Dos veces, en su historia reciente, los navarros hemos sentido de manera intensa esa sensación de vergüenza ajena que produce ser el centro del huracán dela corrupción. La primera con la inmensa trama de financiación ilegal del Partido Socialista Obrero Español que acabo con la carrera política de Felipe González y su plana mayor y que tuvo sus más significativos y significados representantes en el socialismo navarro, de capa caída y de tropezón en tropezón desde entonces, que no se sabe muy bien si fueron los únicos responsables reales pero si, en todo caso, las piezas “sacrificadas” en el escarnio público y judicial, y ahora, cuando los políticos de una pequeña comunidad de escasos 600.000 mil habitantes roban las portadas y los “prime time” de los grandes medios nacionales a chorizos de muchísima más envergadura pero mucha menos dotación para el enredo y la comedia chusca.
Porque, reconozcámoslo, lo peor del “mierdero” en que nos vemos inmersos no es ni siquiera las cantidades que estos personajillos han ido acumulando en el saqueo sistemático de las arcas forales, mucho menor en todo caso que en otros sonados escándalos del mismo carácter, sino la desvergüenza, la codicia, la racanería, en una palabra la “cutrez”, con la que han actuado y, lo que es peor, con que intentan justificarse. La sensación de que no ha habido euro circulante, en estos últimos treinta y tantos años, que no haya sido objeto de atención de estos buitres profesionales.