VERDADERO O FALSO. EL ARTE DE ENGAÑAR

 

“Can you tell the difference between an Old Master painting and a contemporary replica?” Con esta contundente pregunta comienza la exposición ‘Made in China’ inaugurada el pasado 10 de febrero en el museo londinense Dulwich Picture Gallery.  El artista estadounidense Doug Fishbone plantea un interesante juego desde una reproducción que se expone junto a óleos originales de Rembrandt, Rubens, Tiepolo, Poussin, Murillo y otros clásicos que alberga la pinacoteca. La pieza, encargada a una empresa que comercializa réplicas que producen estudios chinos, de obras de cualquier época y estilo, no está señalada por lo que el espectador debe agudizar sus sentidos y poner a prueba su capacidad de análisis para descubrir a “la intrusa”.

Esta iniciativa tiene como referente cercano varios escándalos por falsificación de cuadros. En 2013, por ejemplo, se descubrió un fraude que ascendía a 80 millones de dólares por la venta de cuadros que habían permanecido “perdidos”, atribuidos a Franz Kline, Jackson Pollock, Lee Krasner, Willem de Kooning y otros artistas. En realidad, habían sido pintados por un artista chino de 73 años, residente en Queens, Nueva York. El engaño tardó en ser descubierto y para entonces habían estafado a galerías, expertos y coleccionistas.

Fishbone busca así propiciar una reflexión colectiva sobre el valor y la autoría de una obra artística a partir de la aparente confusión entre el original y la copia.La primera fase del experimento terminará en abril, cuando se revelará cuál de las obras es la copia. A partir de entonces, y durante tres meses, se exhibirán juntas original y copia.

Además de abordar el fenómeno de la reproducción, Fishbone espera enriquecer el debate sobre la autentificación de obras: lienzos atribuidos a autores consagrados que con el paso del tiempo fueron adjudicados a discípulos, así como el papel de estos en el taller del maestro, algo que es cada vez más reconocible gracias a las nuevas técnicas de identificación.

La realidad es que por muy aficionado que uno sea al arte es  complicado certificar la autenticidad de una obra en una exposición. El visitante adquiere su entrada en la recepción del museo y al cruzar la puerta del mismo da por hecho que todo lo que se expone en su interior es auténtico. Al fin y al cabo está en una institución oficial. Leemos la información de las paredes, los títulos de las cartelas y nuestra vista recorre, con demasiada rapidez, las obras expuestas que recogemos en nuestros móviles con el único y claro objetivo de mostrar a los demás que las hemos visto.

Lover Boys, 1991. Félix González-Torres.
Lover Boys, 1991. Félix González-Torres.

La autenticidad se hace aún más complicada en el arte contemporáneo. Cuando nos encontramos con instalaciones como, por ejemplo, Lover Boys (1991) en la que Félix González-Torres muestra una obra compuesta por más de 160kg de caramelos y nos invita a cogerlos no debería importarnos el origen de los mismos, ni siquiera si es el propio autor quien los ha comprado, sin embargo, casi todo el mundo se pregunta: ¿Y cuando se acaben se sustituirán por otros caramelos similares o distintos? ¿Es González-Torres quien elige los caramelos o es el museo? Por mi propia experiencia sé que si al visitante se le explica que es el propio artista quien selecciona y coloca los caramelos la obra adquiere mayor importancia que si se le dice que es un técnico del museo quien se encarga de ello. Este hecho demuestra claramente que la tan valorada “autenticidad” no otorga en muchos casos mayor valor artístico o estético a la obra de arte sino mayor pedigrí y todos sabemos que el pedigrí en el mundo del arte pesa mucho.

Lessing recuerda que la falsificación de un objeto arrastra consigo un concepto negativo. No se refiere a una característica específica que tiene una obra, sino a las características que no tiene dicha obra. En resumen, implica la ausencia del famoso pedigrí. Si la sustitución de un material original de la obra por otro posterior no anula bajo ningún sentido la vivencia que la obra nos aporta, ¿por qué le damos tanta importancia al concepto de autenticidad?, ¿por qué nos sentimos estafados si nos enteramos de que la obra ha sido manipulada o transformada por unas manos que no son las del artista?, ¿por qué no somos capaces de valorar la experiencia por encima del objeto?

En mi opinión, seguimos anclados a esa concepción burguesa del arte como experiencia elitista, glamurosa y con una clara valoración económica. Como espectadores queremos sentirnos únicos, especiales y, en definitiva, diferentes. Cuando se organiza una exposición antológica de un maestro del arte, pongamos por caso Dalí, la mayoría de la gente no hace horas de cola por la verdadera necesidad de experimentar a través de la visión de las obras de dicho pintor sino porque saben que es una ocasión única para decir aquello de: “Yo estuve allí”. Se produce una satisfacción morbosa y casi pornográfica al leer en la prensa que la exposición ha sido visitada por 200.000 personas y pensar que tú has sido una de esas afortunadas.

Algo similar me ha ocurrido siempre con los conciertos de música. Recordaré con emoción aquellos momentos en los que pude disfrutar de los Rolling, Dylan o Van Morrison pero no os voy a negar que los mejores momentos los he vivido descubriendo canciones en pequeños bares (muchas de ellas versiones) porque es en esos lugares en los que he podido sentir la experiencia de la música sin pisotones, gritos, y mil cabezas a mi alrededor. Es cierto que en el primer caso siempre podré contar eso de: “Yo estuve en el último concierto de Lou Reed” Un concierto con pedigrí. Pero me debería preguntar: ¿Fue realmente tan buena la experiencia?

Esta semana aficionados, profesionales y curiosos se pasearán por las distintas ferias que Madrid ofrece en su famosa “semana del arte” ¿Os imagináis que después de tanto trajín el próximo lunes, café en mano, amaneciésemos con la siguiente noticia?:

“La dirección de ARCO acaba de confirmar que todas las obras expuestas este año en la feria eran reproducciones”

¿Os sentiríais engañados o tendríais la capacidad de sobreponeros a tal descubrimiento y valorar por encima de todo el disfrute que habéis sentido ante esas “obras falsas”? ¡Qué difícil!

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