creador no se incorpora al lenguaje del arte hasta el siglo XIX. Durante más de mil años no encontramos rastro del concepto ni en filosofía, ni en teología ni en arte. Los griegos la ignoran, y los romanos, que para esto del arte eran muy suyos, sólo aplicaban el término para hablar del <<creator>> o fundador de la ciudad. Esto de construir carreteras y casas a diestro y siniestro no creáis que es algo tan nuevo.

En el periodo cristiano, el término creator, como no podía ser de otra manera en esos tumultuosos tiempos, se aplica exclusivamente al acto que Dios realiza creando el mundo a partir de la nada. Y es esta nada, más allá de lo religioso, la que supone una trampa para el concepto de creatividad ya que durante muchos años se afirma con rotundidad que para pintar un cuadro o modelar una escultura es necesario tomar como base esa naturaleza ya prefijada. Es decir, que el artista debe ser diestro no creativo porque no está inventando nada sino copiándolo.

El Renacimiento pondrá algo de luz a este desastre ya que los grandes filósofos y artistas de la época admitirán que la creatividad representaba un escenario de libertad e independencia en la vida del hombre. Es decir, que el hombre es creativo con independencia de los dones de Dios. Sin embargo, tal como nos describe Tatarkiewich en su famosa obra “Historia de seis ideas”, el concepto podía estar más o menos claro en sus cabezas pero definir un término tardo más tiempo. <<El filósofo Marsilio Ficino – escribe el filósofo polaco- dijo que el artista “inventa” ( excogitatio) sus obras; el teórico de arquitectura y pintura Alberti, que preordena (preordinazione); Rafael, que conforma el cuadro a su idea; Leonardo, que emplea formas que no existen en la naturaleza; Miguel Ángel, que el artista plasma su visión en lugar de imitar la naturaleza; Vasari, que a la naturaleza se le conquista por el arte; el teórico del arte veneciano Paolo Pino, que la pintura es “inventar lo que no es”; Paolo Veronés, que los pintores se benefician de las mismas libertades que los poetas y los locos; Zuccaro, que el artista configura un mundo nuevo, nuevos paraísos; y Cesariano, que los arquitectos son semidioses.>> Ya sé lo que estáis pensando. Efectivamente, está última parte de la cita aún no está superada.

Y a en el siglo XVIII, el término creatividad empieza a aparecer con más frecuencia en la teoría del arte unido a otro concepto que es para mí esencial: la imaginación. Muchos opinaban que la imaginación era simplemente una forma de memoria pero otros admiten ya que esta <<contiene algo parecido a la creación>>. La imaginación es un escenario enormemente poderoso y vitalmente necesario en el que el ser humano juega a combinar realidades. Estas “realidades”, que proceden tanto de la propia experiencia como de las experiencias narradas por otros, suponen una herramienta de creación sorprendente. Las combinaciones pueden ser ilimitadas haciendo de nuestro cerebro un computador en constante actividad al que alimentaremos con variables que a su vez posibilitaran nuevas formas de programación-creación. En este punto, podemos admitir que la creatividad del ser humano no parte de una Nada sino de una acumulación de experiencias que se combinan para abrir nuevos caminos y lecturas. Es por ello que, cuanto más rica sea nuestra experiencia más material de trabajo podremos ofrecer a nuestra imaginación. Y, en consecuencia, más creativos seremos.

Y si el siglo XIX asume la creatividad como parte esencial del proceso artístico será el siglo XX el que nos haga descubrir su verdadera dimensión ya que por primera vez se admite que la creatividad es posible en todos los campos de la producción humana. Es decir, que el artista es creativo pero no todo el que es creativo tiene que ser artista. Y si en nuestra actual sociedad se admite ya la creatividad como un mecanismo que puede operar positivamente en un científico, en un arquitecto o en un informático, ¿por qué nos cuesta tanto dejar de vincularla con el mundo del arte? Pregunta de difícil respuesta. Esencialmente, porque entrar en el juego de lo creativo da vértigo.

La creatividad no siempre es bien recibida en nuestro día a día ya que supone un esfuerzo demasiado grande en estos tiempos de continuas carreras por ser, hacer y mostrar. La creatividad supone preguntarnos a nosotros mismos sin miedo a lo que podemos encontrar, supone equivocarnos demasiadas veces hasta obtener resultados, supone dejar de aparentar orden y seriedad para mostrar desorden y “locura”, supone romper el reloj y el calendario y trabajar con otros modos de tiempo, supone caminar hasta que te sangren los pies sin saber con certeza a donde te lleva el camino, supone… Sin embargo, la compensación es maravillosa porque la creatividad puede hacer que el mes de septiembre adquiera otro valor, que el trabajo no sea una línea continua sino un parque de atracciones o que las amistades y los amores crezcan en cada encuentro. En definitiva, hace que la vida merezca ser vivida. Vamos a darle una oportunidad. O mejor dicho, vamos a darnos a nosotros mismos la oportunidad de ser creativo.

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EL ESPACIO DEL ARTE

Siendo adolescente, un día fui a firmar con mi nombre en la parte trasera del cielo, en un fantástico viaje realista-imaginario, un día que estaba tumbado en la playa de Niza… ¡desde entonces odio a los pájaros, que siempre tratan de hacer agujeros en mi obra más grade y más bella! ¡Los pájaros deberían desaparecer!

Yves Klein

Yves Klein enmarcando un trozo de cielo con sus manos
Yves Klein enmarcando un trozo de cielo con sus manos

La primera vez que leí estas palabra del siempre complejo Yves Klein no pude evitar sonreír y acordarme de mi infancia. Ya os he contado en alguna ocasión que cuando era pequeña pasaba muchas horas pintando en el aire. No es una metáfora, era uno de mis pasatiempos favoritos. Cuando estaba en la playa, viajando en tren o mirando desde la ventanilla del coche de mi padre solía levantar la mirada en busca de un trocito de cielo. No necesitaba pinturas ni papel para entretenerme, tan sólo un espacio vacío y el ritmo de mi dedo sobre él. A veces escribía palabras, otras dibujaba animales y, en ocasiones, jugaba a cambiar el cielo de color. “Soy el pintor del espacio – decía Klein. No soy un pintor abstracto, por el contrario soy figurativo y realista. Seamos honestos, para pintar el espacio tengo que situarme sobre el terreno, en ese mismo espacio”. Yo también creo que aprendí a dibujar en el espacio azul del cielo porque su infinito me regalaba una libertad que nunca encontré en el papel.

Estos días de verano en los que el calor es tan intenso y a veces tiene una la sensación de que el cielo azul es más una amenaza que un regalo he pensado mucho en el espacio vacío y en nuestra convivencia con él. La relación que establecemos con el cielo abierto en plena naturaleza y la que tenemos con él en la ciudad resulta notablemente diferente. En el campo o en la costa el cielo se expande dulcemente sobre nosotros como si de una gasa suave y ligera se tratase. En la ciudad, por el contrario, adquiere cierta tensión como si los edificios, coches, árboles o personas que la definen luchasen por invadir su territorio. Como habitantes de la misma, la identidad del espacio nunca nos satisface del todo. Cuando estamos al aire libre buscamos el cobijo de la arquitectura. Y cuando llevamos mucho tiempo encerrados necesitamos liberar nuestros cuerpos de los muros de piedra. Entramos y salimos. Salimos y entramos. Miramos hacia el cielo y buscamos nuestros pies. Observamos nuestros pies y necesitamos escapar al cielo. Y en todo ese proceso nunca pensamos en el vacío. Nunca lo asumimos como nuestro. Nunca lo advertimos como espacio. Nunca recordamos que está ahí.

The artof nothing,
The Art of Nothing, 2008. Ivo Mesquita

En octubre de 2008 el curador Ivo Mesquita sorprendía al mundo del arte presentando para la Bienal de Sao Paulo una arriesgada propuesta que fue rápidamente definida como “la bienal del vacío”. La provocación consistía en mostrar la segunda planta del ya mítico edificio de Oscar Niemeyer sin obra alguna. No se exponía ‘nada’ y por lo tanto nada se podía ver. “¡Los pájaros deberían desaparecer!”- gritaba Klein. El proyecto de Mesquita traduce el anhelo del francés en una nueva forma de vivir el escenario expositivo. Al eliminar las obras (los pájaros) del espacio arquitectónico (el cielo) el espectador adquiere un protagonismo hasta ahora inimaginable ya que puede jugar a construir su propia exposición eligiendo cada obra y dibujando cada hueco y cada rayo de luz. Las posibilidades son infinitas y gracias a ello la exposición que habitualmente recorre discursos condicionados se trasforma en un horizonte sin límites. No pretendo que los museos vacíen sus salas para que podamos dar rienda suelta a nuestra creatividad. Tan sólo reflexiono sobre la posibilidad de imaginar esos espacios que todas y todos vamos a visitar a lo largo del verano desde ese viaje realista-imaginario que realizó Yves Klein.

Cada día que pasa tengo más claro que es más importante la forma de mirar que lo que se mira. Pero para aprender a mirar hay que saber dónde, cómo y cuándo pararse. El pasado mes de junio, dentro de las actividades desarrolladas en torno a El Barrio de los Artistas, la educadora y artista Ana Rosa Sánchez realizaba una evocadora y sutil performance en el centro cultural Civivox Condestable situado en el casco viejo de Pamplona. “¿Cuál es el espacio del arte?”- se preguntaba. “¿Qué espacio ocupamos nosotros dentro del arte?”- nos preguntaba. Para reflexionar sobre estas cuestiones Ana realizó una acción performativa que consistía en ir sacando a la calle, una a una, una serie de sillas que días antes había depositado en el interior del edificio. De manera aleatoria e intuitiva iba colocando las distintas sillas en mitad de la calle hasta que estas llegaron a ocupar la entrada principal del edificio.

El espacio del arte, 2015. Performance por Ana Rosa
El espacio del arte, 2015. Performance por Ana Rosa Sánchez

En un primer momento, las sillas reposaban vacías en una escena algo inusual pues no parecían ser de gran utilidad en ese escenario. Sin embargo, poco a poco las personas que nos habíamos acercado hasta allí empezamos a sentarnos en ellas hasta componer una especie de familia de desconocidos cuya función no era otra que observar el edifico desde fuera. Durante un momento pensé en las exposiciones que había visto en el interior de ese centro pero apenas unos minutos después la distancia me permitió imaginar lo que me gustaría ver. Imaginé en él obras que había descubierto en otros lugares, espectáculos de danza que me habían emocionado, conciertos que viven desde hace tiempo en mi piel o personas a las que admiró. El espacio del arte, ese espacio del arte gestionado por otros, se había hecho mío. Era yo la que decidía cómo y con qué llenar ese vacío que en arquitectura no es nunca una nada sino una ausencia de algo. La sensación de eliminar los pájaros del cielo y llenarlo de mis deseos fue muy hermosa.

Sala central del Museo Oteiza vacía
Sala central del Museo Oteiza vacía

Muchos de vosotros empezaréis esta semana vuestras vacaciones, otros acabáis de volver y, algunos ni siquiera podréis disfrutar de ellas. Sin embargo, sea cual sea vuestra situación todos tenéis la posibilidad de acercaros en algún momento a algún museo o centro de arte para escapar del calor y disfrutar de nuevas experiencias. Os invito entonces a realizar un breve pero bonito ejercicio: imaginar ese espacio como un gran cielo azul en el que poder dibujar y colocar todo lo que vosotros queráis. Vuestras obras, vuestra exposición, vuestro museo. Detened la mirada en el edificio antes de entrar en él. Sentados en una silla, en un muro o en el suelo, poco importa. Jugad a llenar el espacio, a construirlo, a hacerlo vuestro y estoy segura de que la experiencia no os va a decepcionar.

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NUEVOS TIEMPOS PARA LA CULTURA. HAGAN JUEGO

Esta semana Navarra acogía un nuevo estreno que ya había tenido lugar semanas anteriores en otras comunidades. No, no me refiero a la nueva producción de Pixar sino a algo en apariencia menos entretenido, un nuevo gobierno. Un gobierno que porta una carta aún por escribir. Y en su mano está escribirla con nuevas formas, nuevos gestos, nuevas historias y nuevas posibilidades. De todo se ha empezado ya a hablar, y no siempre bien, ante ese posible cambio. Un cambio que es necesario pero también delicado en una comunidad en la que conviven y malviven no sólo distintas ideologías sino también distintas identidades. Y en todos esos discursos de calle sobre lo que tiene y no tiene que hacer el nuevo gobierno siempre la palabra ausente: cultura.

Si revisamos los titulares de la última semana, los análisis con agotador tono mesiánico de las tertulias televisivas, los comentarios en las distintas redes sociales, las conversaciones de bar o las charletas de ascensor nos va a resultar difícil encontrar a alguien que haya hablado de las necesidades culturales de esta tierra (que en muchos campos son tristemente extensibles al resto de comunidades). Y muchos dirán que es normal porque en estos momentos hay necesidades más urgentes. Que no es momento de (pre)ocuparse por la cultura. Que ya habrá tiempo de pensar en ello cuando “las cosas” mejoren. Y es ante frases así cuando una tiene la clara certeza de que no se trata de tiempos sino de ignorancia. El término CULTURA es difícil de definir y por ello difícil de asumir como necesario en este nuestro tiempo y en cualquier otro pero lo es y mucho.

“La cultura – señala el antropólogo Edward Tylor – es esa totalidad compleja que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, las leyes, las costumbres y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad”. Si la cultura es un hábito que se puede adquirir estamos asumiendo que es un escenario mutable y que nosotros como componentes de esa sociedad tenemos un papel relevante en ese cambio. En este punto, el político debe comprender que liderar un nuevo gobierno no consiste en cambiar una cultura por otra, en hacer las cosas de forma contraria a como las hacía el anterior y en sustituir los peones de la partida para que parezca que ante caras nuevas todo será diferente. Adquirir nuevos hábitos significa principalmente construir cultura.

Ajedraz diseñada por Man Ray en 1971
Ajedrez diseñada por Man Ray en 1971

La antropología también nos recuerda que la creatividad, la adaptabilidad y la flexibilidad son atributos humanos básicos. Si el político deja fluir esos atributos podrá utilizar la creatividad para resolver situaciones que sólo parecen salvables bajo la varita mágica del dinero. Si el político usa en su gestión esos atributos tendrá la capacidad de adaptarse a los nuevos tiempos y observar la gestión de la cultura no sólo desde el modelo institucional sino desde modelos mixtos o, incluso, autogestionados por el propio pueblo. Si el político hace suyos esos atributos perderá el miedo a ser flexible ante voces y modelos que no tienen por qué gustarle pero que existen como identidad cultural en el escenario de su gobierno.

“Algunas flores crecen en las dunas, sube la marea se hacen invisibles” canta Quique González. Nuestros museos, artistas, centros culturales, teatros, bibliotecas y tantos pequeños espacios donde se cocina la cultura han acabado siendo invisibles para una gran parte de la sociedad. La cultura ya no interesa porque se ha desligado de la vida. El suelo que pisamos los que trabajamos para construir cultura es peor que una duna porque no sólo es frágil sino que está tan embarrado de superficialidad, intereses económicos, proyectos turísticos vendidos como culturales y chanchulleos varios que dar un paso hacia adelante se hace casi imposible. Sin embargo, todos sabemos que llega un momento en que la marea baja y tanto en áridos suelos como en cenagales siempre hay alguna flor que sobrevive. Esas pequeñas flores que parecen tan frágiles son las más fuertes y están ahí para seguir peleando. Aún hay muchas.

Los museos de esta tierra no aparecen en las listas de los internacionalmente más visitados pero siguen teniendo colecciones excepcionales desde las que poder educar en la diversidad, la pluralidad y la empatía. Nuestros barrios están llenos de músicos que no aparecen en realitys ni llenan estadios de futbol pero que nos ayudan con su sensibilidad a sentir de otra manera. Cada mañana se sientan ante el ordenador infinidad de escritores que han decidido hacer realidad sus sueños de escribir historias y que para compartirlas con nosotros tendrán que autoeditarlas. Cada a día se levanta la persiana de algún local en el que muchos jóvenes se reunirán para inventarse otra forma de hacer festivales, de sacar el arte a la calle, de trabajar por mantener su lengua como bien cultural y, en definitiva, de trasformar la duna en campo.

Desde este escenario es necesario que todos nos escuchemos. Grades y pequeños. Pequeños y grandes. Ya sé que esto resulta excesivamente populista pero creo que nos hemos acostumbrado en exceso a echar la culpa al de al lado. Tenemos derecho a explicar y compartir nuestras inquietudes ante nuestros políticos de la misma forma que ellos tienen la obligación de escucharlas. Pero tanto a un lado como a otro de la partida es necesario que aprendamos a evitar el etnocentrismo. Esa infértil tendencia a considerar la cultura propia como superior y a utilizar los valores propios para juzgar a los otros. Sólo un gobierno que trabaje para mostrar el valor de lo diferente será un gobierno que crea en la cultura como bien social. Vamos a intentar ayudarles a ver más y mirar mejor. ¡Hagan juego! Y no se precipiten que la partida es muy larga.

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LA OBRA DE ARTE INMORTAL

Amo al que pretende lo imposible

Fausto, 2ª parte

Estas vacaciones, reorganizando mi biblioteca, me topaba con un pequeño texto que había leído hace ya bastante tiempo. Se trata de una conferencia que el escritor y filósofo Stefan Zweig pronunció en Buenos Aires el 29 de octubre de 1940 y en la que aborda uno de los temas más apasionantes y complejos de la historia: El misterio de la creación artística.

Los seres humanos somos capaces de entender y asumir procesos de transformación pero cuando acontece algo nuevo, algo único ajeno a nuestro mundo, sentimos un intenso vértigo. Los creyentes aceptan rápidamente ante este misterio la fuerza creadora de una mano divina y los que, como es mi caso, no encontramos respuestas en la religión debemos afrontar como podemos el hecho de un acontecimiento sobrenatural.

Existe una esfera en la que ese “milagro” de la creación se repite de forma constante: el arte. A lo largo de un mismo año se escriben y publican miles de libros, se componen innumerables canciones, y las salas de arte se llenan de nuevas fotografías, pinturas, videos, esculturas o instalaciones. Miles de obras de arte que en su mayoría nada significarán para nosotros. Sin embargo, y sin comprender claramente por qué, surgirá de repente de entre todas ellas una obra capaz de sobrevivir a nuestro tiempo, y a muchos más. Una obra que no habrá sido realizada por un dios sino por un ser humano con nuestras propias necesidades, miserias e inseguridades. Un hombre que transformará lo perecedero en inmortal. “ ¿En mérito de qué encantamiento, de qué magia, consigue tal hombre superar los límites del tiempo y de la muerte?” se pregunta Zweig.

Las señoritas de Avignon, 1907. Pablo Picasso
Las señoritas de Avignon, 1907. Pablo Picasso

Cuando escuchamos una melodía que nos aprieta fuerte el corazón o cuando observamos una pintura que nos sobrecoge dejándonos sin respiración es fácil preguntarse cómo esa o ese artista ha sido capaz, con las mismas notas que los demás, con los mismos colores, con las mismas manos, con el mismo lápiz, de crear una obra inmortal. “¿Qué sucedió en su interior en esas horas de la creación y cuán misteriosas deben de ser esas horas?”. Podemos estudiar la obra durante mucho tiempo. Podemos escucharla, observarla y vivirla durante largos periodos pero nunca obtendremos respuesta a esa pregunta.

Cuando nos enfrentamos a una gran obra de arte debemos hacerlo desde lo comprensible. Es decir, desde esos datos objetivos y narrativos que articulan y acompañan esa creación y que en los museos toman la forma de textos de pared, folletos o catálogos. En este sentido, nuestra formación y nuestro esfuerzo por ampliar conocimientos nos ayudarán a sentirnos más cerca de la misma. Sin embrago, es también necesario que asumamos con humildad que somos incapaces de explicar íntegramente el proceso creador por mucho que lo analicemos. La concepción de un artista es un proceso interior. No podremos nunca imaginárnoslo. “Toda nuestra fantasía y toda nuestra lógica no pueden facilitarnos sino una idea insuficiente del origen de una obra de arte” advierte Zweig.

Niña delante de la chimenea, 1955. Balthus
Niña delante de la chimenea, 1955. Balthus

Y es en este punto en el que me gustaría pararme a reflexionar ya que normalmente, ante esta enervante incapacidad de explicar la creación artística, acudimos al propio creador para que nos de la respuesta. Sin embargo, ¿No os ocurre a menudo que tras escuchar las palabras de un artista en una conferencia o en una entrevista seguís sin entender por completo como se ha producido ese alumbramiento? ¿Por qué no nos describen su modo de crear? La respuesta puede resultar insatisfactoria pero la realidad es que tampoco el artista puede explicar ese proceso.

La principal razón de esta incógnita es que cuando el artista o la artista están creando no tienen tiempo ni lugar de observarse. Su mirada está dentro de ese proceso lo que inhabilita su condición de observador. La nuestra, por el contrario, está fuera lo que incapacita a su vez parte de nuestra comprensión. El artista está en ekstasis, ese maravilloso término griego que significa “estar fuera de sí mismo”. No puede mirar por encima de su hombro. No puede pararse a analizar lo que ocurre a su alrededor. ¿Y dónde está? En la propia obra. Su cuerpo puede estar en un parque de Londres y su mirada creativa abrazar una playa de Italia. Puede encerrarse en una minúscula habitación ante la pantalla de un ordenador estando su mirada en Marte, Plutón o incluso en un nuevo espacio interplanetario. Su cuerpo puede estar aquí pero su mirada está allí. Un allí que no es sucesión de un ahí sino proyección de un espacio indefinido. Su inspiración puede partir de un hecho real e incluso cotidiano pero en el proceso creativo llegara un momento en el que el artista se aleje de la realidad y de él mismo.

Soy consciente de que este tipo de reflexiones sirven de base a muchos de los que no encuentran en el arte ningún tipo de refugio, consuelo o satisfacción para arremeter contra el mismo. Esos que piensan que defender el misterio de la creación artística supone una excusa para no asumir que hay muchas obras de arte que no tienen explicación porque simplemente son malas. Que defendemos el papel de outsider del artista para justificar su falta de esfuerzo y trabajo dentro de nuestra sobreestructurada sociedad. No se confundan. Yo no justifico la creación barata, la especulación, la falta de seriedad o el engaño. Yo sólo quiero recordar que no todo en esta vida tiene explicación pero que es posible vivir sin la respuesta perfecta cuando lo que nos dan a cambio es emoción. La obra de arte mala existe y existirá siempre pero afortunadamente junto a ella podremos también disfrutar de la obra de arte inmortal.

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UN MUSEO EN MARTE #HARDDISKMUSEUM

La semana pasada, coincidiendo con mi estancia en Valencia, asistí al encuentro Pecha Kucha Night en el Centre Cultural «La Beneficència». La idea fundamental de Pecha Kucha es permitir compartir las ideas de diversos creadores desde presentaciones informales que suelen tener una duración de unos seis minutos. El objetivo no es desvelar los detalles de un proyecto a los distintos espectadores sino despertar su interés como toma de contacto para futuras relaciones laborales.

El primer Pecha Kucha fue creado en Tokio en 2003 y su curioso nombre podría traducirse como “el sonido de las personas”. Emitir sonidos es fácil. Hacer que otros los oigan es aún más fácil. Pero transformar esos sonidos en una historia con luz, en un viaje con promesas y en una ilusión por hacer de lo imposible un nuevo posible es ciertamente difícil. Solimán López lo consiguió. ¿Cómo? ¿Con qué? ¿A través de qué?

MarteNada más subir al escenario nos mostró en pantalla el rostro de un niño. Siempre he pensado que los artistas que vuelven la vista sobre su infancia demuestran una relación muy cercana con el mundo de la imaginación y el juego, y desde ese escenario la creatividad está asegurada. Tras las presentaciones oportunas y con rostro serio (prueba de que el niño que hay en él deseaba compartir con nosotros algo enormemente importante) nos confesó: “Siempre he querido construir un museo en Marte”. La idea me fascinó. No por la evidencia de trasladar el arte a otros planetas demostrando así su importancia en la construcción de nuestra identidad, sino por la capacidad de viajar con él mentalmente hacia un universo desconocido y por ello ilimitado.

HHDDM-Harddiskmuseum
HHDDM-Harddiskmuseum

Los sueños utópicos ayudan a buscar en lugares poco transitados y aunque es evidente que Solimán López no ha conseguido construir su museo en Marte, la valentía de esa utopía le ha ayudado a proyectar HARDDISKMUSEUM. Un museo guardado en un disco duro. Un museo como obra única de arte intangible. Un museo que no sólo se construye desde el espacio sino desde el tiempo. Un museo que es de él pero de todos. Un museo, podríamos admitir, bastante marciano.

Han pasado casi cien años desde que Marcel Duchamp pusiera en tela de juicio la obra de arte como objeto artístico. Las propuestas creativas viven desde entonces entre los defensores del arte como idea y aquellos que siguen encontrando en la pericia técnica la verdad de la obra. A todo ello, hemos de sumar la presencia constante de la tecnología a la hora de crear, contar y compartir el arte. Desde las primeras cámaras portátiles de video que ayudaron en su avance a la performance hasta los minúsculos dispositivos móviles que en la actualidad nos permiten registrar todo con aterradora nitidez han pasado muchas cosas. Sin embargo, la figura del museo no ha tenido la capacidad de asumir tantos cambios en tan corto espacio de tiempo.  Y probablemente por ello, porque la sociedad avanza más rápidamente  que la institución hace mucho que el museo despierta tanto amor como odio.

<<Nosotros- decía Marinetti – queremos destruir los museos … Museos: ¡Cementerios! Idénticos, verdaderamente, por la siniestra promiscuidad de tantos cuerpos que no se conocen. Museos: ¡Dormitorios públicos en que se reposa para siempre junto a seres odiados e ignotos! Museos: ¡Absurdos mataderos de pintores y escultores que van matándose ferozmente  a golpes de colores y de líneas a lo largo de paredes disputadas!>> No defiendo la radicalidad del italiano pero es cierto que en muchas ocasiones la desconexión entre vida y museo, entre su arte expuesto  y la sociedad que lo arropa es más que evidente y, por extensión, preocupante.

En 1918, en el fragor de una de esas delirantes veladas futuristas, Maiakowski afirmaba: “ El arte no debe de concentrarse en los templos muertos del museo, sino por doquier: en la calle, en el tranvía, en las fábricas, en los talleres y en los barrios obreros”. Es cierto que hemos avanzado desde entonces y hay muchos museos que observan y trabajan con “la calle” pero no es menos cierto que la institución museística sigue dando más valor al objeto que a la experiencia. Incluso el propio museo como objeto, es decir, como ente arquitectónico, adquiere muchas veces más presencia que el propio arte expuesto. Las pinturas, esculturas, dibujos o instalaciones encuentran rápidamente su lugar en el espacio físico donde se  museabiliza su estructura, contenido y mensaje para que todo tenga un orden. El orden burgués del museo. La burguesía de la obra de arte.

Ordenar lo material parece sencillo si se siguen unas pautas que  poco han variado desde la creación de los primeros museos. ¿Pero qué ocurre si lo material se torna inmaterial? ¿Cómo ordenamos, exponemos y compartimos la creación artística intangible? ¿Debe lo intangible formar también parte de la historia de un museo? Nuestra calle, nuestro tranvía, nuestra fábrica, nuestro taller y nuestro barrio tienen hoy un nuevo escenario desde el que actuar:  un nuevo Marte llamado Internet.

Solimán López. Primer director de HDDM- Hardiskmuseum
Solimán López. Primer director de Hardiskmuseum

En el maravilloso manifiesto que acompaña la creación de HARDDISKMUSEUM escribe Solimán López: “Cuando pienso en guardar aquello que no es propio del mundo material, si es que se puede pensar en algo no material, caigo en la cuenta del valor que tiene todo aquello que no se toca”.  El concepto de lo intangible es para mí lo verdaderamente importante en este proyecto. HDDM se presenta como repositorio para la producción creativa digital dando especial importancia a la interactividad y centrando su discurso en la obra de arte colectiva, sin embargo es en esa intangibilidad donde radica su verdadera fuerza porque proyecta una extensión ilimitada que posibilita salir de la dependencia arquitectónica y narrativa de los museos.

“Arte intangible – dice Solimán- es tiempo, tiempo es espacio, es universo.”  HDDM no sólo es importante como depósito para los nuevos creadores que construyen desde lo digital sino que ofrece al espectador-visitante todo un universo de experiencias y de experimentación. “La importancia de lo que no se toca” radica en la capacidad de la imaginación para transformar una acción limitada en el tiempo en una experiencia poliédrica, densa y evocadora. Lo físico es perecedero, lo metafísico es absoluto.

El arte como el amor adquiere su verdadera importancia en el pensamiento y no en el acto (objeto). Hacer el amor con alguien supone un regalo de caricias, besos y placeres varios que siempre tienen fecha de caducidad. ¿Pero nunca os ha pasado que tras ese momento os habéis encontrado a vosotros mismos recreando la escena en vuestra imaginación una y otra vez? ¿Y no es cierto que al trasformar esos besos y caricias en intangibles estos adquieren sin saber por qué un valor especial?

Me gusta la idea de encender mi portátil y a través de una tecla entrar a un espacio ilimitado de creación. Vestida, desnuda, desde la cama, desde el sofá, sola, acompañada, saciada, hambrienta, feliz, melancólica, segura o asustada. Lo importante es que soy yo la que marcará los horarios y formas de visita. Yo decidiré cuanto tiempo deseo estar observando cada obra. Sabiendo además que pese a navegar desde mi ordenador no estoy  sola en el museo. Alguien más lo estará visitando en un mismo tiempo desde otro espacio.  ¿Y si algún día alguien lo visitase desde Marte? Es lo bueno de HARDDISKMUSEUM. NO necesita ir abriendo sucursales a golpe de talonario porque la red es de todas y todos.

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En septiembre de 2015 se presentará la primera exposición colectiva de HDDM en la Galería Punto bajo el título Líquido.

¿SUBES O BAJAS?

Huías… pero era en mí

y de ti de quien huías.

¿Cómo? ¿Adónde? ¿Para qué?

Por todo lo que es vial,

ascensor, tragaluz, puerto

para fugarse del hombre

en el hombre: por la voz,

por el pulso, por el sueño,

por los vértigos del cuerpo…

Por todo lo que la vida

ha puesto de catarata

-en el alma y en el alba-

Huías…Pero era en mí.

Fuga. Jaime Torres

 

El ser humano sueña constantemente con realizar gestos únicos, hazañas grandiosas que puedan ser admiradas o actos que cambien el futuro de la humanidad. Sin embargo, incluso aquellos que consigan aportar algo nuevo y valioso a esta vida pasarán el noventa por ciento de su tiempo realizando acciones cotidianas. Porque la vida se compone de un soplo de momentos únicos y de interminables momentos de cotidianidad.

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Fotografía de Ignacio de Álava.

 

¿Y existe algo más cotidiano que un ascensor? ¿Cuántos minutos al año pasamos en ellos? Sinceramente no lo sé pero intuyo que si cada uno de nosotros realizásemos ese cálculo nos resultaría más que sorprendente. Pero pese a ser un espacio habitual en nuestras vidas el imaginario del ascensor está  ligado a momentos especiales porque esa maquinaria de hacer posible lo imposible llamada cine no ha dejado de regalarnos historias de todo tipo al respecto del mismo.

En “La Trampa del Mal” (Dirigida por Erick Dowdle), por ejemplo, un grupo de personas queda atrapada en un ascensor y descubren que una de ellas es el diablo. ¡Ahí queda eso! En la prescindible cinta de Dick Maas titulada “El ascensor” la maquina adquiere vida propia y comienza a decapitar personas a diestro y siniestro. Hay también historias perturbadoras que no necesitan  litros de sangre para hacernos sentir verdadera angustia. Es el caso de la fantástica obra de Louis Malle “El ascensor del cadalso” en la que Julian ( Maurice Ronet) queda atrapado en el ascensor de la oficina donde ha matado a su jefe. Si alguno está pensando en deshacerse de algún compañero de trabajo no olvidéis utilizar después las escaleras.

Y claro está que el ascensor forma también parte de nuestros sueños más calientes porque el cine nos ha convencido de que los polvos de ascensor son tan habituales como el café de media tarde.  En “Class” de Lewis John Carlino, un jovencísimo Andrew McCarthy es arrollado por la exuberante madurez de Jacqueline Bisset y el famoso “¿arriba o abajo?” se transforma en “¿de pie o tumbados?”.  Ya nos podía haber pasado a todos algo así con 17 años porque si yo recuerdo mi primera vez puedo llorar…de risa. Y no quiero ni recordar lo de Michael Douglas y Glenn Close en “Atracción fatal” porque eso señoras y señores es otra liga.

No obstante, aunque el cine surja de la vida la vida nunca es cine (por mucho que nos intente convencer Aute), así que nuestros viajes en ascensor son más sencillos que todo esto pero no por ello dejan de ser interesantes. Desde este escenario de lo cotidiano realicé la pasada semana una performance junto a Ana Rosa Sánchez, artista y educadora, y una de esas personas que te recuerdan siempre que los gestos mínimos y sencillos son los que construyen realmente nuestra identidad. Cada vez es más difícil asistir a una acción performativa que se construya desde lo sutil. Parece que sólo el desnudo, la agresividad o la sexualidad explícita forman parte del discurso artístico en este complejo lenguaje. Por ello, la propuesta que desarrollamos dentro de la semana de El barrio de los Artistas resultó especial.

Fotografía de Mikel Tolosana.
Fotografía de Mikel Tolosana.

 

La performance  se construyó  desde la delicada sonoridad de la poesía bajo el título “Tiempo de palabra(s)”.  La acción tuvo lugar en un ascensor público, el ascensor de Descalzos que une el barrio de la Rotxapea con el Casco Viejo de Pamplona.  El principal objetivo era romper la cotidianidad de un espacio público que por estrecho, pequeño y casi siempre abarrotado genera situaciones incomodas. Un escenario en el que tenemos siempre la oportunidad de comunicarnos con otros y sin embargo, en muy contadas ocasiones esta comunicación se realiza de forma espontánea y relajada.  Ese “no lugar” como define el antropólogo  Marc Auge que “carece de la configuración de los espacios, es en cambio circunstancial, casi exclusivamente definido por el pasar de individuos. No personaliza ni aporta a la identidad porque no es fácil interiorizar sus aspectos o componentes. Y en ellos la relación o comunicación es más artificial.” Y es precisamente esa comunicación o más bien la falta de ella la que deseábamos activar.

La acción comenzaba en el interior de una de las cabinas. Frente a frente, y sin apenas tener contacto visual por estar rodeadas de personas, comenzábamos a leer poemas modulando la intensidad de nuestras voces que pasaban del susurro al grito en un espacio corto de tiempo. Cada poema leído era arrojado al suelo y allí permanecía pisoteado por silletas de bebés, bicicletas y personas. La sensación me resultó extraña porque oía mi voz con claridad al tiempo que el eco me hacía sentir el silencio y el espacio de forma muy presente.

Fotografía de Ignacio de Álava.
Fotografía de Ignacio de Álava.

 

En una segunda parte, abandonábamos el ascensor para situarnos entre las dos colas de gente que esperaba nerviosa y cansada a que llegase su turno. En este caso ya no leíamos las mismas poesías sino que cada una iba recitando las suyas propias de forma que la palabra se desdibujaba ya que nos ‘pisábamos’  mutuamente  al tiempo que nos sentíamos cerca pues nuestras espaldas se tocaban. En dos ocasiones el azar nos llevo a leer el mismo poema. Entonces las voces se encontraron y sentí el alivio de “caminar” de la mano de Ana.

Por último, volvíamos a la cola para esperar turno en el siguiente ascensor (en el que seguiríamos leyendo). En este caso, nos íbamos leyendo poemas la una a la otra mientras avanzábamos con la gente hacia la cabina. Fue curioso advertir como muchos evitaban el contacto físico con nuestros cuerpos como si estuviésemos contaminadas de una enfermedad  terriblemente contagiosa.

Fotografía de Mikel Tolosana.
Fotografía de Mikel Tolosana.

 

Leer poesía parece una acción inocente y hasta romántica que en poco puede alterar el entorno. Sin embargo, las reacciones fueron muy diversas y no siempre amables.  En el interior mucha gente nos daba la espalda y hasta subía el volumen de sus voces para seguir su conversación. Otros, sin apenas pararse a escuchar nos preguntaban qué era eso que hacíamos y al no obtener respuesta  abandonaban indignados el ascensor. Era evidente que la mayoría nunca se había enfrentado a una performance pero el hecho de sacar la acción de un escenario propiamente artístico como un museo o un centro de arte y llevarlo al escenario de «lo común» es lo que hace de la acción artística un acto de militancia.

Fue también sorprendente  la reacción de los niños más pequeños que conseguían evadirse de las conversaciones adultas y levantaban la cabeza en silencio para mirarnos con los ojos muy abiertos. Curioso también ver cómo algún pequeño se asustaba cuando elevábamos la voz en la lectura y sin embargo, no se inmutaba ante las voces altas de los adultos que le rodeaban. Su cotidianidad asumía los gritos de los mayores pero no el ritmo musical de un poema.

Fotografía de Mikel Tolosana.
Fotografía de Mikel Tolosana.

 

Los papeles escritos que íbamos tirando al suelo también fueron objeto de muchos comentarios. Algunos se agachaban a cogerlos tímidamente e incluso se los llevaban después. Varias personas nos preguntaron malhumoradas si eso lo íbamos a recoger luego nosotras y otro hombre, sorprendido y feliz a la vez, recogió un puñado del suelo y se puso a repartir a otros diciendo: “¡Hay poemas en todos los idiomas!”

La acción duró algo más de una hora que es un tiempo largo si una piensa en el interior de un espacio tan pequeño y con una temperatura de más de 30 grados. Sin embargo, mi recuerdo se construye de momentos muy cortos que se hicieron interminables. El más difícil, y creo coincidir también con Ana, fue la discusión que se generó entre una mujer que entró en el ascensor con una bicicleta y un señor que al intentar encontrar un hueco le dio un suave golpe en el codo. La primera le empezó a gritar, el segundo le contestó también gritando y ambos continuaron en una discusión sin sentido adornada con todo tipo de insultos mientras nosotras poníamos voz a Machado, Baudelaire, Uribe, Plath, Oteiza, y tantos y tantas poetas y poetisas. El sinsentido del empeño por hacer de lo cotidiano lo inhabitable. El sinsentido de no dejar de gritar por el miedo a pararse a escuchar. El sinsentido de malgastar el tiempo que es ya de por sí tan frágil y tan efímero. El sinsentido de olvidar que en el momento en que perdemos la capacidad de comunicarnos lo hemos perdido todo.

Hace poco leía que la empresa nipona Obayashi Corp. estaba estudiando la posibilidad de construir un ascensor hacia el espacio. Su objetivo es construir un elevador capaz de transportar pasajeros a una estación espacial situada a 36.000 kilómetros de altura. ¿Os imagináis lo que podría pasar en un ascensor así? ¿Seríamos capaces ante un trayecto tan largo de escuchar al prójimo? ¿Tendríamos capacidad de estar en silencio sin sentirnos incómodos? ¿Nos resultaría igual de molesto el roce de los cuerpos o el tiempo los haría más cercanos? ¿Se transformaría ese “no-lugar” en un lugar habitable ante el largo tiempo que tendríamos que pasar en él? La verdad es que resulta imposible hacerse a la idea porque en nuestras cabezas es aún una historia de ciencia ficción. Centrémonos pues en trabajar nuestros espacios cotidianos empezando por esos ascensores que todos tenemos obligatoriamente que utilizar a lo largo de la semana. Aprovechemos esos breves viajes para observar, descubrir, escuchar, y si en alguna ocasión alguien nos lee un poema disfrutémoslo porque  el tiempo también es de la(s) palabra(s).


Ana: gracias de corazón por tu generosidad al acompañarme de la mano en esta acción. Y no puedo dejar de sentirme también agradecida a Mikel Tolosana e Ignacio de Álava por sus fotos ya que gracias a su mirada hemos podido situarnos del lado del espectador y mirarnos en el espejo.

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¿UN DÍA SIN MÚSICA?

La música ¿qué comunica?

Lo que está claro para mí, ¿está claro para ustedes?

¿Consiste la música solamente en sonidos?

Entonces, ¿qué comunica?

¿Es música un camión que pasa?

Si lo puedo ver, ¿tengo que oírlo también?

Si no lo oigo, ¿aún comunica?

Si mientras lo veo no lo oigo, pero oigo otra cosa, por ejemplo un batidor de huevos, pues estoy en el interior mirando hacia fuera, ¿cuál de ellos comunica, el camión o el batidor de huevos?

¿Son los sonidos simplemente sonidos o son Beethoven?

Las personas no son sonidos, ¿verdad?

¿Existe de verdad el silencio?

¿Hay siempre algo que oír, no hay nunca paz y silencio?

Si mi cabeza está llena de armonía, melodía y ritmo, ¿qué me pasa cuando suena el teléfono, qué le pasa a mi paz y silencio, quiero decir?

  Silence, 1961. John Cage

 

El pasado 20 de mayo músicos y asociaciones del sector musical entregaban algo más de 250.000 firmas al Congreso por la derogación de la subida impositiva al 21% para espectáculos musicales. La reivindicación saltaba a las redes sociales desde el hashtag #undiasinmusica y  la gente se posicionaba de muy diversas formas. Entre toda esa gente que ha apoyado la iniciativa también esta quien afirma de forma rotunda y categórica que todo esto no va a servir de nada porque los políticos hacen y deshacen a su antojo o, mejor dicho, al antojo de la industria musical.

Más allá de la reivindicación (la cual considero absolutamente justa y necesaria) la propuesta me generó cierta ansiedad. ¿Un día entero sin música?- pensé.  Teniendo en cuenta que yo escucho música desde que me levanto, siempre camino por la calle con los cascos puestos, la radio del coche se enciende automáticamente al primer gesto de la llave y cuando me ducho hasta canto (está bien, igual esto no lo debería considerar música), el hecho de pasar un día entero sin escuchar alguna melodía me resulta complicado. Sin embargo, las ausencias llevan irremediablemente a sentir de una forma diferente las presencias  y ello me recordó que la música convive con el ruido al que no sólo olvidamos sino que infravaloramos. Y es precisamente el ruido como generador de lenguajes y experiencias uno de los temas más interesantes y complejos a los que se ha enfrentado el arte contemporáneo.

Tomasso Marinetti y Luigi Russolo ante sus instrumentos para "El arte de los ruidos", 1914.
Tomasso Marinetti y Luigi Russolo ante sus instrumentos para «El arte de los ruidos», 1914.

En julio de 1912 los Futuristas publican sus primeros manifiestos para la música advirtiendo que esta debe convivir con el resto de lenguajes artísticos en un escenario común. El hecho de que sean artistas plásticos y no músicos los que hablen del tema amplía el horizonte de la mirada. El arte comienza a alejarse de los gestos burgueses obsesionados por la belleza y abraza la irreverencia y la provocación. Más tarde, Russolo comienza a experimentar con la música creada por una batería de ruidosas máquinas lo que da como resultado el manifiesto “El arte de los ruidos”, publicado en marzo de 1913. En dicho manifiesto el italiano marca un nuevo camino de experimentación que sigue tan vivo como entonces. Russolo aspiraba a combinar el ruido de los tranvías, las explosiones de los motores, los trenes y las voces de las multitudes en una suerte de composición moderna. Construye para ello una serie de instrumentos que emiten ruidos a modo de familia desde los cuales nos invita a disfrutar del ruido de un motor o del sonido de un toldo en la ciudad. En ningún momento pretende con ello negar la música, simplemente propone romper el círculo de sonidos puros y conquistar la infinita variedad de los sonidos-ruido. Una forma, admitamos que algo extravagante, de hacer consciente al mundo de la riqueza sonora de su entorno.

Un ruido secreto, 1916. Marcel Duchamp
Un ruido secreto, 1916. Marcel Duchamp

En 1916 Marcel Duchamp afirma categóricamente que “el sonido ocupa un espacio” y construye a modo de adivinanza su famoso ready-made “Un ruido secreto” en el que un ovillo de cuerda sujeto a dos placas cuadradas de latón esconde un objeto sin identificar que genera un extraño sonido que activa la imaginación del espectador.<<Podría ser una moneda- decía Duchamp. Pero también un diamante>> Años más tarde John Cage se pregunta: <<¿Y el silencio? El silencio – se responde- no existe.  Sonido y silencio son lo mismo>> Cage será uno de los primeros compositores en dar importancia al silencio en la música. Este hecho también influye en la obra de arte y en nuestra propia experiencia respecto a la música. El artista norteamericano se da cuenta de que lo que se concibe como silencio en realidad no lo es, ya que durante los silencios musicales de un concierto continúan los eventos sonoros, continúa “el ruido”.

4'33, 1952, John Cage
4’33, 1952, John Cage

De esta reflexión surge su famosa pieza 4’33 en la que lleva al extremo sus teorías musicales. La pieza está pensada para ser tocada ante un piano silente, es decir, el interprete se mantiene en silencio delante del instrumento durante esos algo más de cuatro minutos. <<Si en el pasado- decía Cage-  el punto de discusión en la música se centraba en la disonancia y la consonancia, en el inmediato futuro será entre el ruido y los sonidos llamados musicales>>

En otros casos el músico alemán invita a participar directamente en la creación de ruidos. “Living Room Music” se concibe como una habitación llena de objetos cotidianos (muebles, libros, periódicos, plantes, etc.) que se transforman en instrumentos musicales a manos del espectador. De esta forma, se activan ruidos que en nuestro día a día no concebimos como importantes pero que constituyen nuestro memoria sonora de la misma manera que lo hacen las canciones de nuestros músicos favoritos. ¿Pero somos realmente capaces de disfrutar de esos ruidos?

Performance en la que se recrea "Living Room Music" de John Cage
Performance en la que se recrea «Living Room Music» de John Cage

 

Traslado mi memoria a uno de esos conciertos que hacen que todo merezca un poco más la pena y me veo escuchando a Quique González en su última gira. Uno de esos músicos que no arrastra público casual llenando las plazas de toros de pancartas, camisetas con mensajes absurdos y gritos enfervorecidos y desacompasados sino que siempre es acompañado por gente que le respeta y valora por encima de todo. Esa gente a la que le cuesta mucho vivir  un día sin música. Pues incluso en un concierto así te das cuenta de que la gente está habituada a escuchar música pero no comprende la importancia de los ruidos. El ruido de las botas cuando arrastra los pies hacia el centro del escenario. Ese ruido de la silla al ser apartada del piano. El ruido del micrófono cuando silba de dolor al darle un golpe imprevisto. Ese ruido en forma de quejido cuando el cansancio de su voz va anunciándote el final del concierto. Ruidos que son sonidos desde los silencios sin música. Ruidos que son nuestros y que deberíamos esforzarnos por vivir. Ruidos que en este caso también forman parte de la experiencia de un concierto único.

Quique González al piano.
Quique González al piano.

Qué  bonito es que te digan que el sonido de tu risa es contagioso. Qué maravilloso es que te susurren al oído lo bien que jadeas cuando haces el amor. Qué sensación más grandiosa cuando escuchas romper una ola sobre tus pies. Sonidos-ruidos-silencios-música. ¿Un día sin música? Es complicado. Es imposible.

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¿ALGO QUE CELEBRAR?

En este mundo en el que nos gusta clasificar todo hasta límites surrealistas el concepto de “el día de” se ha transformado en un clásico que ningún sector quiere perderse. En 1977 el Consejo Internacional de Museos (ICOM) acordó fijar el 18 de mayo como el Día internacional del Museo y a partir de entonces también la museografía tiene su pequeño momento de gloria. Cada año se asigna un tema que sirve como elemento vertebrador de las diversas actividades programadas a lo largo de dicha festividad. Este año el lema propuesto reza: “Museos para una sociedad sostenible”. Según el ICOM, se reconoce así el papel de los museos para concienciar al público sobre la necesidad de una sociedad menos derrochadora, más solidaria y que aproveche los recursos de manera más respetuosa con los sistemas biológicos.

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Concienciar a la gente sobre el exceso de gasto y la correcta utilización de los recursos naturales que nos rodean suena francamente bien pero también algo alejado de los problemas actuales que la mayoría de las personas, vayan o no a un museo, tiene en estos momentos. Siente una que los responsables del ICOM viven en una urbanización de un barrio bien a las afueras de Marte y que han decido bajar a la Tierra para visitar algún museo y, de paso, hablar de sostenibilidad que suena entre hipster y cool.

Por otra parte, es irremediable que los que trabajamos en un museo oigamos ‘sostenibilidad’ y pensemos rápidamente en un concepto algo diferente. La RAE define el término como “un proceso que puede mantenerse por sí mismo, como lo hace, p. ej., un desarrollo económico sin ayuda exterior ni merma de los recursos existentes”. Y leído esto se te acaban automáticamente las ganas de fiesta. Los museos en la actualidad, sean estos de titularidad pública o privada, en muy contadas ocasiones pueden subsistir sin una importante ayuda exterior, y los recursos existentes, vengan estos de la financiación pública o de los ingresos generados de forma directa por la actividad, no es que hayan mermado sino que resultan casi anecdóticos. La mayoría de los museos (sobre todo esos que nunca aparecen en las listas de museos incluidas las listas de museos que celebran “su día”) no sólo no consiguen ser sostenibles sino que navegan sin rumbo hacia una deriva tan aterradora que no da el cuerpo como para organizar fastos y celebraciones.

Pero no quiero que penséis que me he puesto el traje de pitufa gruñona y voy a pasar la semana renegando del día del los museos. Me parece bien que estos utilicen todos los recursos que están a su alcance para visibilizar su labor. Me encanta que la gente decida dedicar parte de su fin de semana a disfrutar de sus colecciones y actividades. Me enorgullece ver cómo, cual orquesta del Titanic, seguimos teniendo capacidad de generar ilusión y magia desde la historia, la ciencia o el arte aunque el barco se esté hundiendo. Levantarse del sofá y arreglarse para salir de fiesta es un ejercicio más que saludable.

Sin embargo, me gustaría que la fiesta de los museos se transformase también en una oportunidad para acercar los problemas de dichas instituciones a la gente que no siente como suyos esos espacios, que sigue sin valorarlos y que no comprende que tras la belleza y riqueza de los objetos expuestos hay mucha precariedad laboral, extensos expedientes de regulación de empleo, demasiada subcontratación, profesionales infravalorados, artistas ninguneados y, sobre todo, un tejido cultural que construido con mucho esfuerzo durante años se nos está escapando entre nuestros dedos como un puñado de arena de playa.

Y no sirve de nada caer en ese victimismo fácil en el que toda la culpa la tienen siempre los políticos de turno, los directores con ínfulas de estrellas de cine o los artistas que realizan un arte incomprensible. Si la sociedad actual se ha divorciado de los museos, si sólo los visita como actividad puntual y turística y, sobre todo, si no los sienten como suyos, es también culpa de los que estamos dentro de dichas instituciones.

Practicamos mucho la queja pero esta siempre se comparte con la boca pequeña, en pequeños corrillos y dentro de nuestro propio entorno. En muy contadas ocasiones encontramos a profesionales que se esfuercen por explicar a la gente que los museos se hunden en nuestro país y eso nos afecta a todos. Porque los museos dan cobijo a historiadores, conservadores o artistas pero también alimentan a familias de carpinteros, transportistas, maquetadores, limpiadores, informáticos, electricistas, y un sinfín de profesionales que trabajan en ese complejo escenario de lo cultural. Porque los museos entretienen a turistas locales y extranjeros con visitas, conferencias y conciertos pero también llegan a las escuelas ayudando a los profesores a enriquecer sus materias, a los centros de educación especial con programas adaptados a sus necesidades, o a hospitales y centros de día mejorando la calidad de vida de sus pacientes a través de la educación artística.

Si la mayoría de la sociedad no comprende que los museos pueden mejorar y ‘enriquecer’ el entorno social en el viven habrá que explicarlo de forma más clara y directa para que con su ayuda y apoyo nos sintamos más fuertes ante la aniquilación cultural que está sufriendo este país por culpa de un caciquismo político ignorante y vergonzante. ¿Algo que celebrar mañana? Claro que sí. Vayamos al museo y disfrutemos de él pero además de ponernos guapos y ‘bailar’ aprovechemos la ocasión para hablar y explicar que los museos no sólo pueden ser sostenibles sino que son capaces de crear una línea invisible pero importantísima que sostiene valores fundamentales para nuestra sociedad: la capacidad de crítica, la creatividad, la empatía, la generosidad o la pluralidad. ¡Feliz día(s) de los museos! Ni más ni menos que 365 días al año de fiesta.

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EL ARTE ES UN PROCESO RELIGADOR

 

“Que el arte consiste, en toda época y en cualquier lugar

en un proceso integrador, religador, del hombre y su realidad,

que parte siempre de una nada que es nada y concluye en otra Nada que es Todo,

un Absoluto, como respuesta límite y solución espiritual de la existencia.”

QuousqueTandem…! Jorge Oteiza

 

Hace ya tiempo que tengo la sensación de estar encerrada en una esfera en la que hay muchas y variadas cosas pero que gira a tanta velocidad que no consigo salir de ella ni para coger aire. Cuando me siento así, ahogada y aprisionada,  me invade primero la tristeza pero después intento recuperar de mi memoria proyectos gracias a los cuales he aprendido a vivir de manera más serena y justa. El mundo del arte me enfada, me enerva y me decepciona constantemente pero el arte me da la vida y ese aire que me falta tan a menudo.

‘Mi caja. Tu refugio’ es un proyecto al que necesito volver cada cierto tiempo. Fue difícil y apasionante a partes iguales y hoy os lo cuento con toda la sinceridad de la que soy capaz porque a mí me ayudo a valorar enormemente mi siempre insatisfactoria vida. Tras alguna breve colaboración con actividades artísticas en centros penitenciarios decidí que ya era hora de realizar mi propio proyecto en la ciudad que hace ya muchos años me adoptó como a una más, Pamplona.IMG_0065

En el mundo de la educación artística una siempre tiene que dar el primer paso porque si no el desierto puede helarse bajo tus pies antes de que te ofrezcan algo interesante. Por ello, solicité una cita con la dirección del centro penitenciario de la ciudad para proponerles una colaboración. Aun a riesgo de parecer exagerada os digo que ya en esa primera cita me di cuenta de que entraba en un terreno difícil. Cruzar las puertas de una cárcel (y algunos lo habréis tristemente vivido) genera una sensación desagradable. Te sientes tan observada, tan vigilada y tan analizada que sin quererlo te crees culpable de algo nada más mostrar tu DNI. Recuerdo que ese día comenté con un amigo: << ¿Te imaginas que alguien de algún diario me ve entrar por la puerta de la cárcel y me reconoce?>> Hubiese animado los corrillos sociales de esa semana.

El caso es que el proyecto (creo que porque en el fondo tampoco sabían muy bien lo que quería hacer)  fue aprobado, y a partir de ese momento empecé a cruzar la puerta de la cárcel una vez por semana durante algo más de tres meses. La sensación del primer día no desapareció nunca. En esa primera reunión me dieron a elegir entre trabajar en el módulo de mujeres o en el de los hombres. Y como ya me vais conociendo sobra decir que ese carácter vehemente que me acompaña siempre no me dio otra opción más que elegir el de hombres. Me parecía más difícil trabajar con ellos y, en consecuencia, más honesto.IMG_0171

Los primeros problemas empezaron, como casi siempre en esta vida, con las prohibiciones del propio centro penitenciario. Era una cárcel antigua ( hace poco que se abrió un nuevo centro) poco dada a proyectos de este tipo. Así que:

  • Prohibido utilizar en los talleres cola, pegamento de tubo y elementos cortantes ( tijeras, cutters, etc)
  • Ninguno de los materiales utilizados en el taller podrá salir del centro.
  • Al acabar cada taller ninguno de los presos puede llevarse ningún material para continuar con el trabajo fuera del aula.
  • La tarjeta de memoria de la cámara se entregará a seguridad al acabar el taller y se volverá a recuperar a la semana siguiente. Esto supuso que no pudiese realmente ver lo que había fotografiado ni analizarlo hasta acabar del todo el proyecto.
  • Prohibido preguntar a los participantes sobre su situación en el centro.

Excepto la molesta imposición de tener que entregar la tarjeta de memoria de la cámara, sobra decir que el resto sufrió innumerables fisuras que en estos ámbitos se consiguen a base de paciencia y una serena sonrisa.

  • Conseguí introducir unas tijeras y cutter con la promesa de que sólo las utilizaría yo. Promesa incumplida.
  • Conseguí sacar algún material del taller explicando que los volvería a traer a la semana siguiente. Promesa incumplida.
  • Conseguí regalar materiales como lápices, papeles de colores, pinturas, etc. a muchos de ellos con la promesa de que trabajarían con ello. Promesa incumplida conscientemente porque sabía que lo utilizaban para otras fines.

La primera parte del proyecto consistió en hablarles del artista. Proyecté videos, leí poesías y les conté mil historias. Sólo uno de los presos era vasco y como hablábamos de Oteiza fue muy divertido ver cómo se convirtió rápidamente en ‘jefe de grupo’.  Era su derecho. En la cárcel lo más importante es buscar algo que te diferencie. Algo que te haga ganarte el respeto de los demás. Él se lo ganó contando que cuando era más joven había conocido a Jorge. Una mentira a la que yo seguí el juego con admiración.

Caja vacía, 1958. Jorge Oteiza
Caja vacía, 1958. Jorge Oteiza

La partida de cartas había comenzado pero yo no quería imponer mis normas por lo que la segunda parte del proyecto consistió en que entre todos eligiesen una obra de las que habíamos estudiado a partir de la cual comenzaríamos a trabajar en el taller. Empezamos así un proceso de debate eliminando unas y eligiendo otras hasta quedarnos con una única pieza con la que todos, de una manera u otra, se sentían identificados: “Caja vacía”. <<Aitziber- me dijo seriamente el ‘jefe de grupo’- tú nos has contado que el vacío de las cajas de Oteiza es una especie de refugio. Mi refugio es el mar del cantábrico y seguro que el de Abdalá es otro. Pero lo más importante es que aquí todos necesitamos uno.”  Yo no lo hubiese dicho más claro.

Con la caja como posible refugio empezamos la tercera parte del proyecto. Cada uno construyó una caja que debía contener en su interior ese refugio con el que soñaban por las noches. Ese escenario que no por lejano es menos necesario. Las propuestas fueron muy sorprendentes. Uno construyó una playa y una hamaca en recuerdo de su Caribe natal. Nuestro jefe pintó la caja de un azul tan intenso que el propio Neptuno (siendo o no vasco) se hubiese sentido orgulloso de él. Otro de ellos construyó un corazón con los colores de la bandera gay (<<Ellos no reconocen los colores >> me dijo con un guiño).

Un chico de poco más de 20 años hizo una preciosa flor de papel y la colocó dentro porque según me dijo como no sabía hablar con las mujeres había tenido que aprender a hacer flores con servilletas del bar. Y una de las más emocionantes fue una caja que reproducía los barrotes de la cárcel. Pintada de negro y envuelta en un lazo rosa mostraba una evidente declaración de principios: <<Algunos de nosotros hemos perdido la posibilidad de encontrar refugio>>. Y el más daliniano del grupo construyó un huevo frito y orgulloso me contó que había realizado la yema con la bola del bote de desodorante.

Pero no creáis que llegar a este punto fue fácil. Ellos tuvieron que buscar en su interior y yo plantar cara a su exterior. Por la mañana recorría el corredor oyendo toda clase de comentarios que no sólo me incomodaban sino que me repugnaban. Me odiaba a mi misma por tener tantos prejuicios pero acabé yendo a los talleres vestida por completo de negro. En el aula las tensiones hicieron que incluso uno de ellos fuese expulsado del grupo por agresividad hacia mí. Y los cambios de humor de la mayoría de ellos también me afectaban profundamente. Muchas mañanas me levantaba con cierta ansiedad y tenía que obligarme a mí misma a volver a cruzar la puerta. Y cuando salía del taller era incapaz de volver a casa o al trabajo y me acercaba al primer bar del barrio para poder tomar una copa de vino que me relajase. No os cuento todo esto para victimizarme sino porque en estos procesos solo se cuentan los bonitos resultados pero el camino es más largo de lo que parece.

IMG_0069Sin embargo, es cierto que los resultados suelen compensarlo todo. Con el material creado a lo largo de esos meses organicé una exposición en un centro cultural de la ciudad. Ellos no podían asistir a la inauguración por lo que al finalizar todo el circo mediático preparé una caja para enviar a cada uno de ellos. En este caso la caja no estaba vacía sino llena de recuerdos:

  • Selección de fotos de los talleres en la cárcel.
  • Fotos del montaje en el centro cultural.
  • Fotocopias de las reseñas aparecidas en prensa.
  • Una biografía de Oteiza.

Muchos de ellos me escribieron agradeciéndome emocionados el regalo. Algunos me dijeron que les gustaría leer más libros de Oteiza. Y otro me dijo que en un mes le trasladarían a Zaragoza así que me escribiría por si quería hacer algún taller allí. Lo cumplió.

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