FELICITE AL ARTISTA DE MI PARTE. LA VIDA MÁS ALLÁ DE ARCO.

Hace tiempo que no me asomaba por las páginas de este NO blog para contaros experiencias, sensaciones e impresiones. No tengo una justificación clara. Supongo que las navidades me descolocaron, enero me descentró y febrero me remató. Y contar cosas por contar, sin sentirlas ni vivirlas no tiene para mi mucho sentido.

Sin embargo, los últimos días pasados en Madrid me han dado de nuevo ganas de vomitar palabras. Y utilizo el término vomitar en homenaje a todos aquellos que me he encontrado estos días por las ferias y me han dicho eso de: “A ver si te relajas un poco porque no dejas títere con cabeza. Que parece que no estás nunca contenta con nada.” Como si estar contenta con todo fuese una especie de virtud sacra.

En fin, que varios días en Madrid, en esto que llamamos «semana de ARCO» dan para mucho. Una se enfrenta desde la mañana a ferias, exposiciones varias y alguna que otra cena. ¿Y qué puedo yo contaros de todo eso que no hayan contado ya los demás? La prensa y las redes sociales se han llenado de referencias a las obras más importantes o más destacables, y en la mayoría de los casos esas referencias las han realizado profesionales del arte que tienen con seguridad más criterio que yo. No tendría por lo tanto sentido redundar en ello.

No obstante, los paseos por la ciudad me han hecho reflexionar un año más sobre el hecho de que existen aún muchos artistas que centran la construcción narrativa de su obra en historias reales, críticas y sociales pero estas no se extienden en casi ningún caso a la calle a lo largo de esos días. El arte contemporáneo vive en una especie de burbuja aséptica sin contacto con el no profesional, con el no iniciado, con el no aficionado, y eso supone para mí una oportunidad perdida de acercar el arte a todos, de activarlo, de ponerlo en tela de juicio, de hacerlo vivir en la vida misma.

En esos paseos retumbaban en mis oídos las palabras de Joseph Beuys cuando definía su concepto de escuela: “la escuela está en la calle; cuando hablas de esas cosas en la verdulería. Eso significa que el proceso escolar no sólo tiene lugar en la escuela, sino que empieza en cuanto un ser humano habla con otro de esas cosas.» Esas lúcidas palabras podrían trasladarse sin dificultad al concepto de arte que me he encontrado en algunas microhistorias ( y así las defino porque ninguna duró más de dos minutos) y vivido estos días, y en las que me he dado cuenta de que el arte está principalmente en la mirada, y la mirada es de todos. Por ello, me ha parecido más honesto compartir esas sencillas historias en lugar de hacer crítica de arte desde lo visto en las exposiciones.

Estas son mis tres “obras” seleccionadas en la semana de ARCO. Historias reales que me han ocurrido en espacios alejados de las ferias de arte.

MICROHISTORIA 1. Viernes 14.30h Una Cafetería de Lavapiés.

Comía sola en una pequeña cafetería cuando se sentó a mi lado una pareja. Él tendría unos sesentaicinco años y ella algo más de setenta. Él le explicaba cariñosamente cómo había recibido un mail con un archivo que no podía abrir y eso le tenía preocupado todo el día.

  • Cómo es de curiosa la mente- le dice él. Hay días en que pienso que me apetecería estudiar psicología para entender mejor algunas cosas. No sé cuantos años dura la carrera pero igual lo hago.
  • Creo que ahora son tres años- le contesta ella.
  • Bueno, la verdad es que como sólo lo haría por disfrutar poco importa. Siempre será mejor que te enseñen otros que aprender por tu cuenta- le explica.
  • Pues yo últimamente leo muchas cosas de Bellas Artes. Es lo que más me gusta- cuenta ella.
  • Ah, pues deberías estudiar la carrera de Bellas Artes porque tiene que ser muy hermosa y lo harías muy bien- le responde él con una sonrisa.

MICROHISTORA 2. Sábado 19.30h Barrio de Usera.

El sábado a la tarde, a contracorriente de todos, me dirigí al barrio de Usera invitada por Berta Delgado para ver un ensayo de su performance Kowloon. Os puedo asegurar que fue todo un honor. Como siempre llegué pronto y, como siempre, decidí meterme en un bar a esperar porque el frío era inhumano. Era un bar de barrio obrero, sin mujeres, con la tele a tope viendo, creo,  un Getafe- Levante, y con esa sensación de estar en un lugar en el que el tiempo transcurre de otra manera.

Pedí una caña al camarero y este me sacó con ella un indescriptible cacho de pan amarillento como tapa que fui incapaz de comer. Al momento se me acercó un señor mayor y me dijo:

  • Lleva usted una falda preciosa. Un color que le favorece mucho.
  • Muchas gracias- le contesto. El azul es mi color favorito. Es un azul oscuro que algunos llaman azul Klein.
  • ¡Qué nombre tan raro!- dice serio.
  • Se llama así porque digamos había un artista francés llamado Yves Klein que lo usaba mucho en sus cuadros.
  • Vaya, pues es un color precioso. Felicite al artista de mi parte- me contesta con una sonrisa.

MICROHISTORIA 3. Domingo 12.00h Museo Nacional de Arte Reina Sofía.

El domingo por la mañana decidí acercarme al Museo Reina Sofía para ver la exposición de Ignasi Aballí, un artista al que valoro enormemente. La exposición me fascinó desde el primer momento y en lugar de salir del museo nada más terminar de verla me quedé un rato sentada en un banco del pasillo. En ese momento se me acerco una señora mayor con una niña (intuyo que sería su nieta) y me preguntó:

  • Disculpe, ¿sabe qué significan esas palabras que hay escritas en los cristales de la ventanas?
  • Es una obra que se titula “Un paisaje posible” y es de Aballí, el mismo artista que expone en esas salas- le digo.
  • ¿Pero le han dejado poner cosas en las ventanas?- pregunta extrañada.
  • Bueno, Aballí es un artista que intenta romper las estructuras prefijadas tanto de las obras como de los espacios expositivos. Digamos que es un rebelde- le digo sonriendo.
  • Me encanta que las exposiciones ocurran también fuera de las salas. Vamos a empezar a venir más por aquí- dice mirando a la niña.

Después las dos se sentaron en el banco de al lado y empezaron a hablar de las palabras escritas en los cristales. Charlando, riendo, levantándose e incluso tocándolas.

Estas y otras historias también construyen el arte. Son miradas distintas, con distintos códigos y distintos tiempos pero al fin y al cabo miradas. A veces los profesionales del arte deberíamos recordarnos a nosotros mismo que hay vida más allá de ARCO.

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¿MEDIO LLENO O MEDIO VACÍO?

Una vez al año se produce un curioso peregrinaje en el que gente ociosa, profesionales, políticos con cara de no saber por dónde les da el aire, compradores con alma y chequera, compradores  con chequera por alma y estudiantes diversos se dirigen a Madrid para devorar lo que hace ya tiempo se conoce como “la semana del arte”

Esos días, la siempre acogedora capital se esmera por ofrecer las mejores exposiciones en museos, galerías y centros de arte pero las niñas bonitas  de la semana son sin duda las ferias. Y como todo equipo que se precie tiene siempre una estrella que brilla sobre las demás, en este caso, la feria que  está siempre en boca de todos es ARCO.

ARCO es un territorio inmenso en el que se pueden encontrar piezas ya clásicas de Tàpies, Anthony Caro, Barceló o Basquiat junto a jóvenes autores desconocidos  que aspiran a crear historia. Acuarelas frente a trozos de cartón, video arte frente a fotografía en blanco y negro, bronces frente a metacrilatos o simplemente objetos que nos recuerdan que el arte se ve pero también se piensa. En este último caso podríamos situar a la que se ha transformado ya en la“top star” de la feria: el vaso con agua de Wilfredo Prieto.  Esa pieza de la que todo el mundo habla, a veces, con vehemente defensa y otras, con evidente desprecio.

Vaso de agua medio lleno, 2006. Wilfredo Prieto.
Vaso de agua medio lleno, 2006. Wilfredo Prieto.

El objeto en cuestión no es otra cosa que un vaso con agua que se expone sobre una repisa de madera en el stand de la Galería Nogueras Blanchard. Desde la propia galería se afanan en repetir que se trata de una pieza conceptual en la que el valor no reside en el objeto sino en el certificado de artista. Un artista que, no sabemos si con ayuda de la galería o en un momento solitario de lucidez, sí que ha tenido capacidad para dar valor económico a la misma. Ni más ni menos que 20.000€. Personalmente, creo que es un precio muy acertado. Ni tan bajo como para que el vaso no despierte interés y no se mueva de la repisa en toda la feria ni excesivamente alto como para perder a algún excéntrico coleccionista.

El artista indica desde el título de la propia obra que el vaso está “medio lleno” lo que inconscientemente provoca en el espectador una sensación más positiva e incluso optimista que el concepto de “medio vacío”.  Sin embargo, y teniendo en cuenta que el objeto no tiene, según el autor, un verdadero valor, podríamos pensar que el agua ausente constituye un elemento más importante si cabe que la que llena el vaso. Cuenta el galerista que cuando ve que el agua se evapora  un poco por el ambiente de la feria vuelve a rellenar el vaso.  ¿Por qué? Me pregunto yo. Igual la ausencia es tan importante como la presencia.

Unidead triple y liviana, 1950. Jorge Oteiza.
Unidead triple y liviana, 1950. Jorge Oteiza.

Estas reflexiones me traen a la cabeza la famosa “Unidad triple y liviana” de Jorge Oteiza. Una obra realizada en 1950 en la que el artista vasco reformula el concepto de espacio desde la resta. La unidad base de la escultura es el cilindro al cual Oteiza aplica varias mordidas que dan como resultado una nueva figura geométrica: el hiperboloide. El artista explica este proceso poniendo como ejemplo una manzana. La manzana en cuestión, que tiene forma de esfera, es comida (mordida) desde sus laterales lo que da como resultado una nueva forma: el corazón o troncho de la manzana  (el hiperboloide). La mayor parte de la gente, cuando observa ese corazón dice: <<Vaya, me he comido la fruta así que aquí ya no hay manzana, ya no hay nada>>. Y Oteiza, sabiamente, nos recuerda que eso no es cierto. Por supuesto que ya no hay manzana, pues nos la hemos comido, pero eso no quiere decir que ya no haya “nada” sino que al morder la manzana hemos creado un nuevo espacio que antes no existía. El vacío como nueva presencia no como ausencia.

¿Tendría ese vaso el mismo valor si el galerista deja que el agua se evapore? Evidentemente sí porque el discurso sobre la pieza es tan débil como el líquido que la llena. Nos recuerdan  para dar mayor valor a la propuesta que Wilfredo Prieto es un artista que produce poco. Eso, en principio, no es bueno ni malo pero no hay que olvidar que para producir poco esto tiene que ser verdaderamente bueno. Intentar “jugar” a ser Duchamp, Morris o Yves Klein en 2015 suena poco serio. Suena poco creativo. Suena vacío. Pero vacío no como nueva presencia de una propuesta artística innovadora y sugerente sino vacio como ausencia total.

En una entrevista preguntan al responsable de la galería:

<<¿Si yo pongo un vaso similar, lo lleno de la misma cantidad de agua y lo coloco en mi casa de manera semejante, tendría un Wilfredo Prieto?>>

<<No, sería una copia>>.

Sobra deciros que lo primero que hice al llegar de ARCO fue retirar el vaso medio lleno de agua que me había dejado antes de salir para Madrid en la repisa del baño. No vaya ser que me acusen de plagio.

Y tras tranquilizarme me invadió el espíritu de Wilfredo y en un arranque de creatividad llene una copa de vino. Siendo consciente de que yo no tengo galerista, y en consecuencia nadie va a pagar 20.000€ por mi hazaña conceptual, decidí beberme el vino a la salud de tantas grandes obras como vi en la feria y de las que no se ha hecho eco la prensa, a la salud de tantas y tantos artistas que nunca llegarán a exponer en ARCO pero que de una manera u otra harán historia para los que necesitamos el arte con alma en nuestras vidas, a la salud de todos esos  profesionales que trabajan desde la segunda fila sin necesidad de llenar o vaciar vasos.

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VERDADERO O FALSO. EL ARTE DE ENGAÑAR

 

“Can you tell the difference between an Old Master painting and a contemporary replica?” Con esta contundente pregunta comienza la exposición ‘Made in China’ inaugurada el pasado 10 de febrero en el museo londinense Dulwich Picture Gallery.  El artista estadounidense Doug Fishbone plantea un interesante juego desde una reproducción que se expone junto a óleos originales de Rembrandt, Rubens, Tiepolo, Poussin, Murillo y otros clásicos que alberga la pinacoteca. La pieza, encargada a una empresa que comercializa réplicas que producen estudios chinos, de obras de cualquier época y estilo, no está señalada por lo que el espectador debe agudizar sus sentidos y poner a prueba su capacidad de análisis para descubrir a “la intrusa”.

Esta iniciativa tiene como referente cercano varios escándalos por falsificación de cuadros. En 2013, por ejemplo, se descubrió un fraude que ascendía a 80 millones de dólares por la venta de cuadros que habían permanecido “perdidos”, atribuidos a Franz Kline, Jackson Pollock, Lee Krasner, Willem de Kooning y otros artistas. En realidad, habían sido pintados por un artista chino de 73 años, residente en Queens, Nueva York. El engaño tardó en ser descubierto y para entonces habían estafado a galerías, expertos y coleccionistas.

Fishbone busca así propiciar una reflexión colectiva sobre el valor y la autoría de una obra artística a partir de la aparente confusión entre el original y la copia.La primera fase del experimento terminará en abril, cuando se revelará cuál de las obras es la copia. A partir de entonces, y durante tres meses, se exhibirán juntas original y copia.

Además de abordar el fenómeno de la reproducción, Fishbone espera enriquecer el debate sobre la autentificación de obras: lienzos atribuidos a autores consagrados que con el paso del tiempo fueron adjudicados a discípulos, así como el papel de estos en el taller del maestro, algo que es cada vez más reconocible gracias a las nuevas técnicas de identificación.

La realidad es que por muy aficionado que uno sea al arte es  complicado certificar la autenticidad de una obra en una exposición. El visitante adquiere su entrada en la recepción del museo y al cruzar la puerta del mismo da por hecho que todo lo que se expone en su interior es auténtico. Al fin y al cabo está en una institución oficial. Leemos la información de las paredes, los títulos de las cartelas y nuestra vista recorre, con demasiada rapidez, las obras expuestas que recogemos en nuestros móviles con el único y claro objetivo de mostrar a los demás que las hemos visto.

Lover Boys, 1991. Félix González-Torres.
Lover Boys, 1991. Félix González-Torres.

La autenticidad se hace aún más complicada en el arte contemporáneo. Cuando nos encontramos con instalaciones como, por ejemplo, Lover Boys (1991) en la que Félix González-Torres muestra una obra compuesta por más de 160kg de caramelos y nos invita a cogerlos no debería importarnos el origen de los mismos, ni siquiera si es el propio autor quien los ha comprado, sin embargo, casi todo el mundo se pregunta: ¿Y cuando se acaben se sustituirán por otros caramelos similares o distintos? ¿Es González-Torres quien elige los caramelos o es el museo? Por mi propia experiencia sé que si al visitante se le explica que es el propio artista quien selecciona y coloca los caramelos la obra adquiere mayor importancia que si se le dice que es un técnico del museo quien se encarga de ello. Este hecho demuestra claramente que la tan valorada “autenticidad” no otorga en muchos casos mayor valor artístico o estético a la obra de arte sino mayor pedigrí y todos sabemos que el pedigrí en el mundo del arte pesa mucho.

Lessing recuerda que la falsificación de un objeto arrastra consigo un concepto negativo. No se refiere a una característica específica que tiene una obra, sino a las características que no tiene dicha obra. En resumen, implica la ausencia del famoso pedigrí. Si la sustitución de un material original de la obra por otro posterior no anula bajo ningún sentido la vivencia que la obra nos aporta, ¿por qué le damos tanta importancia al concepto de autenticidad?, ¿por qué nos sentimos estafados si nos enteramos de que la obra ha sido manipulada o transformada por unas manos que no son las del artista?, ¿por qué no somos capaces de valorar la experiencia por encima del objeto?

En mi opinión, seguimos anclados a esa concepción burguesa del arte como experiencia elitista, glamurosa y con una clara valoración económica. Como espectadores queremos sentirnos únicos, especiales y, en definitiva, diferentes. Cuando se organiza una exposición antológica de un maestro del arte, pongamos por caso Dalí, la mayoría de la gente no hace horas de cola por la verdadera necesidad de experimentar a través de la visión de las obras de dicho pintor sino porque saben que es una ocasión única para decir aquello de: “Yo estuve allí”. Se produce una satisfacción morbosa y casi pornográfica al leer en la prensa que la exposición ha sido visitada por 200.000 personas y pensar que tú has sido una de esas afortunadas.

Algo similar me ha ocurrido siempre con los conciertos de música. Recordaré con emoción aquellos momentos en los que pude disfrutar de los Rolling, Dylan o Van Morrison pero no os voy a negar que los mejores momentos los he vivido descubriendo canciones en pequeños bares (muchas de ellas versiones) porque es en esos lugares en los que he podido sentir la experiencia de la música sin pisotones, gritos, y mil cabezas a mi alrededor. Es cierto que en el primer caso siempre podré contar eso de: “Yo estuve en el último concierto de Lou Reed” Un concierto con pedigrí. Pero me debería preguntar: ¿Fue realmente tan buena la experiencia?

Esta semana aficionados, profesionales y curiosos se pasearán por las distintas ferias que Madrid ofrece en su famosa “semana del arte” ¿Os imagináis que después de tanto trajín el próximo lunes, café en mano, amaneciésemos con la siguiente noticia?:

“La dirección de ARCO acaba de confirmar que todas las obras expuestas este año en la feria eran reproducciones”

¿Os sentiríais engañados o tendríais la capacidad de sobreponeros a tal descubrimiento y valorar por encima de todo el disfrute que habéis sentido ante esas “obras falsas”? ¡Qué difícil!

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