Un insoportable hedor.

Dos veces, en su historia reciente, los navarros hemos sentido de manera intensa esa sensación de vergüenza ajena que produce ser el centro del huracán dela corrupción. La primera con la inmensa trama de financiación ilegal del Partido Socialista Obrero Español que acabo con la carrera política de Felipe González y su plana mayor y que tuvo sus más significativos y significados representantes en el socialismo navarro, de capa caída y de tropezón en tropezón desde entonces, que no se sabe muy bien si fueron los únicos responsables reales pero si, en todo caso, las piezas “sacrificadas” en el escarnio público y judicial, y ahora, cuando los políticos de una pequeña comunidad de escasos 600.000 mil habitantes roban las portadas y los “prime time” de los grandes medios nacionales a chorizos de muchísima más envergadura pero mucha menos dotación para el enredo y la comedia chusca.

Porque, reconozcámoslo, lo peor del “mierdero” en que nos vemos inmersos no es ni siquiera las cantidades que estos personajillos han ido acumulando en el saqueo sistemático de las arcas forales, mucho menor en todo caso que en otros sonados escándalos del mismo carácter, sino la desvergüenza, la codicia, la racanería, en una palabra la “cutrez”, con la que han actuado y, lo que es peor, con que intentan justificarse. La sensación de que no ha habido euro circulante, en estos últimos treinta y tantos años, que no haya sido objeto de atención de estos buitres profesionales.

Día a día, titular a titular, cada mañana nos desayunamos con un chanchullo nuevo y con un protagonista más en la nómina, y nunca mejor dicho, de agraciados en la bonoloto foral. Ya no sabe uno si reír, llorar o irse al consulado de Nueva Zelanda a pedir el pasaporte.

Pero… ¿Qué es lo que hace que una pequeña comunidad como Navarra, ni demográfica ni económicamente significativa en el conjunto del Estado Español acabe siendo siempre el centro de atención cuando se destapa el cubo de la basura?, dejando al margen, claro está, a Garitano y su furia ecosocialista recicladora…

Y la respuesta parece evidente. La absoluta y total falta de transparencia y el oscurantismo institucional y político en que ha vivido Navarra desde la muerte del Dictador forzado por los poderes del Estado y al margen totalmente de la realidad social de Navarra. Navarra, para nuestra desgracia, es la pieza que chirría en el mecanismo institucional del Estado y ha sido siempre objeto de un tratamiento especializado por parte de quienes lo dirigen desde la Villa y Corte.

Tan solo un par de días antes de que explotase la bomba CAN, el propio Rubalcaba glosaba las excelencias y la estabilidad de Navarra en un hotel de Iruña, patrocinado el acto por Mediterranea de Catering, concesionaria de la privatización que más páginas “sabrosas” ha proporcionado a la prensa nacional como es la comida, por decir algo, del Sistema Hospitalario navarro, y acompañado de los dos líderes de UPN que estos días se entretienen en demostrar quien la tiene más larga y que prometen para este domingo un espectáculo de navajas cabriteras al nivel de Curro Jiménez y José María “El Tempranillo”, y por su delfín navarro que tan solo unos meses antes había sido puesto de patitas en la calle por la presidenta foral con nocturnidad, alevosía y desprecio de sexo…

Es en Navarra donde se experimento por primera vez el pacto PPSOE, versión foral eso si, donde se invento el quesito, el “que vienen los vascos” al margen de que hayan estado aquí toda la vida, donde se legisla contra la propia lengua (lo de Euskal Herria Irratia daría para un culebrón venezolano) y donde se prescinde de un tercio de la sociedad, marginada y estigmatizada, y además se presume de ello.

Pero para hacer todo esto, es necesaria una Administración estanca, opaca, donde la alternancia y el relevo sean imposibles, por, como advirtió el más insigne de todos los protagonistas del mejunje, los navarros se vuelven locos… y eso solo se hace prescindiendo de la ideología social, económica e institucional, prescindiendo de los valores y el mérito como referentes de servicio público y dejando el poder delegado en manos de lacayos acríticos y disciplinados incapaces de desarrollar políticas propias y fieles al dictado de sus jefes.

Y en este caldo de cultivo entre la opacidad y la mediocridad, sin ideología, sin valores, sin mérito, sin identidad y con una falta absoluta de sentido de país las consecuencias no pueden ser otras.

En manos de los navarros está revertir la situación, crear una sociedad cohesionada, integrada, sin exclusiones y que crea en su propio futuro, quizás valiera con poner el foco en alguno de nuestros ilustres antepasados que pensaron en, por y para Navarra y creyeron en ella.

Pero ya empieza a ser urgente, esperemos que no sea demasiado tarde…

Ander Muruzabal

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