UPN, PSN Y PP CUESTIONAN LA LEGITIMIDAD DEMOCRÁTICA DE LOS AYUNTAMIENTOS PARA PASAR A LA ZONA MIXTA
A la derecha nunca le ha gustado perder el poder. Y es normal que a veces cueste un poco asumir la nueva situación, que ya se sabe que los ciudadanos son unos desagradecidos. Ahí está Aznar, por ejemplo, intentando digerir la derrota de su partido en 2004. Cuando no se preguntaba no había estos problemas. Ya lo venía avisando Miguel Sanz, empeñado en quitar la Transitoria 4ª no vaya a ser que los navarros “se vuelvan locos” y voten lo que no deben. Porque la democracia la carga el diablo.
Ahí está si no el chandrío que montaron en 2015, que solo dejaron a UPN el Ayuntamiento de Cintruénigo. Al principio todo son risas, pero luego van 44 pueblos y deciden pasar a la zona mixta. Y encima el Parlamento se lo permite. Lo explicaba bien esta semana en el pleno la parlamentaria socialista Inma Jurío, que recordaba que una cosa es gobernar y otra hacer lo que a ella no le gusta, que no está el horno para bollos. “Este cambio solo se basa en la voluntad política de grupos que quieren imponer sus mayorías. Se impone la voluntad oportunista de la mayoría, y dentro de esa mayoría se impone la mayoría nacionalista”, resumía Jurío, partidaria de dejar donde están a los 44 pueblos que mayoritariamente han pedido entrar en la zona mixta. Ya lo avanzó María Chivite, para quien que la mayoría de esos ayuntamientos son una “realidad política coyuntural”. Que ya se sabe que la mayoría política en Navarra debe ser la que debe ser. Y si no, pues no vale.
Malditas urnas Algo parecido piensa Carlos García Adanero (UPN), que en un discurso de 15 minutos fue capaz de colar 25 veces la palabra “sectario”, lo que sin duda demuestra una enorme capacidad retórica. Y sobre todo Ana Beltrán. Si para la portavoz del PP cualquier decisión del Gobierno que no le gusta es una “imposición”, lo de ampliar la zona mixta se acerca al infierno infinito. Francamente, nada que ver con la amnistía fiscal de Montoro a los defraudadores ricos.
Para eso sí que sirve una mayoría absoluta, y no para “coaccionar” a los ayuntamientos. Porque, según Beltrán, lo que ha ocurrido aquí es que la mayoría del Parlamento ha obligado a los ayuntamientos a votar por mayoría para pedir que les hagan caso. O algo así. Lo que sí quedó claro es que a ella nadie le va a imponer llamar euskera al euskera. “Yo le seguiré llamando vascuence”. A fastidiarse.
La cosa debe ser grave, porque hasta Ángel Ansa, uno de esos niños prodigio de UPN con los que lamentablemente ya no cuenta la Administración foral, avisaba que a lo mejor lo que hay que hacer es ganar las elecciones: “¿Y qué pasará si cambian esas mayorías municipales?”.
Desde luego, es una pregunta interesante. Mucho más que la del Ayuntamiento de Pamplona, que no se le ha ocurrido otra cosa que dejar que los vecinos decidan quién tira en chupinazo. “La DYA era el único candidato posible”, zanjaban los regionalistas tras conocerse el resultado de la votación. Más vale, venían a decir, que a ver qué es eso de votarlo todo.
Quien lo ha entendido bien es Alfredo Elizmendi, que alertaba esta semana a sus correligionarios de que “lo participativo está de moda” porque “parece moderno, fresco y democrático”, y lo no participativo “algo propio de la castuza tradicional”. Y claro, como lo de oponerse a que la gente vote, pues como que no está muy bien visto;lo que hay que hacer, según Elizmendi, es “organizarse e intervenir aprendiendo de quienes llevan muchos años haciéndolo”. “Quizá así se consigan unos procesos verdadera y equitativamente participativos sin sesgos ni defectos”, apuntaba. Que la democracia solo cuenta cuando ganamos nosotros, le faltó decir.