LAS ETAPAS DEL DUELO

Como con cualquier tragedia, asimilar el cambio lleva su tiempo.Y el luto tiene sus fases. De la negación a la aceptación, en Navarra tenemos un poco de todo

 

Hay una clase dirigente en Navarra, la que ha venido partiendo la pana durante muchos años, a la que todavía le cuesta digerir que ya no pinta lo que antes. Es de esos momentos en los que la vida te pone a prueba. Que no es que les vaya mal, que por ahí siguen casi todos, pero no acaban de superar el luto. Y como con cualquier otra tragedia, para pasar el duelo hay que transitar por cada una de sus cinco etapas.

1-. Negación. La negación de la realidad es el recurso inicial para amortiguar el primer golpe, sobre todo si ha sido tan duro como el sopapo que se llevaron en 2015. Un ejemplo es Carlos Pérez-Nievas, exforalista reconvertido al centralismo ciudadano que como su partido va y viene en función de cómo soplen las encuestas, llega un poco tarde a casi todo. “El Gobierno es incapaz de sostener el crecimiento y convertir a Navarra en una comunidad potente”, afirmaba el jueves con la economía subiendo al 3,4%, las exportaciones en récord y el empleo creciendo a mayor ritmo que la media española.

Otro que no acaba de salir del hoyo es Julio Pomés. El pobre hombre lleva ya tres años peleándose con los molinos al grito de ‘Navarra se hunde’mientras vaticina que por culpa de la ocupación de Rozalejo “la Universidad de Navarra podría tener más difícil atraer alumnos de fuera”. Lo que tendría un pase si no fuera porque la solicitud de alumnos extranjeros en el centro ha crecido este curso un 38%.

Pero desde luego, pocos como Javier Taberna, que tras anunciar que el 60% de las empresas se iban a ir por culpa de los rojos, ahora apunta que en Navarra “no hay estabilidad” porque los socios de Gobierno “desde el punto de vista económico no tienen nada en común”. Un caos, vaya. No como en España, que con cinco ministros de Industria, dos elecciones generales y una moción de censura en menos de tres años es todo un ejemplo de estabilidad.

2-. Ira. La etapa de negación sirve para aplazar el dolor, pero no puede ser indefinida porque en algún momento acaba chocando con la realidad. Y la frustración de lo irreversible acaba dando paso a la ira, que es lo que le pasó este jueves a Enrique Maya cuando vio que hasta el PSN apoyaba el proyecto de inversiones de Asiron. “Se han portado fatal con UPN. ¡Desleales!”, proclamó.

En esa etapa anda sumida hace tiempo la pobre Ana Beltrán, que ha dejado de hablar de fuga de empresas y de ruina económica para correr por los pasillos del Parlamento gritando ‘Que no me hablen en vascooooo’. La cosa es que la presidenta de la Cámara, Ainhoa Aznárez, tiene la mala costumbre de alternar el euskera y el castellano cuando da lectura a los temas de debate, y la líder del PP le ha pedido que cuando toquen los suyos, el euskera ni mentar.

“Que me hablen en castellano, que es mi derecho”, reclama la presidenta del PP, que se pone roja de la ira porque no encuentra el pinganillo traductor. Y tiene razón en este asunto. No como los vasquitos esos, que quieren que a ellos también les hablen en euskera. O algo peor, que sus hijos vean la diabólica ETB. “Barcos permite la emisión del canal infantil de la ETB en Navarra para adoctrinar a los niños en euskera”, avisa OKdiario, el digital de Eduardo Inda. Es que es ver los dibujos en euskera y entran ganas de invadir Polonia.

3-. Negociación. Tras los lógicos sentimientos de rabia y de resentimiento, surge la ilusión de que se puede revertir el drama. Se actúa entonces como si se siguiera mandando. “Apoyaremos la Ley de Policías si dimite Beaumont”, anuncia UPN en una muestra de las prioridades que se ha fijado en la oposición. Lo primero recuperar el Gobierno, lo demás puede esperar.

Los regionalistas también han entrado en esta fase en Madrid, donde tampoco es que rasquen mucha bola desde que Rajoy se volvió al registro. Y aunque sus votos a veces chirrían entre tanto antifranquista, bolivariano y separatista, la victoria parlamentaria al menos sirve de placebo. “Hemos votado a favor de la sanidad publica universal. A esto se le llama coherencia política y pensar en las personas”, afirmaba Esparza. Hubiera sido un bonito tuit si no fuera porque el decreto que esta semana derogó el Congreso fue aprobado en 2012 gracias al PP… y a UPN.

4-. Depresión. Con este percal, es lógico que en un momento u otro la sensación de vacío acabe inundándolo todo. Sin fuerzas para seguir pontificando un apocalipsis que no llega mientras el PSN anuncia que si puede se echará en manos de los navarros malos. “Mucho nos tememos que después de la sintonía del PNV con los socialistas convirtiendo a Sánchez en presidente, Chivite formará un pentapartito con todos los separatistas apoyando la okupación de Rozalejo”, se lamenta Luis Landa, que tirado en el sofá ya nos avisa de que no se va a leer los programas electorales porque “son infumables”, y que ha llegado a la conclusión de que todos los políticos son iguales porque “nadie quiere marcharse”. Una depresión de caballo

5-. Aceptación. Pero todo tiene un final, y una vez aceptada la pérdida solo hay que aprender a convivir con el dolor emocional en un mundo que ya no es el que era. “Estoy dispuesta a gobernar con Geroa Bai”, afirma María Chivite, que después de tres años de la mano de UPN y PP inicia la tradicional ciaboga socialista. Solo queda por ver si es sincera o solo una vuelta a la etapa de la negación, que son ya muchas legislaturas repitiendo el ciclo entero.

Nada comparado con Jaime Ignacio del Burgo. Si estará la cosa mal en Navarra que se nos ha ido a Vitoria a redactar el nuevo estatuto vasco. El baluarte de la Navarra foral y española, héroe en mil batallas contra las injerencias panvasquistas, convertido a la política vascongada. Gracias él, Navarra tendrá representación en el Parlamento vasco. Quién lo iba a decir. Ongi etorri, Jaime Iñaki.

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